En el contexto de la calamitosa crisis legada por el macrismo sumada a las consecuencias de la pandemia, importa poner de relieve lo que subyace tras las marchas y discursos apocalípticos, como por ejemplo el del repudiable y repudiado augurio de golpe, verdadera amenaza, pronunciado por Eduardo Duhalde, las imputaciones anti-gubernamentales sin el menor sustento y la diseminación de odio y de miedo para construir sobre este escenario un muy peligroso clima desestabilizador y destituyente, que además pone en riesgo la calidad de la convivencia entre los argentinos. Es un concierto que se propala al son de la batuta de Juntos por el Cambio y las corporaciones mediáticas en velada representación y al servicio de los grupos económicos más concentrados, mayoritariamente multinacionales y la parte subordinada del Poder Judicial que actúa también en resguardo de sus privilegios.
En este juego en el que “no importa qué, estamos en contra de todo”, lo que menos importa son las diferencias respecto a particularidades de los proyectos. En esta confrontación el poder económico y sus expresiones políticas subalternas lo que plantean es una disputa en torno a quién y al cómo se distribuye el excedente generado por la sociedad, es decir, es una disputa por el poder real.
Es un poder que a pesar de sus diferencias y contradicciones internas, tiene en la ganancia y su conversión en capital el centro aglutinador y motivador de su lucha y existencia, artífice en esta etapa del capitalismo de la hegemonía del capital financiero, especulador y parasitario. No extraña por eso que para su modelo de sociedad y para sus parámetros de funcionamiento, el trabajador sea tan sólo un recurso, un costo y el trabajo una mercancía. Ello queda palmariamente reflejado cuando hoy, ante el dramático escenario agravado por la pandemia, proclame con toda naturalidad que mueran los que se tengan que morir, lo prioritario es salvar la economía.
Esta forma de concebir el para qué de su existencia, conlleva necesariamente una traducción en el modo y contenido de la gestión pública y en el alcance real de la participación de la sociedad en esa gestión, fiel barómetro de democracia. No ha de extrañar entonces que además de las diferencias respecto de la dirección impresa por el gobierno de Alberto Fernández –perder un poco de lo que tanto ganan– lo que les aterra es la envergadura política que en su desarrollo pueda llegar a alcanzar la base social de un gobierno nacional y popular.
En oposición, hay otra visión del mundo, otra mirada respecto a la relación que debe entablarse entre los seres humanos y entre ellos y la naturaleza; con otro qué, cómo y un para qué producir. Es otro modelo sin idealizaciones, porque son proyectos en construcción con distintos afluentes de la base social que intentan en el proceso construir una correlación de fuerzas que en la disputa por el quién y el cómo distribuir el excedente, les permita sostener a un gobierno popular y lo impulse a erradicar las trabas estructurales cuya subsistencia es la base de sustentación del viejo polo de poder.
Concurren a estos intentos de construcción de otro modelo múltiples sindicatos integrantes de la CGT, entre los que destacamos a los de la Corriente Federal de los Trabajadores, las CTA, organizaciones sociales, en particular las adheridas a la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), agrupaciones políticas y representaciones de las pymes. Pese a su diversidad sus programas permiten resaltar un denominador común: el anhelo por un nuevo contrato social para la reconstrucción y funcionamiento del país con menos privilegios, más derechos, nuevos paradigmas con el trabajo como ordenador social y con un sustento cuya base es la soberanía e independencia nacional.
Al margen de cualidades técnicas, lo destacable es su perspectiva política. Que estos planes y programas surjan de una tarea conjunta de múltiples organizaciones que son parte de la base social, que actúan con la mira puesta en la reconstrucción del país y todo en el contexto de una feroz disputa por el excedente, conlleva –si son perseverantes y consecuentes– a la elevación de la combatividad de las mayorías y la de su conciencia –requisitos ineludibles para la conquista de derechos- y con ello, a convertirse en los hechos en verdaderos agentes del cambio. Es también un aporte al proceso de construcción de mayorías que de verdad participen en la gestión y en la toma de las decisiones, o, en otros términos, en la conformación de una verdadera democracia: una democracia participativa.
Excelente editorial!
Adriana