Caminos hacia la memoria, la verdad y la justicia.

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(Cultura/Cine/Libros/Sociedad)

Ana Inés López Accotto*

A veinte años, Luz, de Elsa Osorio (Editorial Colihue ).

Sostener que la realidad supera a la ficción es un lugar común. Pero ocurre, a veces, que la ficción prefigura esa realidad que luego la supera. Este es el caso de la novela A veinte años, Luz, de Elsa Osorio.

Escrita a veinte años del golpe cívico-militar que instauró uno de los periodos más terribles de nuestra historia, venía a echar luz en un contexto muy desalentador para los derechos humanos en Argentina: tras el primer impulso del juicio del Nunca más siguieron las leyes de obediencia debida y punto final y los indultos a los represores. Los juicios por delitos de lesa humanidad quedaron clausurados y se impuso en el “sentido común” la idea de una “reconciliación” basada en la mentira, el ocultamiento y la impunidad.

En ese contexto adverso, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y el conjunto de organismos de Derechos Humanos, inasequibles al desaliento, persistieron en la lucha por la justicia que habían comenzado durante los años de plomo de la dictadura, cuando buscaban a sus hijas e hijos secuestrados por las fuerzas represivas con la complicidad de civiles y autoridades eclesiásticas. Mantuvieron abierta la puerta de las investigaciones judiciales por la apropiación de bebés y fueron impulsando en otros países los juicios por delitos de lesa humanidad que aquí no podían llevarse a cabo.

Fue entonces cuando Elsa Osorio escribió A veinte años, Luz, la historia de una joven (Luz) que a partir de su propia maternidad necesita investigar sobre sus orígenes, entender los sentimientos de extrañeza y angustia, de “no encajar” que la han marcado hasta entonces. Y en esa búsqueda se va adentrando y nos va llevando por los infiernos pergeñados para, decían, salvar los valores occidentales y cristianos de nuestra sociedad. Pero también nos muestra un camino de sanación, de reintegración de lo que nunca debió fracturarse: la propia identidad, el vínculo con sus padres y sus familias de origen. Y, también, la existencia de personas que se permiten dudar, cuestionarse, en tiempos de certezas impuestas a base de terror.

Hasta entonces las Abuelas habían hecho un largo recorrido buscando, primero, a los bebés que debían haber nacido en cautiverio; más tarde, a las niñas y niños en los que se habrían convertido. Sin embargo, el paso del tiempo daría lugar a la incorporación de una nueva dirección en la búsqueda: que los ya jóvenes adultos fueran los que comenzaran a recorrer el camino hacia sus Abuelas y familias de origen. A veinte años luz se ubica justo en el momento en que esta apertura se hace posible, la anuncia desde un relato absolutamente ficcional pero nutrido por los miles de testimonios que, poco a poco, se han ido conociendo.

Original en mano, la autora buscó en Argentina alguna editorial para publicarla pero no fue posible inicialmente: con el “sentido común” de la época por delante, recibió respuestas del tipo “para qué andar revolviendo esos temas” o “eso ya no le interesa a nadie”. Por eso la primera edición fue en España, a la que le siguieron la de Francia, Alemania, Italia y muchos otros países. La novela fue traducida a innumerables idiomas (conmueve ver, por ejemplo, la edición en chino) y ha vendido más de un millón de ejemplares en todo el mundo.

La novela de Elsa Osorio fue entonces y lo sigue siendo hasta nuestros días, una contribución invalorable para dar a conocer al mundo la dramática extensión temporal de la represión, encarnada en esas niñas y niños nacidos en cautividad y cuyo paradero permanece en muchos casos, todavía hoy, desconocido. Así lo reconoció la actual presidenta de Abuelas, Estela de Carlotto: cuando se le pidió en un programa de televisión que indicara tres libros importantes para ella, uno fue A veinte años, Luz.

*Ana Inés López Accotto, escritora.

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