(américa latina/brasil)
“Los márgenes del Gobierno brasileño quedaron expuestos cuando el ministro de Economía Paulo Guedes, el más fervoroso defensor de las reformas, admitió la necesidad de frenarlas por temor a un contagio de la situación que vive la región.”
Cada vez hay más preocupación en los círculos
financieros internacionales por la suerte del presidente brasileño Jair
Bolsonario y sus reformas debido a la conjunción de turbulencias políticas en
la región y en su propio país.
La preocupación se relaciona con los llamados tiempos políticos. Se considera
que el primer año de Gobierno es clave para emprender reformas, ya que luego
las inercias y las trabas del propio sistema tienden a ser mayores, en
particular cuando se avecinan tiempos electorales.
El influyente periódico británico Financial Times, se pregunta si a
Jair Bolsonaro ya se le pasó la hora de hacer las reformas que Brasil necesita.
Según el diario inglés, la ventana de oportunidades se produjo entre enero de
2019, fecha en que Bolsonaro asumió la presidencia, y las elecciones
municipales de 2020. El periódico se pregunta si el presidente “sucumbirá
nuevamente a su hábito perpetuo de decepcionar a los inversores”.
Los mercados financieros globales recibieron con euforia al Gobierno de
Bolsonaro, lo que se refleja en la impresionante subida de la bolsa (Bovespa),
que durante su primer año trepó por encima de los 100.000 puntos, escalando un
30% este año.
Los mercados esperan mucho más de un alumno aventajado de la escuela neoliberal
de Chicago. Restan por implementarse la reforma de la administración pública y
sobre todo una simplificación del sistema tributario que los empresarios
consideran una cuestión irrenunciable, ya que es muy riguroso y burocrático.
Los márgenes del Gobierno brasileño quedaron expuestos cuando el ministro de
Economía Paulo Guedes, el más fervoroso defensor de las reformas, admitió la
necesidad de frenarlas por temor a un contagio de la situación que vive la
región.
En efecto, días atrás, Guedes declaró en Washington que nadie debería sorprenderse
si en Brasil hubiera manifestaciones como las que suceden en Chile y su
Gobierno reaccionara imponiendo un nuevo Acto Institucional-5. Se trata de un
decreto de la dictadura militar que otorgó potestades a las Fuerzas Armadas
para cerrar el Congreso y suprimir la oposición.
Uno de los más importantes opositores a esa medida es el ex presidente Fernando
Henrique Cardoso, que implementó un riguroso programa neoliberal en la década
de 1990 y es atentamente escuchado por el mercado financiero.
Más aún, ya surgen voces incluso dentro del sistema financiero que dudan de que
Bolsonaro vaya a aprobar las reformas que prometió, ya que “como
legislador nunca apoyó ese tipo de cambios”. En ese sector se extiende el
temor de que el pequeño crecimiento que se registra, de apenas el 1% del PIB,
luego de años de retroceso, se vea afectado por una política sin rumbo como la
que encara Bolsonaro.
En la mencionada rueda de prensa en Washington después de reunirse con Donald
Trump, Guedes admitió también que la oleada de protestas en la región llevó a
su Gobierno a paralizar las reformas administrativa y tributaria.
Las luces rojas se encendieron en Brasilia cuando estalló la protesta en Chile,
considerado el país modelo en la aplicación de medidas neoliberales en la
región. Uno de los hijos de Bolsonaro, Eduardo, diputado federal, señaló antes
incluso que el ministro de Economía la posibilidad de reflotar el decreto de la
dictadura.
Es evidente que existen temores en el Gobierno. Bolsonaro envió al parlamento
un proyecto de ley para garantizar la impunidad de los militares, policías
federales y agentes de la fuerza nacional durante operaciones que se realicen
en el marco de la legislación Garantía de Ley y Orden.
Esto en un país donde los agentes policiales matan impunemente desde hace ya
mucho tiempo. Los estudios realizados en el estado de Río de Janeiro, destacan
que más del 90% de las muertes provocadas por policías y militares no son
investigadas y acaban archivadas por la justicia. Desde que asumió el gobernador
bolsonarista Wilson Witzel (de enero a octubre), han sido muertas 1.546
personas, la cifra de letalidad policial más alta desde que existen registros,
después de 1998.
La situación en Brasil se encamina hacia el fracaso del Gobierno de Bolsonaro,
lo que se traduce en la necesidad de buscar o de crear un enemigo interno para
culparlo de un seguro fracaso electoral. Pero hay algo más.
Lo primero, es que un Gobierno que frena su programa estrella de reformas por
temor a un estallido social es necesariamente un Gobierno débil. Las razones de
esta debilidad hay que buscarlas en la forma como llegó al poder: una avalancha
de votos poco consolidados, arrastrados por promesas imposibles de cumplir en
una situación de profunda crisis económica, social y política.
Todos los datos indican que el bolsonarismo va quedando reducido a su núcleo
duro, alrededor del 30% del electorado. Una cifra muy importante que permite
concluir que esa corriente no va a desaparecer, pero que tendrá enormes
dificultades para repetir dentro de tres años. Es la debilidad intrínseca de
las fuerzas que lidera Bolsonaro lo que provoca deslices como los señalados.
La segunda consiste en que tanto el sistema financiero como el político
consideran que la situación regional es explosiva, que luego de lo sucedido en
Chile puede suceder cualquier cosa en cualquier lugar y en cualquier momento.
Si estalló la ciudadela neoliberal, el oasis, como dijo el presidente Sebastián
Piñera, los países con situaciones más delicadas pueden preparase para lo peor.
En Brasil las huestes de Bolsonaro tienen perfecta conciencia de que son una
camada de intrusos en el sistema político brasileño, que crecieron de forma
geométrica y, sobre todo, que cualquier desliz puede devolverlos a una
oposición de la que nunca creyeron que iban a salir. En suma, son oportunistas
que medraron en una situación extremadamente crítica.
Creo que tanto la izquierda como la oposición de centro-derecha brasileñas,
están domesticando las aristas más filosas del bolsonarismo, cuando aún no ha
cumplido su primer año. Lo que aún no sabemos es qué hará la calle. Sería una
ironía de la vida que un movimiento que creció cuando millones ocuparon las
calles desde el año 2013, impulsadas por la ultraderecha, cayera por la misma
medicina que le llevó al poder.
*Raúl Zibechi, escritor y pensador-activista uruguayo, dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina