Michel Temer y sus acólitos y cómplices lograron, en estos seis meses, hundir aún más un país que ya venía en muy mala racha.

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A estas alturas, pasados casi seis meses del nombramiento de Michel Temer como presidente interino y poco más de dos de haber sido elevado a la categoría de presidente efectivo, tras el golpe institucional que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff, el escenario político brasileño se ve cada vez más envuelto en nubarrones pesados y aciagos.

En los recientes días empezaron a ganar peso los rumores indicando que estaría en curso una nueva trama de los golpistas que elevaron Temer al poder: tumbarlo. Es decir: existen indicios clarísimos de que se acerca peligrosamente (para Temer) la hora y la vez del golpe dentro del golpe.

Hasta aquí la única demostración concreta de eficacia de parte del nuevo gobierno ha sido haber logrado un respaldo aparentemente sólido en el Congreso. Y aun así, ese respaldo sería una apuesta arriesgada: el sistema político brasileño se basa en el canje de intereses. Esa lealtad –no los principios ideológicos, éticos o políticos, sino puramente intereses– es algo muy relativo en mi país.

Del resto, Michel Temer y sus acólitos y cómplices lograron, en estos seis meses, hundir aún más un país que ya venía en muy mala racha.

La economía se desplomó de una vez, el desempleo sigue aumentando, y la tal retomada de la economía, así como de las inversiones, tan insistentemente mencionadas, siguen más lejos de la realidad que las niñas hermosas de Oaxaca de mi calle en Río de Janeiro.

Además, sigue pendiente, sobre el gobierno, la amenaza inminente de un desastre de proporciones olímpicas. Tan pronto se conozcan las denuncias del esquema de corrupción que hasta ahora sólo tuvo como blanco preferencial de una justicia parcial e injusta al Partido de los Trabajadores de Lula da Silva.

Para completar, el gobierno, como un todo, es un desastre y Michel Temer, en definitiva, no tiene la estatura moral y política para asumir el liderazgo de un país que está al borde de un precipicio oscuro.

Frente a tal cuadro, sería natural que empezasen a surgir rumores sobre la posible brevedad de su mandato. Temer no logró el tan soñado reconocimiento internacional (excepto del argentino Mauricio Macri, otro fundamentalista del neoliberalismo), enfrenta una dura resistencia de amplios sectores internos (todos, sin excepción, solemnemente ignorados o despreciados por la gran prensa brasileña) y, para completar, no logra hacer algo con que el país se mueva de su pantano. La principal resistencia no viene de los movimientos sociales o de los partidos de izquierda, sino de la juventud: hoy mismo, domingo 6 de noviembre, hay más de mil colegios de secundaria ocupados por miles de estudiantes protestando contra su gobierno. La resistencia se da lejos de las estructuras conocidas, lo que hace que sea más difícil deshacerla.

Lo que hasta hace poco eran puros rumores y especulaciones se hicieron palabra concreta.

Con la economía paralizada, sin haber conquistado legitimidad fuera de su círculo más estricto de fieles cómplices, Michel Temer está acosado.

Desde hace dos semanas empezó a barajarse el nombre del supuesto sucesor. La trama es clara: gracias al mismo Partido de la Social Democracia Brasileña PSDB), artífice del golpe que destituyó a Dilma Rousseff, corren, en el Tribunal Superior Electoral, un par de acciones pidiendo la impugnación del resultado de los comicios de 2014. Acusan a la planilla Dilma-Temer de haber cometido crímenes electorales, como abuso de poder económico y uso de recursos ilícitos para financiar su campaña.

Ahora se entra en la etapa final del juicio. Y condenar a los vencedores significa, directamente, alejar a Michel Temer de la presidencia que ocupa desde el golpe institucional alentado por el mismo PSDB: como Dilma ya fue destituida, el único reo del juicio es el actual mandatario.

Como sucesores suenan dos nombres. Uno, Nelson Jobim. Ha sido ministro de Fernando Henrique Cardoso, de Lula da Silva y de Dilma Rousseff. Fue diputado y presidente del Supremo Tribunal Federal. Más camaleónico, imposible.

El otro nombre que suena es el del mismo Fernando Henrique Cardoso, figura patriarcal del neoliberalismo fundamentalista en Brasil.

Ambos tienen características propicias: no se postularían a la relección en 2018, y circulan libremente entre los apoyadores del golpe. Y al menos hasta ahora, no aparecen en las listas de denunciados por corrupción, al contrario de siete entre cada diez acólitos de Temer.

Así es que mi país se prepara para el futuro inmediato: son altas las posibilidades de que ocurra el golpe dentro del golpe.

Mientras, Temer, sin lograr la tan ansiada legitimidad, destroza lo que tiene por delante. El acoso a los derechos individuales que conforman un Estado democrático crece día a día. Y a cada minuto aumentan las sombras que indican que un estado de excepción acecha a la vuelta de la esquina.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/11/06/opinion/018a1pol

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