Enfundado en su estatura quijotesca, ese metro ochenta y siete que seguramente le permitía otear el horizonte con notoria facilidad, supo pasear su juventud vistiendo la camiseta del legendario San Lorenzo de Almagro y, muchos años después, deambular con Clelia, su mujer de toda la vida, por el barrio de Malá Strana en el corazón de la antigua Praga, la que en un tiempo acunó el angustiante humor de Franz Kafka y el talento musical de Anton Dvorak.
Conociendo su honda sensibilidad argentina, no resulta extraño pensar que en el ocaso de alguna tarde en aquella Checoslovaquia Socialista, parado en medio de la plaza vieja que protegen las torres de la catedral, habrá recordado la destrucción y matanza de Lídice que realizaron los nazis en 1942, como represalia por el asesinato de Heydrich, el sanguinario Protector del Reich, hecho consumado por un comando de la Resistencia.
De vuelta a la Patria, asistió al derrumbe del mundo socialista y a los avatares de la organización política a la que pertenecía desde su adolescencia, poniendo en acto la permanente mirada crítica que lo caracterizaba, pero que siempre se hallaba ennoblecida por su reconocida honradez intelectual y su tenaz militancia. Posteriormente, pese a tantas circunstancias lacerantes que sacudían su espíritu, tuvo la sapiencia de articular junto a compañeros que se fueron convocando de a poco, un refugio activo que se plasmó en la Editorial y revista bimensual «Tesis11», nacida esta última en octubre de 1991.
Un hombre de principios insobornables, Pepe Lanao nos dejó el 25 de marzo del presente año, rodeado del cariño de su esposa, hijos y nietos, así como por la firme convicción de sus compañeros de persistir en la búsqueda de un nuevo amanecer que, como él lo hubiera deseado, pueda iluminar a esta tierra entrañable a la que Pepe se esforzó en amar más allá de incomprensiones y derrotas.
Horacio Ramos