Domenico Losurdo*
Extraído de “Espaces Marx”. Traducido del francés por Margarita Cohen y supervisado por Carlos Mendoza.
El autor, profesor de historia de la filosofía en la Universidad de Urbino, evoca la onda de choque democrática de la revolución de Octubre, hasta en sus desarrollos trágicos ulteriores.
Aun es necesario hablar de Lenin?. La ideología que predomina hoy en día parece querer reducir el balance del siglo XX a un cuento edificante que se podría resumir así: a principios de siglo, una señorita encantadora y virtuosa (la señorita Democracia) es agredida por un bruto (el señor Comunismo), luego por otro (el señor Nazismo y Fascismo). Aprovechando los conflictos entre ambos, la señorita logra finalmente, al término de sucesos complejos, liberarse de la terrible amenaza. Mientras tanto, habiendo madurado pero sin perder en absoluto su encanto, la señorita Democracia puede finalmente realizar su sueño amoroso, casándose con el señor Capitalismo. Rodeada del respeto y la admiración de todos, la pareja inseparable pasa días felices, principalmente entre Washington y New York, entre la Casa Blanca y Wall Street. Asi, entonces, no hay ninguna duda: Lenin y la revolución inspirada por él no pueden más que causar horror.
Pero este cuento edificante no tiene nada que ver con la historia real. La democracia contemporánea se funda en el principio según el cual cada individuo debe ser considerado como titular de derechos inalienables, independientemente de su “raza”, de su posición económica y de su género. Presupone entonces la superación de las tres grandes discriminaciones (racista, ganancial/económica y sexual) todavía vivas y vivaces en la víspera de Octubre de 1917. Detengámonos en la primera de ellas, es decir en la discriminación racial. Esta se presenta en dos formas. Por un lado, a escala planetaria, constatamos “la esclavitud/sumisión/servidumbre de cientos de millones de trabajadores de Asia, de las colonias en general y de los pequeños países” ante un puñado de grandes potencias. Por el otro, también se manifiesta en el interior de los Estados Unidos, donde se niega a los negros los derechos políticos y a veces aún los cívicos, sometiéndolos a un régimen terrorista de “white supremacy” en el que las bandas del Klu Flux Klan pueden tranquilamente humillar, torturar y linchar a los elementos rebeldes de “las razas inferiores”.
Pero, ahora dejemos atrás a las “razas inferiores”, a las colonias y a la categoría de los “inferiores”, para concentrar nuestra mirada en la metrópolis capitalista y exclusivamente en su población “civil”. En este nivel, de todos modos – remarca Lenin – continúan aplicándose medidas significativas de exclusión de la ciudadanía y de la democracia.
En Inglaterra, el derecho al voto “es aun bastante limitado para excluir así a la capa inferior, precisamente proletaria”. Además, y siempre en el país de la tradición liberal, la Cámara Alta (totalmente hereditaria, salvo algunos obispos y jueces), es exclusiva de la aristocracia financiera, que detenta el control de los asuntos públicos.
Si se toma a Occidente en su conjunto, la medida de exclusión más macroscópica es la que golpea a las mujeres. En Inglaterra, las señoras Pankhurst (madre e hija), dirigentes del movimiento de las “suffragettes” (término inglés que denomina a las mujeres militantes a favor del voto femenino), conocen las prisiones estatales con regularidad. Denunciada por Lenin (y por el partido bolchevique), la “exclusión de las mujeres” de los derechos políticos fue eliminada en Rusia luego de la revolución de febrero y saludada como “revolución proletaria” por Gramsci (debido al peso ejercido por los consejos y las masas populares), quien señala calurosamente que “la misma destruyó el autoritarismo y le sustituyó el sufragio universal, extendiéndolo también a las mujeres”. Esta misma vía fue luego seguida por la República de Weimar (nacida de la revolución que estalló en Alemania un año después de la revolución de Octubre) y, solo después, por los Estados Unidos.
Los derechos sociales y económicos también forman parte de la democracia en el sentido en que generalmente se la entiende en la actualidad. Y hasta el mismo gran patriarca del liberalismo, Hayek, denuncia el hecho de que su teorización y su presencia en Occidente se deben enormemente a la influencia – para él funesta – de la “revolución marxista rusa”
En conclusión, en el momento de su desaparición, Lenin hubiera podido enorgullecerse del impulso que él mismo y la revolución de Octubre le dieron a la superación de las tres grandes discriminaciones, a la afirmación del derecho a la vida y, finalmente, a la causa de la democracia y de los derechos del hombre en el mundo e incluso en Occidente. Y, sin embargo, las esperanzas y los proyectos del revolucionario ruso eran mucho más ambiciosos. Esto se ve con una particular evidencia en el discurso con el que concluyó el primer congreso de la Internacional Comunista: “La victoria de la revolución proletaria en el mundo entero es segura. La instauración de la república soviética internacional, se acerca”.
Así, a la derrota inminente del capitalismo a escala mundial, debía
sucederle rápidamente la fusión de las diferentes naciones en un
organismo único y esta fusión debía a su vez acelerar el proceso de
extinción del Estado!
Todo eso hoy parece un dulce sueño! La revolución en Occidente no se realizó. Pero esto no es lo más importante. Si nos remitimos a algunas páginas de Marx y Engels, – al menos en la sociedad comunista que ellos deseaban – además de las clases, el Estado y el poder político, desaparecían también la división del trabajo, las naciones, las religiones, el mercado, toda fuente potencial de conflicto. Esta plataforma teórica, no desprovista de aspectos mesiánicos, no es modificada sustancialmente por Lenin. Pero, al mismo tiempo, éste prueba tener una flexibilidad extraordinaria y una gran capacidad de aprendizaje. En una intervención publicada en Pravda del 30 de Mayo de 1923, cita a Napoleón: “Nos comprometemos y después……vemos”. Como hemos visto, él deseaba una concreción rápida de “la república soviética internacional”. Luego de que estas esperanzas se evaporaran, Lenin consagra todos sus esfuerzos a la construcción de una nueva sociedad en la Rusia revolucionaria. Había teorizado la extinción del Estado, pero luego de un tiempo, se da cuenta de que si se agita esta consigna se hace imposible la superación del Antiguo Régimen autocrático. Entonces, en un célebre artículo del 4 de marzo de 1923 (“Más vale menos, pero mejor”), Lenin lanza consignas totalmente nuevas: “mejorar nuestro aparato estatal”, construir un aparato estatal “verdaderamente nuevo” y “que merezca realmente el nombre de socialista, de soviético, etc.”, “no dudar en aprender de los mejores modelos de Europa occidental” y del Occidente en su conjunto, enviando “algunas personas bien preparadas y concientizadas” a Alemania, a Inglaterra o a América y a Canadá, “para recoger las publicaciones existentes y para estudiar este problema”. Lenin había puesto una esperanza nada despreciable en el comunismo de guerra, pero he aquí que la necesidad de alimentar a un pueblo al límite de sus fuerzas lo lleva a plantearse el problema del desarrollo de las fuerzas productivas y a experimentar la NEP (Nueva Política Económica).
No, no se trata de pragmatismo sin principios. En Marx (Miseria de la filosofía), Lenin había podido leer: “La historia avanza siempre por su lado malo”. E incluso antes de la revolución de Octubre, en Julio de 1916, el mismo Lenin a su vez previene: “Aquel que espere una revolución social “pura” no la verá jamás”. Por más rigurosa y estructurada que pueda ser una teoría revolucionaria, el proceso histórico real siempre se revela infinitamente más rico y más complejo; y la madurez de una teoría revolucionaria se revela ante todo por su capacidad de aprender y de desarrollarse ulteriormente.
Al momento de su muerte, Lenin solo había cumplido los primeros pasos en esa dirección. Entendemos que la desaparición de una personalidad tan influyente hace enormemente más difícil la resolución de numerosos problemas. A la guerra civil en curso entre los partidarios del Antiguo Régimen (apoyados por Occidente) y la Rusia revolucionaria, se agrega la guerra civil (latente o manifiesta) que – más que nunca – divide a la clase dirigente bolchevique. Y también se agregará, a partir de 1929, la guerra civil en el campo. Es el entrecruzamiento de estas tres guerras civiles, sumado a las debilidades teóricas y a las tendencias mesiánicas ya presentes en las teorías de Marx y de Engels, lo que explica la tragedia que se produce.
Esta tragedia jamás debe perderse de vista, es necesario guardarla en el espíritu sin indulgencia y sin embellecerla. Y, sea lo que sea, no debe hacernos olvidar el aporte que Lenin y la revolución de Octubre hicieron para la superación de las tres discriminaciones . En especial hoy en día, cuando al menos una de ellas revela ser más actual que nunca. Lenin define al imperialismo como la pretensión de “algunas naciones elegidas” de reservarse “el privilegio exclusivo de formación del Estado” negándoselo a los bárbaros de las colonias y de las semicolonias. Acá vale la pena recordar que George W. Bush realizó su campaña electoral proclamando un verdadero dogma: “Nuestra nación es la elegida de Dios y tiene el mandato de la historia de ser un modelo para el mundo”.
Traducción del italiano: Fanny Doumayrou y Domenico Biscardi
(*) Ultimas obras aparecidas de Domenico Losurdo: Democracia del bonapartismo, Triunfo y decadencia del voto universal, traducido del italiano por Jean-Michel Goux, Ed. Le Temps des cerises, 2004, Huir de la historia, ensayo sobre la autofobia de los comunistas, traducido del italiano por Luzmila Acone, Le Temps des cerises, 2000.
*Domenico Losurdo, filósofo e historiador, profesor de historia de la filosofía en la Universidad de Urbino.
Extraído de “Espaces Marx”. Traducido del francés por Margarita Cohen y supervisado por Carlos Mendoza.