América Latina: Un dilema en la pugna por el “Poder”

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Revista Nº 136 (10/2020)

(américa latina)

Claudio Esteban Ponce*

“El verdadero sentido de la concepción de “poder” en la convivencia humana implicó siempre una referencia a la fuerza de voluntad colectiva que tendió al bienestar general, o como sostuvo Aristóteles, a la felicidad que por esencia es un bien supremo que nunca puede ser individual sino de toda la comunidad.  Esta idea es absolutamente contraria a la noción capitalista de “poder”, ya que desde las más antiguas concepciones imperialistas hasta la evolución más sofisticada del capitalismo, “poder” fue sinónimo de dominación, opresión, esclavitud e imperialismo.”

El concepto de “poder”, del latín vulgar potêre, refiere a la capacidad del ser humano para… realizar, transformar, cambiar algo, y así sucesivamente se puede relacionar con infinidad de verbos que indican la acción de una o varias personas. “Poder” es un término que puede funcionar como verbo, cuando se refiere a una acción o capacidad para realizar algo, o también se puede expresar como sustantivo cuando sus variados significados se orientan a señalar “dominio”, “imperio” o “jurisdicción” que alguien o un grupo de individuos poseen para “mandar, ordenar o imponerse por la fuerza sobre la voluntad de otros”. Ahora bien, si retomamos la palabra “Poder” como verbo que se emplea para la “capacidad de realización”, se recuperaría el verdadero sentido del término. Si a su vez se aplica este vocablo a lo social y político, indicaría la “capacidad de construcción colectiva de un proyecto de vida en común”. El verdadero sentido de la concepción de “poder” en la convivencia humana implicó siempre una referencia a la fuerza de voluntad colectiva que tendió al bienestar general, o como sostuvo Aristóteles, a la felicidad que por esencia es un bien supremo que nunca puede ser individual sino de toda la comunidad.[1] Esta idea es absolutamente contraria a la noción capitalista de “poder”, ya que desde las más antiguas concepciones imperialistas hasta la evolución más sofisticada del capitalismo, “poder” fue sinónimo de dominación, opresión, esclavitud e imperialismo.

El continente latinoamericano conlleva una triste historia desde que el naciente capitalismo vino a perturbar la paz de los pueblos originarios de la región, poniendo en práctica sus milenarias costumbres imperialistas. La necesidad de nuevas rutas marinas de contacto con Oriente tuvo como consecuencia el choque entre Europa y América, lo que motivó el despertar de la ambición y la barbarie de los reinos del occidente europeo, llegando a cometer uno de los genocidios más grandes de la historia. La “cultura” vencedora aplastó, prácticamente “cubrió”, a las culturas vencidas generando un exterminio sistemático de millones de personas que ni siquiera fueron considerados seres humanos. La conquista del territorio americano no fue más que la demostración de cómo concebían el “poder” los Estados mercantilistas del occidente europeo en plena expansión.

La historia de América Latina, desde poco más de cinco siglos al presente, fue un devenir de permanentes conflictos en pos de su liberación integral. Luego de trescientos años de colonización se dio el primer paso hacia la cimentación de la libertad. Después de las luchas por la independencia política de los imperios de la península ibérica, los nuevos Estados de la región surgidos durante el siglo XIX resistieron como pudieron los ataques y los condicionamientos de los otros imperios que pretendieron ocupar los espacios dejados por España y Portugal. Estos nuevos conatos de dominación lograron condicionar la soberanía sin que sea menester conquistar el territorio, por el contrario, con la difusión del discurso de un supuesto “progreso económico”, el imperialismo extranjero asociado a las clases dominantes de los países americanos hicieron posible una renovada forma de “dependencia” sin la necesidad de una intervención militar. Bajo esta consigna se consolidaron los Estados del continente como países periféricos dependientes de las potencias centrales que organizaron el mercado mundial bajo la ley de ventajas comparativas de la División Internacional del Trabajo. Frente a esta coyuntura, durante el siglo XX surgieron movimientos nacionales y populares en la mayoría de los países latinoamericanos que se opusieron al “cipayismo” de la oligarquía y a las pretensiones imperialistas de los ingleses primero y de los estadounidenses después. Las luchas por una mayor democratización habían comenzado en todo el continente, Lázaro Cárdenas en México, los intentos de Aguirre Cerda en Chile, Víctor Raúl Haya de la Torre en Perú, la revolución teñentista de Brasil y luego, con ideas más nacionalistas, el Varguismo en el mismo país, Paz Estensoro en Bolivia y por supuesto el peronismo en Argentina, fueron tan solo algunos ejemplos de las diversas formas que tomó la resistencia al imperialismo en la región, con el agregado de que en algunas de estas naciones se avanzó notablemente en materia de derechos laborales, sociales y de igualdad de género.

El comienzo del nuevo milenio pareció retomar el camino inconcluso de la liberación, al menos para muchos de los países de Sudamérica. Movimientos como los que lograron ser gobierno en Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador, Paraguay, Bolivia y Uruguay, sumados a algunos intentos de América Central, daban una muestra de esperanza para que el continente pudiera alcanzar en forma definitiva la tan buscada emancipación. Las reverdecidas alternativas políticas, que recordaban las románticas y revolucionarias ideas de los años sesenta y setenta, iniciaron un camino diferente a las imposiciones del capital extranjero abriendo otra vez el dilema de la lucha por el “poder” en América Latina. El “poder” como “sustantivo”, como “imperio” que une a los grupos de las derechas tradicionales y oligárquicas con EEUU, frente al “poder” de los movimientos populares en defensa de la soberanía política nacional y la independencia económica continental. Luego de más de una década, los defensores del neoliberalismo promovieron “golpes blandos”, impulsaron el “lawfare”, divulgaron la mendacidad a través de la “violencia simbólica” de los grupos mediáticos concentrados y hasta revivieron el vetusto golpe de Estado cívico-militar de la década del setenta en Bolivia, para volver a instalarse en los gobiernos de casi toda América. Solo sobrevivió Venezuela aunque continúa siendo continuamente amenazada por el “big stick” estadounidense. Los últimos cinco años en Latinoamérica fueron de resistencia a la irracionalidad y a la brutalidad de un fascismo enmascarado en un republicanismo hueco e importado de los EEUU. En la actualidad, si bien México y Argentina intentan un retorno al proceso político democrático y popular, éstos se ven permanentemente atacados por acciones desestabilizadoras, mientras que el giro a la derecha todavía perdura en muchos gobiernos de Iberoamérica. El Brasil de Bolsonaro con la institucionalización de la ignorancia, el Ecuador traicionado con Lenin Moreno como presidente, el Chile de Piñera con la eterna represión pinochetista, Colombia con su acostumbrada violencia institucional, y Bolivia con un gobierno de facto solo sostenido por el imperio, son solo los ejemplos más significativos del “poder” al que se enfrentan los movimientos populares que pugnan por la liberación. Sin embargo, también es importante destacar las luchas que se libran en todos estos países, a pesar de la represión y la carencia de derechos, los pueblos radicalizaron su accionar en pos de recuperar los objetivos estratégicos para lograr una sociedad plena en derechos. Los ejemplos se multiplicaron, los chilenos se enfrentan al poder a pesar de la pandemia, la persecución y el castigo, el Partido de los Trabajadores de Brasil intenta frenar a Bolsonaro, el Correismo sale a las calles en Ecuador, Venezuela todavía resiste los embates del “águila imperial”, en fin, América Latina no está derrotada, más aún, pareciera que otra vez asoma en el horizonte un nuevo “tiempo de los intentos”… ¿De qué se trata la vida sino de los intentos de lograr la perfección en busca de la felicidad compartida?

El dilema sobre la praxis del “poder” sigue sin resolverse, o gana la derecha que entiende este concepto como un término que legitima la opresión imperialista, o sale victoriosa la voluntad popular que debe comenzar a entender la palabra “poder” como un verbo que se identifica con la capacidad de una construcción colectiva, y que a su vez tiene por objeto lograr una sociedad más justa y equitativa. La dialéctica de esta confrontación puede darse en múltiples ámbitos, pero la batalla decisiva se dará inevitablemente en el campo cultural. La enseñanza juega un rol fundamental en el proceso liberador, en la construcción de una hegemonía viable para los sectores subalternos de la sociedad, no hay educación válida que no sea una educación como praxis de libertad y conciencia solidaria. No hay posibilidad de enfrentar y derrotar al sentido común capitalista o al autoritarismo neoliberal si no desarrollamos una conciencia del “otro” como un “semejante” con el cual tengo un compromiso de respeto, colaboración y justicia.

El enemigo es fuerte y cuenta además con los medios para la internalización social del engaño. Es brutal porque es propietario del capital y las armas que lo defienden, pero más allá de su fuerza, frente a las armas del imperialismo proponemos la formación de conciencia, la movilización popular y el accionar para evitar la divulgación del odio y la mentira. Esta forma de lucha, que puede parecer inservible o ingenua, quizás sea la manera más inteligente de enfrentar a un gigante acostumbrado a obtener todo por la fuerza brutal. Es revivir la historia de David y Goliat, la astucia sumada a la inteligencia será una condición sine qua non para promover la consolidación de una definitiva emancipación.

*Claudio Esteban Ponce, licenciado en historia, miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11


[1] Aristóteles. Ética a Nicómaco. El libro de Bolsillo. Alianza Editorial. 2005.

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