Revista Tesis 11 (nº 114)
(elecciones 2015)
Juan Chaneton *
El “triunfo” de Lousteau en Capital y su incidencia en la táctica electoral del PRO. Macri, golpeado. Scioli, aparentemente fortalecido. El futuro de las relaciones políticas entre el kirchnerismo y una eventual formación sciolista.
Desde el punto de vista de la estadística electoral, todo indica que el kirchnerismo aparece como una fuerza coherente y seria; y sus problemas, que los tiene, no son graves. La oposición, en cambio, no es seria y sus inconsistencias sí son graves.
Todo ha tendido a dibujarse con mayor nitidez a partir del “triunfo” de Lousteau en la compulsa capitalina. Fue inteligente Recalde al no confrontar odiosamente con Macri dejando en “libertad de acción” a sus partidarios del FpV. Lo fueron éstos, asimismo, ya que votaron haciendo a un lado la emoción y conduciéndose únicamente con la razón, esto es, con la mirada puesta en las presidenciales de Octubre. El masivo voto a Lousteau ha dejado al PRO ostensiblemente debilitado y Scioli, el candidato de Cristina, olisquea, ya, un triunfo en primera vuelta.
Pero hay más en contra de Macri. En primer lugar, él mismo (o Durán Barba, quién sabe) se disparó en el pie, ya que carece de vuelo estratégico desdecirse de lo dicho con la mirada puesta en una elección, en vez de afirmarse en conceptos “doctrinarios” de los que una derecha seria no abdicaría nunca si de lo que se trata es de ser derecha, es decir, de ofrecer una alternativa al “populismo” dentro de las reglas de la así llamada democracia.
Una prueba más, por si faltaba alguna, de que Macri no es el uruguayo Sanguinetti y de que tampoco se parece a Jacques Chirac, que fue intendente de París, este último, antes de presidir Francia. Éstos sabían perder con sus feas banderas en alto. Y, de pronto, ganaban.
En segundo lugar aparece un dato casi insólito: un oscuro Sanz, radical para más datos, se le anima ahora al alcalde procesado por espionaje telefónico y sale a hacer campaña con la fundada esperanza si no de derrotarlo, sí de perder por poco en la interna de “Cambiemos”, frente que nuclea al “sector derecho” de la UCR, al PRO y al link de Elisa Carrió llamado www.CC-ARI.org.ar, aunque ellos dicen que son un partido.
El impensado brío combativo de Sanz es monocausal: la “oveja” Lousteau ha desparramado, en círculo de 360 grados, que votará a Sanz y, si éste no ganara la interna, a cualquiera menos a Macri, ya que el intendente, además de muchas otras cosas, es un pésimo administrador , ha dicho Lousteau. Final abierto de un frívolo culebrón electoral argentino.
Así las cosas, Margarita Stolbizer podría llegar a arañar unos cuantos votos más de los que inicialmente se pudiera haber pensado. Si a ello se suman los que le quita Massa, a Macri no se le presenta un futuro electoral halagüeño. Es, en suma, como si todos trabajaran para Scioli. O para Cristina.
Pero nada de esto constituye hoy el fondo del asunto en materia de política argentina. Más bien deberíamos poner nuestra atención sobre la película que se viene exhibiendo aquí desde 2003 en adelante, más precisamente, en las opciones existenciales que se le abren al proyecto nacional y popular en nuestro país y en un marco regional en el cual también Brasil, Venezuela y Ecuador sufren el asedio estadounidense con miras a desestabilizar a esos procesos y/o asegurar la restauración de gobiernos afines en el cercano futuro.
Sólo dibujaremos, aquí, un provisorio y, por cierto, siempre falible, organigrama de las alianzas más relevantes que, a nuestro juicio, podrían tomar forma a partir del 10 de diciembre de 2015.
Mas, previamente, remarcamos que, en el párrafo anterior, el uso del significante “película” no ha sido ni neutro ni casual. Está usado como sinónimo de proceso o, si mejor se quiere, de etapa histórica.
También Axel Kicillof periodiza los momentos argentinos en términos de proceso o de etapa histórica. Por caso, no es la primera vez que expresa públicamente que el mérito histórico del kirchnerismo ha sido -y será recordado por ello- la “reindustrialización” que acometió como objetivo estratégico luego de cuarenta años de terrorismo de Estado y neoliberalismo que habían desindustrializado al país. Ya lo había dicho antes, pero ahora repitió el análisis “marxista” para Página 12 del domingo 12 de julio de 2015. Este hombre milita en La Cámpora y no es peronista. Cristina sí lo es. No es casual que sea la jefa y que sea la que ve más lejos.
La película, entonces, que se nos viene, probablemente estará determinada por el resultado electoral de octubre. Un triunfo de Scioli -decimos- podría precipitar un escenario de conflicto intraperonismo.
Scioli es el candidato de Cristina luego de la inviabilidad de una segunda reelección y del clamoroso éxito de la operación mediática que redujo a polvo la figura de Boudou. Scioli viene por descarte porque Scioli, en el fondo, es un hombre de la derecha. Será peronista (tal vez) pero su lugar ideológico está en la derecha del peronismo.
Y, por ende, su campo de alianzas, para la dura función de gobernar, él habrá de buscarlo -tanto hacia adentro como hacia afuera del Partido Justicialista- desde el centro a la derecha.
Y ello ocurrirá, probablemente, en un país en el cual la Constitución de 1853 y sus reformas sucesivas, no alteraron un componente ideológico central: la concentración del poder político en el Poder Ejecutivo, malgrado la forma tripartita que, en la letra de la ley, adquiere el sistema institucional.
Si uno se toma el trabajo de leer los veinte incisos del artículo 99 de la denominada Carta Magna, podrá comprobar que el cúmulo de atribuciones y de recursos financieros de que dispone el presidente de la Nación es amplio y sólido.
Es este “órgano presidente” (la terminología es del derecho administrativo) el que, naturalmente, apelará a la derecha política del PJ (básicamente, los gobernadores); a la derecha sindical encarnada en Moyano y Barrionuevo; a la derecha sindical que jugó con la camiseta oficial durante los últimos años pero que ahora pedirá el pase al sciolismo (Caló); y a una eventual y probable nueva CGT unificada bajo el signo ideológico del “verdadero” peronismo, como le gusta decir a Julio Bárbaro, esto es, la vieja burocracia sindical.
Pero hay más. La Sociedad Rural Argentina ya ha recibido discretas seguridades de que, en materia impositiva, no se irá más allá de lo que fue el gobernador Scioli en la provincia mayor. Aquí, cero retenciones es la política que podría venir, aun cuando la inclusión social hay que mantenerla, si no por ética o convicciones, sí por necesidades de “gobernanza”. Y la inclusión se mantiene con recursos que tienen que salir de algún lado. En todo caso, es una contradicción que tendrá que resolver Scioli.
Sobre lo aceitados que puedan estar los vínculos de Scioli con la embajada de los Estados Unidos sólo hay inferencias inconducentes pero sí es sabido que la administración Obama ve mejor al ex motonauta que a líderes continentales del tipo Cristina Fernández. Esa embajada será otro actor en el campo de alianzas que forjaría un eventual presidente Scioli.
El Papa Francisco, por su parte, consumado político, no podrá dejar de estar a tono con su magnífica pieza oratoria recientemente pronunciada en Bolivia, la república plurinacional, bolivariana y antiimperialista. Pero la manera de pararse frente al problema de la pobreza que ha venido ensayando el sciolismo es menos competitiva con la iglesia católica que la politizada acción social kirchnerista. Si el caso fuera que Daniel Scioli pretendiera dar cuerpo a una fuerza social peronista y no kirchnerista enraizada en la base obrera y popular del movimiento fundado por Perón, el Papa no sería, ni mucho menos, un obstáculo para esos designios.
Finalmente, no hay que descartar, ya en el plano de las realizaciones prácticas de un eventual nuevo gobierno sciolista, una redefinición de las relaciones con las fuerzas armadas.
La política de derechos humanos no será, en lo fundamental, modificada. Ya es política de Estado, tiene prestigio mundial y hasta la derecha europea la levanta como bandera propia.
Pero sí es legítimo pensar en probables reubicaciones de las instituciones armadas en la economía y en el aparato productivo del país. Sin copiar el pasado, podrían alumbrar emprendimientos industriales que amalgamen la actividad privada con el quehacer de unas fuerzas armadas que ya supieron ser eficientes en la fabricación de su propio armamento y en sociedades mixtas que ahora verían ampliado el campo de su actividad al ámbito espacial, satelital, nuclear y de la informática, todo ello en el marco de acuerdos comunitarios en las instancias integrativas regionales.
Esto, lejos de ser malo, sería, de concretarse, un activo nacional importante en los términos en que lo fue para el Brasil la alianza de sus fuerzas armadas con la burguesía industrial de San Pablo.
Dos datos más para terminar de perfilar al candidato del descarte. Su primer acto de campaña fue tomar juramento a 18.000 policías. El dato es tamizado por la sociología en términos de fortalecimiento del Estado en su faz represiva para enfrentar insurgencias de pobres y excluidos del conurbano. El CELS, insospechado de anticristinismo, ha enfrentado siempre las políticas de “seguridad” del ex ministro de Scioli, el alcaide mayor penitenciario Ricardo Casal, a las que ha reputado de poco imbuidas de ideología humanitaria. Scioli, en materia de seguridad, piensa como Casal.
El otro dato no carece de valor simbólico: los candidatos de Scioli para sucederlo en la Provincia no son ni Aníbal Fernández ni el “zurdo” Sabbatella, sino el candidato del Papa, Julián Domínguez.
Por fin, una probable mayoría parlamentaria en Diputados más un vicepresidente afín a un eventual proyecto cristinista de regresar en 2019 tenderían a mejorar los equilibrios, bien entendido que la tropa propia y sus organizaciones, los movimientos sociales afines y transversales y, en última instancia, la calle en disputa, serán esenciales a la hora de inclinar la relación de fuerzas hacia el lado de una bien fundada ilusión de relanzar, en el futuro, el proceso soberanista argentino profundizándolo en una dirección reñida con el capitalismo y alejándolo del riesgo de que la tragedia pudiera ya haberse escrito en los últimos doce años, y que lo que nos acechara pudiera ser el turno de la farsa.
* Juan Chaneton: Periodista, abogado, analista político. Colaborador eventual de Tesis 11.
Muy pesimista la versión de Chaneton. De donde sacó que Scioli prefiere al papista Domínguez que a Aníbal Fernández para gobernador que el final de los 12 años puede terminar en una farsa.Difiero absolutamente.