Entrevista a Ricardo Foster realizada en marzo del 2010- por Alberto Catena
Usted ha señalado en distintas oportunidades que el conflicto, lejos de empobrecer a las sociedades, las enriquece. ¿Por qué sostiene eso?
Existe cierto discurso, vehiculizado por la corporación mediática, que se refiere a la idea de conflicto demonizándola, convirtiéndola en una especie de lugar maldito. Y es todo lo contrario. El conflicto expresa, desde distintos lugares, la diversidad de una sociedad compleja, la existencia en el interior de la democracia de voces diferentes, de distintas experiencias y modos de atravesar la vida. Entonces, demonizar al conflicto y asociarlo con crispación, con violencia, es una manera de reducir la democracia a un lugar hueco, meramente formal, y de velar lo que ocurre realmente dentro de ella. Hay que decirlo, vivimos en una sociedad compleja, atravesada por lo que llamaría el litigio por la igualdad. Ese litigio (conflictivo, qué duda cabe) es de orden económico, social, político y cultural. Y subsistirá mientras haya desigualdad, injusticia o formas de reducir la democracia a prácticas esquemáticas y falaces, como son las que exhiben en el mundo las democracias de los millonarios, ese mundo espectacular, frívolo y cruel donde los poderosos exhiben obscenamente sus riquezas y los pobres se hunden cada vez más en la miseria. Mientras la democracia no sea expresión de la diversidad y conflictividad de una sociedad y quiera ser encasillada en el pequeño universo de una mesa gerencial de empresa, donde todo se discute al modo de un negocio rentable, no estaremos frente a una verdadera democracia.
¿Lo contrario de la conflictividad, en ese lenguaje de las corporaciones mediáticas, sería el consenso?
Efectivamente. Lo que ocurre es que cuando el establishment habla de consenso en realidad está poniendo en evidencia que lo que defiende es un tipo de organización de la vida social, económica y política que se relaciona con el amparo de sus propios intereses. Y toda medida que viene a romper con esa idea de consenso es descalificada como “confrontativa”, “conflictiva”. La Argentina arrasada de los años noventa vivió bajo la égida del consenso. Y así nos fue. Esa expresión, que da la sensación de una vida en acuerdo y sin problemas, es una falacia elaborada por el discurso neoliberal dominante en los últimos treinta años y que todavía sigue presente aquí y en muchos lugares del mundo. La crisis que viven los españoles en estos días apunta a una “solución” recurriendo a fórmulas neoliberales: ajuste, recorte de los derechos sociales, ataques directos a los derechos jubilatorios. Es decir, se le echa otra vez la culpa de la crisis al mundo del trabajo, al mundo de la producción cuando en los últimos tiempos vimos, con profunda claridad, sobre todo a partir del desenlace de la crisis del 2008, como el núcleo especulativo financiero era el responsable central de un tiempo de mucha zozobra.
En esa idea de consenso no habría conflicto de intereses, solo problemas que deben ser resueltos por los técnicos, dicen sus partidarios.
Ese es el otro razonamiento con que se completa la falacia: la economía sería una cuestión de técnicos, de especialistas asépticos y objetivos, portadores de un saber técnico que no estaría atravesado por la ideología, la política, los intereses o las presiones. Pues bien, los extraordinarios supuestos técnicos que justificaron que el Banco Central estuviera presidido en los últimos 30 años por neoliberales no hicieron más que vaciarlo, contribuir al endeudamiento, llevar a la caída brutal de la moneda, a la inflación, etc. Por eso digo: ésta es otra de las falacias del sentido común que transmite el establishment a través de sus correas de transmisión corporativomediáticas.
Parecería que vivimos bajo la influencia de una mentira instalada como algo habitual en la sociedad, permanente.Acá,durante muchos años, nos han bombardeado sistemáticamente la cabeza, se han introducido de alguna manera en nuestra intimidad y han logrado mediante ese procedimiento colonizar nuestra visión del mundo. De tal modo que lo que es sólo una construcción de sentido y de interés se convierte ahora en algo natural. Una de esas ideas que nos han introducido es: el Banco Central debe ser autónomo, intocable, intangible, debe dedicarse solamente a resolver arduas operaciones matemáticas que definan exactamente el valor de la moneda (en un mundo donde nadie lo respeta y el que menos lo respeta es el gran pedagogo universal, los Estados Unidos, que se endeuda sin parar y tiene un déficit fiscal monumental, gigantesco, que hace con los dólares lo que quiere, emite permanentemente y empapela el mundo con sus billetes.) Entonces hay una hipocresía, un cinismo, que es importante empezar a despejar.
¿Qué opina de la elección de Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central?
Es una gran elección, no sólo porque es una persona con un indiscutible virtuosismo académico o científico en el campo de la economía, que eso por supuesto es importante, sino porque tiene una clara convicción de lo que debe ser un presidente del Banco Central y cuál es la relación de ese organismo con el gobierno, y hacia qué modelo de desarrollo económico hay que apuntar. Y esta es la verdadera disputa. Es lo que en realidad debió haberse discutido en el caso Redrado, no tanto si era un buen o mal funcionario o si fue o dejó de ser funcional a la estrategia de los Kirchner. Lo que pasa es que nos hemos acostumbrado a través de cierto discurso dominante en los medios de comunicación a que solo se planteen las cosas desde un lugar absolutamente trivial, vacío, con palabras huecas, y eso ha calado muy hondo en el sentido común de gran parte de la sociedad
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Es cierto, a veces se escucha a personas humildes repetir lo que dicen los medios sin someterlo a ningún razonamiento previo.
Esta es una tragedia cultural no menor de la que hay que hacerse cargo. Algo así pasó con la resolución 125, sobre todo la que llegó al Congreso, que era la más justa en sus términos. No logró ya convencer a gran parte de la sociedad, que había sido capturada por el discurso de la Mesa de Enlace, por la construcción de una imagen del campo como un espacio idílico, el lugar de producción de la riqueza argentina. Súbitamente, habíamos pasado todos a formar parte de ese sector, tuviéramos un sueldo miserable, fuéramos desocupados o trabajáramos como peones rurales, que, es vox populi, han estado toda la vida en negro y laburan de sol a sol y en condiciones de superexplotación. De repente, los patrones rurales se habían convertido en adalides de una patria para todos, nada menos que ellos que tienen una historia negra. Es el triunfo del sentido común creado en el interior de una de las grandes patas del sistema contemporáneo que son los medios de comunicación. De eso se trata esa tragedia cultural
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¿Se trata de la actitud de determinados medios o de un fenómeno más general?
En rigor, cuando hablamos del fenómeno de los medios de comunicación, nos referimos a cómo en un determinado momento del desarrollo del capitalismo, sobre todo en la etapa del neoliberalismo y del mercado, donde la imagen y la construcción de sentido son decisivas para naturalizar la idea del mundo que tiene esa concepción económica, el papel de la corporación mediática de fundamental, clave. Eso es lo que está en discusión: qué significa que esas corporaciones desplieguen de determinado modo sus lenguajes, sus modos de construir opinión pública y por qué lo hacen. Como decía una amiga brasilera: nosotros nos confundimos porque los medios de comunicación dicen hablar de la opinión pública, cuando ellos son la opinión pública. Están allí como constructores del sentido a partir del cual aparece después la opinión pública
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¿Crean una opinión y luego simulan recogerla desde un supuesto lugar de observador independiente, como si no tuvieran que ver con la construcción de esa opinión?
Ese es un procedimiento. En los últimos tiempos, por ejemplo, hay una nueva moda que consiste en medir si un presidente tiene mejor o peor imagen. Michelle Bachelet tenía el 80 por ciento de buena imagen de la sociedad chilena según esas encuestas. Y la comparaban con Cristina Fernández, señalando la solidez que exhibía la democracia chilena, lo increíble de ese gobierno. Pero resulta que, a la hora de la verdad, en las elecciones, gana la derecha neopinochetista. Así funcionan esos dispositivos. Hemos reducido la democracia al discurso encuestadológico, digamos. Esto tiene mucho que ver con la creación del sentido común. ¿Por qué es buena Bachelet? ¿Porque es una señora que muestra un rostro amable o porque manejó la economía de acuerdo a los gustos del establishment? ¿Por qué la Concertación no hizo nada por tocar intereses que hubieran demostrado que en la sociedad chilena también hay conflictos, crispación? Ahí está uno de los puntos también de todo este asunto. Recuerdo que en un discurso, Bachelet consideraba que lo mejor de su gobierno había sido la capacidad para cuidar el dinero de caja y enfrentarse a la crisis financiera internacional. Que una presidenta que adscribe al socialismo –dentro de un gobierno que reivindica una matriz de centroizquierda-, tenga como máximo autoelogio una política cuasi ortodoxa en el sentido monetario y económico del término, es un verdadero problema. Y nos demuestra que ningún apoyo del establishment es inocente.
A menudo se palpa en varios sectores de la sociedad una verdadera rabia contra la presidenta Cristina Fernández. ¿De dónde cree usted que viene este sentimiento?
Es una combinación de muchas cosas. Por lo pronto es un tema que nos permite mirar en espejo otros momentos de la historia argentina. Para aquellos que no vivimos la travesía del primer peronismo nos permite comprender un poco ese lugar maldito de Evita, sin que por supuesto Evita y Cristina Fernández sean intercambiables. Son personalidades muy diferentes. Pero, tanto Néstor Kirchner en su primer mandato, y después claramente Cristina Fernández en su gestión, reabrieron algunas lógicas del prejuicio, el clasismo y el racismo, que es evidente seguían muy vivas en nuestra sociedad. También debe haber un componente misógino, machista. Tiene mucho que ver con una clase política que históricamente había caído a un nivel intelectual bajísimo. Se puede estar de acuerdo o desacuerdo con las posiciones de la presidenta, pero no se puede negar que ella ha colocado el lugar de la política en un terreno argumentativo. Sin embargo, hay algo que ha generado, sobre todo en ciertos sectores de las clases medias, un odio que ya no tiene que ver con un rechazo político. A Menem no se lo odiaba, tal vez porque se podía usufructuar vergonzantemente de sus políticas. Durante los noventa uno podía reírse de Menem y de la Tinellización de la política, pero nunca en las clases medias emergió este discurso violento, brutal, de odio tan visceral como el que se siente hacia los Kirchner y particularmente hacia Cristina Fernández. Me parece que allí hay un punto para pensarnos como sociedad, de una violencia preocupante
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Hay una gran circulación de esos mensajes de odio por Internet.
En ese lugar lo que se produce suele tener un contenido casi cloacal. La violencia verbal es brutal, de un fascismo salvaje. Porque lo que se construye es básicamente un discurso de rechazo violento, del escupitajo. Una cosa terrible. Y también se ve en las sobremesas, en los comentarios que se escuchan en las colas del supermercado, en los restaurantes. Hay una sobreexposición, un odio que no tiene nada que ver con la realidad efectiva, porque (y esto da para pensar)a los portadores mayores de este odio les ha ido en estos últimos años razonablemente bien. Esos sectores olvidan, de pronto, la destrucción institucional de la Argentina, la lapidación económica de los noventa, la crisis salvaje de finales de 2001, las colas de los jóvenes en las embajadas de los distintos países con el fin de irse a cualquier lado. Olvidan la crispación y la violencia reales que existían en las calles de la Argentina y que, en gran medida, fueron contenidas por aquellos que hoy son demonizados, que son los piqueteros. Los piqueteros ocuparon un lugar muy interesante en la historia argentina, porque en medio de un descalabro de todas las estructuras de poder en la Argentina, los más pobres de los más pobres se organizaron y le transmitieron racionalidad a su protesta. Entonces, cuando se leen estas cosas que se escriben y se piensa lo que fue el gobierno de Duhalde y la crisis socioeconómica y cultural, y se la compara con lo que ha sucedido en los últimos años, es imposible no coincidir en que hay una exacerbación buscada. Se pueden tener diferencias con este gobierno de Cristina Fernández, pero lo que se palpa en la crítica es demasiado exagerado.
El trabajo de la corporación mediática ha aportado mucho a esa visión exacerbada.
Sí, por supuesto. Hasta cierto punto podría entender porqué Clarín se ha convertido en un pasquín que ya ni siquiera responde al código más berreta de ética periodística. Es una empresa que ha construido intereses colosales, que ocupa un lugar político y económico en la Argentina, y sus intereses han sido puestos, en parte, en riesgo. Pero acá hay algo de otro orden, que por supuesto hay que pensarlo, porque cualquier proyecto más o menos progresista en la Argentina, que quiera avanzar sobre una transformación real de la sociedad, tiene que conquistar y capturar a algunos sectores medios, sino no hay chances. Es un tema que habrá que seguir discutiéndolo, poniéndolo en evidencia. En ese sentido hay que decir que el kirchnerismo con frecuencia no ha sabido encontrar esos vasos comunicantes y ha mostrado más de una vez ciertas opacidades, actitudes que han resultado inapropiadas o inoportunas.
Convengamos, de todos modos, que los Kirchner no son una pareja revolucionaria y que, dentro de su óptica, no está mal hacer buenos negocios. Pero, claro, el tema pasa por otro lugar.
Desde luego y tienen el mérito de no haber ocultado nunca lo que son. Cuando Cristina dice ahí están nuestras declaraciones juradas, esto es algo raro que también molesta en la Argentina. Ellos dicen lo que son, no son por supuesto una pareja que imagine que van a encabezar un proceso de transformación socialista en la Argentina. Es más, yo creo que ellos han ido avanzando posiciones en función de los ataques despiadados que han recibido. Por allí escribí que cada vez que reciben un ataque muy fuerte o que se equivocan en la forma de implementar una medida, la salida de esa crisis suele ser duplicar la apuesta. Y pienso al respecto en la estatización de las AFJP después de la 125, la nacionalización de Aerolíneas, en la ley de medios luego de la derrota electoral del 28 de junio. Es cierto que la ley de medios no es un fenómeno exclusivamente del kirchnerismo, sino mucho más amplio, pero la voluntad del gobierno, en especial de Cristina, permitió llevar adelante el proyecto. La crisis de Redrado no terminó en el nombramiento de un Blejer, como todos decían, sino en el nombramiento de Mercedes Marcó del Pont. Lo que está marcando que en ellos hay una lógica de lo espasmódico, pero cuando se toma el gran mapa de las medidas, sobre todo en estos últimos dos años, claramente casi todas ellas eran inimaginables en el contexto argentino del que veníamos. Y son históricamente medidas muy significativas, quizás las más importantes en efectos globales de los últimos cuarenta o cincuenta años en la Argentina
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¿Cuál es el déficit que se puede señalar de estas medidas?
Que tengan a veces como una cierta distancia entre esa capacidad de salir de los momentos difíciles con decisión y la posibilidad de rentabilizar el sentido y la potencia de esas medidas en la construcción de un apoyo social y político. Me parece que allí hay una dificultad, pero también es cierto que en muchos aspectos los Kirchner tienden a realizar mucho de lo que la sociedad argentina nunca imaginó que se iba a hacer y con lo que está en contra. Recuerdo que Pancho Aricó decía, en los tiempos de crisis de Alfonsín, que éste estaba a la izquierda de la sociedad. De alguna manera los Kirchner han desplegado una política en un contexto histórico completamente inimaginable en términos de lo que se esperaba para la Argentina. Siempre insisto: si nos trasladamos al 2003, la sociedad estaba más dispuesta o preparada para un Reutemann o un ballotage entre Carlos Menem y López Murphy que para un Kirchner. Y Kirchner efectivamente nos sorprende a todos con el discurso de mayo del 2003 y a partir de ahí todo es complejo, todo es costoso. Cuando Claudio Escribano desde el editorial de La Nación le dice al comienzo que tenga cuidado con lo que hace porque de lo contrario durará menos de un año ya le está marcando la cancha. Mientras el kirchnerismo sirvió para apagar un incendio colosal de la sociedad argentina se lo tuvieron que bancar. Era el tiempo en que las fuerzas conservadoras tenían también que reconstruirse. Cuando recuperaron capacidad de acción, cuando vieron que la cuestión no era solo estabilizar a la Argentina, recuperar un poco el mapa productivo, sino también cambiar la redistribución, la compleja trama de la renta en la Argentina, la paciencia se acabó.
Es evidente que uno de los factores que irrita al establishment es que este gobierno no ha cedido a sus presiones.
Todos los gobiernos democráticos se resignaron o fueron derrocados en la Argentina desde 1955. El establishment se acostumbró a ejercer el poder sin resistencias. Recuerdo la famosa frase de los economistas de los noventa sobre “los humores del mercado”. Los argentinos dependíamos de los humores de algo tan abstracto e intangible como eso. Hay determinadas épocas que están organizadas de acuerdo con ciertos discursos que parecen inexorables. Los noventa marcaron el predominio de los economistas del establishment, el triunfo final de la economía de mercado, la desaparición de cualquier referencia al papel regulador o planificador del Estado, la quimera de una sociedad global en la que todos pudiéramos entrar en el shopping center del consumo generalizado. Gran parte de la sociedad e incluso sectores progresistas compraron esos valores como inconmovibles y eternos. Creyeron que, puesto que la economía y la política tenían ya sus modelos definitivos, lo único que quedaba por hacer era mejorar la calidad ética de la República. Esa fue la frustrante historia de la Alianza, que instaló la idea de que se podía luchar contra la corrupción menemista sin tocar el modelo económico neoliberal. Era suponer la posibilidad de una República virtuosa en el interior de un orden económico devastador. El país pagó las consecuencias de esa concepción. Por eso, es interesante hacer un ejercicio mental de ubicarse a mediados de los noventa y tratar de proyectar imaginariamente a la América Latina de una década siguiente. ¿Quién hubiera podido imaginar una década como la que estamos viviendo en Sudamérica? La experiencia Boliviana, Ecuatoriana y, con sus contradicciones, las experiencias de Brasil, de Argentina, de Venezuela, de Uruguay, Paraguay. Inimaginable que un obrero metalúrgico llegara a ser presidente de Brasil, que un hombre proveniente de los pueblos originarios como Evo accediera a la presidencia de Bolivia, que en Ecuador Correa hiciera lo que está haciendo, que estuviéramos discutiendo lo que estamos discutiendo hoy. Todo esto aparecía en los noventa como algo terminado, clausurado, imposible. Es un buen ejercicio para pensarnos hoy, para descubrir la capacidad que tiene la historia de mutar, de generar sorpresas, de devolvernos la posibilidad de un lenguaje de la esperanza cuando todas las puertas parecen cerradas.
¿Cómo se puede reconstruir en la sociedad ese lenguaje de la esperanza?
La creación de una mentalidad no es algo que se resuelve ni reconstruye de la noche a la mañana. Implica una combinación de factores. Por un lado, la puesta en evidencia o las señales precisas de un proyecto político que sea capaz de transmitir un cierto entusiasmo, una cierta esperanza, que pueda de alguna manera comenzar a eludir los cercos mediáticos que se producen. Es un punto no menor, hay una responsabilidad de quienes están al frente de un proyecto de transformación de crear condiciones para que esos acontecimientos puedan metabolizarse social, política, culturalmente. Y eso no termina de acontecer, ni en los estratos medios, obviamente, pero tampoco con claridad en los sectores populares. Hay una deuda todavía, que no es una deuda de los Kirchner, sino de todos aquellos que son parte de un proyecto de transformación democrática e igualitaria en la sociedad argentina, que es reconstruir sustento y participación popular, sabiendo que desde 1976 en adelante pasaron muchas cosas en nuestra sociedad: descomposición, destrucción, eliminación, caída en picada de proyectos de transformación. Todo eso tiene un peso muy significativo. Hay que desmontar los modelos culturales que vienen dominando en la Argentina de las últimas décadas y que han logrado producir sentido común y penetrar en la sociedad, modelos como los que mencionábamos hace un rato que hacen que un hombre o una mujer de extracción popular sienta que los intereses de Redrado o Biolcatti son equivalentes a los suyos. Ese trabajo de desmontaje es arduo y de largo plazo, sabiendo además que hay urgencias del día a día. Es necesario también entrar en los espacios de la comunicación, que siempre son un problema. Uno dice: hay que estar en los medios de comunicación, salir a dar la batalla de la comunicación. Por supuesto. La discusión de la ley de medios audiovisuales fue un momento más que importante y muy significativo. Y hay que seguir avanzando en lo que propone la ley. Pero, se debe pensar también el tema de los lenguajes mediáticos, que es en sí mismo un problema. Veamos, por ejemplo, un programa como“6,7,8”, que tiene hoy cierta audiencia y aparece como la niña bonita en el interior del espectro de televisión por ser un programa que logra defender aspectos de la política del gobierno que son defendibles. Pensemos en su estética. En cierto modo, puede ser utilizada para hacer también otra cosa. Digo esto, porque aquí nos enfrentamos a una serie de cuestiones que no son menores. Los lenguajes mediáticos operan sobre la gramática del efecto, del shock, del golpe bajo. Y puede ocurrir que, mientras ayudamos a algunas personas a que se le corra el velo que cubre ciertas cosas, por otro lado podemos estar fomentándole el lugar de la pasividad. Porque, lo que generan los medios de comunicación es una reacción de empatía, difícilmente puedan provocar la necesidad de salir a construir una reflexión crítica, intervenir en los hechos, participar. Es un problema de no poca monta. Desde luego me parece un paso adelante que, con mucha sagacidad, se avance sobre políticas comunicacionales que hasta ahora estuvieron ausentes. Pero, también me parece fundamental recrear la participación social y los marcos organizativos dentro de los espacios comunes, compartidos. Allí hay un enorme déficit, que tiene que ver con la despolitización, la ruptura de las tramas organizativas, la desideologización. Incluso los propios movimientos sociales, que fueron tan importantes sobre todo en la época de la travesía del desierto neoliberal de final de los noventa y de principios de los 2000 tienen una deuda paradojal con este tema
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¿Esta es una tarea sólo del gobierno?
Esta es una tarea que excede al gobierno. Por otro lado, Cristina tiene algunos inconvenientes: es una mujer en extremo inteligente, irreprochable en lo conceptual y capaz de improvisar un discurso sin errar el núcleo argumentativo. En ese sentido es un placer escucharla y discutir con ella. Pero, gran parte de la sociedad, no quiere eso, no quiere que nadie le explique, porque ese discurso le pone en evidencia su propia carencia. En ese sentido, a ese discurso le falta y le faltó la capacidad de interpelar otras cosas, de ir más allá de lo pedagógicoconceptual, que es irreprochable, para entrar en una dimensión más interpelativa, que penetre las emociones de la gente. Por eso cuando ella se sale del discurso más cristinista y quiere ser diferente inmediatamente el discurso suena como si fuera una impostura. Y la matan por ese lado. Se trata de que ella siga haciendo lo que vino haciendo, que siga gobernando, avanzando, y después es tarea de todos aquellos que creemos que hay que seguir defendiendo lo mejor de todo esto, porque lo otro, lo que puede venir en reemplazo, es terrible
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¿Usted cree que ese tono pedagógico del discurso de la presidenta es lo que molesta?
No nos olvidemos que esta sociedad sufrió el duro proceso de analfabetización de los noventa. La miseria nunca viene sola. La programación televisiva que ve la mayor parte de la gente está construida sobre el golpe bajo, las frases hechas, la adoración de personajes como Tinelli, Rial o Ricardo Fort. Somos el producto de eso también, sino de qué estamos hablando. La oligarquía argentina de hoy no se sentiría representada por una mujer como Victoria Ocampo o el Proyecto Sur. Los actuales dirigentes rurales son gente de bajo nivel intelectual, igual que muchos dirigentes políticos. ¿Cómo van a tolerar que alguien les enseñe, les recuerde de dónde vienen o lo que son en realidad? Y también algo nada baladí: una parte de esta sociedad ha necesitado siempre bañarse en las aguas puras de la irresponsabilidad y la virginidad. Con la dictadura fue: “Yo, en realidad, no sabía nada” y con las Malvinas: “Hay un maravilloso general que nos lleva a la guerra”. Con el menemismo: “Qué suerte que la Argentina se parece ahora a los Estados Unidos y podemos viajar todos los años a Miami”. Claro, luego nadie aceptaba haber votado a Menem o haber estado con la dictadura. Eso es una gran falacia, incluso uno puede agarrar a un ciudadano medio de Buenos Aires y hacer su recorrido electoral de 1983 en adelante y se encontrará con que votó a Alfonsín, a Alsogaray, Zamora, Ibarra y últimamente a Macri. La misma persona emitió todos esos votos. Es la misma contradicción de esos tacheros que te dicen: “A los negros hay que matarlos a todos” y después por ahí te agregan: “Ah, sí, a mi me gusta este tipo Zamora”. En fin, Buenos Aires ha sido siempre una ciudad muy complicada, muy prejuiciosa y que se creyó más de lo que era. Y que, a partir del momento en que descubrió que debajo de sus pies había un tembladeral permanente, decidió como respuesta colocar sobre otro la responsabilidad de su propia miseria. Hablo de aquellos que han tenido la suerte de resolver en su vida la cuestión económica, porque el tipo que está sumergido en la miseria no tiene responsabilidad de nada. Apenas si tiene la fuerza y la entereza necesarias para sobrevivir
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¿Usted cree que esos sectores medios no son recuperables?
No, de ninguna manera. Uno habla de esos sectores y por ahí se cree que son los únicos malos de la película. Y no es así. Creo que sobre muchos de esos sectores hay que actuar para que vean las cosas con una claridad que hoy no tienen. Es fundamental no olvidar tampoco que ciertos sectores de la clase media han tenido un recorrido interesante en nuestra historia y es en función de esa historia que hay que recuperarlos. Pero, no se puede negar que hoy no son pocos los que están en esa actitud de rechazo poco entendible de la que hablábamos antes. Y es por eso que considero equivocado el discurso de Pino Solanas. Porque puedo aceptar que él se diferencie del gobierno. Está en todo su derecho y está bien que lo haga desde la izquierda. Lo terrible es que comparta el discurso impostor y salvaje que ha construido la derecha, que exprese el sentido común más pedestre de los sectores medios colonizados por la corporación mediática. Ahí, hay una responsabilidad, en términos de los costos que esa actitud puede acarrear hacia el futuro, que es gigantesca. Existe cierta alucinación en la conducta de ese grupo, es como si sus integrantes creyeran que con la caída del kirchnerismo ellos quedarán como los herederos naturales, ahora sí, de un proyecto “progresista”. No piensan, ni por un instante, que la caída del kirchnerismo lleva hacia la instalación de una derecha dura y fuerte. No les preocupa. No han leído tampoco como la corporación mediática infló la figura de Pino Solanas en el tramo preelectoral porque veía que por izquierda se podía horadar también al gobierno. Es algo no muy diferente de lo que pasó con la Alianza cuando el Chacho Alvarez forjó su crecimiento político yendo todos los jueves al programa de Mariano Grondona.
De todos modos, y aun admitiendo lo incorrecto de las posturas de oposición, ¿no cree que el gobierno falla a veces en la implementación de sus medidas?
Allí cuando el gobierno lanza una medida sin ofrecer con claridad y potencia el sentido real de esa medida tiene una responsabilidad. Porque, en verdad, cuando se decide echar a Redrado es porque dijo que no. Y entonces, alguno comentó seguramente: “Hay que echar a este hijo de puta”. Ahora, ¿por qué alguien no desaceleró un poco este impulso y se puso a medir las consecuencias de lo que podía venir, a imaginar esa película? ¿Por qué el gobierno no preparó una estrategia para evitar los hechos que sobrevinieron con la justicia, la oposición y la operación mediática? Es difícil entenderlo en personas que juegan tan bien al ajedrez, al póker político. Pero, bueno, son así, es su ADN y no van cambiar. Por suerte, Redrado era un personaje de cuarta, pero podría haber sido un personaje más inteligente y haber salido como un virtuoso. Yo atribuyo esta forma de proceder al modo encriptado con que se toman muchas decisiones, diría que el grueso de ellas. Me parece que allí falta generosidad. Y si se quiere tener chances para el 2011 se deberán abrir espacios. Y es importante, porque de cara a esa fecha en la Argentina se juega esa dicotomía decisiva de nuestro futuro: o a este gobierno le va bien o entramos en una etapa de restauración conservadora.
Usted ha usado alguna vez una frase de Benjamín, filósofo alemán en el que es especialista, que dice que a la historia hay que pasarle el cepillo a contrapelo. ¿No es ese un buen consejo hoy para abordar la realidad y la propia historia?
Me parece que sí. A él le preocupaba mucho escuchar en la historia lo que no se había escuchado, meterse en el relato de los vencidos, dar vuelta el discurso hegemónico, uniforme, el discurso del sistema, del establishment. Y también le preocupaban los aduladores del progreso, aquellos que dicen que mientras la historia avance en un sentido progresivo no importa los daños que cause. No hay una historia de los derrotados por el progreso y sobre los muchos daños generados por él, incluso en la naturaleza. Otra frase muy poderosa de Benjamin es: “Todo documento de civilización es al mismo tiempo un testimonio de la barbarie”. ¿Qué estaba diciendo, si siempre nos han enseñado que la civilización es la antagonista de la barbarie? Bueno, él decía que el desarrollo científico-técnico, el desarrollo del capitalismo tiene dentro suyo un nivel de violencia que ha operado sobre el propio desarrollo de la trama civilizatoria. Entonces me parece que en este punto su pensamiento es importante, sobre todo en una época como esta en que tenemos que pensar la cuestión civilizatoria, la cuestión de la supervivencia, la cuestión ecológica, la cuestión del relato hegemónico de la dominación y la necesidad de recuperar esas virutas que deja la historia y que podemos recoger si le pasamos el cepillo a contrapelo. Y diría más: es de una actualidad extraordinaria, como lo demuestra el fracaso de la cumbre de Copenhague, que expresa el nivel de barbarie a que ha llegado el sistema.■
* Periodista ,escritor.