Dossier: Retenciones a las exportaciones agropecuarias (artículo 3 de 3)
Frente al debate de las retenciones.
Las retenciones a la exportación han aparecido infinidad de veces en la portada de diarios y publicaciones agropecuarias. Ese vocablo se instaló en el centro de la escena y tanto el presidente como el ministro de Economía le han dedicado numerosos y frecuentes párrafos. Desde el campo, muchos se enceguecieron con la arbitrariedad de ese tributo y enfocaron sus esfuerzos casi con exclusividad a pedir por la derogación del mismo. El árbol no les deja ver el bosque. Eso es un error que permite al gobierno seguir adelante sin que se le cuestione demasiado el meollo de la cuestión: su falta de políticas activas a favor del desarrollo rural del país.
Quien reduce el problema agropecuario a la vigencia o no de retenciones minimiza el asunto y engaña a quien mira desde afuera. Se trata de analizar cuál es el rol del sector agropecuario en este modelo, descubrir que para él sólo está asignado el rol de ser proveedor de recursos y que está huérfano de toda planificación estratégica. Y desde allí reclamar todos los aspectos que distorsionan el deber ser de las cosas. Las retenciones es apenas uno de ellos.
Retenciones. Un impuesto regresivo que Federación Agraria comprendió solidariamente en momentos de peligro social y que ahora exige su caída por que las condiciones objetivas son otras. Pero no por eso esta entidad aceptará agotar el debate en ese único punto. Federación Agraria reclama que el gobierno defina qué modelo propone para el sector agropecuario, y levanta la bandera de la agricultura familiar, de su promoción y del desarrollo de quienes la protagonizan y de los pueblos y pequeñas ciudades que los contienen.
Esta entidad gremial está convencida de que ese núcleo social es estratégico para el crecimiento armónico e integral de Argentina. ¿Qué piensa el gobierno nacional acerca de eso? Basta de señales ambiguas.
Las autoridades bien podrían dar una clara señal de estar dispuestas a impulsar la actividad agropecuaria y proteger la estructura social del interior con establecer un régimen de políticas anticíclicas que amortigüe el impacto que ocasiona en los productores los vaivenes de los mercados internacionales. Una medida de esas no debería asustar a nadie. Los principales países desarrollados del mundo aplican esas recetas para proteger a sus productores.
Nadie puede negar ya que la retracción de la rentabilidad es una realidad incontrastable ante un nivel de precios internacionales tan deprimido, frente a insumos desproporcionadamente encarecidos y –lo que sí podría corregirse en el país– una presión tributaria fuerte y regresiva. Ni hablar de tantas cosas que pertenecen a la estructura de una nación y que casi ya ni se tienen en cuenta: la desaparición de escuelas rurales, la dificultad y lo oneroso de tener electricidad rural, la falta de caminos, la condena de las economías extrapampeanas a correr siempre en desventaja, alejadas de los centros de comercialización.
Esta entidad gremial no pierde de vista esas asignaturas pendientes y fundamentales. Pero hoy, además, alerta sobre la falta de seguridad en cuanto lo que a rentabilidad del sector agropecuario se refiere, lo cual puede marcar una nueva sangría de familias chacareras y campesinas, como los 103.000 productores que desaparecieron entre 1988 y 2002.
Basta de diagnósticos. Hay que pasar a los hechos. Por eso Federación Agraria, al tiempo que se pronunció en estado de alerta y movilización, propone con urgencia que se impongan precios sostén a los granos. Y que también el gobierno vaya disponiéndose a eliminar las retenciones, claro.
No casarse con muletillas ni consignas sin dejar de ver que tanto un precio mínimo, un fondo compensador, una Junta Nacional de Granos, una línea de créditos blandos, una nueva ley de arrendamientos y también las retenciones a la exportación son instrumentos que pueden fungir a favor de un objetivo determinado: esto es, el sostenimiento y desarrollo de la agricultura familiar. Las retenciones aplicadas al comercio granario hoy significan una exacción de hasta el 23 por ciento del precio. Una carga gravosa inaudita. Pero acaso en otro rubro, como el petrolero, las retenciones tengan un resultado regulador de ese aspecto estratégico de la economía nacional y la democratice. Eso muestra que las retenciones en sí mismas son una herramienta. La cuestión es para qué se las usa.
Mientras tanto, es desesperante la pasividad de la Secretaría de Agricultura ante un panorama tan incierto como el presente. Máxime si se recuerda que su titular fundamentó hace poco la vigencia de las retenciones porque “las condiciones no están dadas”. Así se transformó en vocero de una administración fiscalista y recaudadora, sin abordar, por ejemplo, una reforma tributaria profunda, equitativa y progresiva.
Basta de necedad o de ignorancia respecto a la verdadera situación, y a la oportunidad histórica que seguimos perdiendo. Urge poner en práctica las herramientas económicas y políticas reclamadas. No sólo precio sostén y supresión de retenciones. También una reforma impositiva que trastoque el actual y regresivo espíritu recaudador del Estado. Es impostergable ya un rescate efectivo de los 12.000 productores agropecuarios endeudados y en mora con el Banco Nación. ¿Qué esperar para transitar el tramo definitivo hacia una ley que restrinja la extranjerización de nuestra tierra, hacia la preservación de la soberanía en el uso propio de semillas, hacia una política de colonización y facilitación del acceso a la tierra?
¿Qué hace falta? Es hora de definiciones. Hace tres años, otro gobierno constitucional y elegido también por un esperanzado voto popular empezaba a defraudar la expectativa sobre la que había sido ungido. Sería lamentable que aquellos aciagos días volvieran a repetirse.
FAA