Editorial semanal de Tesis 11. La crisis en las urnas

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En una elección en la que no se eligió nada, salvo el orden de los candidatos en una lista, la mayoría del pueblo expresó su hartazgo con la prolongada crisis que soportamos.

Ciertamente, esta no es la vida que queremos. Como sociedad, hemos pagado ya un precio demasiado alto por las políticas del macrismo y el azote de la pandemia.

Agobiados por la carestía, la falta de trabajo y las restricciones impuestas por la pandemia, millones encontraron su voz en el ¡basta! que esgrimió una parte de la oposición como eje de su campaña. O simplemente, no fueron a votar. Un significante “vacío”, como el que postulaba Laclau, pero que tiene la capacidad de sintetizar los diferentes malestares que recorren un cuerpo social lastimado y dolorido.

Un vacío del significante al que contribuyó fuertemente el no debate político que logró instalar la corporación de medios de prensa, gracias a la permanente apelación al escándalo y el chimento malicioso. Vacío de memoria, de propuestas, de futuro, pero que en lo discursivo forma parte del asedio al que se sometió, incluso desde antes de asumir, al nuevo gobierno popular y que prepara la revancha violenta de los poderosos que quieren volver.

Días de después de las PASO, las conmemoraciones de La Noche de los Lápices y del golpe de estado del 55, recuerdan la brecha que siempre existió en la historia argentina, y la violencia política que ejercieron en cada momento los que no se resignan a perder sus privilegios y aspiran a incrementarlos. Violencia política que también está otra vez retornando al presente, actualizada en atentados todavía aislados, pero que ya pudieron haber cobrado sus víctimas fatales.

Recuperar el rumbo y recomponer el vínculo con los sectores populares es el desafío del gobierno en estas horas. Su carácter democrático debe revalidarse con políticas que resuelvan los problemas de la gente y de las que el pueblo movilizado pueda apropiarse. No es un problema de tecnócratas, sino de militantes tercamente apasionados por la causa popular. Entusiasmarlos, el desafío de sus líderes. Si se logra, por las decisiones que se adopten y por la convicción que se trasmita, la taba puede dar la vuelta. La mayoría no viró a la derecha. Está descontenta y hay que interpelarla.

Los debates son siempre sanos cuando refuerzan el trabajo en equipo. Además, es una muestra elemental de sentido común reflexionar cuando la realidad se muestra adversa. Pero en la coyuntura el Frente de Todos no tiene una instancia institucional en la que todos los sectores que lo conforman se encuentren cara a cara y en la que puedan sintetizar sus diferentes opiniones.

Esa ausencia se suple con mensajes en las redes sociales o trascendidos que, a fuerza de interpretaciones, brindan también oportunidades a los que quieren fogonear rupturas, desencuentros y apuestan al quiebre de la unidad. Este déficit está en la matriz del Frente y no se resuelve con cónclaves de algunos pocos, por trascendentes que sean cada uno de ellos.

Se corría el riesgo de que ese clima asfixiante y tóxico generado por los rumores de palacio  terminara dañando al propio gobierno. La carta pública de Cristina Fernández cambió el escenario. Otra vez revelando todo su enorme liderazgo, puso el debate donde había que ponerlo: en revisar lo hecho para responder a las expectativas populares.

El Presidente resolvió avanzar sumando figuras de mayor volumen político a su gabinete, reconocidos por su capacidad de gestión. Cuadros a la altura de una hora exigente como la que vivimos. Es que los desafíos son grandes. Se trata de recuperar la capacidad de millones de vivir dignamente. Pero no alcanza con ponerle plata en el bolsillo. Eso puede ser pan para hoy y hambre para mañana, si no se detiene el sabotaje insidioso de los remarcadores de precios, que ya pregonan nuevos Rodrigazos o pujan por maxi devaluaciones. La acción de gobierno debe ser contundente para cortar ese nudo gordiano en el que se condensa la puja por la redistribución de los ingresos. De todo laberinto se sale por arriba, apuntaba Marechal pensando en el auxilio divino. También por abajo, acotamos los que tenemos fe en la potencia transformadora de un pueblo organizado y movilizado. Es la hora de convocarlo.

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