Samuel Beckett, en un tiempo imperfecto.

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Catalina J. Artesi* 

A cien años del nacimiento del gran escritor irlandés, que tras participar en la Resistencia francesa, supo brindar una visión trágica y absurda del siglo XX, exaltando las miserias de la humanidad.

Durante la Segunda Guerra Mundial  Beckett y su esposa por ser miembros de la Resistencia francesa tuvieron que vivir ocultos para escapar de la Gestapo. Durante ese período escribió su ultima novela en inglés, Watt.   

Si bien escribió varias obras teatrales, recién cobró fama con el estreno en París de Esperando a Godot (1952).Es que en esta pieza demuestra la máxima desesperación de la generación atómica. No olvidemos que en 1950 se habían producido las terribles explosiones nucleares de Nagasaki e Hiroshima. en Japón Los dos vagabundos, Vladimiro y Estragón,  a quienes lo único que les queda es compartir la soledad esperando, constituyen un llamamiento angustiante a la hermandad universal. 

En una ocasión le escribió a Alan Schneider: “ La confusión no es invención mía…Nos rodea por todas partes y nuestra única posibilidad es dejarla entrar. La única posibilidad de renovación es abrir los ojos y ver el desorden”.

Señala en sus obras la inutilidad del pensamiento y de la ciencia; el hombre había endiosado lo racional y sólo le sirvió para instalar el horror y la destrucción, dejándole mayores incertidumbres, por eso la absurdidad de la acción humana atraviesa constantemente todas sus piezas dramáticas.  También revela el grado de explotación al que ha llegado el hombre moderno en la terrible escena de Esperando a Godot donde el despótico amo Pozzo  degrada y deshumaniza a su criado Lucky. 

En Final de partida(1957), Hamm, el pequeño tirano, gobierna una desnuda habitación y a sus padres que se hallan encerrados en tachos de basura; con esta figura expone la vanidad de la ambición humana a tal punto que Hamm se despierta diciendo “¡Puede existir miseria más orgullosa que la mía?. A  pesar de todo lo sombrío que parece ser esta obra  sigue creyendo pues para  Beckett “Nada es  más divertido que la desdicha”.

En 1969 le llegó el merecido reconocimiento internacional con el Premio Nobel de Literatura. Si bien obtuvo gran fama, cada  gesto y cada palabra lo conducían al límite de su agotamiento. El periodista  Lawrence  Shainberg, su íntimo amigo, lo describe así: “Sus ojos azules eran tímidos, amables, juveniles como siempre, pero increíblemente doloridos y llenos de pesar”.

Los años pasan y el profeta solitario todavía nos sigue preguntando a los humanos del siglo XXI  acerca de nuestras miserias.

*Catalina J. Artesi, licenciada y profesora en letras, docente e investigadora teatral de la UBA (Universidad de Buenos Aires) y del IUNA (Instituto Universitario Nacional de Arte).

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