Por Juan Chaneton (*).
– El Partido Unido Socialista de Venezuela (PSUV), órgano político de conducción de la Revolución Bolivariana iniciada por Hugo Chávez en el último estertor del siglo XX, ha ganado las elecciones parciales (se elegían gobernadores) en Venezuela celebradas el domingo 15 de octubre. El PSUV ganó en 17 de los 23 Estados. Esto representa el 54 % de los votos sobre una participación del 61,14 del padrón electoral y las cifras son relevantes de cara a las presidenciales de 2018.
La Mesa de Unidad Democrática (MUD) obtuvo cinco gobernaciones y queda por dilucidar, al cierre de esta nota, los guarismos del Estado de Bolívar, donde el conteo daba un probable resultado parejo. Se trata de un Estado clave porque aloja el “Arco Minero”, declarado en 2016 uno de los “motores estratégicos para reimpulsar la economía del país” tras la caída de los precios del petróleo. Se extiende por un área de 114 mil Km² rica en oro, bauxita, diamante, hierro, cromo, magnesio, níquel, carbón, fosfato, caliza, manganeso, yeso, granito y otros minerales.
El PSUV recuperó el Estado de Miranda (gobernado por el conocido Henrique Capriles Radonsky), pero pierde los Estados de la media luna fronteriza con Colombia: Zulia, Táchira y Mérida. También pierde Anzoátegui, que acoge la mayor reserva de petróleo del mundo (la faja petrolífera del Orinoco) y Nueva Esparta (Isla Margarita).
Cuatro de las cinco victorias opositoras fueron de candidatos “adecos”, esto es, de Acción Democrática, que gobernó el país, ants de Chávez, durante cinco períodos presidenciales (1958 -1999). Fue el comienzo del bipartidismo que AD compartió con el COPEI (democristianos) como efecto inmediato y buscado del fraudulento pacto de Punto Fijo. Cuando este bipartidismo tocó a su fin en 1999 con Hugo Chávez, la pobreza, la indigencia y el analfabetismo llegaban en Venezuela al 80 por ciento. Hoy casi no hay analfabetos en Venezuela.
El Partido Primero Justicia de oposición ganó el Estado de Zulia que es uno de los más ricos en explotación petrolífera, mientras que Voluntad Popular, de Leopoldo López (encarcelado y hoy con prisión domiciliaria por terrorismo flagrante) no ganó en ningún lado.
Hasta el momento la MUD desconoce los resultados, exige auditoría y convoca a movilizaciones.
Izquierdistas o progresistas de utilería, esto es, puro cartón pintado de izquierda o de progresía, han sido rotundamente desmentidos por la jornada electoral que acaba de vivir Venezuela. El alud de votos que, a pesar de una feroz campaña de mentiras y calumnias del poder fáctico mundial, favoreció a la Revolución Bolivariana, desmiente también, y en primer lugar, a la administración Trump y sus alcahuetes locales de Sudamérica, Macri, de Argentina, al tope de esa lista de cipayos.
La lasciva mano del tiempo está tocando ahora las partes privadas del mediodía en Buenos Aires y esta nota se escurre, indetenible, por los entresijos del cibersoporte imaginario, para decirle al mundo que todo era vil materia, podredumbre y cieno, que no había dictadura, que los que mataban jóvenes en la calle eran ellos (me acuerdo ahora de Orlando Figueroa, 22 años, chavista, le prendieron fuego un 20 de mayo, murió el 4 de junio, lo quemaron las hordas de Leopoldo López, de Borges y de la Tintori), eran ellos, la derecha, las guarimbas, y que ahora, sin guarimbas, y enfrentados a las urnas, pierden por un campo, y es su causa la que pierde, porque no es, en suma, su causa, sino la causa de los otros, del imperio, de los que son aliados permanentes de la muerte, y el imperio, te lo juran por el Che, no podrá con Venezuela, eso dicen a estas horas.
A lo que parece, en todos estos años la derecha no usó los Estados que gobernaba para gobernar sino para preparar la insurrección. Pero la insurrección ha sido siempre arma de los pueblos en pos de causas nobles y la derecha no ha tenido pueblo ni ha tenido causa, ni tampoco liderazgo, sino una ficción de liderazgo mantenida desde afuera por los medios. Y además, la base social de la derecha -y esta es, también, una lección del 15-O venezolano- tampoco quiere ni la invasión de los marines ni la violencia que les proponen los Capriles.
Esto viene a cuento porque Acción Democrática no apoyó nunca del todo la violencia y hoy ganó en cuatro Estados, de lo cual puede inferirse lo que acabamos de decir en el párrafo anterior: la gran derrotada ha sido la violencia.
Hay que ponderar el hecho de que si la Revolución Bolivariana diera pelea sólo contra la derecha local todo sería pan comido. Pero la pelea no es con la derecha del país, sino contra la administración Trump, contra la Unión Europea, contra el régimen oligárquico cafetalero-militar de Santos en Colombia, contra el corrupto Partido Popular de España, contra el diario El País, de Madrid, y contra ese alfil inesperado que resultó Luis Almagro, presente griego que apareció, un día, al frente de la OEA.
Las elecciones han dejado el dato duro de que el 54% de los votantes (votaron 11 millones sobre un padrón de 18 millones) optó por la profundización de la Revolución Bolivariana y ello en medio de la guerra sin cuartel que le depara, día a día, el enemigo. Es un triunfo del pueblo de Venezuela, es un triunfo del legado de Hugo Chávez.
La oposición ganó en los Estados limítrofes con Colombia y eso supone un problema a futuro. Táchira, Mérida y Zulia se perdieron. ¿Van a tratar, las nuevas autoridades, de acordar con el gobierno central políticas comunes para mejor gobernar la Nación, como debería ser? No, no lo van a hacer, podemos decir desde ahora. Van a tratar, en cambio, de hacerse fuertes allí, en esos Estados que ganaron, para atacar a la Revolución Bolivariana. Y van a contar, en ese cometido, con el previsible apoyo de Santos, el presidente de Colombia y, como siempre, con el de los duros de Estados Unidos.
Zona limítrofe, entonces, gobernada por la oposición. Santuario de la contrarrevolución. Una especie de Escambray pero, si es eso lo que piensan hacer, ojo con las analogías históricas: en el Escambray perdieron, y los hijos cubanos de aquella gesta han dejado descendencia y el ejemplo.
Los 17 Estados ganados por la Revolución constituyen una advertencia hacia adentro y hacia afuera de Venezuela. Tal vez más hacia afuera que hacia adentro. Porque afuera había una tendencia a subestimar al chavismo, a subestimar sus capacidades y, sobre todo, a minimizar su adherencia profunda en el corazón del pueblo. El pueblo venezolano, en medida sustantiva, es chavista y los medios han venido mintiendo en este punto. Entre múltiples lecturas que habilita el resultado electoral del 15-O, una es que se trata de una advertencia para Macri y para Santos, que han sido los más locuaces voceros del Departamento de Estado en este asunto, aun al costo de dinamitar la integración regional en el caso del presidente argentino.
La inyección de legitimidad que ha consagrado la elección de ayer fortalece a la Revolución Bolivariana, pero por eso mismo, habrá que seguir con atención los pasos que dará la derecha para reconfigurar su estrategia. Mike Pence, el vicepresidente del imperio, y su tocayo Pompeo, el jefe de la CIA, quieren la violencia. Y Almagro cumple. A través de los organismos internacionales van a seguir tratando de derrocar a Maduro.
Se abre un panorama signado por la derrota de una derecha que apostó al crimen callejero y perdió. Apostó a la vía electoral y perdió. Les queda la economía. Se reforzarán las sanciones, boicotearán la producción con ayuda del imperio y esto actualizará el capítulo geopolítico de la Revolución Bolivariana: las alianzas con Rusia y China son puntuales y sobre temas que hacen a la supervivencia de un pueblo en busca de consolidar su destino de pueblo amante de la paz y con vocación de ser el único y exclusivo propietario de los recursos naturales de Venezuela.
Venezuela es, entre muchas otras cosas que también es, una escuela de derecho constitucional. El propio Presidente no es, hoy, la máxima autoridad del país, porque se halla subordinado a la Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Los gobernadores opositores que ganaron en los Estados aludidos más arriba, ya habían afirmado, antes de la elección, que no se someterían a la Asamblea. Lo dicho, entonces: procurarán hacerse fuertes en los bastiones que ganaron para intentar, desde allí, lo que hasta hoy nadie ha conseguido: torcer el rumbo de la historia.
Una elección es un momento en el proceso revolucionario. Una elección sirve para medir fuerzas y, sobre todo, para confirmar o rectificar políticas. De eso se trata. Las rectificaciones que haya que hacer, seguramente se harán. Pero la Revolución Bolivariana, en esta etapa, le ha impuesto a sus enemigos, su lógica, su razón y su fuerza. Y ha expuesto ante todos la verdad incontrastable de que su manera de estar-en-el-mundo es el apego a la ley y la búsqueda de la paz, de la siempre fecunda paz, en marcha hacia una sociedad no capitalista.
(*) Periodista y escritor