Algunas expectativas. Mucha seguridad de que no diría nada nuevo. Absoluta convicción de que Trump solo hablaría de lo «grande» del país que está construyendo. De su «obra» que, aseguró, «es un modelo para todo el mundo»
Algunas expectativas. Mucha seguridad de que no diría nada nuevo. Absoluta convicción de que Trump solo hablaría de lo «grande» del país que está construyendo. De su «obra» que, aseguró, «es un modelo para todo el mundo».
Por supuesto, ni una frase siquiera sobre los más de 40 millones de personas pobres que viven en esa nación, la más rica del planeta.
Sus datos están tan manipulados que, en vez de enorgullecerse por la cantidad de empleos creados durante su administración, debió acudir a las cifras reales que muestran a un país con un 5,04 % de desempleo, cifra esta que fue en ascenso en el último trimestre del pasado año.
Así transcurrió el discurso anual del Estado de la Unión, donde el mandatario usó algo más de una hora en decir lo que sus seguidores querían oír: todo muy bueno, el país avanzando a toda vela, la economía «de maravilla», dureza contra los «asesinos» inmigrantes…
Del juicio político en su contra que allí mismo, en el propio Congreso donde habló, concluyó este miércoles, ni una palabra, parece que estaba aburrido de la cantidad de tuits que ha enviado acusando a los demócratas, amenazando a testigos, y negando absolutamente todo lo que se le imputa.
Al comienzo de su oratoria, cuando entregaba copias de su discurso a quienes presidían la sesión, se mostró como es al dejar a la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, con la mano tendida, pues le negó la suya en un gesto típico de su arrogancia y su falta de las más elementales reglas de educación y cortesía.
Su discurso a la medida de los oídos republicanos, más que el resumen de un año de labor en la presidencia, fue un documento de campaña para su plan de reelegirse en noviembre.
En política exterior se dedicó a aspectos ya reciclados de su estrategia: Irán, Afganistán, demás conflictos en el Oriente Medio. Por supuesto, no dudó en los peores calificativos contra la República Islámica de Irán. Tampoco en justificar el asesinato, ordenado por él, del general iraní Qasem Soleimani, y –también en busca de votos entre la población estadounidense– prometió una vez más el «regreso a casa» de los miles de militares de su país que aún permanecen en Afganistán.
De América Latina –más de lo mismo–: «Estamos apoyando las esperanzas de las personas de Cuba, Nicaragua y Venezuela». «Por eso mi administración
ha revertido las políticas pasadas sobre Cuba», aseveró.
Otro bochornoso momento fue cuando los asistentes supieron de la presencia en el auditorio del impostor Juan Guaidó, un engendro de Trump y sus halcones, a quien presentó como «el verdadero presidente de Venezuela».
«Hoy he cumplido otra promesa. Acabo de firmar una orden dando instrucciones al Secretario (de Defensa) Mattis para que revise nuestra política de detención y para mantener abiertas nuestras instalaciones de detención en la Bahía de Guantánamo», advirtió al hablar sobre su concepto de terrorismo.
En cuanto a Rusia y China, dijo: «En todo el mundo, nos enfrentamos a regímenes díscolos, a grupos terroristas y a rivales como China y Rusia que desafían nuestros intereses, nuestra economía y nuestros valores. Sabemos que, a la hora de hacer frente a estos peligros, la debilidad es la senda más segura hacia el conflicto, y una fuerza sin par es el medio más seguro para defendernos.
«Por esta razón, aseguró, le pido al Congreso que ponga fin al peligroso secuestro de la defensa y que financie totalmente a nuestras grandes Fuerzas Armadas».
Esas y otras muchas diatribas de Trump llevaron a una escenificación inesperada: la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, que seguía el discurso del mandatario al lado de él, se paró y rompió el documento en un gesto que bien puede catalogarse como el fin de aquella comedia mediática montada por el mandatario.
De esa política, nada nueva por cierto, nuestro José Martí escribiría, en mayo de 1885, un profundo y detallado artículo para el diario argentino La Nación: «Es recia, y nauseabunda, una campaña presidencial en los Estados Unidos […]. Los políticos de oficio, puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen, no buscan para candidato a la Presidencia aquel hombre ilustre cuya virtud sea de premiar, o de cuyos talentos pueda haber bien el país, sino el que por su maña o fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos al partido, y más influjo en la administración a los que contribuyen a nombrarlo y sacarle victorioso».
El discurso de Trump, 135 años después de lo que escribió Martí, parece presentarnos los mismos rasgos de una sociedad, ahora más exacerbada que nunca por el sistema social que la sostiene.
Autor: Elson Concepción Pérez | internet@granma.cu