Casi veinte millones entre pobres e indigentes y un futuro plagado de incertidumbre – herencia conjunta del macrismo y la pandemia – conforman y explican parte del clima de tensión preelectoral al que asistimos, más aún después del remezón de las PASO.
Es también y sobre todo un escenario que objetivamente obliga a un debate en torno al rumbo a seguir y las armas con las que se cuenta como para llevarlo a cabo. El qué y el cómo lo hacemos. Los multimillonarios programas gubernamentales de asistencia a miles de empresas y a millones de ciudadanos, en particular lo más vulnerables, aunque necesarios en la emergencia, está visto que no son la solución. No tienen perspectiva.
Es un estado de crisis cuyo desenvolvimiento se complica además por la manifiesta actitud subversiva, desestabilizadora del bloque de poder – el capital concentrado, las corporaciones mediáticas y la parte subordinada del poder judicial –obsesionado en esta fase de probado agotamiento histórico del neoliberalismo, en retomar, a como dé lugar, la conducción política de la nación sin reparo alguno en límites éticos, morales ni legales. Hasta la difusión cotidiana de mentiras, las fake news, se naturalizan.
Entre otros lo testimonia por ejemplo el sistemático intento de los de Juntos por el Cambio, brazo político partidario del bloque de poder, de deslegitimar la autoridad presidencial, hasta llegar incluso a degradar en lo personal su figura; el anunciado propósito de asumir la jefatura de la Cámara de Diputados, eslabón constitucional de la sucesión presidencial; el “ahora vamos por todo” de María Eugenia Vidal y más explícitamente, si es que hiciera falta, la confesión de uno de los candidatos a senador por la derecha cambiemita quien, al ser interrogado por las propuestas de su espacio con posterioridad a las elecciones de noviembre, muy suelto de cuerpo aseguró que “no vamos a proponer nada. Lo que vamos a hacer es no dejarlos gobernar. Rechazar todo lo que propongan”. Por eso repudian abiertamente todo intento de diálogo, tal como lo han expresado abiertamente sus figuras más conspicuas: Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, los radicales Mario Negri y Alfredo Cornejo. Para Carrió todo consenso equivale a “traición”.
Proyectan un futuro para cuya construcción tanto Mauricio Macri como Patricia Bullrich hasta convalidan el pensamiento y la violencia de los “libertarios”, como el del fascista Javier Milei, sin que nadie de su entorno osara alzar la voz para rechazarlo. Hasta confiesan su coincidencia y simpatía con el pensamiento “libertario”, lo que necesariamente deriva en su correlato: el re-direccionamiento hacia la extrema derecha del discurso político y socioeconómico, con anuncios y anticipos que ahora “podemos decir sin ponernos colorados” En caso de triunfar, esta derecha ya se pronunció favorable a medidas que arrasarán los derechos laborales: despido sin causa ni indemnizaciones, atenuar los límites de la jornada laboral, menos rigurosidad con los descansos y las paritarias, achique del Estado y el ajuste fiscal. Al decir de Macri, “en la misma dirección, pero más rápido” de lo que se hizo durante su gobierno. ¿Qué quedará de la democracia?
Y no son sólo palabras. Ejemplo, el bloqueo a las sesiones de la Cámara de Diputados impidiendo la integración del quórum y además subordinarlo a la aceptación de un pliego de condiciones con claro carácter extorsivo. La frustrada sesión para el tratamiento del proyecto de ley para el etiquetado frontal de los alimentos fue el caso reciente. Cumplieron así el deseo del lobby empresario, saboteando la sanción de una ley orientada a la preservación de la salud alimentaria.
En esta dirección resaltemos también su juego especulativo promotor de la disparada del dólar paralelo, el del salto devaluatorio, la extorsión de los gurúes mediáticos para el más pronto acuerdo de reestructuración de la deuda con el FMI dejando de lado sus condicionamientos y el uso que los oligopolios hacen del instrumento más irritante, el que en las actuales condiciones de crisis más afecta al bolsillo y al estado de ánimo de las mayorías: la suba incesante y desmedida de precios, en particular los de los alimentos, los medicamentos y artículos de primerísima necesidad, reiterando con ello una conducta cuyos objetivos son políticos y trascienden al de su voracidad: predisponer al pueblo en contra del gobierno popular, quitarle a éste su sustento, ponerlo de rodillas y finalmente, si es necesario, voltearlo. Basta recordar la hiperinflación que terminó con el gobierno de Raúl Alfonsín.
No es éste, por cierto, un procedimiento exclusivo de inspiración argentina. El neoliberalismo lo esparció por todo el ámbito regional. Por eso Jair Bolsonaro es presidente de Brasil, Guillermo Lasso está en Ecuador y Fernando Lugo ilustra el caso paraguayo. Evo Morales, a duras penas, conservó la vida.
Pero esta vez en Argentina, en lugar de hablarles con el corazón como lo venía haciendo en éste como en otros temas, Alberto Fernández optó por nombrar a Roberto Feletti quien impuso un congelamiento de precios para unos 1400 productos de la canasta básica y con vigencia por 90 días. Con su Resolución dejó de lado la victimización y rechazo de una parte del conglomerado empresario (COPAL) y su velada amenaza de desabastecimiento, actitud provocadora y desafiante a las que se acopló y dio su respaldo Rodríguez Larreta y los intendentes bonaerenses de Juntos por el Cambio, quienes prestamente hicieron punta en el rechazo a las tareas de control.
En respuesta, la oportunidad ameritaría por un lado la convocatoria a los trabajadores de las grandes empresas, las sujetas al congelamiento, a integrarse a las tareas de supervisión de precios, producción y abastecimiento. Es una práctica que además de su eficacia, serviría de escuela para mejorar la calidad de la democracia en camino a otra de tipo participativa y a construir, junto con las organizaciones del movimiento popular, un contrapoder para lo que en esencia está en juego: la disputa por el poder y el proyecto de país.
En segundo lugar, el Frente de Todos es una coalición electoral que merced al triunfo de 2019 asumió el gobierno. En él conviven fuerzas no homogéneas y por ello con contradicciones y debilidades resultantes. Teniendo como antagonista político a la derecha, aliada y entreverada con sectores filo o abiertamente fascistas, dispuestas a como dé lugar para hacerse del gobierno y someter al pueblo, para el campo popular no puede haber la menor duda sobre quién es el enemigo principal y por eso la necesidad absoluta de mantener y profundizar su unidad. Ello requiere una actitud más contundente del gobierno en denunciar y poner en evidencia este accionar de la derecha y de los personajes que le hacen el juego. El pueblo debe percibir que es éste su gobierno, por el que vale la pena involucrarse, porque es un gobierno cuya gestión le debe dejar en claro donde radica uno de los soportes de sus propios intereses…