Revista Tesis 11 Nº 133 (04/2020)
(situación nacional/sociedad)
Gerardo Codina*
Antes del coronavirus, la sociedad estaba impactada por las tremendas imágenes de una patota rematando a golpes a un muchacho a la salida de un boliche en Villa Gesell. Unos y otros buscaban una explicación plausible para la irracionalidad manifiesta en ese brutal comportamiento. Es probable que no sea una sola, sino que deban conjugarse varias para dar cuenta de ese hecho. Pero más allá eso, importa como emergente de un paradigma cultural.
Teclear asesinato de Fernando en el buscador de internet devuelve en 51 segundos el acceso a casi 32 millones de documentos, en su absoluta mayoría argentinos. Es una dimensión que habla de la enorme repercusión que tuvo el hecho, alimentada por el registro de los sucesos en varias cámaras, algunas de ellas accionadas por los mismos integrantes de la patota.
La condición de miembros de un equipo de rugbiers, implicó un debate sobre ese deporte, su práctica en nuestro país y el posicionamiento social real o aspiracional de sus practicantes. Se intentó encontrar en su lógica de juego en equipo, reforzada por las actividades compartidas casi inexorablemente fuera de la cancha, como la institución del “tercer tiempo” y los fuertes lazos grupales que se forjan de ese modo, explicaciones sobre la actitud de manada puesta en evidencia en Gesell.
Luego otros cultores del mismo deporte quedaron en evidencia por su inconducta social durante la cuarentena dispuesta para afrontar la epidemia del coronavirus. Tanto el joven que escapó de un centro asistencial en Colonia y ocultó su enfermedad para abordar el ferry a Buenos Aires, como el que ingresó con su camioneta desde Brasil e interceptado en ruta y escoltado hasta su domicilio en Flores, apenas se retiró la custodia policial, reanudó inmediatamente su viaje a Ostende pese a la prohibición de circular, comparten el pasaje por el rugby como disciplina deportiva en su adolescencia. Aparentes razones adicionales para estigmatizar un juego.
Más allá del rugby y del asesinato de Fernando, prevalece una sensación de que la violencia en las relaciones sociales se ha generalizado. Tanto en el ámbito doméstico, como en el espacio público, las modalidades de sociabilidad que se imponen, con matices en los diferentes estratos sociales, son expresivas de una crispación apenas contenida.
Una conclusión fácil es que, en la medida que predomina la lógica neoliberal del individuo emprendedor en permanente competencia para no fracasar, como diseccionan Laval y Dardot[1], el otro solo existe como rival. Fernando así solo sería otra víctima del sistema. Cuarenta largos años de absoluta hegemonía mundial dotarían al neoliberalismo de una potente capacidad de modelar culturalmente las sociedades y con ello las conductas individuales.
La creciente tensión entre la democracia, que supone un estatus de igualdad ciudadana entre sus miembros, y la concentración cada vez más pronunciada de la riqueza en un vértice absolutamente minoritario de la sociedad, se expresa también en una creciente conflictividad social, mucha veces canalizada en la criminalidad.
Sin embargo, un dato que llama la atención en el hecho delictivo de Gesell es el ataque colectivo y por sorpresa a un indefenso. La conspiración grupal para realizar una emboscada que procuraba la eliminación del objetivo. El hecho en sí no es novedoso, pero encarna un cambio de época en el ejercicio de la violencia. Sobre él queremos reflexionar.
El deporte y la virilidad
La virilidad[2] adolescente tradicionalmente se asociaba a episodios de violencia física, ejercida para establecer prelaciones, dominancias o exclusiones. Entre otros ritos, la resiliencia frente a los golpes padecidos y la disposición de no rehuir al enfrentamiento, marcaban el pasaje al mundo de los hombres.
La circunstancia actual de que las mujeres masivamente comiencen a participar de las mismas lógicas sociales no altera su devenir histórico.
Ser hombre era (es) soportar sin quejas el dolor y la cobardía no era (es) atributo respetable.
Por lo mismo, tiempo atrás las lides se libraban con unas pocas pero efectivas reglas. Mano a mano, los contendientes de frente y el grupo vigilando que no hubiese trampa y también presente para evitar el abuso, porque el enfrentamiento era para dirimir destrezas y capacidades, pero no para destruir o lastimar a nadie.
En esencia, no se trataba de una confrontación entre dos, sino de un examen ante el grupo de pertenencia. Aprobarlo, ser aprobado, era el objetivo. El ataque grupal por la espalda a un indefenso, para esos códigos, no era otra cosa que una demostración de cobardía. Esto se ha perdido.
Una lógica similar a la antes descrita es la que organiza a todos los deportes que, desde los griegos inventores del Juegos Olímpicos, son descendientes de los entrenamientos para el combate. Entrenamientos que se realizan en tiempos de paz. La confrontación reglada, limitada a las exigencias de establecer un ganador, pero contenida para no destruir al oponente.
Esta regla básica del deporte estuvo alterada en Gesell y no pertenece a su mundo. Sin ambicionar fair play en todas las manifestaciones deportivas, a veces corrompidas por prácticas impropias ya que siempre hay algún Bilardo, debemos aceptar que el basamento de la lógica deportiva es que la competencia es como una guerra, no una guerra en sí misma. No se trata de destruir o matar al adversario, sino de vencerlo, siguiendo las reglas compartidas de la disputa.
Esto es más evidente en las competencias colectivas, pero también en las disciplinas individuales gana quien se impone a los demás. Del mismo modo que en el ajedrez simbólicamente confrontan dos colectivos: blancas versus negras.
Recordar estos antecedentes poco pacíficos de los deportes, aún los juegos de mesa, nos trae a nuestro análisis la condición violenta de nuestra humanidad.
El psicoanálisis y la violencia
En 1932, un Sigmund Freud que ya había hecho un enorme recorrido teórico, respondía a una inquietud epistolar de Albert Einstein. ¿Se podía impedir las guerras?, era la pregunta que le había formulado el eminente científico, por entonces a su vez Premio Nobel de Física, que ese mismo año se exiliaba ante el avance del nazismo en Alemania.
Como resultado de su profunda indagación del psiquismo humano, Freud en su respuesta desde Viena se muestra escéptico con la posibilidad de que puedan prevenirse las guerras, ya que para él, la inclinación agresiva “es una disposición pulsional autónoma, originaria del ser humano”, y la cultura encuentra en ella su obstáculo más poderoso. Y a la inversa, la cultura limita la agresión, al interiorizarla.
Publicada como “El porqué de la guerra”, en su contestación Freud concuerda con Einstein en que un buen punto de partida para reflexionar desde la psicología “el problema de prevenir las guerras”, es la relación “entre el derecho y el poder”. Pero inmediatamente le propone “sustituir la palabra ‘poder’ por el término, más rotundo y más duro, ‘fuerza’”. Y argumenta: “Derecho y fuerza son hoy para nosotros antagónicos, pero no es difícil demostrar que el primero surgió de la segunda”. Es que “…en principio, los conflictos de intereses entre los hombres son solucionados mediante el recurso de la fuerza (…) domina el mayor poderío”.
Y prosigue su argumento: “Sabemos que este régimen se modificó gradualmente en el curso de la evolución (…) por el reconocimiento de que la fuerza mayor de un individuo puede ser compensada por la asociación de varios más débiles (…) el poderío de los unidos representa ahora el derecho (que) no es sino el poderío de una comunidad.” Este pasaje de la prevalencia del más fuerte al poderío de la comunidad, exige para Freud que la comunidad permanezca porque, de no hacerlo “el primero que se sintiera más fuerte trataría nuevamente de dominar mediante su fuerza, y el juego se repetiría sin cesar”.
Así establece en teoría “lo esencial: la superación de la violencia por la cesión del poderío a una unidad más amplia, mantenida por los vínculos afectivos entre sus miembros.” Pero no se le escapa que se trata de una consideración teórica, “pues en la realidad es complicada por el hecho de que desde un principio la comunidad está formada por elementos de poderío dispar”, por lo que el “derecho de la comunidad se torna entonces en expresión de la desigual distribución del poder entre sus miembros; las leyes serán hechas por y para los dominantes y concederán escasos derechos a los subyugados.”
Esto hace que existan en el seno de la comunidad “dos fuentes de conmoción del derecho”, que “al mismo tiempo lo son también de nuevas legislaciones. Por un lado, algunos de los amos tratarán de eludir las restricciones de vigencia general, es decir, abandonarán el dominio del derecho para volver al dominio de la violencia; por el otro, los oprimidos tenderán constantemente a procurarse mayor poderío y querrán que ese fortalecimiento halle eco en el derecho, es decir, que se progrese del derecho desigual al derecho igual para todos.” Eventualmente, estos conflictos pueden resolverse de modos no pacíficos. “Vemos, por consiguiente, que hasta dentro de una misma colectividad no se puede evitar la solución violenta de los conflictos de intereses”, agrega.
En el texto que citamos, Freud subraya que la pulsión de muerte no puede estar ausente de ningún proceso de la vida y que enfrenta permanentemente a Eros, expresión de las pulsiones de vida. Cada una de estas energías es tan indispensable como la otra y “la acción eficaz conjugada y contrapuesta de ambas permiten explicar los fenómenos de la vida”. El derecho como la cultura, es un proceso al servicio del Eros, que busca reunir a los individuos aislados conformando lo que llamamos la humanidad, contrariamente a la pulsión de muerte que busca la disolución de estas uniones.
La violencia como diversión
En los sucesos criminales de Gesell se puede fácilmente ver la expresión de la violencia, que Freud estimaba como una de las dos potencias que movilizan el mundo psíquico. Pero resulta complejo encontrar el conflicto de interés. Más bien semeja el puro ejercicio de la violencia como diversión.
En este punto conviene anotar que, desde hace un largo tiempo, el aparato cultural de occidente trabaja incansablemente para lograr la naturalización del ejercicio de la violencia y la trasgresión de las normas, como atributos de poderío. Fenómeno que trascurre en paralelo con el estado de agresión militar continua que promueve ante todo Estados Unidos y con el paulatino abandono de todos los mecanismos de derecho internacional que la misma potencia había impulsado en la inmediata post segunda guerra mundial.
No sólo la abrumadora mayoría de las series televisivas y las películas más promocionadas, sino el nuevo formato de los videojuegos, contienen relatos de violencia delictiva, policial o agresiones armadas de todo tiempo y lugar, incluyendo sesiones de torturas y asesinatos virtuales, sino que proponen cacerías de adversarios para matarlos, en sesiones que pueden jugarse a solas o grupalmente, en red.
Los aparatos para el gaming ya forman parte de la oferta regular de las casas de electrodomésticos y su auge de masas ha hecho que estos juegos incluso tengan competencias internacionales. Los eSports son hoy un formidable negocio y un nuevo espacio de construcción de subjetividades. Hacen furor entre los adolescentes y una porción de los adultos y son para muchos una verdadera adicción.
El 4 de enero de este año, antes del tsunami pandémico, el diario porteño Infobae publicaba el calendario de eventos ligados a estos eSports señalando que “Worlds es la competencia más importante de League of Legends cada año. Los mejores equipos se reúnen para decidir cuál será el campeón del mundo. Este año se disputará en China, durante octubre y noviembre. La final será en el Estadio de Shanghai, que tiene capacidad para 55.000 personas.” Finales retrasmitidas por las redes para centenares de miles de espectadores.
Los temas de los espectáculos no son un evento azaroso. Además de reflejar los núcleos de las preocupaciones inconscientes colectivas de nuestro tiempo, evidencian la propia psicología de quienes detentan el poder.
Expresión de nuestra propia deriva de una sociedad de derecho a una sociedad tecno-feudal, donde prevalece el ejercicio de la fuerza hasta legitimada como expresión de la “voluntad de Dios”, la naturalización del ejercicio de la violencia se facilita cuando al otro se lo niega como semejante. El “negro”, el descartable, no es “gente como uno”. Deja de ser una persona, igual en derechos. Se convierte en un blanco factible para una cacería, un mero objeto sobre el que ejercer la supremacía que se pretende ostentar. En ese lugar ubicaron a Fernando los rugbiers de Gesell.
*Gerardo Codina, psicólogo, integrante
del Instituto del Mundo del Trabajo “Julio Godio” de la UNTref, ex Secretario
General de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA), miembro del
Consejo Editorial de Tesis 11.
[1] Christian Laval y Pierre Dardot, La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal, Gedisa, 2013.
[2] Kimmel, Michael S. “La virilidad no es estática ni atemporal, es histórica; no es la manifestación de una esencia interior, es construida socialmente; no sube a la conciencia desde nuestros componentes biológicos; es creada en la cultura. La virilidad significa cosas diferentes en diferentes épocas para diferentes personas.” Homofobia, temor, vergüenza y silencio en la identidad masculina. https://www.caladona.org/grups/uploads/2008/01/homofobia-temor-verguenza-y-silencio-en-la-identidad-masculina-michael-s-kimmel.pdf