Hace ya un año que Cambiemos puso, en materia de educación, todas las cartas sobre la mesa. Activaron todos los dispositivos para reivindicar como mercancía aquello que al Estado le corresponde garantizar como derecho. No dar solución a la lucha de los trabajadores de la educación para demonizar la figura social del docente, confrontar padres contra docentes, gremios contra autoridades, voluntarios contra docentes, y pronunciar la brecha con frases desafortunadas sobre las diferencias entre educación pública y privada, eran hasta hace un año el cargamento liviano de este gobierno. Eso alarmaba y preocupaba. Porque, ¿qué vendría después? ¿Cuál sería el cargamento pesado?
En 2017, arrojar los resultados del Operativo Aprender mientras en la calle hervían personas
defendiendo la educación y reclamando un salario que se ajustara a la realidad económica, lejos de ser una decisión inocente, fue la herramienta política para presentar en estadísticas, números y garabatos todo lo que se proponían desde antes de arribar al poder: enfatizar sobre la idea cliché de “la educación en crisis”. Y una vez propuesto el oscuro panorama, la única solución posible para un cerebro neoliberal es la privatización -el negociado, el comercio, la mercancía, el binomio inalienable de la oferta y la demanda-; porque un Estado que no garantiza la educación de sus ciudadanos, deja el espacio para que de eso se encargue el mercado privado.
Hace un año también, María Eugenia Vidal convocaba voluntarios para encargarse de la tarea de los docentes que se adherían a los paros, y así garantizar la continuidad de las clases. Aquí hay que analizar a fondo porque hay un mensaje muy perverso por parte del gobierno detrás de la convocatoria a voluntarios. Es un mensaje que habla de sus convicciones y de sus principios sobre conceptos claves como educación y salud. Es un mensaje que camuflado en el lema “por los chicos” está diciendo, en realidad, “cualquiera puede enseñar, cualquiera dispone de las herramientas pedagógicas y específicas de las áreas, los docentes son prescindibles, cualquiera puede hacer su labor”. Ahí es donde radica la precarización y el menosprecio sobre la profesión docente. Y, de paso, reforzar la idea de “la educación en crisis” porque “los docentes son vagos”; porque convocar a ciudadanos a que desempeñen las tareas de otros ciudadanos es incitar a la confrontación, es proponer un espacio de lucha entre partes. No nos equivoquemos, no hay que sacralizar la actividad de los maestros, pero sí poner en perspectiva que se trata de sujetos sociales con derechos iguales a los del resto, que viven en función de los precios de una canasta básica -que pulula en las nubes- como el resto. Seguramente la Gobernadora no estuvo de acuerdo con la medida de fuerza de los gremios, y la haya considerado extrema o innecesaria, pero es igual de extrema la idea de que cualquiera puede ocupar el rol de otro para silenciar su voz.
Los medios hegemónicos hicieron su parte, y continúan haciéndola: categorizaron todas las variables en una sola etiqueta: “conflicto docente”. Dos palabras unidas sin ninguna ingenuidad detrás. Esa consigna de atar al docente al conflicto caló los huesos de toda la audiencia. El docente quedó estrechamente relacionado con el conflicto, el docente ahora es conflictivo, donde hay un docente hay un problema. Es una muy mediocre y desgraciada lectura de un conjunto de situaciones. Los medios titulan y logran establecer un reduccionismo inigualable sobre el asunto: “aumento de sueldo”. Pero es mucho más complejo y amplio que eso: se trata también de la seguridad laboral, de la revisión del rol social del docente y de las leyes que regulan la educación, del vaciamiento paulatino que sufre el sistema educativo de gestión pública, de los riesgos que genera la estigmatización de la figura del maestro para una sociedad condicionada intelectualmente por los medios masivos, se trata, al fin y al cabo, de un entramado de conflictos que desemboca en una misma institución social: la escuela, los institutos, la universidad.
Para este año, el gobierno nos tenía guardados otros ases en la manga, que se suman a las luchas de todos los inicios de ciclos lectivos: cierres de carreras de formación docente, una fuerte represión a los trabajadores de la educación de Chubut, otra gran represión a los estudiantes terciarios que reclamaban por el polémico proyecto de la UniCABA, el permiso ilegal para el acceso de personal de fuerza pública a universidades e institutos del interior, que incluyó detención de estudiantes y privación de la libertad en medio de maltratos y violación a la integridad física. Y sumaron: nuevos y enormes recortes de los presupuestos de educación en todas las provincias, cierre de escuelas rurales e isleñas, persecución político-ideológica a los representantes gremiales de los docentes, desatención a la lucha de estudiantes terciarios por la implementación del Boleto Estudiantil Terciario, y pronunciaciones absolutamente repudiables de la Gobernadora sobre el acceso de los habitantes del conurbano bonaerense a las universidades públicas.
La lucha es mucho más amplia de lo que comprende un salario. Se lucha también por una ideología: cada vez que se le pega a un maestro saldrán miles a la calle para enseñar (porque eso es lo que hacen los maestros: enseñar) que una sociedad puede ser entendida como un niño, que con golpes no se crece sanamente ni se corrige, que si se reprime por un lado la situación desbordará por otro, que si se huye del diálogo se recae en la violencia, que al otro no se lo maltrata ni destrata: se lo trata como a un igual.
Y si los docentes se callan, si los maestros no luchan, si los profesores no debaten, los pibes naturalizan la opresión y la represión, la violencia física y la simbólica. Es ahí cuando un docente ya no está enseñando, porque lo está haciendo un gobierno desde la fuerza represiva de un Estado. Y lo que se enseña en ese caso, es repudiable conforme a las bases constitutivas de una democracia. Entonces, ya no importa si al Presidente le enseñaron o no a leer en el Colegio Cardenal Newman, porque lo que verdaderamente importa es la herida social que se genera, el precedente que se deja con una pulseada que parece no tener fin. La historia lo recuerda todo, no nos permite olvidar. Y si se va a sentar un precedente que sea el de la lucha incansable. Aunque deban soslayarse todos los prejuicios y las opiniones descalificadoras de quienes parecen haber sido educados por supersujetos ajenos a la realidad social. Aunque lo que está llegando sea el cargamento pesado, que persista la lucha. ⁕
F. Giralda.