Revista Nº 136 (10/2020
(economía/historia/teoría)
Isaac Grober*
La concentración de la riqueza en paralelo a la extensión de la pobreza y la densidad de la desigualdad social, potenciadas por la gravitación de la valorización financiera desplegada durante el neoliberalismo, están en la raíz de la crisis del sistema capitalista y en la de la degradación ecológica, la contaminación ambiental y la destrucción de la biodiversidad. Riegos para la supervivencia de la humanidad. Su reversión sólo será posible tras la lucha, en esencia política, que los afectados por el proceso de concentración desplieguen y con ella logren doblegar y sustituir a los responsables de este proceso construyendo un nuevo destino: la democracia participativa.
I.- El capitalismo después de la II Guerra
El fin de la II Guerra significó una nueva conformación y un curso distinto a escala planetaria.
Para comenzar, EE.UU. es el único contendiente cuyo territorio no fue escenario de combates, salvo el marginal ataque (1941) a Pearl Harbor.
En adición, la producción para la guerra, que tuvo financiamiento fiscal, no sólo terminó con los resabios de la Gran Crisis, sino que implicó la conformación de una potente estructura industrial al punto que desde entonces, sostenido después por la carrera armamentista en el período de la guerra fría, casi no hay rama de su actividad económica, incluidos los del área científico -técnica, que esté desvinculado de lo militar. A esto siguió, a partir de la segunda mitad de la década de los ´50, la carrera espacial y la de las comunicaciones.
EE.UU. emerge pues de la guerra como potencia consolidada en lo económico, político y militar, que hasta se arrogó el permiso de desafiar y exhibirlo al mundo haciendo detonar en Japón, contendiente prácticamente vencido, dos bombas atómicas. Inaugura así una nueva era con un complejo militar industrial con significativa incidencia en la economía y en la política exterior Testimonio de ello es la expansión militar de EE.UU en el mundo, comenzando con la constitución de la OTAN (1949), siguiendo con su despliegue por el sudeste asiático con las guerras de Corea (1950-53) y Vietnam (1964-75). América Latina también fue testigo de estas andanzas como lo recuerdan entre otros Panamá, Santo Domingo y la multiplicidad de bases desparramadas en el territorio latinoamericano
En contraposición está la ex Unión Soviética, devastada por la guerra, tanto en lo poblacional como en lo material (1), pero con un enorme prestigio por su desempeño en la destrucción de los ejércitos del nazismo, más la expectativa y hasta la simpatía de sectores subalternos dentro del capitalismo por el nuevo carácter sociopolítico de su organización.
Esta bipolaridad es uno de los ingredientes que induce el proyecto de reconstrucción de la devastada Europa Occidental con una asistencia financiera por U$S 13.000 millones, de los de entonces, provenientes del Plan Marshall (1948-1952) y la participación del aquiescente e interesado gran capital estadounidense. Súmese además la difusión al mismo tiempo de una diversidad de derechos sociales que pretendieron ser respuesta a la mentada contraposición entre sistemas.
En este marco se da la expansión de la inversión, la producción, el empleo, el consumo y la extensión de derechos en los países del capitalismo central conformando el período del llamado Estado del Bienestar o Edad de Oro del Capitalismo, que se extendió por casi tres décadas, con una fuerte presencia del Estado incidiendo directamente en la actividad económica para asegurar las condiciones de reproducción capitalista.
Claro que fue un despliegue económico y militar que fue posible gracias a gigantescos déficits fiscales financiados vía emisión monetaria, tanto que en 1971, para enfrentar una tendencia al estancamiento y la pérdida del poder adquisitivo del dólar, EE.UU. decide poner fin al régimen de conversión. (patrón oro). Este es además un hecho de carácter estratégico pues le eliminó restricciones para que con su moneda, instrumento institucionalizado de reserva e intercambio mundial, pudiera desplegar en el mundo su potencia económica, política y militar.
Esta década, la de los 70, es también la de la reaparición de las crisis, esta vez la primera de la posguerra, conocida como la crisis de los petrodólares que, iniciada en 1973, detonó por la interrupción del abastecimiento petrolero por parte de los países productores y que cuando al año siguiente se reanudaron las entregas, lo hicieron con la multiplicación de los precios de la energía, y su efecto generalizado sobre los precios, acentuando la inflación, la recesión y el inicio de una crisis de largo alcance que puso en evidencia el agotamiento de un modelo de acumulación. Ya no más Estado del Bienestar. Es una etapa que también marca el inicio de la superabundancia de liquidez derivada de la acumulación de moneda, porque una vez restablecido el comercio petrolero pero a nuevos y elevados precios, se abultaron las arcas de países productores que los volcaron a las plazas financieras del capitalismo central.
Estos años de estancamiento y crisis que en general cubren al sistema capitalista mundial, son los que preceden a la apertura de su fase neoliberal. A esta instancia se llega con niveles de concentración más elevados de la riqueza y de desigualdad social al interior de los países y entre los del centro y la periferia; con el proceso de descolonización concluido, al igual que el de las guerras del sudeste asiático; pero con el avance del dislocamiento de la producción, base de la globalización, más las resistencias del capital concentrado a la persistencia de un Estado hasta entonces activo y regulador. Ahora les resultaba una traba. Es el marco de condiciones que también explica la intensificación de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia del capital concentrado hecho que fuerza hacia un nuevo rumbo del capitalismo.
Son también años en los que algunas de sus características se prolongan hacia los ´80 y en los que se va haciendo cada vez más transparente la crisis socioeconómica y política en los países del llamado socialismo real, con la URSS a la cabeza, trabada en la carrera por el desarrollo de la productividad. Crisis e implosión que simbólicamente se identifica con la caída del muro de Berlín (1989)
Para el gran capital se imponía pues un nuevo marco operativo y es el que se abre durante la gestión prácticamente simultánea en el tiempo de Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en EE.UU.
II.- La fase neoliberal
Las premisas
El libre accionar de las fuerzas del mercado es el principio rector que conduce a la más eficiente asignación de recursos, reza el paradigma al que rinden culto los subyugados por la concepción neoliberal.
De este estandarte se desprenden varios postulados que traducidos a medidas de política concreta conducen a la degradación del rol del Estado en la definición del rumbo económico, político y social, con especial énfasis, por lo negativo, en la cobertura de las necesidades sociales. Quien decide en adelante será el mercado, o dicho con más propiedad, quienes gravitan en él.
De los postulados vale mencionar entre ellos la desregulación y la liberalidad en materia financiera, cambiaria, del movimiento internacional de capitales, del comercio exterior y el sistema de precios en el comercio interior. Flexibilidad en materia laboral más restricción al poder sindical. Liberación de barreras a la inversión extranjera directa y privatización de las empresas del Estado.
Es su obsesión el equilibrio fiscal – pero el primario, es decir sin el cómputo de intereses – y el rechazo a toda política monetaria expansiva, resultando por derivación la necesidad de recurrir al endeudamiento, sujeto a su vez a una política que garantice una tasa de interés real positiva (superior a la inflación).
También es reacio a la expansión del gasto público, que prefiere se redireccione en favor de la inversión en los ámbitos en que el gran capital considera favorece el desarrollo En materia tributaria ve con beneplácito la ampliación de la base tributaria pero atenuando los impuestos que graven a la producción, a la renta personal y a los beneficios empresarios. En lo tributario, su simpatía está orientada hacia los impuestos al consumo.
La seguridad jurídica radica en la garantía al derecho de propiedad.
Los resultados
Puntualicemos que este vademécum se impuso en un sistema organizado en torno al paradigma de la maximización y capitalización de la ganancia privada, en la etapa del mayor nivel de monopolización y de desigualdad social alcanzados y en muchos casos con excesiva influencia de las grandes empresas en la formulación de políticas públicas. Los resultados, mayor concentración de ingresos y de riqueza y a la vez de pobreza, eran previsibles, aunque los creyentes del neoliberalismo y de las políticas ortodoxas exponen como atenuante la teoría del derrame, que es lo que supuestamente fluirá hacia la base social una vez saciadas las necesidades del capital.
OXFAM (2) dio cuenta que al término de 2016, sesenta y una personas concentraban la misma riqueza que la mitad de la población mundial y en enero de este año, antes de la pandemia, destacó que 2.153 milmillonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4.600 millones de personas, 60% de la población mundial. Winnie Byrnyma, directora ejecutiva de Oxfam Internacional, ha señalado que “el boom de los milmillonarios no es signo de una economía próspera, sino un síntoma del fracaso del sistema económico. Se explotan a las personas que fabrican nuestras ropas, ensamblan nuestros teléfonos y cultivan los alimentos que consumimos para garantizar un suministro constante de productos baratos así como engrosar los beneficios de las empresas y sus adinerados inversores”.
En adición, las cuatro décadas de neoliberalismo dejan como saldo la consolidación de un nuevo patrón de acumulación. Es que la tendencia a la baja de la demanda agregada, inducida en gran medida por la intensificación de los niveles de pobreza y de desigualdad social, impulsa también la tendencia a la baja de la tasa de ganancia de las actividades productivas del gran capital. Para compensarlo se derivan los excedentes hacia lo financiero, tiñendo al sistema con el matiz de la valorización financiera, resultado de una actividad especulativa y además parasitaria, porque no genera riqueza, sólo la redistribuye en favor de ese capital. Son en gran medida los gobiernos necesitados de cubrir los desequilibrios fiscales y las obligaciones derivadas de la deuda pública, la contraparte de este esquema operativo.
En los países de la periferia, la privatización de las actividades estatales, la reforma tributaria y las desregulaciones han asegurado también el desarrollo y consolidación de élites locales, frecuentemente asociadas en forma subordinada al capital multinacional, pero en paralelo se constata la mayor extensión de la pobreza y la desigualdad social, con más personas sin acceso a servicios básicos, agregado a la lacerante malnutrición infantil. Para CEPAL, en América Latina y el Caribe del año 2019, sesenta y seis millones de personas, 10,7 % del total, vivía en extrema pobreza y para OXFAM, según informa a principios de este año, el 20 % de la población latinoamericana y del Caribe, concentra el 83 % de la riqueza, pero hay más de 10 millones de niños malnutridos.
Otra manifestación a resaltar es la intensificación del proceso de dislocamiento internacional de la producción. Motivada por la baratura de la mano de obra en los países emergentes más las ventajas tributarias y de liberación comercial, el capital multinacional descentralizó la producción, abrió y sometió el mercado laboral de las economías subdesarrolladas, generando a la vez una mayor concentración de las ganancias pero también más desocupación y pobreza en sus países de origen. La introducción de medidas económicas de tinte nacionalista promovidos por el gobierno de Donald Trump apunta a revertir hacia Estados Unidos la producción anteriormente emigrada.
La intensificación de la desigualdad también se hizo extensiva entre países, los del centro respecto de los de la periferia, multiplicándose entre estos últimos los casos de severas crisis financieras y de balance de pagos como las de Méjico, Turquía, Brasil, Rusia, Asia Oriental y Argentina.
III.- El capitalismo en la actualidad y sus perspectivas
El escenario
El saldo que dejan las cuatro décadas de curso neoliberal a los que se abrazó el sistema capitalista mundial, exhibe condicionamientos e interrogantes sobre una eventual nueva fase en su desenvolvimiento.
Aún antes de la irrupción del coronavirus, el sistema capitalista no había podido recuperarse de los efectos de la gran crisis de 2008/09, originada en el crecimiento exponencial y sin sustento material del volumen de la operatoria financiera, manteniéndose desde entonces en un relativo estancamiento, matizado en algunos países con lagunas recesivas. Ni siquiera se lograron efectos persistentes de rebote a pesar del despliegue de-políticas procíclicas que hasta incluyen el rescate oficial y multimillonario de las entidades financieras y la vigencia de tasas activas de interés negativas.
El comercio mundial está en declive y con una variación menor al de la evolución del producto.
El calentamiento global, la aceleración de la contaminación ambiental y la destrucción de la biodiversidad ponen en riesgo la supervivencia del ser humano y hasta del planeta. La razón última de estos dramas radica en las pautas de consumo, el estilo de vida de la franja más rica de este capitalismo y en consecuencia el de la producción para atenderla, todo lo cual no le permite a la naturaleza manejar sus propios equilibrios, forzándola a sequías, inundaciones, tormentas frecuentes y violentas, incendios, etc. Hasta hay quienes aventuran la hipótesis de que la raíz del surgimiento del COVID-19 debe buscarse en esta degradación. Sesenta y dos millones de ricos de nuestro planeta son responsables, con sus pautas de consumo y estilo de vida, de más del doble de la emisión de carbono del que causan los 3.100 millones más pobres. La parte más rica de la humanidad emitió más de la mitad del carbono que se agregó a nuestra atmósfera en los 25 años que van desde 1990 a 2015 y es la misma magnitud que se estima que se agregó entre 1855 y 1995.
Para peor, ahora, declarada la pandemia, con insuficiencia global y simultánea de oferta y demanda – verdadera rareza – nadie está en condiciones de predecir el futuro una vez superada la pandemia. Lo único cierto es la falta de certeza.
Ingredientes del balance
Es que subyacen los factores condicionantes: el elevado nivel y ritmo de concentración de la riqueza y de los ingresos más la intensidad del proceso estructural de expansión de la pobreza y de la desigualdad social. Sumémosle el qué y cómo producir dada la problemática ecológica, climática y ambiental Es un cuadro que en los marcos actuales del capitalismo se requeriría para superarlo la multiplicación significativa de la demanda agregada y además sostenida por un panorama que le dé relativa certeza y consistencia, más el agregado de las inversiones necesarias para la redefinición del qué y cómo producir y el uso de nuevas tecnologías destinadas a sustituir la energía y los químicos sucios usados en la actualidad para la producción y circulación de los bienes y la movilidad de las personas. Y todo en un mundo enfrascado en el desarrollo de la inteligencia artificial, que ya transitamos, que exigirá menor empleo de personal.
Agravando este cuadro, desde hace varios años comenzaron a resurgir corrientes “salvadoras” con posicionamientos de derecha que asumieron gobiernos y que en algunos casos denotan inclinaciones de extrema derecha.
La novedad es la aparición y desarrollo de un nuevo actor no capitalista pero con incidencia en el sistema capitalista: la República Popular China, que ahora disputa la hegemonía política y económica con EE.UU, que viene acusando retrocesos desde hace años, al igual que su peso en la economía mundial.
Tampoco deben omitirse los conflictos de interés y las contradicciones entre EE.UU. y la UE, con sus repercusiones sobre el comercio y las inversiones directas en terceros países.
IV.- Conclusiones
Ante este cuadro y con vistas a futuro, a falta de un conflicto bélico de magnitud, impensable en la era atómica, el capitalismo requeriría la elevación estructural y significativa del consumo de masas, lo que obliga a la reducción de la desigualdad social. Pero ello sólo es técnicamente posible con la reversión de los factores determinantes de los procesos de concentración. Claro está que a estos efectos la hipótesis de un fenómeno espontaneo y natural que contradiga el principio de la maximización de la ganancia privada e individual, es sólo una construcción de fantasía.
Cabría, en tren de especulaciones, esperar la aparición de alguna nueva rama de actividad y de magnitud económica significativa, en alguna medida revolucionaria, capaz de dar un incentivo a grandes inversiones transformadoras del escenario. Pero por ahora eso es sólo otra fantasía.
Con los condicionamientos citados, visto a largo plazo, en tendencia, la continuidad operativa del sistema capitalista se hace insostenible. Economía altamente concentrada en manos privadas, que necesita vender a un mercado exhausto por la pobreza; que precisa invertir obligada por urgencias tecnológicas para obtener un producto y/o prestar un servicio para un comprador incierto, sólo potencial. El negocio y el futuro parecen inviables, bloqueados y presumiblemente agitados socialmente.
En consecuencia la solución sólo puede ser política y está en manos de los afectados por el proceso de concentración, doblegando y sustituyendo tras este conflicto a quienes manejan o tienen peso en las definiciones políticas del Estado, erigiendo en su reemplazo una sociedad basada en una democracia participativa que establezca un modo de relación más igualitario entre los seres humanos y amigable con la naturaleza. Es el nivel superior de la lucha de clases.
*Isaac Grober, contador público y magister en economía, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.
(1) De la magnitud de los daños dan testimonio la muerte de entre 25 y 30 millones de personas, jóvenes en alta proporción y la destrucción de 70 mil poblados, 1.700 ciudades y 60.000 Km de vías férreas.
(2) OXFAM (Oxford Committee for Famine Relief) de origen inglés, está -integrada por un grupo de organizaciones no gubernamentales independientes que forman parte de un movimiento global ocupado en encontrar soluciones duraderas a la injusticia de la pobreza. En la actualidad con filiales en muchos países.