José Alberto Itzigsohn*
Sobre el trasfondo de un mundo árabe movilizado por el cambio, ha ocurrido una nueva guerra entre palestinos e israelíes por la no aceptación, de hecho, por parte del actual gobierno israelí y de sectores importantes de los palestinos, específicamente el Hamas y el Jihad islámico, de acuerdos internacionales que establecen la creación de dos Estados, Israel y Palestina, con fronteras seguras, basadas en el armisticio de 1967 y sujetas a negociación. Solo la aceptación del principio de los dos estados puede darle solución a la crisis.
En el último tiempo hemos sido testigos de la caída de regímenes autoritarios en el mundo árabe y su reemplazo por gobiernos populares, de ideología islamista, es decir que proponen como objetivo que su forma de vida sea regida por las leyes de la Shariá, que es la legislación planteada en el Corán.
El proceso varía de país a país, pero hay algunos rasgos comunes de psicología social.
Hubo un largo período, en la Edad Media, en la cual países musulmanes, fueron entidades político y culturales más avanzadas que cualquier país en el mundo de la cristiandad.
Más adelante, hubo países como el Imperio Turco Otomano, erigido en centro político del mundo islámico, que jugó un papel protagónico en la escena política y militar de Europa durante los siglos XVI, XVII y XVIII para luego comenzar un proceso de decadencia en el siglo XIX. Vale decir, que a diferencia de otras regiones que fueron dominadas por la expansión colonial europea, hubo países musulmanes que tenían una cultura muy desarrollada y la conciencia de un pasado brillante desde el punto de vista político, militar y cultural.
El por qué del retraso relativo de esos estados a partir del Renacimiento europeo y del desarrollo del capitalismo en Europa y América, es un proceso muy complejo, pero sus consecuencias fueron muy claras: el Imperio Otomano fue desmembrado y muchos de sus antiguos dominios pasaron a ser dominados por países europeos: colonización francesa en el Norte de África, colonización italiana en Libia, dominio inglés en Egipto y Sudán. Y después de la primera guerra mundial, protectorados franceses en Siria y Líbano, y protectorados ingleses en Palestina, Jordania e Irak y Yemen; en 1947, partición de Palestina en dos Estados, el Estado de Israel y un Estado Palestino, todavía por crearse.
El pasado tiene vigencia en el discurso político. Siria acusa al presidente turco Erdogan de pretender ser un califa y la oposición egipcia acusa al presidente Morsi de querer ser un nuevo Faraón.
A esta situación debe sumarse el hecho de que a partir del descubrimiento de petróleo en Arabia Saudita, en 1934, se produjo la penetración de capitales europeos y norteamericanos que juegan un papel muy importante en el área. Recordemos también la confrontación política entre la Unión Soviética y los países occidentales, principalmente los Estados Unidos, en lo que se llamó “la guerra fría”, que continúa con la confrontación de intereses políticos entre Rusia y dichos estados. Rusia tiene como principal aliado político en la zona a Siria, y los Estados Unidos a Israel, Egipto, Katar, Arabia Saudita y Turquía.
Todo esto complica el proceso de emancipación política y social de los países de la zona. Los países islámicos como Egipto y Turquía, tienen una masa de campesinos muy pobres que son muy conservadores, que han emigrado en gran número a las ciudades y que no están ligados a los valores y formas de vida occidentales como las élites urbanas civiles y militares de esos países. El Islám, en su diversas corrientes, les confiere a esa masas un apoyo espiritual y, también, formas elementales de socorro económico y, hecho muy importante, les confiere la posibilidad de reparar su orgullo colectivo, profundamente herido por la decadencia y la opresión, dándoles el sentido de ser los verdaderos creyentes frente a un mundo occidental degenerado. De ahí que la liberación de las dictaduras tipo Mubarak y similares, pase a través de un proceso de predominio electoral islámico, como ha ocurrido en Túnez, Egipto y Turquía. Ahora bien, esta etapa de predominio islamista puede tomar dos rumbos: uno pragmático, de coexistencia, u otro de fundamentalismo islámico, a través de grupos como El Qaida y los Salafies que rechazan de plano la convivencia con occidente y proponen la supresión de los estados nacionales y la restauración del califato, abolido en Turquía en 1923, como gobierno de toda la nación “Umma” islámica. En resumen, un gran estado teocrático, cerrado sobre sí mismo en los aspectos culturales y religiosos. Esta visión arcaizante, es resistida por los musulmanes más moderados y por las élites occidentalizadas. Sobre este trasfondo hay otros conflictos que estimo es preciso destacar: el conflicto entre las ramas Sunita y Shiita del Islam, esta última con base en Irán, junto con el enfrentamiento entre Irán y sus aliados y los Estados Unidos y los suyos. Otro, la guerra civil en Siria y el conflicto israelí palestino.
Dada la actualidad de este último, le dedicaré especial atención. Los palestinos no pueden ser expulsados de la zona, no hay lugar para nuevas limpiezas étnicas, e Israel no puede ser destruido, salvo a costa de una nueva guerra mundial; y la falta de solución provoca conflictos sucesivos que desembocan en confrontaciones bélicas. Un criterio político realista lleva al proyecto de la creación de dos estados: un estado con mayoría judía y un estado con mayoría árabe, como la única solución posible en este momento; pero parecería que no se puede llegar a ese arreglo sin pasar por guerras cíclicas.
La última de ellas, que tuvo lugar este mes, ha acarreado gran destrucción de vidas y bienes. La pérdida de vidas ha sido mucho mayor en la Franja de Gaza que en Israel porque la población israelí ha recibido directivas muy claras acerca de cómo comportarse en caso de bombardeos con cohetes y la defensa israelí puso en marcha un sistema anticohetes, “la cúpula de hierro” que no es una defensa hermética, pero ha derribado muchos cohetes y por lo tanto, disminuido la eficacia de esos ataques. Este nuevo episodio de la guerra cíclica fue originado por la falta de un proceso de paz, por la ocupación israelí de territorios destinados al futuro estado palestino, y por la negativa de sectores políticos árabes como el Hamas que gobierna en Gaza y el Jihad iaslámico que actúa desde allí, a todo reconocimiento de Israel, lo que se tradujo en un bombardeo con cohetes insoportable para a población del sur de Israel, y en el asesinato, por parte de los israelíes del líder militar del Hamas.
A partir de allí se generó una escalada que produjo un número considerable de víctimas palestinas y el disparo de casi mil quinientos cohetes sobre la población civil israelí, también con pérdida de vidas aunque más limitadas en número, y una destrucción considerable de bienes.
Algunos sectores de la derecha israelí argumentan que eso es una prueba de la imposibilidad de hacer la paz con los palestinos, pues Israel abandonó todos sus asentamientos en Gaza y, sin embargo, la respuesta ha sido hostil
Lo que olvidan es que la situación en Gaza no se ha normalizado y la zona está sometida a un bloqueo muy estricto, lo cual no justifica la agresión a la población civil israelí pero explica en parte su motivación.
Tenemos que considerar que la situación pasa por la aceptación de dos estados para dos pueblos, el palestino y el judío, la detención del proceso de construcción de asentamientos y la negociación de fronteras seguras entre ambos pueblos. Estamos frente a un círculo vicioso en el cual un acto de hostilidad lleva a otro y solo la paz, o al menos una tregua prolongada y la aceptación del principio de los dos estados, con la consiguiente detención del proceso de construcción de asentamientos israelíes en territorio ocupado, aunque pueda ser resistida por los colonos y la derecha israelí así como por los grupos musulmanes más extremistas, seguramente sería bien recibida por la mayoría del pueblo palestino y una gran parte del pueblo israelí.
Este último episodio bélico terminó con la intervención de Estados Unidos y de Egipto, país que recibió el papel de vigilante de la conducta de los palestinos y de los israelíes (papel que no sabemos si podrá cumplir por la crisis política actual en Egipto).
Según ese acuerdo, deben cesar todas las acciones bélicas, los palestinos de Gaza deben cesar sus ataques con cohetes y los israelíes sus ataques de represalia contra dirigentes palestinos
Este nuevo ordenamiento es un gran golpe para la derecha israelí -muchos de cuyos integrantes están disconformes con este acuerdo y hubieran preferido una invasión terrestre de la zona de Gaza, con las consecuencias desastrosas previsibles-, y obliga a una política israelí más flexible. También es un freno para las organizaciones como el Hamasy el Jihad que en adelante tendrán que rendir cuenta a Egipto por actividades bélicas contra Israel, como el disparo de cohetes. En Israel es de prever que una parte de los partidarios de Netanyahu y Liberman, las figuras más prominentes de la derecha nacionalista, se sientan frustrados y se vuelquen hacia una derecha vociferante más extrema y otros, en cambio, se inclinen a partidos de centro.
Otra consecuencia es que Abu Mazen, líder del Fatah, Presidente del estado Palestino en formación, que tiene una actitud negociadora, aunque aparentemente debilitado, puede jugar un papel muy importante. Sin lugar a dudas, su propuesta de que las Naciones unidas reconozcan a Palestina como un estado observador tendría mayoría en la Asamblea General de las Naciones Unidas y realzaría su imagen ante su pueblo.
Se trata de ver cual es el camino posible para los palestinos y los israelíes: la negociación o la lucha armada. Aunque esta última pueda exaltar el sentimiento de sectores importantes tanto en Gaza como en Israel, y cada uno pueda pretender que su acción bélica fue más destructiva que la del otro, ya sea desde el punto de vista material o simbólico, la conclusión es evidente: ninguno puede lograr una victoria definitiva y eliminar al adversario porque las condiciones locales e internacionales no lo permiten. Una paz, o al menos una tregua prolongada impuesta por las circunstancias y por factores externos es insatisfactoria, pero es mejor que la guerra. Esta tregua podría ser una oportunidad para mostrar que la convivencia es posible y llevar a la convicción de la que la meta de dos estados es viable.
Finalmente, para poder comprender las reacciones políticas de la población israelí podemos dividirla esquemáticamente en tres partes: Una parte minoritaria que rechaza la paz y se aferra a la idea del “Gran Israel”, que abarcaría toda la antigua Palestina histórica; otra parte que desearía una paz estable, pero tiene miedo de las consecuencias de las retiradas estratégicas que eso implicaría; y una tercera parte que desea la paz y está dispuesta a correr los riesgos necesarios, contando con garantías internacionales. En este momento, la mayoría de los que están atemorizados apoyan a los que no quieren la paz y por ello es casi seguro que en las próximas elecciones israelíes que tendrán lugar en Enero, vuelva a ganar una coalición de derecha y el proceso de paz siga detenido, a menos que haya una presión internacional muy grande. La conducta del equipo Netanyahu, Liberman, Barak, que dirigió a Israel en esta última guerra, y finalmente decidió no invadir Gaza por la oposición de los Estados Unidos, la Unión Europea y países árabes como Jordania, demuestra que una determinada presión internacional puede tener influencia sobre estos sectores y crear un espacio político para las fuerzas de centro izquierda en Israel.
*José Alberto Itzigsohn, psicoterapeuta, ex director de la carrera de psicología de la UBA. Reside en Jerusalén, Israel, desde hace décadas