Lecciones de batalla: a 150 años del nacimiento de la Comuna de París

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Revista Nº 142 (05/2021)

(internacional/conmemoración)

Manuela Expósito*

Un siglo y medio ha transcurrido desde la primera revolución de carácter obrero, un acontecimiento histórico que hasta el día de hoy resulta inspiradora para las nuevas generaciones de trabajadores.

En tiempos en que atravesamos una crisis sanitaria que ha logrado sacudir las bases del sistema capitalista, en algunas naciones más que en otras, la vigencia de ciertas reivindicaciones que fueron banderas de lucha pertenecientes a otras épocas adquiere total relevancia. Ciento cincuenta años nos separan de un acontecimiento único, como lo fue el surgimiento casi espontáneo de la Comuna de Paris, o “República del Trabajo” como fue apodada por Karl Marx en sus escritos, al hacer mención a un hecho impensado hasta ese momento en Europa. El 18 de marzo de 1871 se convirtió en un momento cúlmine en la lucha de clases en Francia, donde un Comité Central –compuesto por el proletariado y la pequeña burguesía- se enfrentó a los sectores monárquicos y terratenientes en su intento por capitular ante Prusia. Pero, como bien lo explicó Marx en La guerra civil en Francia, la gesta de la Comuna iba mucho más allá de armarse en defensa de la nación, para convertirse en una gesta de lucha de clases: “Paris en armas era la revolución en armas. El triunfo de París sobre el agresor prusiano hubiera sido el triunfo del obrero francés sobre el capitalista francés y sus parásitos dentro del Estado”.

Al recordar los acontecimientos de la Comuna de París, uno puede sorprenderse al ver cómo los problemas propios del sistema se repiten incesantemente, lo cual no hace más que otorgarle plena vigencia a las reivindicaciones de quienes con valentía se animaron a desestructurar la lógica opresora del Estado capitalista y reemplazarla por una administración de identidad obrera. Entre las principales medidas que se tomaron en la capital francesa, se puede destacar el impulso a la autogestión de las fábricas abandonadas (lo que hoy podríamos identificar con la “producción bajo control obrero”), la necesidad del cuidado de los niños y niñas durante la jornada laboral, la condonación de las deudas de alquileres tanto particulares como de los pequeños talleres, la prestación de servicios públicos esenciales a toda la población, la abolición del trabajo nocturno y los recortes de sueldo arbitrarios, la separación de la Iglesia y el Estado, la educación laica, gratuita y pública, y la lucha contra la pobreza generalizada. La Comuna también tuvo asimismo como innegables protagonistas a las mujeres, quienes crearon su propio batallón para resistir los ataques de los sectores anti-obreros. Todos estos reclamos continúan siendo hasta hoy las banderas del socialismo y del feminismo.

La Comuna de París debe ser vista como lo que realmente fue: un ejercicio de transición al socialismo, pero también como ejemplo de que la revolución no era tan sólo una utopía, un sueño lejano. Como antesala de la gran revolución de Octubre de 1917, la construcción de los proletarios franceses le demostró a sus pares en todo el mundo que era no sólo deseable, sino incluso posible, la abolición del Estado como aparato que garantiza la opresión de clase sobre clase, acompañada por una nueva forma de gobierno, competente en la administración de lo público. La historia de los comuneros quedó trunca por el avance de la restauración monárquica, pero también por algunas de las características que la marcaron desde sus inicios. La indecisión ante la posibilidad de avanzar hacia otras ciudades en manos de la reacción, la tibieza de algunas de sus medidas en relación a la propiedad privada, y peor aún, la carencia de un órgano que encauzara la rebelión obrera.

Éste último punto ha sido uno de los aspectos centrales del debate en la teoría marxista-leninista durante todo el Siglo XX. ¿Cuál es el rol del partido? ¿Es fundamental la formación de un órgano centralizado para la acción revolucionaria? ¿Con el partido revolucionario de masas es suficiente para avanzar hacia la toma del poder? En Enseñanzas de la Comuna, Vladimir Ilich Ulianov, compara a la Rusia pre-revolucionaria con la Francia del Siglo XIX, entre las cuales encuentra similitudes –ambas naciones eran predominantemente agrarias, y en ellas la población empobrecida debía soportar la enorme carga de las guerreras aventuras imperialistas de sus monarcas-, pero a su vez grandes diferencias. Dice Lenin: “para que una revolución social pueda triunfar, necesita por lo menos dos condiciones: un alto desarrollo de las fuerzas productivas y un proletariado preparado para ella. Pero en 1871 se carecía de ambas condiciones (…). No existía un partido obrero y la clase obrera no estaba preparada ni había tenido un largo adiestramiento (…). No había una organización política seria del proletariado, ni fuertes sindicatos, ni sociedades cooperativas”.  

De lo desarrollado por Lenin se deduce la importancia de la creación de órganos –en un primer momento fueron los Soviets de obreros y campesinos, luego el comité central del partido revolucionario- para consolidar las conquistas de la revolución. Si bien el rol del partido no es “crear” la situación revolucionaria, su meta siempre debe ser la de encauzarla para contrarrestar la reorganización de las fuerzas reaccionarias de derecha. Con el pasar de los siglos, el rol de los partidos en el terreno de la política ha cambiado: el surgimiento de los movimientos sociales, por debajo y por fuera de las clásicas estructuras partidarias, ha instado a estos órganos a flexibilizarse, a rever sus prácticas, y a incorporar demandas que antes les eran ajenas. Experiencias como las del Ejército Zapatista de Liberación Nacional mexicano, o el Movimiento Sin Tierra brasilero, han adoptado otras formas de organización para lograr que sus reivindicaciones históricas fueran atendidas por el Estado; de todas formas, la importancia de contar con una estructura que impida la fragmentación, y le otorgue al movimiento político de masas una coherencia y plan estratégico de lucha, continúa siendo fundamental para la mejora de la calidad de vida de los sectores trabajadores.

Por último, no hay que olvidar que en la Comuna de París no se luchó por una cuestión meramente patriótica: su gesta se ha convertido en una demostración palpable de que la emancipación del proletariado del yugo opresor tiene un carácter inherentemente internacionalista. Sus lecciones están allí para ser incorporadas, y revisitadas por las generaciones actuales: nos hablan de la necesidad de búsqueda de alternativas que conduzcan a la emancipación, y la construcción de sociedades construidas en el marco de la equidad y la libertad.   

*Manuela Expósito, Lic. Ciencia Política UBA, integrante de la Comisión de América Latina de Tesis 11.

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