Revista Nº 150 (06/2022)
(américa latina/brasil)
Claudio Esteban Ponce*
La coyuntura política de Brasil muestra una disputa interna que pone de manifiesto la dicotomía entre las izquierdas democráticas y la resurrección de los viejos autoritarismos de la más rancia derecha. También el mundo se debate entre las hipotéticas “democracias” del mundo occidental y la aparición de un pasado nazi-fascista que vuelve a encontrar el apoyo de una burguesía asustada. Brasil es una nación de peso en el contexto internacional, más allá de estar en el Tercer Mundo latinoamericano, el resultado de su política interior y exterior puede jugar un importante rol en la geopolítica mundial. Las próximas elecciones ponen en juego ese destino.
La historia de la República Federativa del Brasil fue siempre de características atípicas en el ámbito del continente latinoamericano. La particularidad de este país hizo que se distinguiera del resto de los países de América Latina no solo por el idioma sino por su devenir de hechos radicalmente opuestos a los procesos vividos en las regiones ocupadas por la colonización española. De tal modo que el “imperio de Brasil”, que desde su nacimiento como Estado libre llevó esa denominación, no tuvo un verdadero proceso independentista, nunca luchó por su emancipación, solo fue un desprendimiento pacífico de la propia Corona Portuguesa. En realidad, fue una herencia con entrega anticipada del rey portugués a su hijo, que tomó el nombre de Pedro I como primer emperador de Brasil con un claro rasgo absolutista análogo a las monarquías europeas anteriores a la Revolución Francesa. Para el naciente Estado lusitano que se iba a convertir en el país más extenso de América del Sur, el siglo XIX fue una etapa de continuidad con el despotismo y el esclavismo que, salvo algunos conflictos políticos internos con intenciones republicanas, o su ensayo expansionista hacia el Río de la Plata que terminaron en un rotundo fracaso, Brasil fue una nación sin guerras, ni por su independencia, ni por su atisbo de imperialismo fallido.
La abolición de la esclavitud y de la monarquía a fines del siglo XIX, y el paso de Brasil a la incierta modernidad republicana, nunca terminó de consolidarse en la sociedad brasileña. Jamás se pudo erradicar completamente la estructura de carácter social autoritaria internalizada desde los tiempos coloniales. Esta particularidad de la sociedad carioca sumió al país en una profunda injusticia y a la vez, en una carencia en la formación educativa de su pueblo que hizo de Brasil uno de las naciones con mayor índice de analfabetismo en el continente americano durante la primera mitad del siglo XX. Más allá de los intentos transformadores, tanto del “Movimiento Tenientista” por izquierda, como del “Varguismo” por derecha, el fracaso en la posible construcción de un movimiento nacional y popular que lograra un mayor equilibrio en la distribución de la riqueza, hizo del Estado fundado con el lema esencial del positivismo europeo, un “bocado apetecible” para el imperialismo estadounidense, ya que este país del norte fue el que afirmó allí su presencia negociando con una oligarquía que gobernaba de acuerdo a sus propios intereses muy alejados de la soberanía popular.
En los años setenta, luego del golpe de Estado cívico-militar que derrocó a Joao Goulart, con evidente apoyo de EEUU, la denominada “Nueva Izquierda Latinoamericana” pensaba a Brasil como una “bomba de tiempo”. Como un país que en cualquier momento podría estallar socialmente buscando una mayor justicia social. Se pensaba, o quizás se deseaba, que en ese país, el más grande de la región, se diera una sublevación que condujera a confrontar una injusticia institucionalizada desde la etapa colonial, y de esta forma poder consolidar un proceso de lucha para lograr la definitiva “liberación” tan mentada en aquellos tiempos. Lamentablemente no fue así. La falta de una conciencia revolucionaria en las mayorías del país carioca fue contra el entonces “voluntarismo” de los sectores sindicales, incipientes orígenes del P.T. o de algunos intentos de acción guerrillera que nunca pudo llegar a convertirse en una amenaza real. A pesar de la influencia y la contribución de algunos grandes intelectuales y representantes de un clero católico “tercermundista” tales como el pedagogo Paulo Freire, o el obispo de Recife, el teólogo Hélder Pessoa Cámara que llamaban a una transformación social y política en la región, Brasil siguió siendo una nación pobre, con una profunda división social, con una escolaridad limitada, y con una actitud muy dócil a los mandatos del imperialismo.
Los cambios de los primeros años del siglo XXI abrieron un tiempo de esperanza. La llegada del Partido de los Trabajadores al gobierno llevando a Lula a la presidencia de la nación, marcó un hito en la historia del Brasil. Como dijo el propio Lula, por primera vez un trabajador, un dirigente sindical, y un político alejado de la “academia” asumía la máxima autoridad y responsabilidad en la república. A pesar de las limitaciones políticas y las condiciones económicas, Lula pudo conseguir mejorar significativamente la condición de vida del pueblo brasileño. En su gestión muchos trabajadores salieron de la pobreza, otros fueron atendidos por una mayor intervención del Estado en materia de salud y educación, lo que demostró un rumbo inédito en el devenir tradicional de los gobiernos anteriores. La Administración Lula fue el ejemplo de la “hora en que Brasil caminara con sus propias piernas”, esta expresión fue de Ignacio da Silva cuando en sintonía con el entonces presidente argentino Néstor Kirchner decidieron cancelar la deuda externa con el FMI y quitarse de encima una pesada carga de imposiciones del imperialismo estadounidense. De allí en más, y alineados con Hugo Chávez en Venezuela y Correa en Ecuador, parecían ser los cuatro países de América Latina que en la aurora del siglo XXI representaban una nueva acción emancipadora para el continente.
Pero el enemigo nunca descansó, si bien Lula terminó su mandato, la continuidad con la victoria de Dilma Rousseff, una antigua militante de la acción directa en estrecha relación con las viejas luchas del pasado, no podía ser admitida por los intereses internos y externos. El imperio y sus aliados vernáculos estaban dispuestos a todo, y lograron destituir a la primera mujer presidente de Brasil. El “golpe blando” y el “law fare”, las nuevas formas de intervención imperialista, hicieron que la derecha recuperara el gobierno en el Estado más grande de América del Sur. De allí en más, la persecución y los encarcelamientos injustos y sin fundamento jurídico como el del propio Lula, fueron moneda corriente. Así fue como se dio la transición hacia la gestión de una derecha más extrema que se apuntaló con la elección del ex militar golpista Jair Bolsonaro. Pero al parecer la derecha no pudo consolidarse. El fracaso de la gestión Bolsonaro y la evidencia de las mendacidades del “law fare”, volvieron a poner otra vez en carrera al PT y a Luis Ignacio “Lula” da Silva. Nuevamente las políticas progresistas tienen una oportunidad, y se espera que ésta sea aprovechada para profundizar las políticas necesarias para iniciar un proceso emancipador que garantice un desarrollo, no crecimiento, desarrollo económico y social que garantice una vida más justa y equitativa para el pueblo de brasil.
El contexto social y político del presente brasilero en particular y de América Latina en general, se observa complejo y muy reticente de parte de los sectores más ricos, de las oligarquías locales, a ceder espacios a los sectores populares, desestabilizando todo gobierno que intente revalorizar derechos democráticos. La lucha en Brasil está dada nuevamente por el PT y por Lula que aceptó ser candidato. Pero no es solo el PT, no es solo Lula, es una alianza que según algunos analistas puede significar “pan para hoy y hambre para mañana”.[1] La táctica para ganar elecciones puede resultar posteriormente en un problema para gobernar. Esta alianza que puede asegurar a Lula ganar las próximas elecciones, también puede dificultar los intentos de llevar adelante las transformaciones necesarias para un desarrollo integral de la sociedad de Brasil. Un ejemplo de esta problemática se puede observar en Argentina, allí se logró derrotar a la derecha pero como resultado de las gestiones realizadas por un sector del frente gobernante se siguieron aplicando políticas de cierto corte neoliberal que impidieron profundizar las transformaciones en beneficio de la clase trabajadora.
Brasil tiene mucho que cambiar. Demanda una profunda reforma agraria evitando el latifundio pero que la oligarquía por supuesto rechaza, se deberían impedir las privatizaciones tales como el proyecto de Electrobras, en fin, al posible gobierno de Lula se le presenta una enorme tarea a realizar, ¿contará con el apoyo del sector aliado? A Gerardo Alckmin, su antiguo enemigo y actual compañero de fórmula, (un supuesto ex Opus Dei), un hombre ligado a actos de corrupción, unido a Temer y con ideas liberales de pro-mercado, no se lo observa como el compañero que puede convertirse en el más “revolucionario” de los aliados. El futuro de Brasil es un dilema a resolver. La potencial victoria de Lula puede llevar a un gobierno nacional, democrático y popular, o puede que la gestión de debata internamente en discusiones que los alejen del pueblo. De la inteligencia, la sagacidad y el coraje de los dirigentes del Partido de los Trabajadores, dependerá la buena gestión a favor de las mayorías. Todo está por hacer, y la esperanza está intacta. Hoy Colombia dio un primer paso, ojalá los acompañe Brasil y así volver a iniciar un nuevo proceso emancipador.
*Claudio Esteban Ponce, Licenciado en Historia, miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11
[1] Gimenez, Erika y Dagorret, Ana. Alckmin para hoy, ¿hambre para mañana? En Noticias de América Latina y el Caribe, Nodal, Dirección de Pedro Brieger. 17/05/22.