Revista Tesis 11- Edición especial (04/2020)
La pandemia y el mundo
Carlos Mendoza*
“Podríamos coincidir en la necesidad objetiva de una mayor importancia del rol del Estado, generada por la evolución actual del capitalismo en su fase neoliberal, dramática y trágicamente evidenciada por la pandemia. Pero la cuestión es preguntarse de qué tipo de Estado estaríamos hablando.”
El coronavirus ha puesto de manifiesto las graves y crecientes falencias generadas por el neoliberalismo en el mundo capitalista, entre otras la destrucción que ha provocado en los sistemas públicos de seguridad social, particularmente en salud, pero también en educación, ayuda social, transporte, vivienda y otros servicios esenciales para quienes viven solo de su trabajo, más aun del informal y para los marginados por el sistema.
Debido a esto, crece la necesidad objetiva de una mayor participación del Estado en la prestación de los mencionados servicios públicos indispensables.
Esto viene a sumarse a la ya objetivamente creciente necesidad de mayor participación estatal en la economía como regulador de la misma, para contrarrestar la ascendente necesidad de las empresas oligopólicas globalizadas de compensar mediante especulación financiera parasitaria la tendencia inmanente en el capitalismo a la caída de la tasa de ganancia, ya que la misma es producida por la explotación de la fuerza de trabajo humana y esta es crecientemente reemplazada por el acelerado desarrollo tecnológico. Esto es un gran problema, entre otros motivos porque la cada vez mayor especulación financiera genera gigantescas burbujas que, cuando explotan, sumen cada vez más frecuentemente al mundo en graves crisis.
Pero también crece la objetiva necesidad de la participación del Estado como empresario en lugar de los grupos oligopólicos, para evitar que estos, al tener cada vez menos competencia y haber logrado el achicamiento del Estado, regulen de hecho la economía en su favor, generen especulación financiera, suban permanente precios por sobre la suba de costos, incorporen nuevas tecnologías aumentando desocupación, caída de salarios y jubilaciones, destruyan el ecosistema y otras calamidades.
Podríamos coincidir en la necesidad objetiva de una mayor importancia del rol del Estado, generada por la evolución actual del capitalismo en su fase neoliberal, dramática y trágicamente evidenciada por la pandemia. Pero la cuestión es preguntarse de qué tipo de Estado estaríamos hablando.
En la historia del capitalismo, en cuanto a intervención del Estado, hemos comúnmente visto su rol como regulador de la economía, sobre todo desde la gran crisis de los años treinta del siglo pasado, aplicando políticas denominadas de tipo keynesiano. Una de ellas ha sido la emisión monetaria, buscando que su abundancia induzca bajar la tasa de interés y así estimular el crédito en favor de las empresas para impulsar mayor inversión, mayor empleo, mayores ingresos, mayor demanda y con ello, de nuevo, mayor inversión, en lo que sería un círculo virtuoso. Otra ha sido la aplicación de medidas contracíclicas, para contrarrestar las caídas económicas durante las crisis, mediante la inversión pública debido a su efecto multiplicador en la producción, los ingresos y el empleo.
También hemos visto un tipo de intervención más amplia del Estado en la economía, durante el período posterior a la segunda guerra mundial, en los denominados Estados de Bienestar, donde además de aplicar regulación económica de tipo keynesiano, el Estado intervino ampliamente como empresario, en áreas estratégicas y en sectores cuyo desarrollo se quería impulsar, además de asegurar los servicios públicos, particularmente salud, educación y asistencia social.
Pero, desde aquellas épocas de ese tipo de intervención del Estado ha habido cambios sociales y tecnológicos importantes, que reclamarían y permitirían otro tipo de Estado. En lo social se ha generalizado la aparición de múltiples organizaciones: sociales, de género, culturales, sindicales de nuevo tipo y otras, que tienen vínculos directos con la comunidad y funcionan con formas de democracia participativa. En lo tecnológico y en lo relacionado con la comunicación, el acelerado desarrollo permite e incentiva el acceso a la información, la vinculación denominada virtual entre personas y, muy importante, la constitución de redes o grupos de comunicación.
Estos cambios pueden ser utilizados para que la necesaria mayor intervención del Estado, como regulador y empresario, se haga con un simultáneo desarrollo de democratización de su gestión, mediante, por un lado, una creciente participación ciudadana en la misma, derivando tareas a las mencionadas organizaciones de la sociedad, por ejemplo de asistencia social, y, por otro lado, utilizando los modernos medios de comunicación para la interacción con dichas organizaciones y con la ciudadanía en general.
La democratización del accionar del Estado debe, a su vez, orientarse a aplicar crecientemente nuevos criterios de gestión, reemplazando el basado en la sola rentabilidad financiera por criterios de eficiencia social. Ha habido importantes elaboraciones en ese sentido, como las siguientes:
- La Escuela de la Regulación Sistémica de Francia, fundada por Paul Boccará, desarrolló criterios de gestión basados en la eficiencia social en las empresas, mediante el aumento del valor agregado por unidad de capital invertido y dentro del valor agregado el aumento de lo que quedaría disponible para salarios, formación del personal, impuestos y aportes patronales para gasto social
- Combinado con eso, esa Escuela también preconiza la creación de un sistema de seguridad permanente de empleo-formación, donde los asalariados estarían permanentemente ora en empleo ora en formación, lo que iría en el sentido de eliminar la desocupación, mientras que el incremento de la formación de los trabajadores facilitaría la incorporación de las nuevas tecnologías de la revolución informacional.
- El ideólogo italiano Carlo Vercellone, caracteriza la actual época como de “capitalismo cognitivo”, donde la creación de conocimiento representaría actualmente la principal fuente de creación de valor. Considera que debería haber un salario universal que compense el valor que los asalariados aportan fuera de sus horas de trabajo, cuando utilizando las nuevas tecnologías de comunicación, generan y difunden nuevos conocimientos, lo que constituye un valor que se apropian las corporaciones económicas.
Un sistema económico social, donde el Estado fuera gestionado mediante la creciente participación de trabajadores y usuarios en la gestión, para la aplicación de nuevos criterios de regulación como los señalados, tendría un carácter democrático participativo cualitativamente más elevado y su desarrollo generaría las células básicas de una sociedad superadora del capitalismo actual, en profunda crisis en su fase neoliberal.
Muchos ideólogos han aportado concepciones de que el sistema capitalista llegado a un nivel de gran desarrollo, generaría condiciones objetivas para su necesario reemplazo por una sociedad superadora de un carácter social cualitativamente más elevado. Mencionaremos a dos de ellos: Uno reformista, John Maynard Keynes, que preconizaba importantes reformas graduales del capitalismo; Otro, revolucionario, Carlos Marx, al plantear el reemplazo del capitalismo por un sistema socialista cualitativamente distinto. Reproducimos a continuación algunos de sus conceptos, que se explican por sí mismos:
- “Espero ver al Estado, que está en situación de poder calcular la eficiencia marginal de los bienes de capital a largo plazo sobre la base de la conveniencia social general, asumir una responsabilidad cada vez mayor en la organización directa de las inversiones…”. (Keynes, Teoría General, IV, 12, VIII- Ed. Planeta, 1994). La eficiencia marginal del capital equivale a la tasa de ganancia que genera una inversión suplementaria de capital.
- “En tales supuestos, diría que una comunidad dirigida convenientemente y equipada con recursos técnicos modernos, cuya población no crezca rápidamente, debería ser capaz de reducir la eficiencia marginal del capital, en estado de equilibrio, aproximadamente a cero en una sola generación; de tal manera que alcanzáramos las condiciones de una comunidad cuasi-estacionaria, en la que los cambios y el progreso resultarían únicamente de modificaciones en la técnica, los gustos, la población y las instituciones…”. (Keynes, Teoría General, IV, 16, IV-Ed. Planeta, 1994). Obsérvese que Keynes, al igual que Marx, concibe que en el capitalismo la tasa de ganancia disminuye y puede llegar a cero.
- “Conforme disminuye progresivamente el número de magnates capitalistas que usurpan y monopolizan…(el)…proceso de transformación, crece la masa de la miseria, de la opresión, del esclavizamiento, de la degeneración, de la explotación, (…). El monopolio del capital se conviene en grillete del régimen de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista.” (Carlos Marx, El Capital Tomo I, Fondo de Cultura Económica, 1971).
No habremos llegado aún al nivel de desarrollo capitalista y de las fuerzas productivas que se correspondan con las visiones de futuro expuestas por el reformista Keynes y el revolucionario Marx, pero vamos aceleradamente hacia eso. En todo caso, el capitalismo actual reclama objetivamente profundas modificaciones, asunto agravado y expuesto dramáticamente por el coronavirus. Cuestión que, como siempre, está en disputa, dependiendo de la lucha de clases y la relación de fuerzas. Aunque tal vez el efecto demostrativo de la pandemia contribuya a que se produzcan cambios en la conciencia que nos favorezcan en la lucha ideológica para el logro de esos objetivos.
*Carlos Mendoza, ingeniero, escritor, especializado en temas políticos y de economía política, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.
Muy bueno
¡Cecilia Duek!
Muy buen artículo
Carmen Quiñonero