Revista Tesis 11 (nº 118)
(América Latina)
Alberto Wiñazky*
América Latina recibe los embates de la crisis global del capitalismo. Las políticas reformistas implementadas en diversos países de la región, no han podido evitar un retorno de las políticas neoliberales.
El macrismo es una de las versiones más extremas.
El sistema capitalista atraviesa, desde los setenta del siglo pasado, por un escenario global de crisis periódicas que afectaron profundamente la forma de acumulación iniciada en la posguerra.
América Latina no ha quedado al margen de la crisis mundial. El ciclo de crecimiento en algunos países de América Latina, en lo social, en lo político y en lo económico, parece agotarse de manera no lineal, ya que han sido impactados, tanto por presiones internas como externas, donde los poderes fácticos han planteado dilemas estratégicos que los sectores gobernantes no han estado en condiciones de resolver, dentro de los parámetros que fija el capitalismo.
Las políticas reformistas implementadas “en la medida de lo posible”, han sufrido las presiones del capital global y los gobiernos neo desarrollistas han renunciado a la posibilidad de aplicar cambios estructurales (que en realidad nunca estuvieron entre sus propósitos) manteniendo la matriz productiva y neocolonial en los países de América Latina.
Uno de los elementos fundamentales que incidieron en esta realidad es el que define claramente Mazzeo: “la mayoría de los gobiernos progresistas anularon sistemáticamente las expresiones autónomas de base y subordinaron a las organizaciones populares y a los movimientos sociales a la institucionalidad vigente impregnada de neoliberalismo. (Miguel Mazzeo, Revista Herramienta Nº 58, pag. 28).
En la Argentina, los resultados de las elecciones efectuadas en el 2003, ya expresaban la conversión del PJ en una confederación de partidos políticos provinciales que se consolidó durante su exclusión del ejercicio del poder entre 1999 y el 2001. Con este bagaje político histórico le cupo al kirchnerismo la tarea de recomponer la dominación burguesa y restaurar la legitimidad de las instituciones de la democracia burguesa, duramente impugnada durante la profunda crisis de 2001.
El modo de restauración del orden impulsado por el kirchnerismo, había sido conceptualizado por Gramsci como revoluciones pasivas, cuyo rasgo central se manifestaba en el hecho que resultan un proceso impulsado desde arriba. Pero no se convertirían en un proceso revolucionario, pues en un sentido gramsciano esto último involucraría necesariamente una serie de cambios profundos en la forma del estado y del bloque en el poder, situaciones que de modo alguno se registraron durante la década kirchnerista.
Contó el kirchnerismo durante su gobierno como aliado al PJ histórico, con dirigentes ex miembros de la juventud peronista de los setenta, o de afuera del peronismo como Ibarra, Bielsa, Filmus y Bonasso. Esta estrategia de la transversalidad no parecía incompatible con una estrategia simultánea de apropiación del PJ, pero que en los hechos no dejaba de profundizar las divisiones y las disputas en el interior del partido justicialista. Desde 2004, el gobierno optó por apoyarse más en sus aliados dentro del partido, que en los dirigentes extrapartidarios, dado que el PJ, aunque dividido, seguía siendo el único partido de gobierno y resultaba más seguro apoyarse en él que contar con una coalición centro izquierdista, cuyo principal antecedente el FREPASO, se había disgregado apenas ascendió al gobierno. En este sentido, los barones del conurbano garantizaban mejor las futuras elecciones, que un puñado pequeño de progresistas deshilvanados.
En definitiva, el perfil del kirchnerismo consistió, en su primera etapa, en una suerte de síntesis entre elementos populistas provenientes de la tradición peronista y elementos centro izquierdistas provenientes de la tradición liberal progresista.
La característica de los gobiernos kirchneristas se conformó entonces hacia un modo de acumulación sustentado en el complejo agroindustrial sojero y la mega minería metalífera a cielo abierto. Se habría registrado así, para utilizar una expresión de Svampa, (2012), un pasaje del Consenso de Washington a un “Consenso de los Commodities”, que era el curso subyacente de este pasaje. Pero si bien, tanto la minería como el complejo sojero se expandieron extraordinariamente durante los últimos años, y representaron una importante continuidad respecto de los noventa, la reprivatización de la economía no sería el curso subyacente que siguió la economía.
Pero descartada la noción de una reprimarización extractivista de la economía y también un retorno a la industrialización sustitutiva, ya que antes que sustitución hubo una expansión de los sectores existentes, hay que caracterizar el modo de acumulación implementado bajo el kirchnerismo. En este sentido, resulta importante los señalado por A.Bonnet (2015) cuando afirma que “una vez descartadas esas ideas de un retorno a la industrialización sustitutiva y de una reprimarización extractivista de la economía, pasemos a una caracterización alternativa del modo de acumulación. Durante la década kirchnerista, en medio de un proceso expansivo impulsado por el relajamiento interno del disciplinamiento del mercado sobre la acumulación y por las favorables condiciones externas, se consolidó, en realidad, el modo de acumulación resultante de la reestructuración capitalista profundizada en la época previa. Y la clave de esa reestructuración había sido el intento de reinsertar más competitivamente a la economía doméstica en el mercado mundial a través de la exportación de productos industriales estandarizados de bajo valor agregado por parte de un puñado de grandes capitales altamente transnacionalizados.”
Con la suma de estos datos se puede afirmar que la integración en el orden burgués de grupos sociales subalternos excluidos, derivó en un proceso de democratización que combinó una dimensión política de representación con una dimensión social de redistribución de los ingresos, pero que en cualquier caso fue un proceso de integración en el orden burgués donde el capital y el estado permanecieron incuestionados.
Las limitaciones propias de estos procesos de transformación basados en la conciliación de clases y en los pactos y negociaciones con el poder hegemónico son variadas. Pero se pueden señalar la no profundización de los cambios en la matriz productiva, la falta de confianza en las iniciativas populares, el sostenimiento de la idea de la inclusión social con el mantenimiento de la democracia liberal, la falta de vocación para desarrollar subjetividades críticas del mundo, del Estado y de las democracias delegativas, que se encuentran atravesando una profunda crisis.
Estas cuestiones enmarcadas en el viejo paradigma que sostiene “la responsabilidad que impone la gobernabilidad”, fue llevando a numerosos dirigentes del peronismo a pasar rápidamente de la obsecuencia al total abandono de los “proyectos populistas” cuando estos entraron en crisis y comenzaron a perder poder. Es que el PJ era y sigue siendo un aparato de dominación disponible para acompañar cualquier política burguesa que garantice materialmente su propia reproducción como aparato.
EL GOBIERNO MACRISTA
Por esa “grieta” dejada por el gobierno populista, ingresó la corriente de derecha que hoy gobierna la Argentina, donde ya pasaron siete meses desde que la alianza Cambiemos asumió el gobierno y las masivas políticas adoptadas en tan breve lapso, han demostrado que buscan intensificar la extranjerización de la economía, el disciplinamiento laboral, la baja de los salarios, el recorte abrupto del programa de Recuperación Productiva (REPRO), los lamentables proyectos de reforma previsional y la proyección de las paritarias por debajo de los índices de inflación. Todo esto, a través de una nueva política “más justa” para el capital concentrado. La eliminación o disminución de los controles al extractivismo, tanto minero como agrario, la eliminación de las restricciones al movimiento de los capitales, la brutal devaluación del peso con la consiguiente pérdida de poder adquisitivo de los salarios, han provocado una redistribución regresiva del ingreso, también afectado por el “impuestazo” sobre las tarifas de los servicios públicos, que resultan ser las medidas más significativas tomadas por el gobierno macrista en este período.
Pero en otro nivel de análisis, no se puede obviar el hecho que este gobierno busca llevar hasta el final la apertura e internacionalización de la economía entre otras formas, con el acercamiento a la Alianza del Pacífico (México, Perú, Colombia y Chile) donde la Argentina fue aceptada como “país observador”.
Para lograr estos objetivos, la alianza política dominada por el PRO, constituyó un gobierno que tiene todas las características “de un comité de gestión de la burguesía”, también denominado “un gobierno de los CEOS” o la “ceocracia”. Busca de este modo, lograr una nueva hegemonía en total sintonía con el tradicional bloque en el poder existente en la Argentina, colocando en los puestos claves del gobierno a ex empresarios y a representantes directos del poder concentrado industrial y financiero.
El resultado, hasta el momento que se escriben estas líneas, es confuso y también difuso, ya que al parecer cada funcionario que representa a las distintas fracciones de la burguesía encaramados en el gobierno, impugna con su parecer a los miembros restantes, con un discurso filosófico-empresarial que no responde a una conducción unificada.
Finalmente, es necesario decir que para los trabajadores, sin cambios económicos no hay cambios sociales, del mismo modo que no puede pensarse en cambios económicos que no construyan simultáneamente cambios políticos.
El orden capitalista se conformó inicialmente determinado por la relación histórica-social del “obrero libre” que describe Marx en el proceso de acumulación originaria del capital, junto a la formulación de la burguesía. Ambos son los sujetos integrantes del capitalismo: proletariado y burguesía. Son productos sociales de la historia humana y no una construcción notarial. Como contrapartida, la emancipación de los trabajadores demanda la construcción de sujetos políticos que conformen y luchen por lograr el nuevo orden.
Los caminos de transición hacia el anticapitalismo exigen apostar por una transformación de las relaciones sociales de producción, de las formas de propiedad y de la forma de la vida. Sin duda la tarea es gigantesca y ardua, pero es el único camino que llevará a la liberación definitiva del ser humano.
*Alberto Wiñazky, economista, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11
Referencias:
– M.Svampa, “Consenso de los commodities, giro territorial y pensamiento crítico en América Latina. (CLACSO, 2012)
– Alberto Bonnet, “La insurrección como Restauración” PROMETEO, 2015