Revista Nº 154 (07/2023)
(américa latina)
Claudio Ponce*
La abulia como praxis política y el abandono a los sectores populares.
El presente latinoamericano muestra una coyuntura política, social y cultural contaminada de neoliberalismo. El egoísmo, la mezquindad y la ambición individual, han suplantado a los fundamentos ideológicos, al debate y a toda forma de construcción política basada en el compromiso con los sectores subalternos de la sociedad. En general, la dirigencia política auto-percibida como progresista, llámese “grupo de Puebla” u otros Frentes de organizaciones partidarias que se asumen como representantes de las ideas democráticas y populares, no han podido presentar hasta hoy ningún proyecto político alternativo al capitalismo neoliberal. En verdad, los conflictos internos de cada país del continente, no se resuelven con discursos vacíos y un “laissez faire” que nunca conduce a la determinación política necesaria que demanda poner límites al poder del imperialismo occidental. ¿Cuál fue la razón que motivó la pérdida de la esencia en la izquierda continental?
La historia de América Latina refiere al estudio de un devenir de luchas constantes contra la dominación colonial. Desde el “encuentro cultural” entre Europa y América se observó una pulsión destructiva y genocida de parte de los Estados invasores del “viejo continente”. Una actitud que obligó a los pueblos americanos a vivir un proceso de resistencia permanente frente a la dominación europea. Los “Estados Modernos” del occidente de Europa, aquellos donde el capitalismo había dejado atrás al sistema feudal, comenzaron su expansión en busca de insumos necesarios para su mejor subsistencia. Esto hizo que, por razones geopolíticas influenciadas por el conflicto con el Islam, portugueses y españoles buscaran nuevas rutas marinas de comunicación con el lejano oriente concluyendo casi accidentalmente con el encuentro de lo que para ellos era una “tierra desconocida”. Este choque cultural se transformó de manera inmediata en una acción violenta signada por la rapiña y la ambición. A partir de allí, desde hace poco más de quinientos años, los pueblos americanos tuvieron que padecer todo tipo de intervenciones imperialistas, y más aún, a posteriori de los procesos independentistas del continente mestizo, la garra interesada del águila norteamericana inició la “política del garrote” con el objeto de impedir el desarrollo de los nuevos Estados. Como ya fue expresado en artículos anteriores referidos a la región, América Latina luchó siempre contra el sometimiento de diversos imperios desde la invasión hispano-portuguesa hasta la sombría presencia del imperialismo estadounidense.
Los hechos del pasado reciente latinoamericano mostraron vaivenes políticos pendulares en la mayoría de sus países. Desde las “primaveras” vividas durante los primeros años del nuevo siglo, donde gobiernos democráticos y populares parecían haber tomado el control de los Estados de la región, hasta los retrocesos provocados por el retorno de una derecha que en los mismos países vino a interrumpir el proceso de desarrollo iniciado en las gestiones anteriormente mencionadas. ¿Qué sucedió en el contexto sociopolítico iberoamericano que hizo que amplios sectores de la sociedad, beneficiados por crecientes derechos de mayor igualdad, eligieran ser gobernados por una derecha conservadora? ¿Por qué razón un trabajador que tenía su economía ordenada se arriesgó a optar por los partidarios del ajuste? Con la ayuda de una “violencia simbólica” desencadenada por las nuevas fuerzas desestabilizadoras expresadas por los monopolios multimediáticos, junto a un “poder judicial” cooptado por los intereses del capitalismo imperialista, las gestiones que hicieron posible la profundización en materia de derechos sociales, fueron casi borradas de la escena política continental. Salvo en contados países, la alianza entre las elites locales y los intereses extranjeros lograron sus objetivos inmediatos. Con el regreso del autoritarismo económico y político llegó también la persecución, el encarcelamiento y hasta el asesinato de dirigentes sociales que podían disputar poder a las oligarquías locales. La legitimación de estas metodologías, expresadas en campañas televisivas de difusión masiva donde se intentaba demonizar la protesta social o el reclamo de justica como una acción terrorista, pretendía naturalizar la represión sistemática en el marco de una sospechosa democracia que demandaba una supuesta necesidad de custodiar el “orden social”. De esta forma, poco a poco se iba instalando en las diversas sociedades las propuestas neoliberales como las únicas aceptables y posibles acorde a los intereses de EEUU y sus aliados occidentales. Cuando la derecha tradicional llegó al gobierno en el Brasil con Bolsonaro, en Argentina con Macri, en Chile con el retorno de Piñera o en Ecuador con Lenin Moreno primero y Laso después, semejaba el éxito de un nuevo “plan cóndor” económico donde los socios del poder extranjero se unían con la plutocracia de cada país para salvaguardar sus intereses a cualquier costo. Donde no resultó la “violencia simbólica” fue necesario la represión a la antigua forma. Como ejemplo de ello, se debe tener en cuenta el sangriento golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia. Estos gobiernos tuvieron la oportunidad de imponer condiciones políticas para consolidar el neocolonialismo del siglo XXI orientado a saquear los recursos estratégicos y a la vez soberanos de los países de la región. Si bien su éxito fue relativo y parcial, la instalación de la cultura neoliberal fue ganando terreno en el campo de la batalla cultural. Frente a tal situación, las “organizaciones de izquierda” o auto-percibidas como las representantes de los sectores populares, parecieron haber entrado en un estado de “hibernación” que paralizó todo intento de respuesta a quienes habían llegado para avasallar derechos laborales y sociales obtenidos en etapas precedentes.
La derecha tradicional, en Argentina y Brasil por ejemplo, no pudo llegar a consolidarse. Este escenario hizo posible que sus representantes perdieran las elecciones luego de administraciones muy cuestionadas. En tanto, Piñera en Chile enfrentaba una protesta popular de una magnitud descomunal que duró casi dos años, lo que obligó a su gobierno a convocar a una reforma constitucional con el objeto de obtener el oxígeno necesario para terminar su mandato. Estas coyunturas fueron haciendo viables las posibilidades para que agrupaciones políticas englobadas en la nomenclatura de “izquierda”, pudieran tejer alianzas con el objeto de recuperar los gobiernos perdidos. La primera de ellas en obtener un claro éxito fue el armado del Frente de Todos en Argentina en 2019. De todos modos, como ya mencionamos, en el mismo año se producía el golpe de Estado en Bolivia que derrocó a Evo Morales, lo que probó hasta donde era capaz de llegar la derecha si no accedía al gobierno por la vía electoral. Estos hechos demostraron el accionar de un sector social con apoyo externo que estaba muy presente y expectante en América Latina. Estados Unidos no pudo disimular su participación en la ruptura del orden constitucional boliviano. Al parecer, el entonces y todavía actual gobernador de Jujuy Gerardo Morales, provincia argentina lindante con Bolivia, cedió su territorio a grupos estadounidenses sirviendo como base logística de operaciones para lograr el éxito del golpe contra el presidente boliviano. Más allá de la tragedia, la dictadura boliviana no llegó a completar un año y en noviembre de 2020 ya asumía Arce como presidente constitucional. Más tarde, el 11 de marzo de 2022 una nueva alianza progresista formada por cuadros muy jóvenes de la política chilena liderada por Gabriel Boric Font, asumía el gobierno en el país trasandino para “terminar con la continuidad conservadora”. Siguiendo con este recorrido temporal, las mencionadas “alianzas progresistas” en 2023 ganaron en Brasil y después de mucho tiempo hicieron lo propio en Colombia. Ahora bien, ¿Qué reformas fueron logrando estas gestiones con respecto a los desatinos cometidos por los grupos conservadores que habían tutelado casi con el único objetivo de concretar sus propios negocios y facilitar la dominación extranjera a través de un endeudamiento innecesario? ¿Qué proyectos transformadores presentaron?
La Administración de Alberto Fernández en Argentina, si bien fue la que tuvo mayores limitaciones por los efectos de la pandemia y un contexto poco favorable, no cumplió su promesa de “volver mejores”. La pregunta de entonces tendría que haber sido, ¿mejores que quién? Su gobierno fue caracterizado por una abulia política que lo diferenciaba rotundamente de cualquier otra gestión peronista del pasado. Si bien es cierto que heredó del macrismo anterior una deuda inconmensurable y una coyuntura nada propicia, la conducción de la economía y sus caprichos de lograr una negociación con el FMI a cualquier costo, condujo al contexto social a profundizar sus problemas de supervivencia. La economía de la gestión de Alberto Fernández llevó a la ruptura definitiva del Frente, ya que el inicio del quiebre con su vicepresidenta se había generado desde el primer momento, cuando después de las primarias decidió apoyar una suave salida de la conducción anterior. Sus anuncios y promesas expresadas en su discurso de asunción en el congreso, quedaron solo en eso, palabras que el viento se llevó. Todas sus proclamas de un extremo dialoguismo que se mostró como un exceso de “bondad”, en realidad, supo esconder la falta de compromiso con los sectores populares y avalar un “dejar hacer y dejar pasar” que solo benefició a la economía concentrada. Por otra parte, allende la cordillera, el Frente trasandino también asumió con promesas que recordaban los grandes intentos de Salvador Allende. Sin embargo, al poco tiempo de asumir, la gestión de Boric reveló una extrema cautela para confrontar con una derecha supuestamente derrotada. Sus reformas prometidas de modificar la policía de los carabineros, de lograr un respetuoso acuerdo con los pueblos originarios, prontamente quedaron en el olvido. En poco tiempo la alianza gobernante se quebró, la asamblea constituyente no pudo lograr que se vote la reforma constitucional, los estudiantes volvieron a salir a la calle, y los carabineros siguieron con su represión declarándose nuevamente el “estado de excepción” en la Araucanía. Hasta el presente no se demostró nunca coraje político, solo anuncios que jamás se tradujeron en hechos. Hoy en Chile, convocada ya una nueva convención constituyente cuya presidencia ejerce una joven representante de la derecha tradicional, de aquellas que se negaban a reformar la carta magna pinochetista, se observa un claro fracaso de un cambio profundo. La derecha ríe y se frota las manos ante el fracaso de la autodenominada izquierda. Si a estos problemas le sumamos los conflictos en Ecuador, el golpe en Perú, la constante desestabilización a la democracia boliviana, el panorama continental se observa muy complejo. Por otra parte, la renovada presidencia de Lula en Brasil y la esperanzada gestión de Petro en Colombia, si bien ya enfrentaron acciones contra sus gobiernos, están en “modo potencial”, ya que sería muy temprano aún para analizar las políticas llevadas a cabo por ellos.
Los hechos de actualidad en América Latina evidenciaron que las alianzas pre-electorales que se auto-percibieron como representantes de la “izquierda política”, fueron cooptadas por la cultura neoliberal. Las medidas económicas que llevaron a la práctica las gestiones de este llamado “progresismo”, no fueron muy diferentes a las del brutal modelo que sostiene la “teoría del derrame”, solo se distinguieron de éste en que se fueron imponiendo de una manera más gradual pero con los mismos resultados. La mal llamada “democracia” no es tal mientras el pueblo no sea tenido en cuenta. Mientras la injusticia social perdure en las mayorías o los trabajadores sean usados para aumentar la riqueza de pocos, nunca habrá democracia posible. Esta realidad social y política no es democrática, solo esconde el autoritarismo económico y la opresión ejercida por una minoría sobre las mayorías de quienes trabajan y no participan de lo que producen ni reciben lo que merecen.[1] El porvenir del continente está rodeado de incertidumbre, pareciera que esa dirigencia que decía ser representante de los sectores subalternos de la sociedad se ha dejado seducir en demasía por el pragmatismo político-económico. De allí en más, el debate ideológico y la identidad con la clase trabajadora pasaron a segundo plano. Al parecer, las ideas de corte neoliberal se fueron imponiendo análogamente a como se instaló el miedo durante la etapa del Terrorismo de Estado. En la mayoría de las sociedades latinoamericanas se fue internalizando paulatinamente la cultura del individualismo en detrimento de la solidaridad, del egoísmo por sobre el bien comunitario, de la mezquindad confrontada con las propuestas de participación en proyectos colectivos o acciones caritativas. En verdad, la denominada “democracia” actual junto a las administraciones que presumen de su “progresismo”, están caracterizadas por un “gatopardismo” asombroso que solo genera la institucionalización de la mentira y la decepción de los pueblos. La responsabilidad no está en la derecha, ésta no se modificó demasiado, el adeudo radica en una izquierda que ha dejado de ser, que ha perdido su esencia, y su identidad fue desvanecida en la oscuridad del capitalismo neoliberal. Hoy América Latina está a la espera. La esperanza de los pueblos de la región no está en una dirigencia que promete y no cumple, la confianza y el proyecto para la construcción de una nueva sociedad radica en el trabajo de base territorial y en un compromiso comunitario que conduzca al reconocimiento del “otro” como semejante y no como objeto pasible de ser dominado. El reto es acabar con toda forma de autoritarismo imperialista e intentar construir un nuevo sujeto político… El desafío es enorme, pero ya comprobamos que el camino no es a través de este sistema que nada se transforma…
*Claudio Esteban Ponce, Licenciado en Historia, miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11.
[1] Fromm, Eric. El miedo a la libertad. Paidós Estudio, México, 1984.
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