Revista Tesis 11 – Nº 124 (12/2017)
latinoamérica
Isabel Rauber*
Latinoamérica en tiempos de contrarrevolución preventiva global
La intelectual argentino-cubana hace una radiografía del estado actual de los movimientos sociales en América Latina e identifica los desafíos que les exige la coyuntura, particularmente de los que están en situación de gobierno.
Latinoamérica en tiempos de contrarrevolución preventiva global La intelectual argentino-cubana hace una radiografía del estado actual de los movimientos sociales en América Latina e identifica los desafíos que les exige la coyuntura, particularmente de los que están en situación de gobierno. La realidad local, regional, continental y global en la que estamos inmersos, en no pocas ocasiones asombra, sorprende y hasta produce perplejidad. A 12 años del “No al ALCA”, se hace evidente que los derrotados de entonces recompusieron sus fuerzas, actualizaron su estrategia y volvieron para recuperar los territorios perdidos, según ellos, esta vez “para siempre”. Esto responde, por un lado y con marcado énfasis, a cambios tan rápidos como imperceptibles en su momento, de la organización global del capital en aras de imponer, garantizar y afianzar su hegemonía económica, cultural y política en todo el planeta. En esta tarea convergen centralmente, sectores del gran capital financiero, empresarial, tecnológico, farmacéutico, de la banca, del complejo militar industrial, y los grandes medios de comunicación masiva, cuyos dueños o asociados son los sectores de poder mencionados. La globalización cambia de rostro Perfeccionando los engranajes de su articulación en aras de la dominación, el período ilusorio del supuesto “fin de las ideologías” y el “somos todos amiguitos”, ha trasmutado –quitándose la máscara en un abrir y cerrar de ojos, a un estado de guerra global. Este disuelve uno a uno los derechos de la ciudadanía históricamente conquistados y transforma las bases y el modo de existir de las democracias. Ello no ocurre de modo “gracioso” ni casual. Responde a un plan muy bien elaborado, basado en la estrategia global del poder de “guerra preventiva”, la cual, identifica, construye o potencia nuevos “enemigos”, cuyo combate será la justificación de la implementación de las transformaciones necesarias en el ámbito jurídico-político de las democracias para tener el mundo bajo control. Las guerras, el injerencismo de todo tipo y la desestabilización de gobiernos, la criminalización de toda resistencia –individual o colectiva a este “nuevo orden” global, serán la antesala para el accionar de los motores del saqueo, la dominación y hegemonía del poder del capital sobre el resto de la humanidad. La globalización ha mutado internamente y muestra su rostro agresivo feroz en la aplicación de su estrategia de contrarrevolución preventiva global. Para avanzar con ella, los factores de poder necesitan disfrazar sus intenciones al menos en una primera etapa, y construir los nichos mentales de su aceptación y asimilación en todos y cada uno de los habitantes del planeta. ¿Cómo?, las herramientas principales son los medios de comunicación masiva, las redes sociales, y los intelectuales afines. Hoy están “engrasados” y actuantes los mecanismos más potentes de manipulación global (social e individual); son capaces de subvertir –si lo necesitan, el curso de vida de una sociedad, modificándolo acorde con las necesidades de intervención de los poderosos, para que consigan sus objetivos. Factores como la corrupción (por ellos mismos propiciada), el descontrolado narcotráfico, el crimen organizado, el terrorismo, la prevención ante las catástrofes naturales, son piezas claves en ese engranaje complejo de auspicio-justificación del intervencionismo y control social e individual por parte del poder global a través de sus agentes locales o en alianza con ellos. Por otro lado, la perplejidad o desorientación que esta realidad provoca en algunos ámbitos de la izquierda (partidaria, intelectual o social) en Latinoamérica, converge con el estallido de los viejos paradigmas acerca del capitalismo, las revoluciones sociales, el socialismo, los sujetos, la política… Estos conceptos ahora se evidencia, se quedaron como aletargados en el siglo XX, respondiendo a la modernidad que los había engendrado, más allá de la supervivencia del tiempo histórico de la misma. El pensamiento binario, las miradas lineales, simples y unilaterales acerca de los procesos sociales, acuñaron un mecanicismo y determinismo que se resistió (y en cierta medida aun se resiste), a visualizar, reconocer y comprender la complejidad del mundo, es decir, la yuxtaposición simultánea y entrecruzada de dimensiones diferentes que (inter)definen los acontecimientos sociales en cada momento, acorde con el estado de situación de los factores (realidades, procesos, sujetos) de las dimensiones que se vayan entrecruzando. La dialéctica XXI o “teoría de la complejidad”, posibilita mirar y entender el mundo en la dimensión en que este es conocido en este tiempo y en base a cuyo conocimiento se definen acciones del poder. No es posible continuar de espaldas a ella. El cambio cultural en el campo popular, progresista o de izquierdas es inaplazable El cambio cultural, tantas veces reclamado, se impone. Pero no es parche; no basta con leer un libro, con visitar un barrio o una comunidad… Está anclado a nuevas prácticas, a debates con la diversidad de actores sujetos, sobre todo para escuchar, y a estudios críticos de las experiencias históricas y recientes de los movimientos sociopolíticos que hicieron posibles, que gestaron, las coyunturas políticas que posibilitaron la llegada al gobierno de sectores populares, progresistas o, incluso, representantes de los propios movimientos populares, indígenas, sindicales, campesinos, de mujeres… como ha ocurrido, por ejemplo, en el proceso revolucionario democrático de Bolivia, que abrió cauce a la fundación del primer Estado Plurinacional de Nuestra América, anclado en un proceso raizal de revolución democrática en descolonización intercultural. Pero una cosa es leer recomendaciones, incluso enunciarlas, y otra asumirlas y desarrollarlas en nuevas prácticas políticas de organización y convivencia cotidiana en cada actividad en la que se participa. Hace falta una labor consciente, intencional y simultánea de deconstrucción de viejos paradigmas que hoy son grandes anteojeras, abrir las entendederas a lo nuevo y lo que viene coexistiendo y desarrollándose desde abajo: las experiencias comunitarias de vida e interrelación, las creaciones alternativas económico-productivas de los pueblos que vienen gestando una nueva civilización, aunque ciertamente, todavía muy limitadas –entre varias razones, por su estado de fragmentación y aislamiento. En tanto la política se desarrolla en base al conflicto entre fuerzas sociales con intereses diversos, en el que cada una busca dirimir a su favor las diferencias en los disímiles terrenos en que se enfrentan, necesariamente, un sector o agrupamiento de sectores, necesita predominar sobre los otros, dominarlos, ya sea mediante el uso de la fuerza directa (sobre los cuerpos: represión), o sobre las mentes (hegemonía ideológica, cultural y política). Estamos en el tiempo del predominio de esta última tendencia. La interrogante que surge es: ¿Se ha actuado atendiendo a que este factor es la clave del accionar del adversario político de los pueblos y sus representantes en este tiempo? La respuesta es “No”. Y los espacios vacíos o abandonados fueron ocupados por la ideología del poder que sí se ocupó de llenarlos con sus contenidos y proposiciones engañosas. Ciertamente, es de notar que la irrupción de los gobiernos populares abrió puertas a cierto acomodamiento y achatamiento del quehacer de actores políticos y sociales, abonando también una especie de reflujo del protagonismo de los otrora muy activos movimientos sociales, que se suma agravando lo anteriormente expresado. ¿Este reflujo o desmovilización demuestra acaso que los movimientos sociales son efímeros o limitados en su accionar político? Está claro que los años de gobierno popular promovieron enormes avances en materia de derechos, justicia social, reconocimiento de identidades, cosmovisiones, culturas, pueblos… No han sido gobiernos ineficientes ni acomodados. Sus acciones y transformaciones transformaron, sino las raíces, las interrelaciones sociales abriendo un tiempo de oportunidades para todos y todas. Entre ellas pueden destacarse, por ejemplo, la alfabetización; el programa “Hambre cero”; los bonos de ayuda a la niñez, a las mujeres, a los ancianos; el acceso a la vivienda, a la salud, a la educación, de amplios sectores populares, pasos firmes en aras de la igualdad de derechos; el reconocimiento de la plurinacionalidad de nuestros países; el reconocimiento pleno de los pueblos indígenas originarios, sus identidades, cosmovisiones, modos de vida; la revalorización social de las comunidades y el modo de vida y organización comunitario; la creación de las comunas y consejos comunales; el desarrollo de formas productivas eco-sustentables; los derechos de los LGTBI; el fortalecimiento de organizaciones y movimientos sociales… La recuperación del Estado como instrumento para la redistribución de la riqueza en beneficio de los sectores populares históricamente excluidos, saqueados y empobrecidos por las clases dominantes al servicio de la dependencia colonial; los avances en la articulación regional y continental de los gobiernos populares progresistas y los pueblos, esto es, en la construcción de alternativas independientes del yugo colonial económico, político y cultural imperialista, entre cuyos exponentes están: TELESUR, la CELAC, el ALBA, la UNASUR, los avances hacia la creación del Banco del Sur y las modificaciones en marcha en el Mercosur… Nada de esto sería admitido ni “perdonado” por los poderosos desplazados del poder político. Hoy, a 12 años del No al ALCA, retornan vigorizados a través de las diversas modalidades de neogolpismo democrático-judicial que han elaborado. Con ello buscan, al igual que los conquistadores de antaño, lograr el aplanamiento social, la exclusión y la negación de todo derecho; aplastar toda resistencia para que los pueblos con la cabeza baja y sin atreverse a levantar la vista para mirarlos a los ojos, se sometan a sus designios y requerimientos. En un mundo donde hay una creciente población sobrante y cada vez menos recursos naturales para la vida, la servidumbre y nuevas formas de esclavitud están a la orden del día. Pero no solo el neogolpismo y los medios de comunicación masiva son gestores de la situación actual del continente. El presente continental es parte de la pulseada política con el poder y sus dinámicas contradictorias. En ellas han influido también –como frenos o limitaciones factores internos del campo popular. Por ejemplo, el descuido hacia la labor política, el relegamiento de la participación popular en las políticas públicas, la subestimación de la construcción de poder popular desde abajo, el abandono o relegamiento de la formación política, la escasa creación de espacios para el intercambio, debate y reflexión entre los movimientos sociales y de ellos con otras fuerzas sociales y políticas populares o de izquierda; el olvido de la necesidad de buscar canales y contenidos para promover la rearticulación de los actores sociales y sus subjetividades políticas acorde con las nuevas realidades sociopolíticas que iban surgiendo en la medida que las iban creando y construyendo. En esta situación intervinieron, además, otros elementos. La llegada de los gobiernos populares, en donde ocurrió, produjo un cambio en la coyuntura sociopolítica. Esto es: las fuerzas sociales que hasta ayer se articulaban o agrupaban para luchar contra los gobiernos neoliberales y sus estados, pasaron de pronto, a estar en situación de sintonía con los representantes del gobierno y el estado. Estas condiciones modificaron las subjetividades políticas de los diversos actores y disolvieron rápidamente las bases que hicieron posible hasta ese momento, su articulación y constitución en actor colectivo. En breve tiempo la fragmentación sectorial volvió a emerger. Además, con la asunción de los gobiernos populares parecía que el “enemigo” se había desdibujado (y para muchos, disuelto), y que el viejo tiempo de luchas ya no tenía sentido. Había llegado el momento de “cosechar” lo que se había sembrado con tanto sudor y lágrimas. Esto es: ocupar cargos políticos o estatales, tener representación parlamentaria, dirigir ministerios, gobernaciones, municipios, etc. En general, puede decirse que cada sector social se replegó sobre sí mismo, a lo corporativo, centrado en defender lo que consideró “le correspondía”. La negociación bilateral con gobernantes se abrió paso y no pocas veces sin éxito. Tal vez porque ambas partes de la ecuación buscaban fortalecer sus posiciones. Por esa vía, el sujeto político colectivo de ayer se fue (auto) desarticulando y prácticamente desapareció políticamente. La subjetividad colectiva ya no era tal. Al modificarse los fundamentos que hicieron posible la intersubjetividad política anterior constitutiva del sujeto colectivo, pero mantenerse inalterables las bases (nexos sociales) sobre las cuales se había articulado, el sentido de su articulación sociopolítica en el nuevo tiempo (gobiernos populares) se resquebrajó y abrió las puertas a la fragmentación. Entonces los sujetos se replegaron a lo que sabían hacer: retomar sus prácticas defensivo sectoriales con el retorno de las disputas intersectoriales o sectoriales, aisladas del “todo político social” del cual ya no se sentían co-partícipes. De conjunto, esto abrió cauces al desarrollo de una tendencia desmovilizadora de los movimientos. Ya no se trataba de luchar en las calles por derechos; con la llegada de los gobiernos populares estos ya estaban aceptados y reconocidos. El énfasis se puso entonces en negociar espacios de poder. Y así ocurrió. La desmovilización, por asimilación o descabezamiento de la dirigencia histórica de los grandes movimientos sindicales, indígenas, campesinos o político-partidarios del campo popular debido a su colocación en puestos gubernamentales o estatales, departamentales, provinciales, etc., desplazó gradualmente la anterior capacidad de ofensiva política. Así, en vez de reconstituirse en fuerza político social de tracción de los procesos políticos de transformación social en revolución democrática, las fuerzas sociales y políticas populares pasaron a ser una suerte de asociados o clientes de nuevo tipo de los gobiernos. La perspectiva crítica revolucionaria perdía un territorio importante, indispensable, para la diputa política en ciernes. Disputa que no es solo ni principalmente teórica, sino ante todo, de resistencia y presión de pueblos organizados y en lucha en las calles, en las comunidades y en todos los territorios del país.
Desafíos urgentes Cualquiera que sea la situación actual de los procesos populares democráticos iniciados hayan finalizado los gobiernos populares o continúen en el ejercicio de sus funciones y responsabilidades, la arremetida conservadora imperialista define un presente en el que a las fuerzas populares y progresistas o de izquierda no les cabe ponerse a buscar responsables ni culpables de errores, limitaciones o derrotas, sino más bien identificarlos sean de movimientos sociales o partidos, y ponerse en marcha de conjunto para precisar las tareas políticas que demanda este tiempo y definir los desafíos que de ellas se desprendan. Entre ellos, por ejemplo: A. Revertir/superar ●La ausencia de formación y debates políticos en movimientos sociales populares y partidos políticos de la izquierda latinoamericana. ●El tareísmo, que una vez más ocupó todas las dimensiones del quehacer político-social con lo cual muchas quedaron sin desarrollarse, en primer término, la dimensión político-ideológica-cultural del cambio, espacio vacío que fue ocupado y aprovechado por los opositores y sus campañas mediáticas de manipulación política. ●La separación jerárquica entre lo político y lo social y su pretendida subordinación a lo político partidario, estatal, gubernamental. ●La desarticulación del sujeto político colectivo. Es inaplazable atender a la rearticulación del sujeto político colectivo (socio-político), a partir de nuevas bases. ●La apología abstracta de “la democracia”. La democracia conquistada parecía ser un espacio social sin ideología en el que cada quien se podía desenvolver a sus anchas, buscando su bienestar, sin problemas ni obstáculos. Y así parecía ocurrir hasta que los sectores de oposición (viejo poder), reacomodados en la nueva situación, se hicieron políticamente presentes. Entonces la lucha de clases en democracia se hizo presente de modo evidente a través de las luchas políticas entre oposición y gobernantes. ●Las anteojeras propias de la mentalidad lineal, mecanicista, binaria y dogmática propias del siglo pasado, que sobreviven en la cultura política de amplios sectores, actores e intelectuales, partidos progresistas o de izquierda del continente. B. Activarse; romper el cerco político-cultural del poder y sus tentáculos ●Recuperar/fortalecer la autoestima. Es urgente recuperar la autoestima, el sentido de la organización social y política, construir canales entre ambas corrientes de identidad, organización, acción y pensamiento. ●Reconocer, valorizar y afianzar los logros alcanzados por los pueblos y sus gobiernos populares/progresistas. No dejarse arrastrar por la propaganda malintencionada que busca invisibilizar los logros, inventar o potenciar defectos y machacarlos en aras de borrar la memoria colectica, criminalizando a referentes políticos populares, acuñando la idea del fracaso y, con ella, que “no se puede” cambiar la realidad y que, por tanto, no queda otra que aceptar este mundo tal y como está (naturalización de la injusticia, la explotación, la exclusión…). ●Salir del círculo de manipulación del poder. Esto es clave. Dentro de él todo lo del pueblo resulta pecaminoso: la política, los derechos, la representación y la movilización… La “derrota moral” que los poderosos asestaron a los gobiernos populares (salientes) ha sido un elemento determinante para poner fin de tales procesos y también para la legitimación de los gobiernos que le sucedieron. En ella alimentan su legitimidad y asientan sus políticas neoliberales de nueva generación. Salir del cerco es indispensable, o la condena a una interminable defensiva justificatoria será el camino hacia una fragmentación y debilidad creciente del campo popular. ●Cambiar la mentalidad, romper viejos esquemas que ya son tabúes: la separación de lo político y lo social, y sus sujetos, sus identidades y propuestas, sus organizaciones y actividades. Está claro que no todos son ni representan lo mismo, pero están raizalmente articulados desde el mismo momento en que responden a una misma realidad social y luchan para transformarla acorde con los intereses colectivos del pueblo. El desafío, en este sentido, es articular, no borrar diferenciaciones, ni responsabilidades y roles, sino articularlos para construir una poderosa fuerza político social colectiva de liberación (Mészáros). ●Abocarse a la formación política simultáneamente con el conjunto de actividades políticas del momento. Esto no puede entenderse como “adoctrinamiento”, sino, ante todo, está anclado a la recuperación y reflexión crítica de las experiencias populares de creación de poder popular desde abajo (en lo económico, organizativo-territorial, cultural, social…). ●Promover la participación y los procesos de aprendizaje políticos de las juventudes. ●Revertir la desmovilización, el quemeimportismo y, finalmente, impedir la caída de amplios sectores del campo popular (incluyendo clases medias), en las redes comunicacionales de manipulación masiva, producidas por la oposición. ●Apelar a la participación protagónica en todas las dimensiones de la vida social, de todos y cada uno de los actores‑sujetos del campo popular, promoviendo sus ámbitos de empoderamiento territorial y comunitario. Poner fin a las prácticas que los relegaron a ser espectadores del proceso sociopolítico de cambios del que debieron haber sido co-protagonistas. En este sentido, los sectores político partidarios necesitan un sacudón político-cultural. Porque la participación no pasa solo por convocar a los otros/as a sumarse; es también –y tal vez, ante todo, estar donde viven los pueblos, en las comunidades, comunas, barrios, campos… para compartir, escuchar y dialogar. Implica también recuperar la cultura asamblearia masiva; recuperar la fuerza de la relación política persona a persona, casa por casa y en los lugares de trabajo. La política está donde está el pueblo en su diversidad; convocar su protagonismo, contribuir a organizarlo o fortalecerlo si fuese necesario, es parte de lo que hoy implica promover la participación popular. A los movimientos sociales, populares, indígenas, sindicales, juveniles… se les presenta hoy un nuevo escenario en la disputa social, cultural y político. Y el peso político de su protagonismo se evidenciará favorablemente si lo asume y desarrolla, o negativamente si queda vacío. ●Construir o reconstruir el sujeto político, conducción socio-política colectiva. Esta es una labor que solo puede resultar del quehacer y la voluntad de los propios actores. ¿Se puede promover o contribuir a este proceso? Definitivamente sí; todos pueden hacerlo. Por ejemplo, desarrollando talleres de producción de conocimiento colectivo, para identificar y poner de manifiesto los puntos clave de entrecruzamiento e interdependencia de realidades, identidades, problemáticas y actores (con sus subjetividades), como base para su rearticulación. Esto, siempre acompañando prácticas de encuentro y diálogo entre todos y con todos, comprendiendo que ellas constituyen la fuerza pedagógica mayor. ¿Por qué pensar en una conducción política colectiva y no en “vanguardia”? Las razones son diversas. Enfatizaré aquí algunas: Por un lado, porque una conducción colectiva no se asienta en la diferenciación jerárquica de los sujetos; no hay “adelantados y atrasados”. Quiérase o no, si hay adelantados o avanzados, hay también rezagados, atrasados; inferiores… No es que se diga así, pero se expresa en las prácticas políticas; es lo grave. En vez de aportar al fortalecimiento de la articulación y la unidad, la vanguardia tiende a buscar su diferenciación y la subordinación de “los demás” a lo que ella decida; es una resultante inevitable. De ahí que las vanguardias hayan resultado ser ineficientes, tanto para dirigir procesos colectivos como gobiernos. Los pueblos no quieren ser “arriados”, sino protagonizar. Y si esto no lo pueden realizar en el ámbito político al que pertenecen, los adversarios –que están al tanto, lo aprovechan para mostrarles espejitos prometiéndoles lo que anhelan, que será, en síntesis, un protagonismo de cinco minutos que allanará el camino hacia su sometimiento y destrucción. ●Fortalecer la unidad del campo popular. Lo que no se hizo ayer, ya no se puede modificar. Pero sí se puede hacer hoy lo que al presente corresponde, tomando conciencia de la actual situación de extremo peligro para la vida que atraviesa la humanidad. Los movimientos indígenas, sindicales, campesinos, populares urbanos y del campo, de jóvenes, de mujeres, LGTBI, etc. son claves en esto pulseada; su rearticulación es indispensable. Pero ello no ocurrirá como resultado de un discurso ni una conferencia, es vital que sean estos sujetos, en su diversidad quienes vayan descubriendo las bases de la articulación y la interdependencia de unos y otros, y con la sociedad y la organización institucional y su representación política en el quehacer individual y colectivo. La fragmentación es el abono de todo derrota; la unidad el mayor antídoto, escudo y lanza. Promover espacios de encuentro, reflexión y organización en este sentido, es una de las tareas políticas por excelencia en este tiempo. Manos a la obra. *Isabel Rauber, argentina, doctora en Filosofía de la Universidad de La Habana, directora de la revista Pasado y Presente siglo XXI. Publicado en: La época (http://www.la-poca.com.bo/index.php?opt=front&mod=detalle&id=6418)
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