La lengua del diablo: Chile, entre la continuidad de la lucha, la peste y el negacionismo

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Revista Tesis 11 Nº 133 (04/2020)

(américa latina/chile)

Claudio Ponce*

El 11 de marzo se cumplieron treinta años de la hipotética recuperación del “Estado de Derecho” en la República de Chile. Se cumplieron también dos años de la segunda presidencia de Piñera y el país sigue sumergido en las turbias aguas del autoritarismo disfrazado de Democracia. Desde el inicio de la protesta pacífica en octubre de 2019, el gobierno reprimió brutalmente toda forma de libertad de expresión intentada por las manifestaciones de estudiantes, el movimiento de mujeres o la movilización de los trabajadores. La gestión Piñera atacó salvajemente a las masas populares que irrumpieron en el espacio público chileno, argumentando una “guerra” contra un eventual enemigo que no era otro que su propia ciudadanía. La violencia institucional de la derecha chilena pareciera no tener fin. 

La alegoría de los jinetes del Apocalipsis, que en tiempos de la persecución de los cristianos fue un manifiesto contra el imperialismo romano, se observa hoy declarada proféticamente en la vanguardia del capitalismo neoliberal. Estos “caballeros de la injusticia”, “la conquista”, “la guerra”, “el hambre” y “la muerte”, azotaron a los pueblos del Tercer Mundo en general y de América Latina en particular como soldados al servicio de lo que hoy sería el nuevo imperialismo, la política exterior del “Tío Sam”. En Chile, situación que se intenta abordar en este artículo, después de mucho tiempo de sufrimiento por causa de los malditos “caballeros al servicio del imperio”, comenzó la lucha en pos de la renuncia de Piñera y todo su gabinete. A su vez y en continuidad con el relato simbólico, pareció ser que el “jinete de la Peste” vino en auxilio del resto de sus colegas para que se preserve el mal neoliberal en el gobierno chileno, aunque superando las intenciones del montador, al parecer se le mancó el caballo. Ahora bien, más allá de lo simbólico del relato bíblico, la coyuntura social y política del país trasandino dejó en evidencia la absoluta falsedad del discurso neoliberal.

El gobierno de Sebastián Piñera venía soportando la protesta de un pueblo decidido a terminar con su administración y con el régimen de total exclusión. Este sistema, que castigó al país desde el golde de Estado cívico-militar que derrocó a Salvador Allende, fue el que por medio de una violencia inusitada impuso el modelo neoliberal en la República de Chile. ¿Por qué pudo ocurrir el quiebre de la democracia chilena? ¿Qué fue lo que realmente se planificó detrás de ese golpe feroz y monstruoso?

El capitalismo neoliberal se instaló en Chile desde el golpe de Estado del general Pinochet el 11 de setiembre de 1973. Este “jinete de la muerte” irrumpió de manera sangrienta en el Palacio de la Moneda para destruir toda reforma social del gobierno anterior y hacer de Chile otro país. Esto fue posible por el accionar de los Estados Unidos que operó militar y políticamente para que el levantamiento de Pinochet sea exitoso. A posteriori, este sádico militar condujo una dictadura durante diecisiete años y luego, en lo que se llamó el “retorno de la democracia”, se auto-nombró senador vitalicio hasta su muerte. Los hechos posteriores develaron cuales fueron en realidad los objetivos planificados con anterioridad a la aberración cometida por la derecha chilena. El imperialismo en acuerdo con la oligarquía de Chile implementó un proceso de reformas orientadas a poner en práctica la “novedosa ideología capitalista” denominada neoliberalismo. De allí en más el país conoció el sistema de injusticia más profundo de su historia. Se puso en marcha un dispositivo de negacionismo absoluto y mendacidad sistemática, como praxis de una violencia simbólica e institucional en pos de consolidar “una nueva forma de vida” fundada en los viejos postulados del “Darwinismo Social Spenceriano”. Este “experimento” de un nuevo tipo de nazismo disfrazado, se expandió por medio de una extrema violencia genocida con mayor o menor resistencia, por todos los países de América Latina. En los años que siguieron, con la desintegración de la URSS, las ideas de Milton Friedman  se proponían como la única ideología triunfante en la “globalización planetaria”. Esta calamidad expresada en guerras, hambre y muerte para gran parte de la humanidad, pareció ser cuestionada en los albores del siglo XXI por movimientos populares que accedieron al gobierno en muchos de los países del continente latinoamericano, menos en Chile. Mientras en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Ecuador y Bolivia volvían a levantarse las banderas que luchaban por una sociedad más justa e igualitaria, en Chile se ponía de modelo ejemplar el supuesto éxito de la política social y económica neoliberal. En realidad, Chile no era más que una vulgar analogía de la obra de Oscar Wilde, el “Retrato de Dorian Gray”, hacia afuera mostraba la bella imagen de una sociedad en orden y muy tranquila, mientras en su interior se vivía la desigualdad, la injusticia y la represión. La República de Chile era la difusión de una gigantesca mentira que se presentaba como verdad, la divulgación de un negacionismo absoluto promocionado por los monopolios multimediáticos, la construcción de una realidad para ser vista solamente por televisión, era la mentira del diablo que ocultaba la extrema desprotección y el permanente maltrato reivindicando las malditas prácticas del Terrorismo de Estado.

El 18 de octubre de 2019, otra vez octubre se presentó como el tiempo de las rebeliones populares, estalló la protesta chilena que arribó con un grito estentóreo,  “un basta definitivo” a la farsa de una democracia que nunca fue tal. Estudiantes de enseñanza media, universitarios, movimiento de mujeres y trabajadores tomaron las calles para exigir la renuncia total del gobierno y la búsqueda de una salida alternativa para terminar con la total situación de injusticia. La primera reacción de Piñera y toda la derecha chilena, fue lisa y llanamente una declaración de guerra contra un “supuesto enemigo” que según el presidente venía para socavar la “democracia chilena”. Como de costumbre, el primer magistrado respondió negando la realidad, mintiendo en forma descarada sobre lo que acontecía en su país a la vez que culpaba a todo tipo de esquizofrénicas conspiraciones internas y externas. La verdad era que el único enemigo del que hablaba Piñera era su propio pueblo. Con el paso de los días y los meses, los reclamos y las movilizaciones continuaron poniendo en jaque a la pseudo-democracia de Chile, y el gobierno tuvo que ir cediendo espacio a medida que se profundizaba la protesta. Por supuesto que esta breve retirada del régimen se pagó con altos costos en vidas humanas, con muertos, heridos, ciegos y torturados que a pesar de la terrible represión siguieron presentes en las calles de Santiago y demás ciudades de todo Chile. De esta forma, viéndose acorralado, el presidente convocó a un plebiscito para una posible reforma de la constitución pinochetista que aún hoy rige en el país. Aún así la protesta no cesó, por el contrario, los reclamos se agudizaron por el descreimiento en la clase gobernante ya que para el pueblo, ellos representaban la continuidad de todo el mal que los aquejaba. Aturdido por el “asombro”, Piñera y sus amigos de la oligarquía se preguntaban públicamente que pretendía esa gente en las calles… ¿Qué querían estos mal educados? ¿Quiénes eran en verdad estos manifestantes? ¿Por qué nada los conformaba? Parecían una invasión de alienígenas sostuvo la “primera dama chilena”… En fin, la coyuntura social, económica y política de Chile semejaba al contenido de Germinal, la novela de Émile Zola. Frente a las multitudinarias movilizaciones y a pesar de la brutalidad represiva, la administración Piñera parecía ceder, parecía que podía ser derrotado definitivamente cuando sobrevino el jinete que faltaba, “la Peste”, para modificar otra vez la coyuntura social y política del país trasandino.

La pandemia del corona virus, que llegó del primer mundo sin razones conocidas, alcanzó a Chile en medio de la lucha callejera de los sectores populares y dio la sensación que podía salvaguardar los intereses de la derecha tradicional por lo menos por un tiempo más. Piñera reaccionó acorde a su naturaleza política, con la excusa del virus suspendió inmediatamente el plebiscito y ordenó la salida del ejército a la calle para que junto a los carabineros, hagan cumplir el toque de queda. Piñera siguió en guerra contra las clases subalternas de su país. Pero aún en estas condiciones, si la derecha pensó que las protestas terminarían, nuevamente se equivocó. Las protestas continuaron desde todos los hogares con cacerolazos y con carteles que volvían a pedir la renuncia de Piñera y todo su gabinete. Lo que sí reveló la pandemia fue el lento accionar del gobierno chileno frente a la expansión del virus. Mostró también claramente la crisis de un sistema sanitario que hacía mucho se había convertido en una relación entre salud y negocios en donde los altos precios de las clínicas y los cobros abusivos de los productos hicieron de la salud un lujo y no un derecho. El retiro del Estado con respecto a los servicios, con la idea de educación cero y salud cero, dejaron en evidencia la crueldad de la receta neoliberal. Las crisis suelen exponer el verdadero rostro de los sistemas de gobierno, dejar al desnudo la realidad que los medios al servicio del imperialismo siempre intentan tapar, y en el caso chileno develó el abandono y la miseria en que realmente vivía su pueblo. Piñera, fiel representante del neoliberalismo y de la tradición pinochetista, gobernó siempre para una minoría a la que nunca le interesó comprender el padecimiento de sus compatriotas.

La Nación chilena tiene mucho por hacer y mucho por luchar para liberarse de una vez y para siempre del yugo neoliberal. El destino está en manos de estos jóvenes que a pesar de toda la represión, de los malos tratos, de las mentiras y la injusticia, siguieron dando pelea a quienes se creyeron siempre superiores al resto de los mortales. Los estudiantes, las mujeres y toda la clase trabajadora representan la esperanza de reconstrucción de ese Chile que quedó trunco con el asesinato de Salvador Allende.

*Claudio Esteban Ponce. Licenciado en Historia. Miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11

Una respuesta a “La lengua del diablo: Chile, entre la continuidad de la lucha, la peste y el negacionismo”

  1. Ariana Camila sosa dice:

    Muy bueno profesor, saludos, admiración a usted !
    Atte: alumna de San Ramón nonato año 2014/15

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