Alberto Wiñazky*
El bloque de poder configurado en la Argentina con posterioridad a la crisis de 2001, exhibe componentes contradictorios que influyen decisivamente en cuanto a su posición hegemónica y a la actuación del Estado como estabilizador y reglamentador del sistema económico y político local.
Con posterioridad al derrumbe económico y social acaecido en la Argentina a fines del 2001, se constituyó un nuevo bloque de poder que incluye a diversos sectores sociales. Participan, diferentes productores industriales, los sectores agroexportadores, el capital financiero y las clases asalariadas que conforman un entramado complejo dentro del cual, no ha sido posible saldar el conflicto distributivo por falta de “consenso” entre los componentes del bloque, y donde los distintos actores cuentan con fuerza suficiente para disputar intensamente el excedente, sin que la activa intervención del estado logre conjurarlo.
Se configuró la formación del bloque de poder con componentes contradictorios, en donde la estructuración de esta nueva alianza de clases, no implicó la neta hegemonía de una clase sobre la otra. De manera, que no se verifica una posición totalmente hegemónica por parte de alguno de sus integrantes a diferencia de la década anterior, cuando la hegemonía en el bloque se encontraba en manos de una élite muy restringida.
La crisis de hegemonía es la pérdida del consenso o del consentimiento, de algunos de los integrantes del bloque de poder, en el sentido de aceptar que los intereses de la clase dominante reflejen los intereses de la sociedad toda. Esta crisis puede tener su origen en la oposición entre algunas de las fracciones de clase o en el agotamiento del modelo de desarrollo económico, cuando este ya no rinde los beneficios esperados para el conjunto de la sociedad. En este sentido, la burguesía local, y los intereses monopolistas transnacionales, más los sectores agroexportadores y el capital financiero, disputan internamente por el ingreso, porque en ningún momento han desaparecido los intereses contradictorios de clase, ya que estos sectores intentan siempre defender su ámbito de acumulación dentro del bloque de poder.
Es aquí donde debe comenzar a analizarse el tema de la hegemonía (1). La función hegemónica se puede definir como la potencialidad que adquiere una clase o una alianza de clases dentro de un sistema de dominación, para fijar los límites a los roles asignados al estado en la estructura social. La superestructura y fundamentalmente la acción política, tiene límites estrechos dados por la estructura, de manera que la autonomía del estado se encuentra siempre limitada por los intereses de la clase dominante.
El estado, dentro del capitalismo, pasa a ser en definitiva la expresión de la creciente complejidad de las relaciones económicas existentes y refleja la presencia de tendencias contrapuestas, cuya resolución requiere de la capacidad para administrarlas y encauzarlas dentro de la legalidad del sistema, de forma tal que la disputa por el excedente, la pugna distributiva, no se refleje en un incremento sostenido de precios o en graves conflictos institucionales. Estos hechos se presentan en la Argentina, como una realidad muy diferente a la existente en otros países de América Latina, tales los casos de Chile o Perú, donde ese conflicto ha sido saldado eficazmente, a favor de los sectores más concentrados.
(1) Se utiliza la palabra hegemonía en el sentido que le da A. Gramsci en El Risorgimento y en Notas sobre Maquiavello, sobre la Política y El Estado Moderno.
Las condiciones que presentó el desarrollo de la economía en esta década, estuvo centrado en el poder de las fracciones empresarias más concentradas, cuya participación en el valor bruto de producción pasó del 20,4% en 1993-2001 al 28% entre 2003 y 2009. Pero si solo se observa a la industria, el grado de concentración pasó de 33,1% al 40,9%. (2). Asimismo, en el sector bancario la presencia de la banca extranjera extendió su participación entre 1990 y 2001, del 10% al 61% del total de entidades y cerró el tercer trimestre de este año con subas en sus ganancias, que en promedio llegaron al 50% (3). En esto, juega un papel decisivo el grado de extranjerización y concentración del sector productivo y financiero, por el volumen de sus ventas, el nivel tecnológico alcanzado y la ubicación estratégica en la producción nacional. Esta formación no ha producido un cambio en la matriz productiva local, que sigue los lineamientos impresos en la década de los noventa, mientras el estado suele oscilar alternativamente entre el capital extranjero más concentrado, entre los restos de la burguesía local y los asalariados formales.
La aparente fluctuación en la actividad del estado por encima de las clases sociales, no es total ni permanente, ya que mientras el orden económico y social consista en un sistema de dominación entre clases sociales, el estado, inclusive en una coyuntura en el que emerge como autónomo políticamente, actuando por encima de las clases, continúa operando como sostenedor de ese sistema de dominación de clases. En consecuencia, sirve a los intereses de la clase dominante, aún cuando llega a obligar a esta a someterse a las normas estatales.
Dentro de este esquema de poder, la burguesía local desempeña, en el mejor de los casos, una función secundaria frente a los representantes monopólicos del capital extranjero, ya que estos tienen siempre un papel estratégico a través de la innovación tecnológica, la mayor productividad, las formas modernas de organización, la capacidad gerencial y el apoyo financiero internacional.
En cuanto al proceso de producción del sector agrícola, existe un nuevo modo de organización, que profundizó la división social del trabajo, de modo tal que el propietario no siempre es el productor, el financista casi nunca es el propietario ni el productor, y el que trabaja la tierra generalmente es una empresa de servicios, por lo que dicha actividad ya no define claramente el rasgo de agricultor-productor. Con esta construcción, el empresario “sin tierra” se posiciona en el extremo opuesto de la antigua cúpula terrateniente, pero también del polo tradicionalmente relacionado al trabajo agrícola: el “chacarero” o el “agricultor”. Situación mencionada por Marx en El Capital: “….esta tendencia corresponde, [por] otra parte, al divorcio de la propiedad territorial para formar una potencia aparte frente al capital y al trabajo…..” (4)
Sin embargo, por esta nueva situación, la burguesía agraria no perdió su vocación hegemónica. El enfrentamiento se agudizó al producirse la segunda sustitución de importaciones (bienes de consumo durable y bienes de capital), y fundamentalmente intermedios (materia prima básica para la industria) durante la década de los sesenta, siempre bajo el control del capital extranjero, quien pasó a comandar el proceso económico acentuando la pérdida de capacidad hegemónica del sector terrateniente.
(2) Daniel Aspiazu – Concentración y Extranjerización: La Argentina en la Postconvertibilidad
(3) La Nación -11-12-2012
(4) Carlos Marx – El Capital – Tomo III – Capítulo 52 – F.C.E. – 1973
Pero, existe un hecho que limita al antagonismo entre la burguesía industrial y la burguesía agraria. Es así, por que las importaciones que debe realizar el sector industrial (en todos los casos en forma creciente en este período), dependen de las exportaciones efectuadas por la fracción agraria, dado que el proceso de industrialización llevado adelante por la burguesía local, se efectuó “sin una revolución industrial”, es decir, manteniendo la acumulación de capital dentro de un contexto dependiente.
Este sistema de alianzas, que incluye a las fracciones más poderosas de la burguesía industrial-financiera, a los nuevos sectores que operan la producción agrícola, a las fracciones subordinados de la burguesía local y a los sectores no propietarios, configura la existencia de una hegemonía compartida entre todas las partes que integran la alianza, teñida de todas las ambigüedades y contradicciones resultantes de los diferentes intereses de clases en pugna. Se suman a esta alianza algunos segmentos medios que, aunque asalariados, se encuentran a mitad de camino entre el capital y el trabajo, por la amplitud de sus ingresos, su capacidad para adquirir bienes y la naturaleza misma de sus funciones. Se configura así una estructura piramidal en la que, entre la base asalariada y el vértice monopolista, se intercalan una serie de capas intermedias que por distintas razones participan parcialmente en la distribución de la plusvalía.
Esta crisis no niega de manera alguna la razón de ser del sistema. La estructura de la sociedad capitalista en la Argentina, ha demostrado su permeabilidad, su flexibilidad y su capacidad para absorber las contradicciones económicas y sociales, redefiniéndose con el fin de preservar el motor del sistema: el de la acumulación, y con ello el aparato de dominación que es en definitiva su sustento Pero, las alianzas suelen ser más inestables cuanto más agudas son las contradicciones entre los intereses objetivos de las clases o sectores que forman el compromiso. De aquí deriva una cierta inestabilidad política que es característica de estos períodos de transición. De cualquier forma, no hay dudas que la clase dominante, conformada esencialmente por los sectores monopólicos que controlan importantes parcelas de poder, perpetúa los enfrentamientos con las distintas fracciones de clases que componen la alianza, por la apropiación de la plusvalía y la realización de la misma. Esto da lugar al proceso inflacionario que prevalece en la Argentina desde el 2008, cuando se fueron perdiendo los efectos de la gran devaluación de 2002 y la tasa de ganancia comenzó a descender.
El capitalismo en la argentina se desarrolla entonces a través de una progresiva monopolización de la economía, que incluyó la compra de numerosas empresas nacionales por empresas extranjera más la radicación de grandes conglomerados multinacionales que cubren todo el espectro económico, desde la producción, la distribución y la comercialización de los productos industriales y agrarios.(5)
(5) Además “….el actual régimen de regulación de la inversión extranjera refleja la hegemonía del capital transnacional dentro del bloque de clases dominante, esto es consecuencia, más que de la incapacidad de la burguesía argentina para estructurar un bloque de clases susceptible de conducir un proceso de acumulación con un cierto grado de autonomía, a las transformaciones experimentadas por la economía mundial en las últimas décadas. El triunfante proyecto neoliberal de imposición del libre comercio, liberalización de los movimientos internacionales de capital y desregulación económica se ha traducido, sin duda, en un notorio debilitamiento del poder relativo de las burguesías de los países periféricos y de su capacidad para orientar el proceso de acumulación. E.Arceo y Juan M. De Lucchi – Estrategias para el Desarrollo y Regímenes Legales para la Inversión Extranjera – CEFID-Ar. – Dto. de Trabajo Nº 43 – 2012
La acción del estado, cuando intenta verificar el proceso inflacionario se ve limitada, ya que bajo la estructura dominante, los controles de precios se ven acotados por la lucha por la distribución de la plusvalía dentro del bloque dominante, que impone cierto equilibrio en la obtención de utilidades entre las fracciones en pugna. Precisamente resulta paradójico que la obtención de mayores ganancias por parte de la burguesía más concentrada, se produzca también a través de la fijación de precios crecientes, cuando una de las características fundamentales de los monopolios, tiene que ver con la necesidad de planificar sus inversiones a largo plazo, situación que se ve enormemente dificultada cuando predomina la inestabilidad de precios.
Por otra parte, los análisis económicos, como los que en el pasado desarrolló entre otros Aldo Ferrer, que sostenían que la devaluación del peso era el principal mecanismo inflacionario en la Argentina y superaba el producido por la expansión del gasto público o los aumentos salariales, (6) parecen no ser aplicables en esta etapa, por el control que existe sobre el mercado cambiario a través del “tipo de cambio administrado”, convertido en el anclaje de la moneda al dólar, como el medio que utiliza el estado, para intentar estabilizar los precios.
Pero, la vigencia de las actuales políticas económicas, perturban los mecanismos de acumulación excluyentes que caracterizan al capitalismo más concentrado en la economía Argentina periférica. Por eso, al proceso de desarrollo monopolista le resulta contraproducente el “populismo desarrollista”, e incluso las formas de democracia representativa. Las palabras pronunciadas en Brasil por el director de La Nación Bartolomé Mitre, cuando manifestó que el país vive bajo la dictadura de los votos que a su entender “es la peor de todas”, explica claramente la posición de la élite burguesa.
La forma de desarrollo monopolista requiere entonces, del funcionamiento de un mercado cuyo dominio se encuentre centrado en el incremento de las relaciones entre productores, que se constituyen a su vez en los “consumidores” más significativos, para lograr de esta forma una expansión económica que favorezca sus intereses.
En consecuencia, para incrementar la capacidad de acumulación de este sector, se hace necesario frenar las demandas reivindicativas de las masas. Es decir, la política de redistribución que ampliaría su consumo de forma “ineficaz y perturbadora” para el desarrollo monopólico.
En definitiva, existen dos socios privilegiados en esta estructura económica: la vieja base exportadora de productos primarios y los sectores más concentrados, con la participación marginal de la burguesía local. Dentro de los sectores más concentrados, van apareciendo intereses de nuevo tipo como la producción metalífera, de rápido crecimiento económico, que divide las áreas de actuación del estado, delimitando las actividades económicas, pero que no permiten disminuir las desigualdades regionales, ni una distribución más ecuánime de los ingresos. En este esquema, el estado, en la medida que tiene la capacidad de realizar y regular el ahorro actúa como estabilizador y reglamentador del sistema económico y político local. Pero, no está en condiciones de resolver las contradicciones fundamentales de una sociedad capitalista atrasada, ni romper de manera decisiva con la dependencia, si no altera sustancialmente las relaciones de producción sobre las cuales se apoya.
6) Aldo Ferrer – La Economía Argentina, las Etapas de Desarrollo y Problemas Actuales – F.C.E. 1963
Asimismo, los asalariados, deberían conquistar su autonomía política, y una capacidad de movilización independiente, con total independencia del estado, superando la manipulación mediática y la presencia de la antigua burocracia sindical al frente de los sindicatos
Solamente desde esta perspectiva, podrán los asalariados, a través de las comisiones internas o los cuerpos de delegados, elegidos en todos los casos democráticamente por los trabajadores, verificar en las empresas los costos, los precios, las existencias y el abastecimiento de los insumos y los productos, que permita un cierto control del proceso inflacionario.
*Alberto Wiñazky, economista, escritor, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.
Noviembre de 2012
Con posterioridad al derrumbe económico y social acaecido en la Argentina a fines del 2001, se constituyó un nuevo bloque de poder que incluye a diversos sectores sociales. Participan, los grupos multinacionales, diferentes productores industriales nacionales, los sectores agroexportadores, el capital financiero y las clases asalariadas que conforman un entramado complejo dentro del cual, no ha sido posible saldar el conflicto distributivo por falta de “consenso” entre los componentes del bloque, y donde los distintos actores cuentan con fuerza suficiente para disputar intensamente el excedente, sin que la activa intervención del estado logre conjurarlo.
Se configuró la formación del bloque de poder con componentes contradictorios, en donde la estructuración de esta nueva alianza de clases, no implicó la neta hegemonía de una clase sobre la otra. De manera, que no se verifica una posición totalmente hegemónica por parte de alguno de sus integrantes a diferencia de la década anterior, cuando la hegemonía en el bloque se encontraba en manos de una élite muy restringida.
La crisis de hegemonía es la pérdida del consenso o del consentimiento, de algunos de los integrantes del bloque de poder, en el sentido de aceptar que los intereses de la clase dominante reflejen los intereses de la sociedad toda. Esta crisis puede tener su origen en la oposición entre algunas de las fracciones de clase, dentro del bloque de poder, o en el agotamiento del modelo de desarrollo económico, cuando este ya no rinde los beneficios esperados para el conjunto de la sociedad. En este sentido, la burguesía local, y los intereses monopolistas transnacionales, más los sectores agroexportadores y el capital financiero, disputan internamente por el ingreso, porque en ningún momento han desaparecido los intereses contradictorios de clase, ya que estos sectores intentan siempre defender su ámbito de acumulación dentro del bloque de poder.
Es aquí donde debe comenzar a analizarse el tema de la hegemonía (1). La función hegemónica se puede definir como la potencialidad que adquiere una clase o una alianza de clases dentro de un sistema de dominación, para fijar los límites a los roles asignados al estado en la estructura social. La superestructura y fundamentalmente la acción política, tiene límites estrechos dados por la estructura, de manera que la autonomía del estado se encuentra siempre limitada por los intereses de la clase dominante.
El estado, dentro del capitalismo, pasa a ser en definitiva la expresión de la creciente complejidad de las relaciones económicas existentes y refleja la presencia de tendencias contrapuestas, cuya resolución requiere de la capacidad para administrarlas y encauzarlas dentro de la legalidad del sistema, de forma tal que la disputa por el excedente, la pugna distributiva, no se refleje en un incremento sostenido de precios o en graves conflictos institucionales. Estos hechos se presentan en la Argentina, como una realidad muy diferente a la existente en otros países de América Latina, tales los casos de Chile o Perú, donde ese conflicto ha sido saldado eficazmente, a favor de los sectores más concentrados.
Las condiciones que presentó el desarrollo de la economía en esta década, estuvo centrado en el poder de las fracciones empresarias más concentradas, cuya participación en el valor bruto de producción pasó del 20,4% en 1993-2001 al 28% entre 2003 y 2009. Pero si solo se observa a la industria, el grado de concentración pasó de 33,1% al 40,9%. (2). Asimismo, en el sector bancario la presencia de la banca extranjera extendió su participación entre 1990 y 2001, del 10% al 61% del total de entidades y cerró el tercer trimestre de este año con subas en sus ganancias, que en promedio llegaron al 50% (3). En esto, juega un papel decisivo el grado de extranjerización y concentración del sector productivo y financiero, por el volumen de sus ventas, el nivel tecnológico alcanzado y la ubicación estratégica en la producción nacional. Esta formación no ha producido un cambio en la matriz productiva local, que sigue los lineamientos impresos en la década de los noventa, mientras el estado suele oscilar alternativamente entre el capital extranjero más concentrado, el capital financiero y los restos de la burguesía local, mientras otorga algunas mejoras a los asalariados formales.
Esta aparente fluctuación en la actividad del estado por encima de las clases sociales, no es total ni permanente, ya que mientras el orden económico y social consista en un sistema de dominación entre clases sociales, el estado, inclusive en una coyuntura en el que emerge como autónomo políticamente, actuando por encima de las clases, continúa operando como sostenedor de ese sistema de dominación de clases. En consecuencia, sirve a los intereses de la clase dominante, aún cuando llega a obligar a esta a someterse a las normas estatales.
Dentro de este esquema de poder, la burguesía local desempeña, en el mejor de los casos, una función secundaria frente a los representantes monopólicos del capital extranjero, ya que estos desempeñan siempre un papel estratégico a través de la innovación tecnológica, la mayor productividad, las formas modernas de organización, la capacidad gerencial y el apoyo financiero internacional.
En cuanto al proceso de producción del sector agrícola, existe un nuevo modo de organización, que profundizó la división social del trabajo, de modo tal que el propietario no siempre es el productor, el financista casi nunca es el propietario ni el productor, y el que trabaja la tierra generalmente es una empresa de servicios, por lo que dicha actividad ya no define claramente el rasgo de agricultor-productor. Con esta construcción, el empresario “sin tierra” se posiciona en el extremo opuesto de la antigua cúpula terrateniente, pero también del polo tradicionalmente relacionado al trabajo agrícola: el “chacarero” o el “agricultor”. Situación mencionada por Marx en El Capital: “….esta tendencia corresponde, [por] otra parte, al divorcio de la propiedad territorial para formar una potencia aparte frente al capital y al trabajo…..” (4)
Sin embargo, por esta nueva situación, la burguesía agraria no perdió su vocación hegemónica. El enfrentamiento se agudizó al producirse la segunda sustitución de importaciones (bienes de consumo durable y bienes de capital), y fundamentalmente intermedios (materia prima básica para la industria) durante la década de los sesenta, siempre bajo el control del capital extranjero, quien pasó a comandar el proceso económico acentuando la pérdida de capacidad hegemónica del sector terrateniente.
Pero, existe un hecho que limita al antagonismo entre la burguesía industrial y la burguesía agraria. Esto es así, por que las importaciones que debe realizar el sector industrial, dependen de las exportaciones efectuadas por la fracción agraria, dado que el proceso de industrialización llevado adelante por la burguesía local, se efectuó “sin una revolución industrial”, es decir, manteniendo la acumulación de capital dentro de un contexto dependiente.
Este sistema de alianzas, que incluye a las fracciones más poderosas de la burguesía industrial-financiera, a los nuevos sectores que operan la producción agrícola, a las fracciones subordinados de la burguesía local y a los sectores no propietarios, configura la existencia de una hegemonía compartida entre todas las partes que integran la alianza, teñida de todas las ambigüedades y contradicciones resultantes de los diferentes intereses de clases en pugna. Se suman a esta alianza algunos segmentos medios que, aunque asalariados, se encuentran a mitad de camino entre el capital y el trabajo, por la amplitud de sus ingresos, su capacidad para adquirir bienes y la naturaleza misma de sus funciones. Se configura entonces, una estructura piramidal en la que, entre la base asalariada y el vértice monopolista, se intercalan una serie de capas intermedias que por distintas razones participan parcialmente en la distribución de la plusvalía.
Esta crisis no niega de manera alguna la razón de ser del sistema. La estructura de la sociedad capitalista en la Argentina, ha demostrado su permeabilidad, su flexibilidad y su capacidad para absorber las contradicciones económicas y sociales, redefiniéndose con el fin de preservar el motor del sistema: el de la acumulación, y con ello el aparato de dominación que es en definitiva su sustento Pero, las alianzas suelen ser más inestables cuanto más agudas son las contradicciones entre los intereses objetivos de las clases o sectores que forman el compromiso. De aquí deriva una cierta inestabilidad política que es característica de estos períodos de transición. De cualquier forma, no hay dudas que la clase dominante, conformada esencialmente por los sectores monopólicos que controlan importantes parcelas de poder, perpetúa los enfrentamientos con las distintas fracciones de clases que componen la alianza, por la apropiación de la plusvalía y la realización de la misma. Esto da lugar al proceso inflacionario que prevalece en la Argentina desde el 2008, cuando se fueron perdiendo los efectos de la gran devaluación de 2002 y la tasa de ganancia comenzó a descender.
El capitalismo en la argentina se desarrolla entonces a través de una progresiva monopolización de la economía, que incluyó la compra de numerosas empresas nacionales por empresas extranjera más la radicación de grandes conglomerados multinacionales que cubren todo el espectro económico, desde la producción, la distribución y la comercialización de los productos industriales y agrarios.(5)
La acción del estado, cuando intenta verificar el proceso inflacionario se ve limitada, ya que bajo la estructura dominante, los controles de precios se ven acotados por la lucha por la distribución de la plusvalía dentro del bloque dominante, que impone cierto equilibrio en la obtención de utilidades entre todas las fracciones en pugna. Precisamente resulta paradójico que la obtención de mayores ganancias por parte de la burguesía más concentrada, se produzca también a través de la fijación de precios crecientes, cuando una de las características fundamentales de los monopolios, tiene que ver con la necesidad de planificar sus inversiones a largo plazo, situación que se ve enormemente dificultada cuando predomina la inestabilidad de precios.
Por otra parte, los análisis económicos, como los que en el pasado desarrolló, entre otros Aldo Ferrer, cuando sostenían que la devaluación del peso era el principal mecanismo inflacionario en la Argentina y superaba el producido por la expansión del gasto público o los aumentos salariales, (6) parecen no ser aplicables en esta etapa, por el control que efectúa el estado sobre el mercado cambiario a través del “tipo de cambio administrado”, anclando la moneda local al dólar, convertido en el medio utilizado por el estado para intentar estabilizar los precios.
Pero, la vigencia de las actuales políticas económicas, perturban los mecanismos de acumulación excluyentes que caracterizan al capitalismo más concentrado en las economías periféricas. Por eso, al proceso de desarrollo monopolista le resulta contraproducente el “populismo desarrollista”, e incluso las formas de democracia representativa. Las palabras pronunciadas en Brasil por el director de La Nación Bartolomé Mitre, cuando manifestó que el país vive bajo la dictadura de los votos que a su entender “es la peor de todas”, explica claramente la posición de la élite burguesa.
La forma de acumulación monopolista requiere entonces, del funcionamiento de un mercado cuyo dominio se encuentre centrado en el incremento de las relaciones entre productores, que se constituyen a su vez en los “consumidores más significativos”, para lograr de esta forma una expansión económica que favorezca sus intereses.
En consecuencia, para incrementar la capacidad de acumulación de este sector, se hace necesario frenar las demandas reivindicativas de las masas. Es decir, la política de redistribución que ampliaría su consumo de forma “ineficaz y perturbadora” para el desarrollo de los sectores monopólicos.
En definitiva, existen dos socios privilegiados en esta estructura económica: la vieja base exportadora de productos primarios y los sectores más concentrados, con la participación marginal de la burguesía local. Dentro de los sectores más concentrados, van apareciendo intereses de nuevo tipo como la producción metalífera, de rápido crecimiento económico, que divide las áreas de actuación del estado, delimitando las actividades económicas, pero que no permiten disminuir las desigualdades regionales, ni una distribución más ecuánime de los ingresos. En este esquema, el estado, en la medida que tiene la capacidad de realizar y regular el ahorro, actúa como estabilizador y reglamentador del sistema económico y político local. Pero, no está en condiciones de resolver las contradicciones fundamentales de una sociedad capitalista atrasada, ni romper con la dependencia, si no altera sustancialmente las relaciones de producción sobre las cuales se apoya.
Asimismo, los asalariados, deberían conquistar su autonomía política, y una capacidad de movilización independiente, que les permita evitar la dependencia política y administrativa del estado, superando la manipulación mediática y la presencia de la antigua burocracia sindical al frente de los sindicatos
Solamente desde esta perspectiva, podrán los asalariados, a través de las comisiones internas o los cuerpos de delegados, elegidos en todos los casos democráticamente, verificar en las empresas los costos, los precios, las existencias y el abastecimiento de los insumos y los productos, que les permita ejercer un control del proceso inflacionario.
*Alberto Wiñazky, economista, escritor, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.
(1) Se utiliza la palabra hegemonía en el sentido que le da A. Gramsci en El Risorgimento y en Notas sobre Maquiavello, sobre la Política y El Estado Moderno.
(2) Daniel Aspiazu – Concentración y Extranjerización: La Argentina en la Posconvertibilidad
(3) La Nación -11-12-2012
(4) Carlos Marx – El Capital – Tomo III – Capítulo 52 – F.C.E. – 1973
(5) Además “….el actual régimen de regulación de la inversión extranjera refleja la hegemonía del capital transnacional dentro del bloque de clases dominante, esto es consecuencia, más que de la incapacidad de la burguesía argentina para estructurar un bloque de clases susceptible de conducir un proceso de acumulación con un cierto grado de autonomía, a las transformaciones experimentadas por la economía mundial en las últimas décadas. El triunfante proyecto neoliberal de imposición del libre comercio, liberalización de los movimientos internacionales de capital y desregulación económica se ha traducido, sin duda, en un notorio debilitamiento del poder relativo de las burguesías de los países periféricos y de su capacidad para orientar el proceso de acumulación. E.Arceo y Juan M. De Lucchi – Estrategias para el Desarrollo y Regímenes Legales para la Inversión Extranjera – CEFID-Ar. – Dto. de Trabajo Nº 43 – 2012
6) Aldo Ferrer – La Economía Argentina, las Etapas de Desarrollo y Problemas Actuales – F.C.E. 1963