Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández |
El 27 de mayo pasado, la huelga de hambre de los presos palestinos para protestar por las condiciones de las prisiones israelíes se suspendió después de 40 días, en un momento en que muchos de ellos, alrededor de mil huelguistas, sufrían ya un grave deterioro de salud, por lo que la mayoría tuvieron que ser hospitalizados. Y con el sagrado período del Ramadán a punto de comenzar estableciendo una continuidad entre el ayuno diurno de los fieles y la desesperada protesta previa de los presos. Quizá lo más sorprendente de este gesto extraordinario de huelga de hambre prolongada y masiva fue que los medios de comunicación de todo el mundo apenas consideraron que fuera digna de atención, ni siquiera por parte de la ONU, que, de forma irónica, es regularmente atacada por diplomáticos y medios occidentales por preocuparse excesivamente de las fechorías israelíes.
Es necesario reconocer que recurrir a una huelga de hambre colectiva es una forma de resistencia política más exigente, provocada invariablemente por una indignación prolongada, que requiere de valor y voluntad para soportar su dureza por parte de quienes en ella participan, así como capacidad para someter esa voluntad a una prueba tan dura como la vida misma. Prescindir de la comida durante 40 días representa un compromiso heroico que pone en riesgo la vida, algo que nunca se emprende a la ligera.
En 1981, diez presos del IRA, con Bobby Sands a la cabeza, emprendieron una huelga de hambre que les llevó hasta la muerte. El mundo observó con gran atención cómo aquel extraordinario espectáculo de muerte autoinfligida iba desarrollándose día a día. Sin reconocer abiertamente lo que estaba sucediendo ante sus ojos, los endurecidos dirigentes políticos de Londres tomaron nota en silencio del desafío moral a que se enfrentaban, cambiando abruptamente de tácticas y empezando a trabajar a favor de un compromiso político para Irlanda del Norte que habría sido impensable si no hubiera sido por esa huelga.
Los palestinos no pueden albergar semejantes esperanzas, al menos a corto plazo. Israel enturbió deliberadamente cualquier desafío moral y político incrustado publicando videos en los que supuestamente se muestra cómo el líder de la huelga, Marwan Barghuti, come en secreto “tentempiés”. Este hecho, una acusación que fue enérgicamente rechazada por su familia más próxima y su abogado, fue ocasionalmente recogido en los medios mundiales, pero sólo como un detalle de pasada que no disminuye el impacto de estar desacreditando la autenticidad de la huelga. Verdad o no, Israel consigue desviar la atención de la huelga y evita hacer algo significativo para mejorar la vida en las prisiones, y mucho menos dar algún paso que pueda poner fin a los graves abusos hacia el pueblo palestino durante el curso de un increíble período de 70 años que parece no tener final a la vista. Las autoridades penitenciarias procedieron de inmediato a imponer medidas punitivas para atormentar a aquellos prisioneros que aún mantenían la huelga. Una respuesta tal pone de relieve la “democrática” negativa de Israel a tratar con respeto formas no violentas de resistencia del pueblo palestino.
Al mismo tiempo que se desplegaba el drama en las prisiones, Gaza sufría una vuelta de tuerca más en su prolongada crisis, tan cruelmente manipulada por Israel para mantener a una población civil de casi dos millones de seres al borde del hambre y con el temor constante de una masacre militar. Al parecer, las autoridades israelíes han estado utilizando el cálculo de la ingesta calórica de subsistencia para restringir el flujo de alimentos hacia Gaza. Y como esto les parece insuficiente para imponer el nivel de control draconiano buscado por Israel, desde finales de 2008 han lanzado tres ataques militares masivos e innumerables incursiones que han provocado un número inmenso de víctimas entre la población civil de Gaza y causado gran devastación, una catástrofe acumulativa en una población extremadamente vulnerable, empobrecida y cautiva. En tal contexto, el hecho de que Hamas haya tomado represalias con el armamento que poseía, aunque fuera de forma indiscriminada, es algo que cabía esperar aunque no se ajuste al derecho humanitario internacional.
Un destacado intelectual que reside en Gaza, Haider Eid, ha escrito recientemente un emocionado mensaje desde las líneas del frente respecto a la continua y flagrante criminalidad israelí: “Sobre Gaza y el horror del asedio”. Eid pone fin a su ensayo con estas inquietantes líneas:
“Comprendemos plenamente que la retención deliberada de alimentos o de medios para poder cultivar alimentos en cualquiera de sus formas es otra estrategia de la ocupación, colonización y apartheid de Israel en Palestina y, por tanto, debería ser considerada una aberración, ¡incluso un pogromo! Pero lo que en Gaza no podemos entender de ningún modo es por qué se permite que esto suceda.”
Al comienzo del Ramadan, Haider Eid apeló al mundo para que se levantara contra lo que denomina “genocidio progresivo” atendiendo el llamamiento del BDS [Movimiento por el Boicot, la Desinversión y las Sanciones a Israel] formulado por la sociedad civil palestina. Es importante señalar que la apelación de Eid es a la sociedad civil más que a la Autoridad Palestina, encargada de representar al pueblo palestino en el escenario mundial, o a la reposición de un “proceso de paz” que perduró veinte años dentro del marco de Oslo, o a las Naciones Unidas que aceptaron la responsabilidad después de que Gran Bretaña le cediera su mandato de Palestina al finalizar la II Guerra Mundial. Estos modos convencionales de resolución de conflictos han fracasado todos, al tiempo que empeoraba cada vez más la situación del pueblo palestino y se alimentaban las ambiciones del movimiento sionista de alcanzar su objetivo de expansión territorial.
Más allá de esto, Eid señala que la autoridad del BDS es resultado de un acreditado llamamiento palestino por el que se implora la respuesta de los pueblos del mundo. Este alejamiento del empoderamiento intergubernamental desde arriba a favor de la confianza en el empoderamiento de un pueblo victimizado y sus representantes auténticos encarna las esperanzas palestinas en un futuro más humano y una consecución final de los derechos prolongadamente negados.
Es conveniente que fusionemos en nuestra imaginación moral el sufrimiento de los presos en las cárceles israelíes con el del pueblo de Gaza, sin olvidar la fundamental realidad circundante: que el pueblo palestino como un todo, con independencia de sus circunstancias específicas, está siendo victimizado por una estructura israelí de dominación y discriminación en una forma que constituye apartheid y diferentes modos de cautividad.
Parece que la huelga de hambre no consiguió inducir a Israel a que satisficiera muchas de las demandas de los huelguistas de mejora de sus condiciones. Pero lo que sí logró fue recordar a los palestinos y al mundo los dones de liderazgo de Marwan Barghuti, y despertar a la población palestina al imperativo moral y político de mantener y manifestar la resistencia como alternativa a la desesperación, la pasividad y el sometimiento. Los israelíes y algunos de sus más ardientes seguidores hablan abiertamente de que la victoria es para ellos y la derrota para los palestinos. Independientemente de nuestra identidad religiosa o étnica, quienes vivimos fuera del círculo de la opresión israelí deberíamos hacer todo cuanto pudiéramos para impedir cualquier desenlace que prolongue el injusto sufrimiento palestino o que lo acepte como inevitable.
Lo abominable debe convertirse en irrealizable.
Richard Falk es profesor emérito de Derecho Internacional de la Universidad de Princeton e investigador asociado del Orfalea Center of Global Studies. Fue Relator Especial de la ONU para los derechos humanos de los palestinos entre 2008 y 2014. Blog: https://richardfalk.wordpress.com/
Fuente: https://www.palestinechronicle.com/two-sides-of-the-palestinian-coin-hunger-strikegaza/
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