Navidad y Lucha de Clases. Tradiciones y contradicciones del Occidente Capitalista.

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Claudio Ponce*

La “civilización occidental y cristiana” siempre se caracterizó por una profunda confrontación entre sectores sociales antagónicos que pugnaron por una mejor distribución de los recursos naturales para preservar la vida humana. Si concebimos “tradicionalmente” al legado greco-romano como cuna cultural de occidente, que por otra parte fue el que difundió la naturalización de las relaciones imperialistas, vale aclarar que no se debe dejar en el olvido a otras influencias tales como las cosmovisiones de los egipcios, persas, fenicios y hebreos que también tuvieron injerencia en la consolidación del “genio práctico” que hizo factible la dominación territorial de Roma alrededor del mar Mediterráneo. ¿Se puede afirmar que a partir de la formación de este imperio tuvo su origen la “lucha de clases”? ¿Sería cierto alegar que desde el inicio de la etapa imperial romana fue visible un proceso de lucha que en el devenir dialéctico de la historia nunca pudo lograr una síntesis superadora de los conflictos sociales? ¿Existió en la antigüedad una propuesta ideológica que llamó a una praxis revolucionaria contra el imperialismo de la época? ¿Se podría establecer una relación entre la lucha dada en los pueblos antiguos con la disputa de la clase trabajadora en la actualidad?

El actual marco internacional, como así también el contexto de América Latina en general y la coyuntura de la Argentina en particular, demandan una reflexión sobre los conflictos sociales en un ámbito donde la agenda política pareciera estar marcada y dirigida por la derecha autoritaria y verticalista. La “lucha social”, entendida como una acción directa en lo cotidiano, no es más que la expresión de la voluntad humana con el objetivo de lograr cubrir las necesidades básicas materiales y espirituales que posibilitan preservar la vida en sociedad. Si se analizan detenidamente los procesos históricos desde el inicio de las culturas urbanas, se obtiene la posibilidad de argumentar que la lucha entre sectores sociales opuestos, tuvo su origen en la “apropiación” de los recursos indispensables para la supervivencia colectiva de parte de unos pocos que abusaron de su fuerza para acopiarse de los mismos y poder llevar a cabo el timo más pernicioso de la historia humana. Estos primeros oligarcas que utilizaron el “hurto y la rapiña” para quedarse con la “propiedad de los bienes”, actuaron impulsados por el “egoísmo y la mezquindad” de quienes carecen de todo límite de moralidad. La descontrolada ambición de los más “fuertes” fue la que hizo posible el invento del concepto de “propiedad privada individual” para luego legitimar esta falacia concibiendo la misma noción como un “derecho natural”. Esta perversa idea de “propiedad” estuvo ligada a la creación del concepto de “imperio” que no solo naturalizó las conquistas de un pueblo sobre otro, sino que también legitimó las relaciones interpersonales de dominio y sometimiento de aquellos más débiles y desprotegidos. La máxima forma de organización política imperial del mundo antiguo se dio en las postrimerías del siglo I A.C. cuando comenzó el “principado romano”. Pueblo tras pueblo fueron cayendo bajo el dominio de la “ciudad de las siete colinas”, la cultura helénica de Grecia y Asia Menor, Palestina, Egipto y todo el norte de África. El imperio romano parecía dominar todo el mundo antiguo.

El Reino de Israel, también bajo control de los romanos, mostró una actitud genuflexa de parte de una casta política y sacerdotal dominante que se encontraba muy alejada de las necesidades de su propio pueblo. Por otra parte, esta fragmentación dividió al pueblo judío haciendo más fácil la potestad de Roma sobre los hebreos. Igualmente, más allá de estas divisiones del judaísmo, había sectores que resistían contra el imperio de diversas formas. Los “Zelotes” lo hacían a través de la lucha armada, y los “Esenios”, que lidiaban mediante una prédica que reivindicaba la línea profética proponiendo la liberación de todo tipo de opresión bajo la guía de un  conductor, (Mesías), que los llevaría a la construcción de un nuevo Reino de Israel. Estos grupos no solo confrontaban contra la dominación imperial sino también contra las autoridades políticas y religiosas de su nación que se mostraban aliadas de Roma. ¿Lucha ideológica y religiosa? ¿Lucha de clases? Los conflictos sociales del mundo antiguo no deberían llamarse “lucha de clases” por el significado que este concepto tomó a partir de la obra de Karl Marx[1], pero no eran tan diferentes a los enfrentamientos durante el siglo XIX entre la burguesía y el proletariado. Se podría hacer una analogía entre ambos más allá del tiempo transcurrido ya que en las dos coyunturas se libraba una lucha antiimperialista.

En la Palestina del siglo I controlada por los romanos, nace un nuevo movimiento social y político devenido de los Esenios, fundado por Jesús de Nazaret. Proviniendo de la línea profética del Pueblo de Israel, el ignoto líder profundizó la prédica transformadora de la tradición hebrea y frente a la pugna entre opresores y oprimidos propuso la construcción de un nuevo reino opuesto al imperio dominante. El origen de este movimiento cristiano, conocido así por considerar que su fundador y organizador era el “Kristós”, cuyo significado en lengua griega era “el Ungido” o sea “el Mesías” que los judíos esperaban, puso en disputa la hegemonía cultural del imperio romano proponiendo una forma de vida revolucionaria que “de-construía” los principios del sistema establecido y el sentido común de la época. Para los primeros integrantes de esta agrupación, la “Naturaleza” no podía ser “propiedad” de nadie en particular y menos aún si ésta era conquistada por la fuerza quitando el derecho al usufructo de la misma a todos los miembros de la comunidad humana. Los discursos de Jesús y sus seguidores se fundaban en un contenido teológico-político que resultó un peligro inminente para la cultura dominante ya que cuestionaba los propios cimientos jurídicos de la hegemonía imperial. Lo desconcertante para el dominio romano fue la forma de lucha elegida por los cristianos, a diferencia de los Zelotes, la resistencia de los cristianos pasó por la organización de “comunidades de base” con una praxis cotidiana contraria y distinta a la “legitimada” por el imperio, combatiendo mediante la palabra y la acción sin apelar a la confrontación armada a la que tan acostumbrados estaban a reprimir los militares romanos. Esta forma de luchar fue un desafío al “verticalismo” latino que no dudó “cortar la cabeza” de los conductores del movimiento y perseguir luego a todos los predicadores de esa propuesta política y religiosa. La crucifixión de Jesús y la persecución de sus discípulos, si bien fue un duro golpe para los cristianos, terminaron agudizando el ingenio de los mismos para la organización de sus comunidades, y el castigo nunca logró el efecto deseado por los represores.

El ejemplo histórico mencionado deja claro que la lucha entre opresores y oprimidos no se inició en la segunda fase de la Revolución Industrial, ella deviene desde el comienzo de las civilizaciones cuando los seres humanos se asentaron y dieron origen a las culturas urbanas. El “arrebato” que hizo parir a “propiedad” derivó luego en la necesidad del “invento” de un aparato jurídico que legalice las relaciones interpersonales imperialistas bajo la regla mando-obediencia haciendo posible así el surgimiento de los imperios. La línea que une a los imperios del pasado con el imperialismo del actual capitalismo nunca fue definitivamente quebrada. La mal llamada “sociedad occidental y cristiana” que no es más que el seudónimo del mundo capitalista, tiene poco de sociedad y nada de cristiana ya que la mayoría de los países de esa región se enfrentan a la hegemonía imperialista de los EEUU en relación con otras potencias europeas con las mismas intenciones. La cultura del capitalismo neoliberal de la actualidad es esencialmente imperialista e impone una forma de vivir donde las relaciones autoritarias entre semejantes se naturalizan a través de esa vieja regla del mando-obediencia que se impone a través del miedo y se internaliza en el carácter social por medio de la “violencia simbólica” ejercida por la clase dominante. América Latina en general y Argentina en particular, padecieron y padecen las consecuencias de esta sofisticada forma de control que ha hecho posible la manipulación de la voluntad general de los pueblos, haciendo creer en falacias absolutistas que la derecha política aprovechó para prometer soluciones a todos problemas socioeconómicos de la clase trabajadora. Promesas nunca más lejanas de convertirse en realidad por parte de una clase oligárquica que busca siempre destruir la conciencia y la libertad colectivas de los pueblos del Tercer Mundo.

Las naciones del occidente capitalista del siglo XXI una vez más festejan y celebran la Navidad. Una “tradición y contradicción” que siempre fue avalada por las corporaciones clericales de las diversas “creencias cristianas” que al igual que la casta sacerdotal de la vieja monarquía israelita del siglo I, siempre pactaron con los imperios de turno, abandonando a su propio pueblo. La “institucionalización” del cristianismo hoy representada por la “superestructura clerical”, estuvo y está asociada al poder del capital y muy jugada en el mantenimiento del “Status Quo” con el argumento de la defensa de la paz. Una vez más se nos muestra la tradición cristiana con la evidente contradicción ideológica-doctrinaria que presenta frente a las prácticas revolucionarias del cristianismo originario. Desde el siglo III de nuestra era, las propuestas cristianas fueron subsumidas por la forma de vida imperialista de los romanos primero y de todas las diversas formas de dominio desde el siglo III a la fecha. Quizás sea hora de volver a las fuentes, de recuperar el sentido de la lucha y el pensamiento revolucionario que nos conduzca a una praxis liberadora, a una construcción del “ser en el otro” que haga posible una comunidad opuesta al sometimiento. La lucha de los explotados y marginados contra los explotadores hoy continúa, la búsqueda de una síntesis superadora de los conflictos sociales que garantice la justicia y la equidad entre los seres humanos sigue pendiente, pero tal vez sea hora de recuperar los “intentos del pasado, de pensar una alternativa frente a las propuestas hegemónicas, de ir a “contrapelo del mundo capitalista”. Quizás el día que se piense y se recuerde la Navidad como la recuperación de un compromiso con la revolución permanente que propuso quien nació ese día, se pueda encontrar el sendero que conduzca a la liberación integral de toda forma de esclavitud…

*Claudio Esteban Ponce, Licenciado en Historia, miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11.


[1] Marx, Karl. Engels Friedrich. El Manifiesto Comunista. Editorial Sol 90, Buenos Aires, 2012.

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