El tan temible como infatigable avance del Co-Vid19, a lo largo y ancho del mundo, no sólo ha tenido como resultado el arrebato de miles de vidas humanas. Lo que muchos analistas se están planteando en estos momentos es cómo y hasta qué punto modificará la pandemia el ordenamiento de nuestras sociedades, y cuál es la respuesta que puedan brindar las instituciones ante la magnitud del desastre. El impacto global del Coronavirus, y el modo en que afectará a las economías más desarrolladas, nos llevará indudablemente a un nuevo comienzo. Las estrategias que han adoptado hasta el momento los Estados-Nación que hegemonizan el comercio internacional –tal como lo son Estados Unidos y China-, con seguridad nos invitan a formularnos algunas preguntas. ¿Será la solidaridad entre las naciones la que nos podrá sacar de este meollo? ¿Seguirá apostando el Primer Mundo por la exaltación de la individualidad incluso ante la catástrofe total? ¿Podrán los dos Estados capitalistas más pujantes reflotar su actividad comercial en los mismos términos que antes? Estos interrogantes son difíciles de resolver en la coyuntura, pero quizás la forma en que los primeros mandatarios estadounidense y chino se han comportado hasta el momento pueda ofrecernos algunas pautas de lo que nos espera a partir del 2020.
La llegada de Donald Trump al poder instaló en la mentalidad de los habitantes del país del norte dos slogans que, sin dudas, han buscado discursivamente delinear con claridad su política interior y exterior. En primer lugar, “Make America great again (Hagamos a Norteamérica grande nuevamente)” era un llamado a la recuperación de la producción nacional y al empleo de trabajadores nativos, tras la estocada que implicó la aplicación de la receta neoliberal desde la gestión de Reagan en la década de 1980. Y en segundo lugar, tenemos un “America first (Norteamérica primero)” que implicó la aplicación de una serie de restricciones a las importaciones de ciertos productos, mediante la aplicación de aranceles que castigaban duramente los bienes fabricados en territorio de su principal socio comercial: China.
La guerra comercial comenzó en 2018 pero alcanzó su pico con la detención de la hija del CEO de Huawei, considerada como la empresa de telecomunicaciones más poderosa a nivel mundial. Sus posibilidades de lanzar al mercado la tecnología de conectividad 5G representan toda una amenaza para la que ha sido considerada la potencia vencedora dela Guerra Fría; y China está más que deseosa de equilibrar una balanza que hasta el momento ha favorecido sobremanera al país que ha sido cuna de la juventud innovadora de Silicon Valley. No obstante, que sería de esta rivalidad sin un ingrediente especial: ese es la interdependencia de los grandes emprendimientos industriales de ambos países. China desarrolló su particular modo de entender el capitalismo captando las inversiones de capitales estadounidenses, ávidos de abaratar costos de producción trasladando allí las principales plantas de producción. Las empresas estadounidenses son fuertemente dependientes de los insumos chinos. Pero, al mismo tiempo, China sabe que perder la capacidad de consumo estadounidense también impactaría en su economía, que está mostrando sus primeros signos de desaceleración. La guerra comercial –y más aquí en el tiempo, las acusaciones cruzadas entorno al supuesto origen del Coronavirus en laboratorios estadounidenses, o como un descuido por falta de medidas de higiene en el mercado de Wuhan- parece estar más fogoneada por las “bravatas” de un siempre provocativo Trump.
No sólo compiten por cuestiones comerciales las dos naciones, por supuesto. Parece que hasta la misma epidemia se ha encargado de ubicar a uno sobre el otro en el ranking de afectados. Estados Unidos ha alcanzado el puesto número uno, sobrepasando los 120.000 infectados. Pero es interesante analizar la forma en que el Estado, aquella entidad denostada allí hasta el hartazgo por el consenso neoliberal, ha vuelto a la palestra. Tras decretar la cuarentena en su país, el primer mandatario anunció un salvataje de U$S 2 trillones para el sector privado, teniendo muy en cuenta que el tiempo vuela y en algunos meses seguramente comenzará nuevamente la contienda electoral. Aunque la frase “haz el bien, sin mirar a quien” parece no ser precisamente la que motiva las intenciones presidenciales. Según lo denunció The New York Times, en Alabama, en caso de escasez en el suministro de respiradores artificiales, no se dará prioridad a quienes presenten “retardo mental severo o profundo”, “demencia moderada” y “severo daño neurológico”. ¿La salud de sus compatriotas? Puede esperar. Las prioridades llevan cifras, no nombres. Como dijo un demócrata alguna vez, “es la economía, estúpido”.
Ni que hablar de las gestiones de Estados Unidos con laboratorios alemanes, para avanzar en el desarrollo y adquisición de una vacuna contra el virus, buscando acaparar una solución rápida para frenar la inminente crisis. Bajo el flamante pabellón de barras y estrellas, la salvación sigue siendo individual. ¿A qué costo? Xi Jingping, por el contrario, el responsable detrás de un capitalismo donde el Estado tiene una intervención absoluta en todos los ámbitos (desde la decisión de Deng Xiaoping en 1978 de abrirse al mercado internacional) ha optado por una posición totalmente distante del egoísmo. Según lo señala Telesur, la asistencia china al resto de las naciones consta del envío de médicos, suministros y test de detección del virus a 28 países asiáticos, 16 europeos, 26 africanos, 10 latinoamericanos y 10 pertenecientes al Pacífico Sur, a pesar de que viene sufriendo el parate económico desde enero de este año por una cuarentena estricta que ayudó a reducir el número de casos.
El avance hacia una reconfiguración del orden mundial, posterior a la “corona-crisis”, seguramente no estará libre de sorpresas. Es muy probable que China aproveche la ventaja que tiene al haber sido la primera afectada, y por ende la primera en comenzar la cuarentena, dado que podrá ordenar la reapertura de sus establecimientos fabriles antes que otras naciones. El éxito que representará el desarrollo de una vacuna que pueda ser comercializada internacionalmente será asimismo decisivo al momento de volver a diseñar el equilibrio entre los dos jugadores más poderosos. No deberíamos descartar tampoco la posibilidad de que la relación comercial prospere en caso de que Donald Trump pierda las elecciones, volviéndose a los acuerdos más diplomáticos de gestiones previas, en un mundo donde las fronteras ya no estarán cerradas (recordemos que ello fue parte central del discurso xenófobo del actual presidente). ¿Se formulará en Occidente la autocrítica correspondiente, ante la falta de solidaridad de la que se ha hecho gala? Difícil dilucidarlo. Por lo pronto, lo único cierto es que, a pesar de que a los neoliberales a ultranza les desagrade admitirlo… Parece que en plena crisis el Estado ha regresado, y por la puerta grande.
Manuela Expósito – Lic. Ciencia Política (U.B.A.)