Valentin Golzman*
“…la gran mayoría de la población económicamente activa depende de sus sueldos y salarios y, por consiguiente, reconoce la distinción entre los intereses de los que pagan el salario y de los que lo reciben. Cuando estallan conflictos entre ambas partes, éstos implican una acción colectiva, en todo caso por parte de quienes reciben el salario…la lucha de clases continúa…”[1]
[1] Eric Hobsbawm, Como cambiar el mundo, Crítica, Buenos Aires, 2011, Pág. 420. [negritas nuestras, V.G.]
Este trabajo forma parte de una investigación más amplia sobre aspectos de la composición y situación de los asalariados en Argentina.
En momentos en que desde distintos medios se intenta instalar la idea de una clase trabajadora en extinción o cuanto menos dispersa en individualidades para nada homogéneas, crece la importancia de discutir dicha cuestión.
Se tratará aquí de avanzar en el análisis de un tema central, que podríamos plantear en estos términos: ¿Sigue teniendo validez el concepto marxista de explotación capitalista, con su implicancia de coerción, dominación y por lo tanto de posibilidad de resistencia de clase? ¿Sigue existiendo una clase con potenciales capacidades transformadoras revolucionarias, que la concepción marxista de la historia – al analizar su condición de expropiados de sus condiciones materiales de existencia- ha señalado como el sujeto de los cambios sociales? Una interpretación errónea de la cuestión no es inofensiva. Puede llegar a ser peligrosa.
¿De quién hablamos cuando decimos trabajador? ¿A qué nos referimos cuando pronunciamos clase social y lucha de clases?
“Los obreros están siempre dispuestos a concertarse para elevar los salarios, y los patrones para rebajarlos” […] los patrones […] protestan en el mismo tono, y jamás dejan de reclamar la asistencia de las autoridades”.[2] Con notable claridad, en 1776, hace más de dos siglos, Adam Smith sintetizó en dichos términos los tres ejes de las dificultades que enfrentaban y aun enfrentan los trabajadores para “sacar fruto” de su protesta: la pertinacia de los patrones, la intervención de la autoridad y la necesidad de someterse –agregaba- “por no tener medios de subsistencia”.
Las transformaciones sociales, económicas y tecnológicas ocurridas desde mediados del siglo pasado en un mundo en el cual la globalización avanzó vertiginosamente, implicaron una profunda mutación de la sociedad. Las relaciones de producción capitalistas penetraron prácticamente todos los poros de la sociedad. Fue así que el capitalismo se potenció en su esencia, la acumulación de capital, al tiempo que generó enormes mutaciones tanto en el trabajo concreto como en los espacios y en la forma en que los productores de bienes y servicios generan valor. Quienes han abordado el análisis del mundo del trabajo resultante de dichas mutaciones han redefinido –con mayor o menor fortuna- los conceptos “trabajador” y “clase social” correspondientes a la sociedad de nuestros días. Lo han hecho desde diversos puntos de vista. Es así como el marxista francés Jean Lojkine, al analizar el caso de Francia ha enfrentado –derrotándola en toda la línea- la falacia de quienes sostenían que la clase obrera de fines del siglo XX tenía firmada el acta de defunción. En el otro extremo ideológico, bastaron menos de dos décadas para demostrar lo insustancial de las apocalípticas profecías que sobre “el fin del trabajo” y la consiguiente “ausencia de explotación” lanzaron -entre otros y en forma coral- Jeremy Rifkin y Viviane Forrester, hacia fines de la década de 1990. [3]
En Argentina el tema ha merecido mucha atención. Citando solamente algunas de las investigaciones más sólidas, destacamos el debate que sobre El fin del trabajo dirigió Julio César Neffa [4] . Se discutieron en él las diversas y opuestas posiciones de –entre otros- Jeremy Rifkin, Jürgen Habermas, André Gorz, Hanna Arendt, Dominique Méda, Robert Castel y Juliet Schoor. Claudio Lozano, por su parte, abordó ampliamente el tema. Entre sus importantes investigaciones cabe incluir la Estructura actual de la clase trabajadora [5] . Finalmente, digamos que la cuestión ha sido tratada con suma lucidez por Rolando Astarita, en especial en su investigación sobre La concepción marxista de la clase obrera. [6]
En contraste con la seriedad y profundidad de los citados trabajos, José Natanson ha publicado en Le Monde Diplomatic una sumatoria de confusas citas y apreciaciones que, -por el riesgo que implican como interpretación de la realidad del mundo del trabajo- trataremos aquí de rebatir. [7] Transcribimos sus conceptos:
“Quizá alguna vez hayan existido, pero hoy –Argentina, 2011- las clases sociales son más un mito urbano que una realidad, […] la realidad social se asemeja más a un proceso fluido que a un conjunto de datos inmutables. […] en eso estamos con Bauman [8] ya que […] el mundo del trabajo se encuentra en mutación permanente. […] No se trata de que los “trabajadores” o los “obreros” no existan más sino que […] representan a una parte minoritaria de los sectores subalternos, donde también están los excluidos, los pequeños cuentapropistas, los informales, los beneficiarios de planes sociales, los jubilados, los desocupados. […] Grupos que, como señala Robert Castel, [9] no conforman una clase, ni siquiera una clase en sí, sino una sumatoria de trayectorias individuales, una agregación de historias de vida dispersas que no dan forma a un todo unitario”.
De ser real la valoración de Bauman y Castel deberíamos concluir que en nuestros días no solo estarían anuladas las capacidades transformadoras de la clase obrera sino también que la única clase consolidada sería la capitalista, cuya existencia y consistencia no estarían puestas en cuestión. Frente a la clase capitalista aparecería solo la fragmentación individualista y dispersa de su histórico oponente. Intentaremos aquí demostrar que las conclusiones de Natanson y de los autores en los que se apoya constituyen un dislate sin anclaje en la realidad.
Dejamos de lado en primer lugar la disparatada primera frase del relato de Natanson: poner en duda la existencia de las clases sociales en el pasado argentino no tolera el menor análisis. Implicaría ignorar los más de 100 años de lucha que ha protagonizado la clase trabajadora, eliminar de un plumazo la extensa bibliografía que los ha analizado y la prensa que los ha registrado. Más aun, significaría ignorar un hecho elemental: que el proceso de producción capitalista ha generado desde su inicio, en Argentina y en todo el mundo, no sólo mercancías sino también la polarización de la sociedad en dos clases sociales antagónicas: capitalistas y trabajadores asalariados.
En lo que hace a la Argentina actual, aplicar el criterio de Natanzon derivaría en poner en duda la pertenencia social de uno de los actores sociales que sustentan los cotidianos conflictos capital/trabajo con los que convivimos.
Es imprescindible entonces tratar de superar la liviandad de la mirada de Bauman, al tiempo de preguntarnos por el incomprensible retroceso ideológico del relato de Castel, [en cuanto lo vinculamos a sus trabajos anteriores, tales como su Metamorfosis de la cuestión social, Paidos, 1997]. Además, por sobre todo, intentar corregir la miopía de la mirada de Natanson.
El escenario del mundo del trabajo destaca las transformaciones que marcan al trabajador de nuestros días. Las características de los conflictos en los que actúa, sus áreas y formas de trabajo, su organización y sus demandas, difieren en muchos aspectos de los que –como hemos visto más arriba- describió Adam Smith en los albores del capitalismo industrial; tampoco se corresponden exactamente con los referidos por Carlos Marx en El Capital. No obstante, lo que no ha variado, es la esencia de su función social: continúa siendo el único generador de plusvalor, el insustituible valorizador y acrecentador del capital.
Las transformaciones ocurridas en el mundo del trabajo habilitan –en una primera aproximación- definir la nuestra como una sociedad plenamente salarizada. Dicho concepto refleja el hecho de que se trata de una sociedad en la que una mayoría absoluta de la población –puede que más de sus tres cuartas partes- si cada fin de mes no percibe –bajo la forma que sea- una remuneración, un salario, no tiene posibilidad de subsistir.
Una segunda aproximación, derivada de la anterior, destaca una insalvable divergencia con los conceptos de Castel. Los sectores subalternos de nuestros días lejos de constituir una “serie de grupos”, una “sumatoria de trayectorias individuales” como afirma dicho autor, constituyen una clase en sí, -la que produce bienes y servicios- internamente muy diversa pero homogeneizada como nunca antes en la historia del capitalismo, por la salarización, Por la absoluta necesidad de salario que tienen sus miembros.
En Argentina, al igual que en el resto del mundo, el sector asalariado ha aumentado en extensión, diversidad de tareas -productivas o no- y peso social. Analicemos su conformación:
a).- Tenemos en primer lugar los asalariados abocados directamente al trabajo productivo. Son los principales generadores de plusvalía. Junto a ellos incluimos a los asalariados volcados a las tareas que hacen posible la realización del plusvalor, tales como los ocupados en la circulación de mercancías, su almacenamiento, comercialización, registro, finanzas, reposición, etc.
b).- Jubilados: La jubilación es claramente un salario diferido. Durante su vida laboral los hoy jubilados han derivado parte del valor que generaban -y que les correspondía como salario- a un ente que posteriormente se lo devolvería bajo la forma de jubilación. La práctica los confirma componentes de la sociedad salarizada. Algunos sindicatos de la CGT convocan a los jubilados al momento de votar para elegir autoridades [en mayo de 2011 lo hicieron los empleados de comercio]. La CTA los ha incorporado desde siempre como afiliados de pleno derecho, al igual que cuando eran asalariados activos.
c).- Desocupados: conforman el “ejército de reserva”: son convocados o expulsados del mercado de trabajo según las necesidades del sistema. El hecho de no estar momentáneamente ocupados no los excluye de su condición de asalariados.
d).- “Cuentapropistas” pauperizados: son trabajadores desocupados que viven haciendo changas ocasionales, sin medios importantes de producción, prontos a ingresar a la condición de asalariados, en muchos casos despedidos de empresas, hijos de obreros que no han podido insertarse en el trabajo asalariado normal. Debemos considerarlos parte derivada del ejército de desocupados plenos, o sea asalariados encubiertos.
e).- Profesionales con formación universitaria subsumidos de manera creciente al capital, que trabajan para empresas capitalistas. Éstas venden sus servicios como mercancías: hablamos de ingenieros y técnicos, biólogos, matemáticos, profesionales de la salud, licenciados en administración de empresas, abogados, docentes, etc. No tienen posibilidades ciertas de trabajar en forma independiente y sus remuneraciones tienden a ser similares a los de los trabajadores industriales. En nuestros días la inmensa mayoría de dichos profesionales trabaja bajo diversas formas de dependencia: está salarizada. Muchos de ellos –es el caso de los profesionales de IBM y de los visitadores médicos- incluso se han sindicalizado. Otros, especialmente los profesionales del sector salud, al depender de las empresas prestadoras y estar aislados del conjunto por trabajar en sus propios consultorios, no se sindicalizan por temor a quedar sin trabajo.
f).- Personal especializado dedicado a la atención de clientes: service, reparaciones, asesoramiento, que trabajan subsumidos al capital y reciben en compensación un salario.
g).- Los trabajadores compelidos –para recibir una compensación mensual desde el Estado- a constituir “ficticias cooperativas” tampoco escapan a la condición de asalariados.
h).- Los empleados estatales, “…cuya producción consiste en servicios que no son mercancías, tales como docentes, salud, mantenimiento de espacios públicos, registros y estadísticas”…”O sea aquéllos …que están implicados en la reproducción de las condiciones generales que permiten la explotación capitalista…” [10] son también asalariados.
i).- Los trabajadores que están en el servicio doméstico revisten en el grupo de asalariados.
Por supuesto, dejamos de lado –no los incluimos como tales- a los asalariados que están en altos cargos, cargos gerenciales o directorios de empresas, o sea quienes, estando salarizados tienen como función vigilar el trabajo y obtener máximo rendimiento de los asalariados a su cargo. Su salario, claramente, no es producto de la explotación directa del capitalista sino que forma parte de la plusvalía de la que éste se apropia. Pertenecen, están asociados a la clase capitalista. Resulta también evidente que debemos excluir de ese grupo a los asalariados del Estado ocupados en los aparatos de represión: son grupos preparados para defender la propiedad privada y los privilegios de la clase capitalista.
La gran mayoría de la enorme masa de asalariados que hemos descripto –estimada en más de las tres cuartas partes de la población- tiene conciencia de su situación de clase. Esto no implica que posea en su totalidad conciencia de clase o –como señala Astarita- conciencia “…del carácter antagónico irreconciliable de sus intereses respecto a los intereses del capital. La relación de explotación sólo da la posibilidad material de que se adquiera esa conciencia”. [11] Agregamos que la experiencia muestra que en algunos casos muchos de los asalariados no han adquirido aun conciencia de su situación de clase. Sería el caso, por ejemplo, de algunos grupos de profesionales
A modo de inconclusas conclusiones
Este análisis no pretende ser exhaustivo. Queda para otros trabajos considerar más en detalle y profundidad cada uno de los grupos de asalariados mencionados, como así también diversos bolsones de la sociedad que han quedado fuera de él y que requieren una mirada más rigurosa, bajo la premisa planteada al comienzo de nuestro trabajo: si pertenecen o no a la clase con potencial capacidad para generar transformaciones socio económicas revolucionarias.
También será de interés profundizar en temas tales como las características de los diversos tipos de trabajo, agrupándolos en productivos e improductivos. De igual forma, analizar las particularidades que en el capitalismo siglo XXI tienen la coerción en el lugar de trabajo, la apropiación de los resultados de la productividad y la exclusión social.
Finalmente, aceptado como válido el rol de los asalariados –en tanto expropiados de todo medio de producción- como potenciales motorizadores de cambios revolucionarios, cabe ampliar la investigación hacia otros grupos sociales con posibilidad/necesidad de acompañar la realización de dichos cambios.
Pretendemos con este trabajo contribuir a promover discusiones y acercar aportes sobre estas cuestiones.
*Valentin Golzman, magíster en historia, ingeniero.
[1] Eric Hobsbawm, Como cambiar el mundo, Crítica, Buenos Aires, 2011, Pág. 420. [negritas nuestras, V.G.]
[2] Adam Smith, Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, México, FCE, 2000, pág. 65 y 66.
[3] Ver: Jean Lojkine, La clase obrera, hoy, México, Siglo XXI, 1988. Jeremy Rifkin, El fin del trabajo, Lanús, Paidos Estado y sociedad, 1996. Viviane Forrester, El horror económico, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1997.
[4] Julio César Neffa, [www.estructura actual de la clase trabajadora neffa] Presentación del debate actual sobre el fin del trabajo.
[5] Claudio Lozano, Estructura actual de la clase trabajadora, IDEP, Cuaderno 29, 1994.
[6] Rolando Astarita La concepción marxista de la clase obrera, Publicado en Debate Marxista Nº 3, segunda época, 2001 o ver en [http://rolandoastarita.com].
[7] José Natanzon, Le Monde Diplomatic, edición Cono Sur, abril de 2011.
[8] Bauman, Zygmunt (2003). Modernidad líquida. Buenos Aires, FCE. Entendemos que Bauman realiza un análisis superficial y esquemático del tema. Abordó una cuestión que mucho antes había analizado en profundidad Marshall Berman: (1982) All that is solid melts into air. The experience of modernity. Nueva York. Simon and Schuster. [Hay edición española: (1989) Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. Buenos Aires, Siglo XXI].
[9] Castel, Robert (2004). Las trampas de la exclusión. Buenos Aires, Topia. [negritas nuestras, V.G.]
[10] Astarita, obra citada, Pág., 16
[11] Astarita, obra citada, Pág. 21.