Revista Nº 126 (07/2018)
(situación nacional/política)
Juan Chaneton*
“Así las cosas,…sería ideal…imaginarse una creativa confluencia frentista multisocial y polícroma y con una estrategia de poder fuerte y clara que se proponga llegar al 2019 como escala técnica para ir más allá del 2019 hacia un futuro nacional y popular en serio y sin vulnerabilidades a la vista. Pero, para ello, hacen falta muchas cosas y, sobre todo, la principal en esta hora: cero sectarismo.”
Salvar la Argentina burguesa, de eso se trata; y a eso apunta el “gran acuerdo nacional” que, por estos días, parece andar barruntando el gobierno. Sin embargo, ya hay voces provenientes de la misma derecha ideológica de la Argentina que reclaman del presidente ajustarse a su estatura política e ir en pos de una módica declaración de emergencia, dejando los acuerdos fundacionales para los estadistas (v. www.infobae.com; nota “Macri debe exigir una ley de emergencia económica”; autor: Dardo Gasparré; 26/5/2018).
En realidad, el gobierno y su presidente parecen debatirse con la crisis exhibiendo una gran incultura general, a tal punto que esa incultura incluye, de modo muy principal, la desinformación no sólo sobre la historia argentina sino, incluso, sobre la historia política argentina, y no sólo sobre ésta sino, más allá, sobre la historia política reciente de la Argentina. Sólo de ese modo puede entenderse que hayan elegido como eslogan el significante acuerdista que acuñó para uso propio una dictadura militar, en su caso, la de Lanusse en 1972. Este egregio militar, aquella vez, aquella infausta y desangelada vez, le propuso al país el “GAN”, sigla de Gran Acuerdo Nacional, y no viene al caso ahora saber cómo terminó ese experimento. Lo cierto es que cuando el presidente actual llama a su acuerdo del mismo modo en que aquel sombrío déspota llamó al suyo, el retintín a dictadura irrumpe solo y refuerza, sin quererlo, esa turbadora consigna que el pueblo de a pie de la Argentina viene susurrando, cada vez que puede, al oído y a la conciencia de los radicales de “Cambiemos” y de la gente joven del PRO: “Macri, basura, vos sos la dictadura”.
Por otra parte, en la Argentina, los arrepentidos de Odebrecht todavía no han podido declarar. Y todavía no han podido declarar porque el gobierno de Macri no quiere que declaren. Y el gobierno de Macri no quiere que declaren porque lo que declararían es que en las coimas por la obra pública estarían metidos, también de modo muy principal, Angelo Calcaterra, primo del presidente, y el propio presidente.
El escenario, entonces, se configura al ritmo de un gobierno que exhibe dosis excesivas de impericia e ignorancia sumadas a la corrupción propia de esos negociantes insomnes que cada vez que el ceremonial y el protocolo los obligan a decir viva la patria se les escapa viva el dólar.
Así las cosas, el aludido escenario sería ideal para imaginarse una creativa confluencia frentista multisocial y polícroma y con una estrategia de poder fuerte y clara que se proponga llegar al 2019 como escala técnica para ir más allá del 2019 hacia un futuro nacional y popular en serio y sin vulnerabilidades a la vista. Pero, para ello, hacen falta muchas cosas y, sobre todo, la principal en esta hora: cero sectarismo.
En este punto, advertimos que los kirchneristas tienen un problema, además de todos los demás problemas que también tienen: suelen mostrar, a veces, una suerte de reflejo esotérico y endogámico aun al riesgo de bordear el incesto ideológico. Esto ocurre porque los kirchneristas (los que deciden) son peronistas y el peronismo es una escuela en la que se enseñaba a desconfiar de todo lo que no fuera nacional y popular, Marx y Fidel Castro incluidos. Pero este residuo cultural, que ayer les sirvió a los peronistas tal vez para afirmar una identidad inicialmente lábil frente a la muy pertrechada verba maximalista, hoy les juega en contra porque ni La Cámpora ni todo eso otro que no es La Cámpora pero que también es susceptible de ser englobado como kirchnerismo, no sólo no las tiene todas consigo sino que no tiene, por ahora, ni una sola consigo -no ya todas-, esto es, está en el llano, en bolas y a los gritos y bajo el fuego cruzado no sólo del gobierno y la cadena Magnetto, sino también bajo el fuego del peronismo que los odia, que es el peronismo de derecha y que el gobierno llama “peronismo racional”.
Sin embargo sigue siendo cierto aquello que decía ese gran presidente que fue Néstor Kirchner: sin nosotros, no se puede; pero sólo con nosotros, no alcanza. Así las cosas, hay que ponerse a trabajar en pos de una colusión multipropósito, es decir, que exceda lo meramente electoral y, sobre todo, que no desconfíe de todo aquello proveniente de hontanares diversos y abigarrados.
A propósito, acaba de decir el jefe de La Cámpora que no se trata de reconstruir el pasado sino de construir el futuro. Excelente comienzo. Bella dialéctica. Porque implica concebir a la política como dato de la historia y a ésta como movimiento y cambio en sentido progresivo. Es de esperar que mañana no se le ocurra, al jefe de La Cámpora, darle seguridades a ningún inquisidor de la derecha acerca de que él permanece, impoluto, dentro de lo políticamente correcto, y que por nada del mundo se le ocurriría confabularse con ideologías foráneas en pos del poder político de la Argentina. Antes -hace unos meses-, el jefe de La Cámpora dijo, desde su banca en el Congreso, que si alguna vez el Grupo Clarín perseguía a Macri, La Cámpora iba a estar del lado de Macri. En fin… También es de esperar que haya reflexionado acerca de la poca o ninguna felicidad de semejante declaración de solidaridad. Las convergencias frentistas, si duraderas y beneficiosas para el país y los trabajadores, deberán autoerigirse sobre las bases sólidas de la ideología y los valores. De lo contrario, nuevas frustraciones nos aguardan.
Todas estas voces simples y sanas y con anclaje sólo en la moral y las buenas costumbres y en la independencia de criterio que exige toda moral y toda buena costumbre, y dictadas, además, por la buena leche anticapitalista, no parecen ser, a veces, bien interpretadas y se corre el riesgo, así, del deslizamiento hacia un sectarismo incipiente que muy bien podría seguir, si se persiste en él, abonando el camino de las derrotas.
Porque, hay que decirlo, la derecha de este país le ganó al peronismo en 1955, en 1976 y en 2015. Y así, los que quedamos en bolas y a los gritos, fuimos nosotros, es decir, el pueblo trabajador de la Argentina, en cada ocasión en que la derecha le ganó al peronismo o, por mejor decir, en las ocasiones en que el peronismo nos dejó en manos de la “Libertadora”, del terrorismo de Estado y de Macri, que es como decir del terrorismo de Estado al cuadrado, no sólo por la reputación de cuadrado que ha sabido ganarse el presidente sino porque le entregó, de entrada no más, todo el diseño de los grandes lineamientos de política interior y exterior de la Argentina a los “think tanks” del Departamento de Estado y a los fondos de inversión en los que graznan, ahítos de carroña, los buitres, y ahí están, como prueba, Black Rock y Templeton, que nos acaban de “ayudar” a salir de la crisis de la timba financiera que causaron las Lebacs (letras del Banco Central).
Tal vez uno de los más trascendentes legados que nos haya dejado el período 2003-2015 sea aquel dato fuerte que desafía al tiempo y que también es un concepto duro que reclama urgente estatus teórico en la ciencia económica: inclusión social. El crecimiento sólo se promueve con inclusión social. Bien entendido que no se trata de una inclusión exigida por ninguna moral sino de una inclusión como dato técnico en la medida en que constituye un insumo del proceso económico, más propiamente, del crecimiento. Mercado interno, demanda agregada e inclusión son conceptos de la ciencia económica que no se conciben por separado: van juntos. En la Argentina la inclusión fue activo fijo y operante en favor de los trabajadores por obra y gracia de las políticas implementadas por Néstor y Cristina Kirchner. Es el legado (uno de ellos) que dejan a los tiempos inmediatamente venideros esos procesos soberanistas que encabezaron en América Latina los nombrados, en nuestro país, así como Lula y Dilma, en Brasil; Evo Morales, en Bolivia; Rafael Correa, en Ecuador; Chávez y Maduro, en Venezuela.
Anotamos que con la inclusión ocurre lo mismo que con el consumo: son conceptos que deben ser evaluados en su significación fuera de todo paradigma o juicio moral. Ya dijimos por ahí, hace poco, que el consumo -aun el superfluo y desenfrenado de las sociedades opulentas- es un componente estructural y necesario del funcionamiento del sistema capitalista. (v. www.elcomunista.net; nota: “Marx, pensador del mercado mundial”). Del mismo modo, la inclusión social, a su turno, es efecto de la demanda agregada, que es el motor inmediato de la reactivación doméstica en favor, sobre todo, de pequeñas y medianas empresas. Lo dice el doctor Axel Kicillof: “… la propensión a consumir depende esencialmente de una sola variable… : el ingreso corriente” (“Siete lecciones de historia del pensamiento económico”; Bs. As., Eudeba, 2010, p. 283). Esto es, la oferta y la demanda no operan en ningún limbo, sino en el mercado. Ese es su “territorio” natural. Y los agentes que operan en el mercado son, también, seres individuales de carne y hueso. Que tienen un ingreso. Y que de ese ingreso viven. Mantener o aumentar ese ingreso es mantener o aumentar uno de los términos de la oposición binaria: la demanda. Ésta deviene, así, “demanda agregada”. Es agregada porque “se agrega” a la que natural o inercialmente genera el mercado.
Poco más adelante, el gran ministro de economía que tuvo Cristina Kirchner añade al tema una consideración vinculada a la proporción entre el aumento de los ingresos y el aumento del consumo. Ambos aumentos nunca van juntos -dice-. Aumentan más los primeros que el segundo. Y ello por una razón bien simple: hay “factores subjetivos” que explican eso, por caso, el ahorro, aunque no es el único. Explica a Keynes, aquí, el doctor Kicillof, y aclara didácticamente al economista británico también en el punto referido a la relación entre el consumo y la tasa de interés: aquél no depende de ésta, al contrario de lo que sostenía la teoría clásica (Kicillof, ibídem, p. 284).
Con estos y otros acervos que nos ha dejado el período 2003-2015 y superando insuficiencias inevitables, deberíamos prepararnos para ingresar a una nueva etapa histórica en el país de los argentinos. Esa etapa, en su dimensión fenoménica, aparece como el nuevo modelo económico, político, social y cultural que debería estar aguardándonos a partir de 2019. Se trata de un modelo que opera en las antípodas del actual endeudamiento con recesión e inflación y que pone en peligro el concepto mismo de Nación en la medida en que pone a nuestro país a remolque de políticas, decisiones y agendas diseñadas por otros en otra parte. Pero también debería tratarse de un modelo diverso a aquel que vivimos en el período 2003-2015 pues, como dice Máximo Kirchner, no se trata de reconstruir el pasado sino de construir el futuro. Cabe, entonces, la pregunta: ¿cuál es ese nuevo modelo de país que nos aguarda? No parece haber a mano más que una respuesta que consulta, en lugar primordial, la geopolítica. Esto es, nos debería estar aguardando un modelo que apueste a los espacios integrativos regionales como opción estratégica; y que, asimismo, ingrese al escenario global dispuesto a jugar unido a quienes, en esta etapa histórica del desenvolvimiento de la civilización humana, apuestan por la multipolaridad y contra todo hegemonismo. De cómo nos paremos frente a estos desafíos, de qué opciones hagamos y de cómo ubiquemos a la Argentina en un hipotético futuro más allá del 2019 dependerá el curso de ese futuro, claro está, pero también el saber quién es quién dentro del hoy heterogéneo, proteico y polícromo campo popular de la Argentina.
*Juan Chaneton, periodista, colaborador de Tesis 11
Escrito el 27/5/18