Revista Tesis 11 Nº 134 (06/2020)
(américa latina)
Claudio Esteban Ponce*
El contexto latinoamericano evidencia las consecuencias de los hechos vividos en los últimos cincuenta años en los países del continente. La lucha librada con la consigna “liberación o dependencia” terminó en una hecatombe sufrida por los movimientos nacionales y populares que osaron desafiar al imperialismo. La pretensión de estos sectores, de fomentar el desarrollo económico y defender la soberanía nacional ante las intervenciones externas con la complicidad de las oligarquías locales, fue violentamente reprimida por gobiernos dictatoriales avalados por los EEUU. El sangriento castigo a los pueblos iberoamericanos no se limitó al escarmiento de los sectores populares, sino que fue acompañado de un plan sistemático que incluyó un proceso de mutación cultural para lograr la naturalización del sometimiento de las mayorías.
El nombre de América Latina, “el continente de la esperanza” como fue denominada en los años setenta, hace referencia al colectivo de países que geográficamente se formaron desde el “Río Bravo” hacia el sur. Se deja en claro que se expresó Río Bravo y no Río Grande, ya que el primer nombre fue con el que lo bautizaron los habitantes de México y no como lo llamaron los norteamericanos cuando se apropiaron de las tierras después de la guerra entre los EEUU y México que comenzó en 1846. Luego de este conflicto que terminó con la paz de Guadalupe-Hidalgo en 1848, se resolvieron los nuevos límites geográficos en donde México perdió la mitad de su territorio marcando el Río en cuestión como parte de la nueva frontera que imponía el imperio que asomaba del norte. A partir de allí, EEUU fue avasallando territorios, soberanías y derechos de las nacientes naciones de la región que abarcaba América Central y del Sur. Desde la guerra por la “independencia de Cuba”, donde los estadounidenses solo contribuyeron a correr a España con el objeto de hacer de la isla el sórdido ámbito de prácticas licenciosas de la clase dominante norteamericana, hasta las intervenciones militares en Centroamérica o la violación de la soberanía económica de la United Fruit Company, el águila yanqui clavó sus garras en todos los países del continente.
El siglo XX fue el período en que el “país del norte” se consolidó como el imperio más violento del continente. Fueron los tiempos donde su política exterior sembró crueldad en toda la región promoviendo los genocidios llevados a cabo por los diversos Terrorismos de Estado. Las dictaduras latinoamericanas impuestas para defender la doctrina de las “fronteras ideológicas” y “de la seguridad nacional”, fueron impulsadas por la política norteamericana para imponer el neoliberalismo en América Latina. El crimen de Estado, el exterminio sistemático, la tortura y la desaparición física de cientos de miles de personas, fueron el resultado de la “ayuda” de los EEUU a los países latinoamericanos a los efectos de librar una supuesta guerra, en realidad inexistente, contra el “comunismo internacional”. Durante los años sesenta y setenta, según el imperio estadounidense, “el hipotético enemigo comunista” estaba en todas partes. En el sudeste asiático, en África, en Cuba, en las organizaciones de derechos humanos o de ayuda social, en fin, en todo lugar donde se promovía la solidaridad y se cuestionaba a la cultura individualista propuesta por el capitalismo imperialista.
El neoliberalismo, nueva y sofisticada forma de explotación capitalista basada en la exclusión, se impuso por la fuerza en todos los países de Latinoamérica a partir de la “crisis del petróleo” de la década del setenta. En Chile fue la primera experiencia a partir del golpe cívico-militar del general Pinochet. El resto de los países padeció la misma tragedia quebrando el sueño de millones de jóvenes que aspiraban a construir una democracia más justa y con mayores derechos. Esta desgracia marcó profundamente el devenir histórico de toda la región. Para entender el presente es clave observar y analizar de donde deriva ese presente, única forma de comprender las acciones humanas que hacen a la actual coyuntura. En los últimos cincuenta años de historia del continente latinoamericano, solo se observaron situaciones de violencia institucional promovidas por gobiernos autoritarios y antidemocráticos sostenidos por el imperialismo estadounidense. La extrema violencia utilizada, llegando al paroxismo para combatir a los movimientos populares que intentaron resistir semejante opresión, fue sostenida con el objetivo de alterar el sentido común de las sociedades dominadas. Este cambio cultural basado en el “terror”, que proponía una “democracia vacía” donde la solidaridad y la justicia social dejaran de ser los valores fundamentales del sistema representativo, apuntaba a consolidar la primacía de lo individual por sobre lo colectivo resaltando el “esfuerzo meritocrático” contra el trabajo comunitario. En realidad, la finalidad que tuvo internalizar el miedo en la sociedad, fue lograr que los pueblos americanos aceptaran una suerte de “careta democrática” que escondiera el autoritarismo necesario para imponer las políticas económicas neoliberales que pretendía el imperialismo capitalista.
El advenimiento de la institucionalidad en América Latina fue un proceso lento cuyo retorno se inició en los años ochenta. La recuperación del “Estado de Derecho” en el continente, que en cada país se dio en tiempos diferentes, no fue garantía para transformar los “principios” impuestos durante los tiempos de las diversas formas de Terrorismo de Estado. Por el contrario, la idea de la “clase dominante” ligada a los intereses del poder extranjero, fue legitimar la cultura impuesta como única forma de vida posible en un mundo donde la referencia de sistemas alternativos parecía diluirse con la “desintegración” de la URSS. Al parecer, las dictaduras latinoamericanas habían tenido un éxito absoluto y las pseudo-democracias que siguieron garantizarían la consolidación de un bloque occidental homogéneo liderado por EEUU. Sin embargo, la historia siempre tuvo hechos imponderables que fueron más allá de cualquier proyección imperial dominante. El siglo XXI mostró que los movimientos nacionales y populares, al parecer, no habían “desaparecido” como se creía haber logrado con la “desaparición” de muchos de sus anteriores militantes. La crisis de fin de siglo hizo rebrotar la lucha en pos de políticas alternativas al neoliberalismo. Chávez en Venezuela, Lula en Brasil, el Kirchnerismo en Argentina, Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, no fueron más que representantes de las renovadas expresiones de esos movimientos que volvieron a surgir en Sudamérica. La liberación latinoamericana volvió a ser un tema de debate ideológico, la unidad continental otra vez un objetivo a lograr, por lo que pareció que América Latina retomaba la política emancipadora de los años setenta. Lamentablemente, luego de más de una década de estos intentos, y aún tras exitosas gestiones de gobierno, se produjo un retroceso inesperado que hizo posible el retorno de la derecha en muchos países del continente. Si bien se había producido una fenomenal distribución del ingreso, quizás estos gobiernos se habían quedado muy cortos en el proceso de transformación cultural necesario para cambiar las estructuras del carácter social y del pensamiento de los sectores subalternos de la sociedades de la región. Evidentemente, como sostuvo Atilio Borón citando la propuesta de Frei Betto, “…la necesidad de una re-alfabetización política de América Latina sería crucial para enfrentar al imperio…” Quizás esta carencia fue una de las fundamentales causas que hizo posible la vuelta de una hegemonía discursiva de la derecha tradicional y conservadora.
El presente latinoamericano se encuentra en medio de una profunda crisis del capitalismo neoliberal. Una coyuntura compleja hoy signada por las múltiples consecuencias de la pandemia, y a su vez por la resistencia a la brutalidad política de una derecha retrógrada que en muchos países priorizó el “dios mercado” al cuidado de la vida de su propia población. Los pueblos de Brasil, de Chile, de Perú, de Bolivia, de Ecuador y de Colombia, como así también de América Central, quedaron a merced de una suerte de “selección natural” donde los “más aptos”, los más saludables y los más “ricos” pudieran salvarse de los efectos de la peste planetaria. Salvo en Cuba, Venezuela, Argentina y algún otro país centroamericano, la coyuntura del resto de los países mostró el verdadero rostro inhumano del capitalismo neoliberal y el sojuzgamiento imperialista. Las carencias presupuestarias en materia de educación y salud evidenciaron su pobreza y provocaron el colapso de un sistema sanitario privatizado que solo atendía a quien pagaba. La indefensión de los pobres, la exclusión de los jóvenes y la opresión de la clase trabajadora, fueron los resultados de las pseudo-democracias de un sistema que ha fracasado. Ahora bien, el fracaso del sistema no significa la desaparición del mismo. Ni el imperialismo, ni la cultura neoliberal van a esfumarse por el solo hecho del padecimiento de una plaga, por el contrario, el capitalismo se alimentó siempre de la muerte y el sufrimiento de los pueblos, lo que hace reflexionar sobre la lucha para una transformación que haga posible una nueva forma de vivir. La búsqueda de políticas que se presenten como alternativa al sistema imperante supone una seria disputa contra la clase dominante, supone conciencia, voluntarismo y convicción de que una sociedad más justa es posible. Frente al neo-nazismo del gobierno de Brasil, al cinismo de la gestión de Chile, al golpismo de Bolivia, la traición del gobierno de Ecuador y el entreguismo de la administración colombiana, proponemos la coherencia de Cuba, la firmeza de Venezuela y la convocatoria a la resistencia y la lucha para el logro de una emancipación que aún está inconclusa desde el siglo XIX.
El desafío de América Latina fue siempre ante los imperios de turno, España y Portugal primero, Inglaterra después y los EEUU desde el siglo XX en adelante. El siglo XXI tuvo un primer intento de continuidad en la lucha emancipadora y la violenta reacción imperial generó un retroceso en muchos de los intentos mencionados. Las razones o motivos de la llegada de la derecha conservadora a los gobiernos iberoamericanos se relacionaron con las falencias de un proceso de “enseñanza-aprehendizaje”, desatinos en la proyección y la praxis de una política cultural apropiada. La carencia de una “educación liberadora” como ya profetizaba Paulo Freire, la ausencia de un proyecto educativo y cultural que se fundamente en el reconocimiento de los semejantes como personas dignas de justicia, o el analfabetismo político ya denunciado por Frei Betto, hicieron débiles a poblaciones enteras que no pudieron ser conscientes para darse cuenta de donde venía el ataque del enemigo que los dañaba. Citando nuevamente una exposición de Atilio Borón, la fuerza brutal del capitalismo neoliberal imperialista se apoya en cuatro columnas: la primera es el poder del capital financiero, la otra “pata” es el capital productivo de recursos estratégicos generalmente “privatizados”, la tercera es el poder mediático y por último los poderes judiciales de cada país que siempre actuaron en auxilio de los otros tres. Contra estos poderes se presenta la disputa, la pelea es despareja pero a la vez se presenta como un combate que no se resuelve con la violencia sino con el conocimiento. El enemigo es un gigante poderoso que se apoya en esas “cuatro patas” que ya se saben cuáles son, ahora bien, el temor no se observa como posible solución, por lo que la única salida sería el enfrentamiento. Y aunque el gigante sea de apariencia invencible, como indicó la alegoría de David y Goliat, con una lucha inteligente y astuta los gigantes también pueden caer.
*Claudio Esteban Ponce. Licenciado en Historia. Miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11