Por el Lic. y Prof. Germán Córdoba
Como siempre pasó en la historia de la humanidad en los diferentes contextos de dominación ha sido necesario tener un argumento sólido para sostener la división polarizada de la sociedad entre los poderosos y los sometidos- siendo la superioridad biológica la herramienta privilegiada de la modernidad a través de los bien conceptuados preceptos biomédicos para perpetuar su status de poder.
No solo durante la inquisición la enfermedad respondía a un castigo divino a través del cual se ponía en vereda a quienes desafiaban el orden, sino que también, luego, las concepciones biomédicas justificaron otros modelos de dominación aportando las bases “científicas” para la época al racismo o el evolucionismo que justificaban y justifican aun hoy la eliminación de los sometidos por considerarlos inferiores en sus variadas dimensiones, económicas, culturales.
Hoy día otra vez las concepciones biomédicas pasan a tener protagonismo inundando el imaginario colectivo con la preocupación exclusiva de evitar el contagio viral. La salud exclusivamente en términos de ausencia de enfermedad orgánica y presentándose rígidamente como estado del individuo o estado de un individuo relacionado a su utilidad. La concepción organicista hoy reeditada se arroga para si todas las concepciones hegemónicas de salud y de ser humano reducido a su cuerpo biológico. Cuerpo que sirve o no para el trabajo utilitariamente y que se lo valora solo por cuestiones orgánicas, la dimensión social o psicológica netamente invisibilizada por modelos de salud prehistóricos que carecen de una concepción integral e histórica. Por ende, no relacionan la salud con el bienestar cultural y los derechos humanos. Solo importa del individuo su aptitud de desinfección o de utilidad para tal trabajo mientras que la opresión va llegando a su límite.
Esta situación pandémica (no en el sentido de COVID sino de globalización indeseable) pone en evidencia la inexistencia de una concepción más humana de los habitantes y una concepción más acabada de salud como proceso entramado con una cultura, en un momento histórico en el que el sujeto debe poder desarrollarse, realizarse y lógicamente en un contexto social cohesionado apto para su buen vivir. No hay salud sin salud mental, no hay salud mental sin integración social.
La voluntad de cuidar la salud tampoco se adecua a los parámetros mundiales pre pandemia, ni a las conceptualizaciones más valoradas sobre la salud como concepto histórico e integral. En esta línea confusa y patologizante no se deja de producir cada vez más conflictividad social y sintomatología psíquica. Los habitantes se sienten cada vez más hastiados de que los sometan a prácticas que vulneran su condición integral como humano. El modelo tradicional y hegemónico de salud (hoy militarizado), desconsiderando sus desarrollos en diversos planos, solo los concibe como ser vivo infectado o desinfectado. En este marco, los habitantes, se los puede ver avasallados por las carencias humanitarias de una sociedad que, si le faltaba algo para terminar de desintegrarse llega el aislamiento….
Los fallecidos o muertos por factores sociopsicológicos no tendrán la visibilización que aquellos fallecidos por causas bilógico virales pero no creemos desde nuestra mirada, que sean ni menos importantes ni menos cantidad…
Considerando que los derechos humanos son recíprocos, indivisibles y complementarios, que ninguno puede pasar por encima de los otros, entonces; tampoco compartimos el falso dilema de economía o salud. La economía y el mercado existe mucho antes que la tecnocracia. Las diferentes formas de interacción e intercambio económico entre los pueblos y sus habitantes siempre deben propender al bienestar, la igualdad y por ende a la salud de sus integrantes. Por ello no vemos cómo se puede pensar desde el estado a la económica enfrentada a la salud, excepto que el estado piense la economía de espaldas al bienestar de sus habitantes. ¿Cómo se puede pensar la salud sin un saludable intercambio que sustente el desarrollo de los pueblos?, o ¿Qué clase de estado puede pensar a la economía, supuestamente moderna y occidental, de espalda a la salud de sus habitantes tratados como mercancías de mercado? Por el camino de estos interrogantes podríamos, tal vez, inteligir las desigualdades más crueles solapadas en falsas disyuntivas y relatos que confunden o engañan. Finalmente, proponemos una ampliación simbólica al concebir que las actividades económicas no deberían contemplarse solo en términos de comercio económico global y universal, proponemos inteligir la diversidad y visibilizar las economías regionales, el desarrollo local y economías no hegemonías que bien permiten modos de buen vivir alternativos, no secundarios, que deberían ser atendidos para que no desaparezcan.