El ocaso de la política argentina.

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Revista Nº 156

(nacional/historia/política)

Claudio Esteban Ponce*

“El contexto político actual nos retrotrae a las peores crisis de la historia de este país. El hecho de haber llegado a esta situación radica en un grave problema cultural y social que venimos arrastrando como nación desde los tiempos del Terrorismo de Estado”

Los últimos meses vividos en la República Argentina mostraron una serie de acontecimientos inesperados, insólitos y aterradores, que llegaron a justificar y legitimar la injusticia, la miseria y el hambre. Desde el 10 de diciembre de 2023 hasta el presente, un azote diabólico se impone en el país con el objeto descarado de someter a la nación al dominio y control del capital concentrado y del imperialismo extranjero. ¿Son los mal llamados a sí mismos “libertarios” los únicos responsables y culpables de todos estos males? ¿Existen serios compromisos no cumplidos en aquellos sectores auto-denominados “progresistas” o que dicen pertenecer a los espacios nacionales y populares, en hacer posible que la extrema derecha haya logrado acceder al gobierno por vía electoral? Si el mal se transforma en un hecho concreto en la historia humana, no ha de ser solo por “culpa del diablo” que no pertenece a esa realidad, sino más bien de todos sus “aliados” que hicieron posible la institucionalización de la injusticia y el padecimiento de las mayorías populares.

La reciente década pasada del devenir histórico de la Argentina, de 2016 en adelante, se caracterizó por la naturalización de la hipocresía, la ambigüedad y la abulia política. Luego de una etapa de desarrollo en los términos en que lo definía Aldo Ferrer[1], desarrollo integral que había marcado un “giro copernicano” respecto de las causas y consecuencias de la crisis del 2001/02, los gobiernos peronistas de Néstor Kirchner y Cristina Fernández habían llegado a su fin por la prematura muerte del presidente con posibilidad de asumir un nuevo mandato, y el cumplimiento de dos períodos consecutivos de la presidenta en ejercicio. Frente a estos límites infranqueables, la derecha local armó una alianza para las elecciones de 2015 que contó con la colaboración de un radicalismo ansioso por espacios de poder, un tradicional socialismo que hacía poco honor a su nombre y otros sectores entre los que podemos agregar los monopolios multimediáticos. Esta coalición, heredera de la visión neoliberal iniciada por Martínez de Hoz, logró hacerse del gobierno por primera vez sin recurrir a las Fuerzas Armadas como brazo ejecutor de un golpe de Estado. La presidencia de Mauricio Macri, un arribista portavoz de la vieja oligarquía antiperonista a la que no pertenecía por su propio linaje, hizo que el país retrocediera en el desarrollo logrado, y paulatinamente se volviera a las recetas neoliberales de los años noventa con el objeto de profundizar la dependencia externa y beneficiar a los sectores concentrados de la economía nacional e internacional. El intento macrista tuvo avances y retrocesos. Los primeros dos años, con todo el aparato mediático de apoyo, con la ayuda de un poder judicial cooptado por los grandes capitalistas que perseguían a dirigentes opositores, la gestión macrista llegó incluso a ganar las elecciones de medio término. A partir de allí, y a pesar de los “escritos pseudo-periodísticos” de quienes auguraban la consolidación de una “nueva derecha democrática”, la administración Macri comenzó su declive.

En los tiempos previos a las elecciones de 2019, el peronismo kirchnerista había comenzado su armado de alianzas en medio de un movimiento social y político que ya venía sufriendo conflictos y divisiones en el marco de una ambiciosa disputa de poder. El gobierno macrista estaba débil y sangraba por la cuestión económico-social, comida para los tiburones que revoloteaban en el marco opositor, de esta forma se daba otra oportunidad para un peronismo que no había sabido mantenerse en el gobierno. Si bien se podía observar cierto “des-orden” en el interior del movimiento peronista, el “dedillo” de Cristina Fernández, emulando al viejo “dedo de Perón”, eligió un candidato en acuerdo con el sector sindical, con una parte de la dirigencia política no ligada al peronismo y con cierta aceptación de la juventud. Otros “peronistas” que decían ser “de Perón” se fueron corriendo a la derecha hasta el punto de que quien había sido el jefe de bloque de senadores durante los tres gobiernos del peronismo kirchnerista, fue candidato a la vicepresidencia del pretendiente a la reelección, Mauricio Macri.

El triunfo del “Frente de Todos” logró un 49% de los votos frente a una derecha que a pesar de sus contrariedades pudo conservar el 40% luego de una gestión muy cuestionada. El “dedo de Cristina” había hecho posible que, increíblemente, el señor Alberto Fernández se convirtiera en Presidente de la nación por gracia de una alianza que pregonaba “volver mejores”. ¿Mejores que quién? Ya antes de asumir, el “tío Alberto” demostró que no pretendía confrontar con la derecha gobernante y colaboró, sin el acuerdo interno de su propio Frente, para que el gobierno en retirada tuviera una salida elegante y sin demasiadas heridas. Desde allí, cuando este señor todavía no había ascendido formalmente al cargo presidencial, demostró tener intenciones muy claras de no respetar las opiniones de quienes acordaron llevarlo a ocupar la primera magistratura. Ya en tiempos precedentes, este leguleyo de profesión, se manifestó como un alto seguidor de “Judas Iscariote” y como no podía ser de otra manera, “el escorpión picó a la rana y ambos se ahogaron”. El gobierno de Alberto Fernández fue una gestión que tuvo importantísimas oportunidades de transformar la Argentina. ¿Faltó coraje político? ¿Este presidente jugó para la derecha y solo estaba disfrazado de “progre”? ¿Fue válida esa justificación de no poder transformar porque “no tenía a favor la relación de fuerza o no estaban dadas las condiciones objetivas”?

La coyuntura que enfrentó la administración del Frente de Todos en los inicios de su gestión no fue demasiado beneficiosa ni en el plano local como tampoco en el internacional. Si bien no era un marco para nadar en la abundancia, sí lo fue como el momento oportuno para tomar medidas de reformas profundas. El hecho inesperado de encontrarse frente a una pandemia que asolaba al mundo entero, era el momento propicio para proponer políticas de emergencia como lo hacían todos los Estados más desarrollados del planeta. Propuestas atrevidas como, por ejemplo, la nacionalización del comercio exterior, que se hubiera argumentado y defendido con la excusa de que la situación lo ameritaba. La recuperación del control de los puertos del Río Paraná, para señalar otro ejemplo de la necesidad de la presencia estatal en defensa de los intereses del pueblo, no hubiese tenido demasiado cuestionamiento de parte de los intereses concentrados dada la urgencia que el mundo vivía. No solo no hizo ni propuso nada de esto, sino que el gobierno del señor Alberto fue sumiso a los intereses internos y externos. En el marco internacional abogó por legitimar el acuerdo con el FMI a pesar de las irregularidades que ese mismo convenio tuvo durante la gestión macrista, y aceptó servilmente las condiciones impuestas por el organismo sin revisar la fuga de capitales del gobierno anterior dejando indemne al presidente anterior de las responsabilidades respecto de los delitos de malversación de fondos públicos. ¿Por qué dejar sin un potencial “juicio de residencia” a probables delincuentes del gobierno anterior? Cabría analizar muchas razones, pero la “tonta” forma de hacer política de parte del nuevo presidente y su equipo, donde se proponía ser el “amiguito” de todos sus adversarios políticos, quizás solo escondía el “gatopardismo” instalado desde el principio en el Frente que ya estaba dejando de ser “de Todos”. Los sucesivos gobiernos de Mauricio Macri y de Alberto Fernández tuvieron el “merito” de volver a subir los índices de pobreza e indigencia. Si bien la desocupación que había comenzado a subir durante el macrismo, bajó en la gestión pseudo-peronista, el total aplastamiento de salarios y jubilaciones fueron moneda corriente en ambos gobiernos. La destrucción iniciada por la alianza “Juntos por el Cambio”, sumada a la desidia, la ambigüedad y el desinterés por los sectores populares expresada por el falso peronismo del Frente de Todos, condujo al país a un dilema entre una continuidad inerte o dejarse arrastrar por las soluciones de la “magia oscura” que predicaba un psicótico de extrema derecha.

La educación argentina fue de alta calidad y ascendente hasta el golpe de Estado que derrocó al gobierno de Arturo Illia. Este creciente desarrollo de la educación pública, que se fue fortaleciendo a pesar del egoísmo y la mezquindad de la “clase dominante”, solo fue interrumpido debido al advenimiento del autoritarismo del general Onganía. De allí en adelante, las élites del capital asociadas a los intereses externos, tomaron consciencia del problema que podría generar para sus intereses un pueblo educado, con una política de Estado que avalaba la gratuidad de la enseñanza y con sectores medios de la sociedad de fácil acceso a estudios universitarios. Esta herencia del fenómeno peronista, fue la más conflictiva para los grupos concentrados de la economía. La oligarquía debía comenzar la devastación del sistema educativo y para ello comenzó por atacar a los docentes y deteriorar sus salarios con el objeto de dañar la calidad de la enseñanza de la que gozaba el país hasta ese entonces. Luego, el Terrorismo de Estado y el “menemato” de los años noventa se encargaron de arrasar completamente las cualidades de la educación existentes desde el nivel inicial hasta la universidad. Si bien se intentó recomponer la inversión en políticas educativas durante los gobiernos del peronismo kirchnerista, solo la gestión de Néstor Kirchner valoró el trabajo docente y comprendió la importancia de reconocer económicamente la tarea de maestros y profesores de todos los niveles, intentando devolver los derechos perdidos desde la dictadura en adelante. Las lógicas consecuencias de este proceso de “deculturación” que la “democracia recuperada” mantuvo siempre como asignatura pendiente de resolver, se manifestaron en el actual deterioro de la educación pública y en la “institucionalización de la ignorancia”.

El nuevo gobierno de Javier Milei que comenzó el 10 de diciembre de 2023, se presentó como un colectivo “anti-casta política” y con un brutal discurso autoritario con enormes contradicciones ideológicas. En realidad, una prédica anti-política que asemejaba a las violentas expresiones del nazismo en formación de los años treinta en Alemania, con la única variante de que su xenofobia y su odio no están dirigidos a la etnia judía pero sí a todos aquellos que no se identifican con las insólitas propuestas de la “libertad avanza”. Si bien todavía no se llegó al extremo que se produzca una “noches de cristales rotos”, sí fue posible observar la intención represiva contra todos los que quieren expresar su disconformidad con las medidas de gobierno y luchar por sus derechos constitucionales. Este gobierno que, a partir de un discurso anti-socialista, anti-feminista y terraplanista, no demostró tener ningún proyecto político racional sino por el contrario, descargó sobre la sociedad acciones solo guiadas por el sadismo y la crueldad tales como negarse a la protección de los enfermos terminales, o la actitud de no repartir los alimentos destinados a los indigentes, solo expresa el desprecio por su propio pueblo. La difusión del “gozo enfermizo” con el sufrimiento de los semejantes es una característica de esta gestión que en apenas seis meses atacó y destruyó a las organizaciones que protegían a los más necesitados, al solo fin de beneficiar a los más ricos. Esto indica que los funcionarios carecen de conocimiento o se comportan con un grado de inmoralidad pocas veces visto en la historia reciente de este país. La coyuntura presente apenas reveló las verdaderas intenciones de una administración que pretende convertirse en una “democracia restringida” del siglo XXI. Una nueva forma de “régimen oligárquico” que desea hacer de la nación un “enclave” adherido como furgón de cola a la economía globalizada de occidente. ¿Qué hacer frente a este contexto? Una pregunta inquietante como la del texto de Lenin, o como la que se plantea también Alain Badiou en el debate con Marcel Gauchet…[2] Al parecer, la actual oposición política se encuentra muy ocupada y dividida fruto de su propia mezquindad. Entre ellos están los que sostienen que hay que dar “gobernabilidad” al nuevo presidente a cambio de dádivas, y los que creen que hay que “esperar las condiciones objetivas” para que este gobierno se caiga solo. Hoy, el pueblo argentino se encuentra abandonado. La dirigencia política en general, salvo excepciones, está divorciada de su pueblo y desconoce sus necesidades. A su vez, las tres instituciones de la República parecieran no representar la “voluntad general” de un sistema que se dice democrático, ya sea por cooptación de sus miembros o por propia decisión de los mismos de apoyar un “Estado de Excepción” en los términos en que Giorgio Agamben define tal concepto.[3] La Argentina volvió a ingresar en un cono de sombras.

El contexto político actual nos retrotrae a las peores crisis de la historia de este país. El hecho de haber llegado a esta situación radica en un grave problema cultural y social que venimos arrastrando como nación desde los tiempos del Terrorismo de Estado. Una herencia que los gobiernos de la “democracia recuperada” en 1983 nunca pudieron o no quisieron afrontar ni resolver. Aquellas transformaciones en materia educativa y cultural, tan necesarias para erradicar la estructura de carácter social autoritario internalizado por el Terrorismo de Estado, o para superar el miedo instalado durante esa noche dictatorial, quedaron en segundo plano en la mayoría de los gobiernos desde 1983 hasta el presente. Salvo destacadas excepciones que no llegaron a profundizar una educación liberadora o una promoción de la cultura como política de Estado, lo general fue no considerar lo suficientemente importante ni prioritaria la enseñanza como para decidir elevar las inversiones o contribuir a los proyectos de construcción del conocimiento. Hoy, con la educación casi destruida, con los intentos de demoler las instituciones que producen conocimiento, y con la no inversión en materia de investigación científica, lo que queda es la difusión vulgar y brutal de la ignorancia con la finalidad de “invertir el sentido común” de la sabiduría popular. De esta forma, a través de la propagación de falacias ideológicas que están dirigidas a la “colonización semiológica” de las personas a los efectos de divulgar como verdades absolutas el egoísmo, el individualismo, o la primacía de lo pragmático por sobre lo ideológico, se ha logrado que la pérdida de la identidad y las convicciones que nos debieran conducir al logro de los objetivos estratégicos de todo movimiento popular, no sean la praxis correcta que debe asumir la militancia política. En una sociedad donde se ha perdido la conciencia de clase, la identidad política y la convicción ideológica de un proyecto a largo plazo, es un hecho que se imponga la cultura del capitalismo neoliberal con las consecuencias que ello implica. El presente argentino vive un proceso de desintegración cultural, solo la organización y la lucha de los colectivos pueden revivir la idea de emancipación de un sistema perverso. Quizás ya no queden ejemplos de conductores en pos de una nueva independencia, pero el pueblo siempre puede generarlos nuevamente, la lucha no se ha perdido del todo…

*Claudio Esteban Ponce, licenciado en historia, miembro de la Comisión de Historia de Tesis 11.     


[1] Ferrer, Aldo. El futuro de nuestro pasado. La economía argentina en su segundo centenario. F.C.E. Buenos Aires, 2010.

[2] Badiou, Alain y Gauchet, Marcel. ¿QUÉ HACER? Diálogo sobre el comunismo, el capitalismo y el futuro de la democracia. Edhasa, Buenos Aires, 2015.

[3] Agamben, Giorgio. Estado de excepción. Homo sacer II, 1. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires, 2010.

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