Estado Islámico: ¿fuera de control, o fuerza controlada?

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La importancia de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) como caja de resonancia de los asuntos mundiales parece ser inversamente proporcional a su capacidad para incidir en ellos. La 69º reunión de la Asamblea General que acaba de finalizar lució, en efecto, como un foro abierto y plural, de máxima representación jerárquica (presidentes), en el cual se expresaron todos aquellos mandatarios que se anotaron en la lista de oradores y cuyas repercusiones han dado la vuelta al día en ochenta mundos y aún se dejan oír en nuestra Madre Tierra, denominación, esta última, que evoca al gigantesco líder boliviano Evo Morales Ayma.

La Asamblea General es un órgano de la ONU. Hay otros. En rigor, hay seis. Los instituye el artículo 7º de la Carta. Otro de esos seis es el Consejo de Seguridad. Aquí aparece el primer problema. Las decisiones del Consejo son vinculantes, en tanto no lo son las de la Asamblea. En ésta predomina la retórica y, por ello, se trata de un púlpito muy apto para el ejercicio de la propaganda. El Consejo, en cambio, toma, por votación, decisiones vinculantes, es decir, obligatorias. Las votaciones de la Asamblea no obligan a nadie.

Así planteado el organigrama, puede percibirse al instante que se trata de una estructura que ha pulverizado, desde el inicio, el principio democrático. Mandan los más fuertes, no la mayoría. Por eso, varios presidentes abogaron, en esta última 69º Asamblea, por la reformulación de la Organización con la mira puesta en una nueva distribución del poder de decisión dentro de la ONU. Brasil, India y Alemania pugnan por ingresar al Consejo de Seguridad como miembros permanentes, esto es, con derecho a veto.

Pero hay que decir que aun cuando el Consejo se ampliara, lo definitorio seguiría siendo la relación poder-derecho. Las relaciones internacionales se configuran como una derivada del vínculo entre poder y derecho y, a su vez, el derecho es una función del poder, es decir, se halla subordinado al poder material real que los actores exhiben en el escenario global.

Prueba de lo antedicho es la secuencia política que ha precedido a las nuevas agresiones que está perpetrando EE.UU. en Siria. No obtuvo el consenso en el Consejo de Seguridad y el país bombardeado ha denunciado el hecho como una violación de su soberanía territorial, no obstante lo cual el presidente Obama se las arregló para urdir -por fuera de la institución global y contra la voluntad de Siria- la construcción de una alianza de ocasión para atacar por aire, en territorio ajeno, a ese sórdido espantajo denominado Estado Islámico (EI). Lo puede hacer porque, como decía el sofista Trasímaco, “la justicia es lo que conviene al más fuerte” (Platón, República, 338 c) y “la justicia es la conveniencia del gobierno establecido” (íd. 338 e). Sobre estas premisas edifica su política global la potencia imperial desde los tiempos de los “neocons” que asesoraban a Bush padre. Va contra la ley porque su poder militar subordina a la ley.

Las dudas de Cristina

Si una política (exterior e interior) está basada en engañar a todos todo el tiempo, esto constituye, a la larga, una debilidad estratégica. Uno de los problemas a que se enfrentan los Estados Unidos es que deben apelar constantemente a la manufactura de razones creíbles que otorguen legitimidad a sus intervenciones militares. El punto reside en que la argumentación justificante es percibida, cada vez más, como una excusa poco seria de un actor global que implanta la guerra allí donde la necesita para reconfigurar la cartografía regional con miras a apropiarse de recursos ajenos o como parte de una escalada que, en lo geoestratégico, apunta, en el largo plazo, a China y Rusia.

Poco más o menos, es lo que le espetó la presidenta argentina a un Obama sentado dos metros a su derecha, en la reunión del Consejo de Seguridad del miércoles 24 de septiembre pasado. Allí, Cristina Fernández ironizó sobre esas “primaveras árabes” que florecieron en unos freedom fighters (luchadores por la libertad) que después aparecieron en Irak y Siria degollando periodistas por televisión y cometiendo toda clase de crímenes abominables.

Y si los que ayer eran amigos a financiar y hoy han devenido enemigos a exterminar, algo no anda bien en la metodología que se está usando para combatir al terrorismo –dictaminó Cristina Fernández- quien, minutos antes, había asegurado no saber algo que la comunidad internacional tampoco sabe: quién le vende las armas al EI, quién les compra el petróleo, quién los ha entrenado. Y ya en tren de epilogar, la presidenta argentina manifestó: “… no sería nada extraño que el año que viene, en el 2015, haya desaparecido el ISIS (n. red.: Islamic State of Irak and al-Sham o Estado Islámico de Irak y el Levante, sigla inglesa del primer apelativo con que se conoció al EI) y haya aparecido cualquier otro grupúsculo con algún nombre extraño, con actitudes todavía más virulentas y más violentas…”.

La presidenta argentina dijo todo lo que podía decir. La implicancia de sus dichos era eso mismo, lo no dicho sugerido y expuesto allí como introito abierto a las interpretaciones: Irak y aquellas armas químicas que nunca existieron, como pretexto para acabar con Sadam, cuyo petróleo requería la Halliburton de Dick Cheney; Libia y su “apoyo al terrorismo”, como argucia para asesinar a Gadaffi, el financista de la campaña electoral de Sarkozy; Siria y el ex amigo Al Assad devenido dictador.

Pero aquí, el presidente ruso, Vladimir Putin, desbarató, a fines de 2013, el designio invasor. Convenció al Estado sirio de que entregar el arsenal químico era la mejor opción. EE.UU. se quedó sin justificaciones belicistas y volvió sobre sus pasos. Derrota táctica para Obama, que viene ahora por la revancha. El EI, plantado allí, es el primer paso. En realidad, van, otra vez, por Bashar Al Assad.

Pero la sensatez y la verdad no corrieron sólo por cuenta de Cristina Fernández. Otros líderes se pronunciaron en la misma línea. Veamos.

Obama a contramano

Hasán Rohani, el siempre demonizado presidente de Irán, acusó a Occidente de haber convertido a Medio Oriente en refugio de terroristas y extremistas. Y fue más allá: la concepción estratégica de Estados Unidos en la región –dijo- está fallada por la base. Si la coalición armada por Estados Unidos busca “continuar con su hegemonía en la región” estarán cometiendo un nuevo error estratégico, ya que deben ser los países de la región los que lideren la lucha contra esos extremistas y Estados Unidos debe apoyar, no dirigir.

El presidente Santos, de Colombia, dijo: “No somos ajenos al sufrimiento de quienes habitan hoy países como Siria, Irak, Libia, el Sahel (n. red.: región africana al sur del Sahara) y Ucrania y condenamos el terrorismo despiadado del ISIS”. Y formuló estas preguntas “que no son retóricas, sino reales”, según aseveró: ¿“Por qué hay gente que está contra la paz? ¿Por qué hay algunos que sólo ven la guerra como salida?” Y aventuró una tentativa de respuesta: “Tal vez porque sin la guerra pierden su poder, porque se han acostumbrado a vivir en ella, se lucran de ella y no se imaginan su vida sin ella”. Fue un sayo para que lo calzara aquel a quien le cupiera.

Maduro, de Venezuela, afirmó: “…Si el gobierno de Siria hubiera sido derrocado por estos ataques insensatos e imperiales (se refiere a los “freedom fighters” apoyados por EE.UU. en 2013), hoy en toda esa gran región de Siria, Líbano, Irak, Jordania, hoy por hoy, se hubiera establecido un poder de estos grupos terroristas… Es el presidente Bashar Al Assad y el gobierno democrático y constitucional de Siria quien ha detenido a los terroristas y los ha sufrido…”. Y agregó Maduro: “Solamente una alianza que respete la soberanía de estas naciones, el concurso de sus gobiernos, de sus pueblos y de sus Fuerzas Armadas derrotará de verdad al Estado Islámico y a todas las fuerzas terroristas que han surgido como un Frankenstein, como un monstruo amamantado por el propio Occidente”.

El Estado Plurinacional de Bolivia, a su turno y a través de su presidente Evo Morales, sentó posición en línea semejante: “Desde marzo de 2011 en Siria han muerto 150.000 personas y tres millones huyeron como refugiados a países vecinos… Bolivia comparte el criterio de que el futuro y el destino de Siria debe ser determinado por el propio pueblo sirio… Bolivia condena y rechaza la injerencia de los EE.UU. en Irak… Esta situación ha ocasionado que un grupo terrorista denominado el Estado Islámico ha puesto a Irak en una nueva situación de guerra que amenaza a toda la región…”. Y agregó una apreciación contundente: “… donde interviene Estados Unidos de América deja destrucción, odio, miseria y muerte, pero también deja riqueza en manos de los que lucran con las guerras, las transnacionales, la industria armamentista y la del petróleo”.

Por su parte, el canciller de Cuba, Bruno Rodríguez, expuso una pieza oratoria en línea con lo que han sido las intervenciones cubanas en la Asamblea General desde los inicios de la Revolución, esto es, imbuida de un nítido y profundo carácter internacionalista y solidario. En el tema que nos ocupa, sostuvo que “Vivimos en un mundo globalizado que avanza hacia la multipolaridad en una época marcada por la amenaza a la supervivencia de la especie humana. El gobierno de Estados Unidos y la OTAN no podrán revertir esa tendencia mediante un nuevo reparto del mundo por la fuerza de las armas. Pero hay un serio riesgo: que, intentándolo, lo hagan ingobernable… La intervención extranjera en Siria debe cesar. No es posible que potencias occidentales alienten, financien y armen grupos terroristas para lanzarlos contra un Estado mientras intentan combatir sus crímenes en otros, como ahora ocurre en Irak. El gobierno de Estados Unidos quebranta el derecho internacional cuando lanza, al margen de la Organización de las Naciones Unidas, bombardeos unilaterales sin respetar fronteras ni Estados soberanos, aunque lo disimule con dudosas coaliciones…”.

Obama peroró contra esta corriente con una monserga pobre de conceptos, llamando paz a la guerra, libertad a la esclavitud y justicia a la nuda arbitrariedad.

¿Y después del Estado Islámico?

A contramano de la realidad y parado en la sinrazón de la fuerza, el premio Nobel de la Paz 2009 ha impulsado la creación de una coalición de países satélites que, a estas horas, está haciendo lo que EE.UU. no pudo hacer en 2013: ataques aéreos a presuntos reductos de la organización criminal EI, con el esperable apoyo de un hombre moralmente disminuido como François Hollande, presidente de Francia, y el seguidismo de un incompetente estructural como el primer ministro del Reino Unido (con saliva) David Cameron.

Pero, en la hipótesis de que la buena fe antiterrorista, el noble desvelo por los derechos humanos y una límpida inspiración en el ideal democrático de Lincoln y de Walt Withman sean, a estas horas, los valores que guían los vacilantes pasos de los EE.UU., ¿cómo van a derrotar al EI? Es sabido que la fuerza aérea “ablanda” al oponente pero no consolida el dominio del territorio. Esto lo debe hacer el ejército de tierra.

Lo sabe Martin Dempsey, jefe del estado mayor de las fuerzas armadas de Estados Unidos, quien declaró, el martes 16 de septiembre pasado, que él aconsejaría al presidente Obama el despliegue de fuerzas terrestres en Irak para luchar contra el EI “if airstrikes proved insufficient” esto es, si los ataques aéreos resultan insuficientes (N. Y. Times, 16/9/14, nota de Mark Landler y Jeremy W. Peters titulada “General estadounidense dispuesto a desplegar fuerzas de tierra para luchar contra el ISIS en Irak”).

El aserto vale también para Siria, por supuesto. Requerirán, allí, de algún aliado árabe dispuesto a jugar en el terreno. Pero nadie parece dispuesto. El aliado natural, para este entuerto, sería Irán. Es el único país que sabría cómo enfrentar al EI, que tiene los medios para hacerlo y que estaría en condiciones de derrotarlo.

Pero, por un lado, EE.UU. ha satanizado demasiado y por mucho tiempo al país persa como para aparecer, ahora, requiriéndolo de amores sin que esto parezca un impolítico reconocimiento de errores graves. Y, por otro lado, Israel, lisa y llanamente, no le permitiría a los EE.UU. aliarse con Irán. Así son las cosas. Donde manda Rotschild no manda el Pentágono.

Tal vez sólo quede el recurso a la conclávica negociación secreta. Pelearse durante el día y conversar al nocturno abrigo de la luna llena es estratagema vieja como la misma noche. Hay quienes afirman que EE.UU. dialoga con Bashar Al Assad. Estados Unidos negoció con Irán más de una vez. De hecho, resulta impensable el inicio de la guerra del Golfo (contra Sadam a raíz de la ocupación de Kuwait) sin un guiño de los ayatollas.

Lo cierto es que ni dentro de su país Obama ha encontrado apoyo irrestricto a su programa de “degradar y, en última instancia, destruir” a los criminales del EI. Según reporta el 26 de septiembre último la agencia Inter Press Service (IPS), el diputado republicano John Boehner ha puesto en blanco sobre negro las inconsistencias de la política siria de Obama: si el vacío que deje un destruido EI lo llenará Bashar Al Assad, esto es lo mismo que cambiar un enemigo por otro. Si lo que viene es la “oposición democrática” parida en aquella “primavera” de hace unos años, ¿cómo se conjuga esto con la “persistente falta de unidad, fuerza y credibilidad” de semejante oposición?

En suma, la síntesis que podemos hacer hoy sobre los acontecimientos que siguen sucediéndose en Medio Oriente sin solución de continuidad, se resume en el “matiz” que diferencia las opiniones y posiciones de los actores estatales y no estatales amantes de la paz que actúan en la región. No hay diferencias entre ellos sobre un punto: el EI ha sido una creación de ciertas agencias de inteligencia occidentales. Lo que suscita divergencias es si se les fue de las manos o si siguen controlándolo para todo servicio… y hasta que decidan cambiarlo por otro “enemigo terrorista”.

A lo que parece, los bombardeos aéreos sin despliegue de tropas en el terreno resultarían muy funcionales a una cronificación del conflicto hasta tanto aparezcan mejores opciones en una zona del mundo en la que sólo un escenario es letal para Estados Unidos: la paz.

Y volvemos al planteo inicial que opera como hipótesis central de esta nota. Cuando el ISIS pierda eficacia como señuelo legitimante de nuevos crímenes habrá que inventar otro. Pero esto ya ocurrirá un escalón más abajo en el medidor de lo creíble, y aun de lo verosímil. Hay, allí, a futuro, una dosis de vulnerabilidad en la estrategia imperialista.

Politizar la verdad

Muchos temas fueron abordados en el pleno de la Asamblea y del Consejo de Seguridad de la ONU. Aquí sólo nos propusimos focalizar en lo referido al terrorismo, sus causas y el modo de combatirlo, que es el objetivo más preciado para nosotros -argentinos y latinoamericanos- y para todos los pueblos del mundo. Tal vez no haya, hoy, palabras más revolucionarias que “paz” y “democracia”.

Decíamos, al comienzo de esta nota, que las Naciones Unidas han perdido relevancia como actor político apto para incidir en los asuntos mundiales. Ello es así, o bien porque los pronunciamientos de su Asamblea General no obligan a nadie; o bien porque cuando el Consejo de Seguridad veta alguna propuesta de EE.UU. este país no acepta la decisión sino que arma “alianzas para la democracia” por fuera de la ONU y actúa de hecho. Es lo que está haciendo ahora en Siria.

Sin embargo, sería erróneo suponer que, a causa de estas crudas realidades, de nada sirve la tribuna de la Asamblea General. Es un foro mundial, se escucha cada vez más en diversas latitudes y si bien no obliga, sí permite la propaganda que, como se la ha definido alguna vez, consiste en difundir muchas ideas ante pocas personas. Pero hoy, esas pocas personas han devenido multitudes por obra de la tecnología de la información.

Que el mundo conozca la verdad es un designio que se inscribe en la dimensión política del conflicto. Si no tienen razón y los pueblos empiezan a percibir que no tienen razón, estarán comenzando a ser derrotados en términos políticos. Allí reside la importancia de la agitación y la propaganda que, con destino manifiesto en la audiencia argentina y latinoamericana, realizó Cristina ocasionando, con ello, la diatriba pero también la preocupación de los enemigos de la paz.

Sonó a respuesta el balbuceo un tanto vacío que pronunció el presidente norteamericano 48 horas después de la intervención de su colega argentina. Aun cuando el destinatario de su alocución “a las familias” de ese sábado 26 de septiembre pueda haber sido, también, el crítico diputado republicano Boehner, lo cierto es que Obama dijo en esa ocasión: “Estados Unidos está guiando al mundo en la lucha por destruir a los terroristas del Estado Islámico y dije claramente que actuaremos como parte de una amplia coalición. Y en la ONU trabajé para reforzar el respaldo a esta coalición”. E increíblemente agregó: “Estados Unidos está guiando los esfuerzos para unir al mundo contra la agresión a Ucrania por parte de Rusia…” (¡ …!). Parece poco serio.

Y en la Argentina no falta, claro, el servilismo al poderoso. El poderoso es, no hay que olvidarlo, el garante de última instancia de los privilegios que, en cada país, detentan los ricos e influyentes.

Y así, la cobertura de la 9º Asamblea de la ONU a cargo del diario La Nación de Buenos Aires, constituye todo un dato a tener en cuenta por su perfecta sintonía con las políticas y preferencias manifestadas por el presidente Obama. Pruebas al canto.

Esa suerte de aval que el Papa Francisco otorgó a la Presidenta tuvo la virtud de agregarle un plus de envergadura que potenció su dimensión de estadista a los ojos de todos. Emisaria de una propuesta papal solidaria como son las Scholas Ocurrentes, su presencia en la 69º Asamblea constituyó todo un símbolo opuesto a los tambores de guerra que trepidaban en las palabras de Obama.

El sábado 27 de septiembre, el columnista del diario líder de la derecha política argentina, Martín Dinatale, señalaba que Cristina Kirchner, con su discurso en la ONU, había ingresado en “una abierta confrontación con el poder geopolítico de los Estados Unidos, Israel y sus aliados europeos”, al tiempo que –según el periodista- nuestro país ha pasado a “redefinir su esquema de alianzas estratégicas” privilegiando a Rusia, China e Irán. Esto no es exactamente así, pero vale su cita como signo de aquella preocupación.

Y en el mismo sentido, se anticipaba Carlos Pagni: “El Papa acaba de delegar la presentación de una de sus propuestas sociales más relevantes en Cristina Kirchner”, escribía en La Nación este “intelectual orgánico” de la derecha argentina el lunes 22 de septiembre. Y agregaba párrafos más abajo: “El kirchnerismo recibe una ayuda inestimable con estas demostraciones de cariño”.

En sendos análisis, ambos periodistas expresan, respectivamente, una lectura política sesgada y un estado de ánimo permeado por la preocupación. En un foro con resonancia mundial muchos países denunciaron a Estados Unidos como promotor de la guerra y agente del “cambio de régimen” en todos aquellos “oscuros rincones del mundo” de los que supo hablar George W. Bush y que Obama considera, al parecer, igualmente sombríos.

Nosotros sabemos que no es así, porque uno de esos rincones a los que ellos se refieren es, precisamente, nuestra soleada y luminosa Argentina, que nazcan mil flores, cristales molidos, cañón de futuro.

* Periodista; colaborador de medios de Capital e Interior. Autor de los siguientes libros: Zainuco, los precursores de la Patagonia trágica (1993); Argentina, la ambigüedad como destino (1998); Dios y el Diablo en la tierra del viento (2005); La prensa y la patria (2010); Una revolución es demasiado para un hombre solo (2010).

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