Rodolfo Casals*
La condena al policía homicida Chocobar, produjo una airada reacción de los principales líderes de la oposición política (el ex presidente Macri y la presidenta del PRO Bullrich).
A pesar de lo leve de la condena en relación a su contenido y fundamentación, el fallo es importante porque ratifica un límite muy claro a las fuerzas de seguridad en cuanto a su conducta y el uso de armamento letal.
Pero la reacción de los mencionados personajes no solo repite su conducta anterior en este y otros casos de crímenes perpetrados por las fuerzas de seguridad como, por poner un ejemplo, el del joven Rafael Nahuel asesinado por la Prefectura Naval en Bariloche, o la habitual demagogia punitiva conque pretenden juntar votos.
La imagen de Patricia Bulrich abrazando a Chocobar en la puerta del juzgado, o la de Macri recibiéndolo públicamente, en su momento, cuando recién había cometido el cobarde asesinato por la espalda de un delincuente que trataba de escapar, es mucho más que una nueva expresión de su desprecio por la vida y la protección de los que hoy matan por la espalda a un delincuente y mañana reprimen salvajemente a los trabajadores que reclaman, permiten que mueran varios presos en el incendio de una comisaria o dejan sin protección a una mujer golpeada y en riesgo de muerte por la violencia machista.
Es una muestra más de lo que es una derecha que fue cómplice o heredera de la política represiva más cruel de nuestra historia: la dictadura militar.
Fue ese periodo terrible el que formateó en gran escala a las fuerzas de seguridad federales y provinciales, herencia de la que tuvieron que hacerse cargo para transformarla los gobiernos de la democracia, en particular los de Néstor y Cristina que hicieron mucho por reformar las fuerzas de seguridad en un sentido coherente con la maduración de una democracia popular, pero sin avances suficientes.
Pero, la actual realidad de fuerzas de seguridad más parecidas a la “maldita policía” que a instituciones civiles armadas de la democracia, ¿es solo un resabio del pasado que debemos superar? ¿Es solo un fantasma de una época nefasta revivido por las necesidades represivas y el odio de clase del Macrismo en el poder?
Hay elementos nacionales e internacionales que nos indican que es necesario analizar esta temática más allá de lo evidente.
Álvaro García Linera en un escrito reciente analiza que estamos en un momento de separación del neoliberalismo de la democracia representativa. De que luego de la ilusión de la globalización como valor universalmente aceptado, lo que implicaba el reinado de la unipolaridad y el fin de la historia, y hacia inútil cualquier intento de construir alternativas al régimen, se abrió un periodo de crisis muy fuertes que dañó profundamente a las masas populares y derrumbó los paradigmas neoliberales que parecían exitosos e invulnerables.
Se generaron múltiples centros de poder mundial y la falta de una sola propuesta, de un ideario que encolumne a la humanidad tras los factores de poder universal de occidente.
Y por lo tanto, así como la unipolaridad avasallante del capitalismo neoliberal permitía la vigencia de la democracia representativa como forma más estable de dominio en cada país por el bajo riesgo que implicaba, hoy, en un periodo en que hay un debate y aun una disputa en las elites del mundo de como reconstruir un ideario que ofrezca un porvenir motivador, se hace peligroso que los pueblos voten y opten en un sistema mínimamente libre.
Los sucesos de estos días en nuestra América Latina, tienden a mostrar que esos temores no son infundados. Rebeliones populares con claras banderas democráticas y de cambio social; elecciones donde las fuerzas que controlaron la situación durante décadas son barridas por lo nuevo, instalación de fuerzas poderosas que aunque no triunfen aun disputan de igual a igual enarbolando propuestas liberadoras.
Frente a este panorama no es extraño que la derecha se cuestione la pertinencia de la democracia política.
En Europa, por ejemplo, se da un pronunciado proceso de fascistizacion de las derechas políticas que arrastran a las más moderadas y las conducen. En nuestra vecindad tenemos un fenómeno como el bolsonarismo que aun en crisis sigue mostrando como la extrema derecha puede darse una masa de apoyo importante.
Por lo tanto, el fracaso de la propuesta política e ideológica de la globalización y la pax unipolar abre una nueva ventana de oportunidad a los pueblos, pero a la vez cierne negros nubarrones sobre las conquistas democráticas alcanzadas.
Por eso, todos los cuestionamientos a la democracia como los de Longobardi llamando a poner orden “más autoritario” en el país, y todas las reivindicaciones a un pasado nefasto dictatorial, hay que leerlos como una propuesta renovada de la derecha de construir una nueva versión de un estado autoritario y policial.
En ese camino el tema de las fuerzas de seguridad adquiere una importancia particular. Es sabido que el tema del delito y el rol de las fuerzas de seguridad es un tema favorito de la derecha porque contacta con la existencia en importantes sectores de la comunidad de una sensibilidad particular ante el mismo.
Las explicaciones simples a problemas complejos, especialidad de la publicidad de la derecha, convierten al tema de la “seguridad “en un componente esencial del consenso que requiere el sistema que pergeñan (junto al machismo, la xenofobia, el racismo y el desprecio por los pobres y marginados). Además ha quedado demostrado el rol policial en la técnica de “golpes blandos”.
Ha llegado el momento de comenzar un nuevo intento en la nación y las provincias de reformas profundas de las agencias de seguridad.
Un primer paso puede ser la aprobación del proyecto de ley sobre violencia institucional presentado por Hugo Yasky y Paula Penacca en la Cámara de Diputados. Conocer, difundir y respaldar este proyecto es reiniciar un camino para que nunca más un pobre disfrazado de policía mate por la espalda a otro pobre y los poderosos lo aplaudan.
*Rodolfo Casals, integrante de Corriente Popular K (en la 13 de Abril)