Gerardo Codina*
Muchos paralelos pueden trazarse entre la escena política de la ciudad de Buenos Aires y la del país. El más destacado es la dificultad opositora para encarnar una alternativa consistente a gobiernos que se aproximan a la recta final de sus mandatos.
Pese a todas las diferencias que existen, que sería largo enumerar aquí, la política porteña y la nacional tienen en común algunos datos que las estructuran como casi idénticas, hasta el punto que asemejan imágenes especulares. El principal de esos datos es que el oficialismo en ambos casos goza de una enorme centralidad, reforzada en las últimas elecciones y que debido a ello concentra la iniciativa política.
En este último aspecto, una porción no desdeñable del protagonismo político que exhibe el macrismo a nivel local deriva de su condición de fuerza opositora a nivel nacional y de su voluntad de confrontar con el gobierno de Cristina Fernández para ser visibilizado como su eventual alternativa a futuro, objetivo todavía distante, aunque corren con la ventaja del deslucido papel de los eventuales competidores de Mauricio Macri. En ese reforzado rol de opositores cuentan además con la invalorable contribución del mismo gobierno nacional, que elige al macrismo como contrapunto que sirve para resaltar las propias virtudes.
En ese juego se enredan los exponentes porteños del kirchnerismo y el tema no es menor. Si abundan las similitudes, allí hay una diferencia significativa entre lo que sucede en el territorio político nacional y el porteño. El Frente para la Victoria emergió en las últimas elecciones como la segunda fuerza política del distrito, a distancia del arrastre del oficialismo local, pero con una fuerte representación. Vale recordar los porcentuales respectivos obtenidos el 31 de julio del año pasado. La fórmula encabezada por Macri obtuvo casi el 61 por ciento de los votos, frente a los pocos menos que 34 que reunió el candidato kirchnerista Daniel Filmus. La representación de ese tercio opositor se ejerce de forma espasmódica y tímida, quizás por carencia de voluntad política o por ausencia de condiciones de liderazgo.
Pero volvamos a las semejanzas fuertes, que estructuran los respectivos escenarios políticos. En ambos casos, al frente del Ejecutivo se encuentran dirigentes que no pueden renovar mandato en 2015, por sendos impedimentos constitucionales. En la cabeza de uno y otro se medite quizás con la posibilidad de remover ese obstáculo promoviendo una reforma de la normativa, pero la cosa no ha pasado de especulaciones de los interesados, la prensa especializada y algunos cenáculos políticos, porque la suma de las dificultades es mayor a las fuerzas que se disponen hoy para deponer las resistencias que desatarían semejantes movidas.
También en ambos casos, la figura que encarna la jefatura política no tiene sucesores. El vuelo de Macri hacia la Rosada dejará al PRO disminuido en sus perspectivas electorales porteñas. Ni Rodríguez Larreta, ni Ritondo o Santilli, por mencionar tres nombres de peso en el armado político del oficialismo porteño, concitan un caudal electoral significativo. Gabriela Michetti sería diferente, pero por el momento sus compañeros le proyectan un destino bonaerense, una forma elegante de sacársela de encima, aunque eso pueda cambiar en el futuro. Federico Pinedo es el otro dirigente que puede probar suerte, pero su brillo intelectual, que resalta al lado de su jefe, no le alcanza para movilizar tantos votos como para sucederlo.
Por el lado del kirchnerismo las cosas no son muy diferentes. En una época en la que no basta con sacarse una foto con el líder para ser visualizado como quien puede extender su obra, ninguno de los dirigentes que acompañan a la Presidenta aparece hoy como un eventual candidato fuerte a expresar la continuidad kirchnerista. Cristina debe registrar el dato. También debe imaginar que las principales apuestas que se hacen en las filas opositoras al modelo de país que ella expresa, son a encumbrar en el próximo período a un dirigente proveniente del mismo peronismo, pero que tome distancia de las tendencias a la profundización de lo hecho. Así las cosas, si Cristina pretende asegurar la persistencia del kirchnerismo como cambio político cultural profundo, deberá empeñarse en insuflar prestancia electoral a algunas de sus principales espadas.
Un otro rasgo común comparten en nuestra mirada los escenarios políticos de la ciudad y la nación. En ambos casos gobiernan fuerzas con fuerte compromiso ideológico. Contrapuestas entre si, claro. Pero con ideas bien marcadas acerca de las prioridades de su agenda política. Son expresiones confrontadas del país, de la política y del rol del estado, de la sociedad y su evolución deseable. Expresan tendencias históricas profundamente enraizadas, que en el pasado han extremado la virulencia de sus choques pero que hoy, bajo la impronta democrática impuesta por la voluntad mayoritaria, aprendieron a convivir, a veces dificultosamente. Una muestra de esto fue la sesión especial de la Legislatura porteña el pasado 24 de marzo, en conmemoración del Día Nacional por la Memoria, la Verdad y la Justicia
En simultáneo con los Concejos Deliberantes, las Legislaturas provinciales y el Honorable Congreso de la Nación, todos los bloques parlamentarios de la ciudad de Buenos Aires, a 36 años del golpe cívico-militar ocurrido el 24 de marzo de 1976, reafirmaron la institucionalidad democrática. En esa ocasión, la Presidenta de la Legislatura y Vicejefa de Gobierno, María Eugenia Vidal invitó al cuerpo a ponerse de pie e iniciar un minuto de aplausos, en homenaje a los detenidos-desaparecidos. Un signo de los tiempos que corren. Tanto que todos los cuerpos legislativos del país realizaran sesiones especiales conmemorativas, cuanto que una destacada dirigente del PRO promueva un minuto de aplausos por los desaparecidos. Este cambio político cultural es uno de los mejores acervos del kirchnerismo.
Proyectarse como alternativa
Además de la ya dicho, el macrismo y el kirchnerismo cargan con la responsabilidad de proyectarse como alternativas consistentes a las fuerzas que actualmente gobiernan, respectivamente en el plano nacional y en el plano local. Claro que son circunstancias diferentes y actores también diferentes.
En un caso, al no presentarse en la contienda pasada a nivel nacional, Macri se preservó como una de las grandes expectativas de la centroderecha argentina para competir en el 2015 por la Presidencia de la República. Cooperan en su empresa diferentes circunstancias, entre ellas la falta de prestancia de los otros eventuales candidatos o la carencia de nuevos liderazgos opositores sólidos. Pero le juegan en contra la carencia de una fuerza propia con implante nacional y cierto rechazo en el interior argentino a la porteñidad oligárquica que él tan bien refleja.
De todos modos, a primera vista pareciera una verdadera hazaña que una eventual candidatura de Mauricio Macri sea capaz de instalarse en una segunda vuelta. Para ello se requerirán más que los afluentes conservadores que persisten en muchas provincias y no es de imaginar al grueso del radicalismo encaminándose como teloneros del macrismo.
Un moderado horizonte de crecimiento, consolidado en medio de una extendida y severa crisis internacional, sumado al afianzamiento de una política de afirmación de los derechos sociales y nacionales, parecieran ser elementos suficientemente sólidos como para aventurar que al peronismo kirchnerista no le resultará complejo revalidarse como mayoría en el país. Construir una alternativa exitosa a esa corriente principal de la política nacional, implicaría la posibilidad de ser visualizado como una fuerza superadora, capaz de hacer mejor lo que se viene haciendo. Macri no puede expresarlo. Todo lo contrario.
Para los kirchneristas porteños el problema pasa por otro lado. No tienen un referente que los unifique y menos que amplíe la frontera de su electorado. De hecho, Filmus sacó algunos votos menos que Cristina Fernández. Así las cosas y como resultó el escenario porteño en las últimas elecciones, necesitarán votos no kirchneristas para coronar un Jefe de Gobierno propio. En ese sentido pareciera también que no alcanzará con repudiar los peores rasgos de la gestión del actual alcalde para construir una nueva mayoría. La revalidación del mandato de Macri no fue una pura cuestión ideológica, sino que implica cierto consenso extendido respecto aspectos de su gobierno que los votantes ponderan como positivos.
¿Podrá el krichenrismo porteño generar en los próximos tres años una alternativa superadora? Tiene enfrente una gran posibilidad. No competirá la principal figura del macrismo, el propio Mauricio Macri. Es claramente la principal fuerza de oposición gracias al desflecamiento de los liderazgos de Fernando Pino Solanas y de Elisa Carrió. Y por último, ha logrado instalarse en forma organizada en la profundidad de la sociedad porteña, de una manera que ninguna otra fuerza política puede equiparar. Claro que en política lo que importa sobre todo es la misma política y eso, por ahora, no aparece.
*Gerardo Codina, psicoanalista, analista político, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11
Lic. Gerardo Codina