Claudio Esteban Ponce*
La situación política y económica del actual contexto mundial demanda mayor conocimiento, conciencia y compromiso. Argentina, América Latina y los acuerdos con los países del BRICS pueden desafiar y modificar las relaciones del orden mundial. El capitalismo imperialista y el reto del Tercer Mundo pueden generar un nuevo acuerdo Sur-Sur.
Los intentos de comprensión del presente nos obligan a mirar y revisar el pasado. La posibilidad de analizar los hechos y vivencias de la actualidad nacional, continental e internacional nos remiten por lo menos a un breve repaso desde la Historia mundial decimonónica a la fecha. A partir de la segunda mitad del S. XIX, la formación de la “Economía-Mundo Capitalista” generó un proceso de acumulación de riquezas en los “Países Centrales”, como así también una dependencia política y económica de la “Periferia”. Las aberrantes formas de colonialismo imperialista derivaron inevitablemente en las tragedias conocidas como la primera y segunda guerra mundial. El verdadero rostro del capitalismo asomaba en las consecuencias inminentes de su “fase superior” expresadas en los regímenes de extrema derecha que hicieron del exterminio una industria más del sistema en pos de la hegemonía y dominación mundial. Superada la última crisis interimperialista, la cara del capitalismo extremo, la de Hitler, esa torva faz que expresó el paroxismo político que condujo a la guerra, se fue ocultando nuevamente tras una pseudo-democracia plasmada en un capitalismo moderado que permitió cierta intervención del Estado en los mercados y cierta inclusión social de la clase trabajadora, con el único objetivo de sobrevivir a las propias crisis y evitar la influencia socialista. El Keynesianismo renovó ciertas “esperanzas” de socialistas democráticos que confiaban, quizás ingenuamente, en la posibilidad de humanizar el capitalismo. En realidad, la ilusión fue breve. Políticamente, el marco internacional de la “guerra fría” estuvo signado por la alianza ideológica de EEUU y Europa Occidental, que a través de su poderío militar se entrometió en todos los procesos de descolonización del Tercer Mundo promoviendo guerras e intervenciones políticas con el fin de seguir concentrando el poder económico en pocas manos.
La crisis del petróleo de los años setenta sepultó la injerencia del Estado en la economía y promovió la libertad de mercado sumada a la innovación en los modos de producción a fin de superar al supuestamente nocivo Estado de Bienestar. Las potencias imperialistas impusieron el modelo neoliberal en los países del Tercer Mundo por medio de la violencia y la complicidad de los sectores concentrados de la economía vernácula de cada región. El ejemplo de las dictaduras latinoamericanas que apelaron al Terrorismo de Estado con el apoyo de EEUU fue más que claro al respecto.
La desintegración de la URSS y la “aparente” victoria del capitalismo individualista, fueron acompañadas por la propagación de teorías “pseudo filosóficas” que anunciaban el “fin de las ideologías”, o parafraseando a Hegel, el “fin de la Historia”. La intención de estas corrientes era doblegar la voluntad del libre pensamiento e imponer culturalmente la idea de una visión única que todo ser humano que se precie de cierta “racionalidad” debería acatar. La finalidad de toda esta difusión de las “nuevas ideas neoliberales” estaba orientada a legitimar y naturalizar las modernas formas de concentración de riqueza y de un nuevo paradigma del contexto internacional en que la desaparición de la URSS dejaba una única potencia dominante.
Las “bondades” del Estado de mínima rápidamente mostraron las consecuencias en el plano social. Para los países del Tercer Mundo esto se tradujo en desindustrialización, desocupación, aumento de los índices de pobreza e indigencia, y fundamentalmente endeudamiento. El malestar social, la violencia y la inseguridad fueron retro-alimentando un modelo que estaba fundado en los viejos principios del “Darwinismo social” del S. XIX, donde la utilización de las teorías del científico inglés llevados al terreno social, le sirvieron a Spencer para justificar la “necesidad” del capitalismo imperialista de someter a naciones y personas por no ser “aptos” y adaptarse a los cambios que el sistema imponía.
En América Latina y también en Argentina se pagaron altísimos costos en el campo social y humano. Estas consecuencias se derivaron en inevitables crisis políticas que reflejaron la corrupción de los representantes de pueblo para seguir votando leyes en beneficio de la concentración económica. Lo que en Argentina había comenzado con el Terrorismo de Estado, como así también en los países hermanos de América del Sur, continuaba en democracia con el apoyo de los grupos multimediáticos, que ligados a los intereses extranjeros, engañaban a los colectivos humanos a través de un neocolonialismo semiológico que persuadía a las subjetividades que era el único modelo posible para toda la humanidad.
El país que mejor cumplió las recetas neoliberales impuestas por los centros de poder mundial y por su custodio, los EEUU, fue Argentina. Podríamos afirmar que el período menemista y la continuidad de De la Rua marcaron el punto de inflexión en el proceso de entrega y genuflexión a los intereses foráneos. El “impacto en el rostro” que generó la crisis del 2001 hizo caer las fantasías del neoliberalismo expresadas en la “teoría del derrame”, y cuando los sectores medios se vieron arrojados al empobrecimiento, acompañaron en la protesta a los excluidos y la rebelión social hizo que la política abandonara su responsabilidad. Como siempre, los sectores concentrados y extranjerizantes echaban las culpas al propio pueblo argentino y a su “barbarie cultural” que no supo entender la “ayuda” de los centros multilaterales de crédito que representaban al capitalismo financiero mundial.
Sería demasiado para este artículo extenderse en la explicación de la crisis del 2001, como así tampoco en lo que vino después de tocar fondo tanto en Argentina como en gran parte de América Latina. La Revolución Bolivariana de Venezuela, el P.T. que llegó al gobierno en Brasil, la diversidad de socialismos en Ecuador, Bolivia, Chile y Uruguay comenzaron a congeniar con el modelo argentino del 2003 en adelante en una suerte de revitalización neo keynesiana. Este giro latinoamericano tuvo como fin el desarrollo económico entendido como crecimiento integral de todos los sectores de la economía y el desarrollo humano comprendido en el marco de la inclusión y de la recuperación de Estado. Esta etapa fue la reconocida como el período kirchnerista en Argentina, y fue expresada en los países de América del Sur por las análogas características de sus gobiernos de tinte progresistas.
Mientras en el Sur intentaban nuevos modelos económicos, más soberanos y más autónomos, la crisis afectó a los países dominantes. Comenzó en EEUU con la quiebra del sistema bancario y se extendió por Europa afectando seriamente a los países más débiles de la unidad europea. Grecia, Portugal, España, Italia y otras regiones del oriente europeo fueron golpeados sucesivamente por la crisis capitalista.
La situación mundial producto del trance económico que afectó a los países “desarrollados” a partir del 2008 fue generando un nuevo orden mundial. El reposicionamiento de Rusia a partir de la gestión de Putín, y los nuevos acuerdos del BRICS hicieron que aparezca en el mundo un implícito desafío a la hegemonía de EEUU y Europa occidental. China, en camino a ser la primera potencia económica del planeta, privilegió acuerdos en un bloque Sur-Sur que, si bien no expresó nunca la realidad ideológica y militar de la “guerra fría”, constituye un reordenamiento que preocupa muy seriamente a los países imperialistas.
El desafío argentino enfrentado contra los denominados “fondos buitres”, esconde el conflicto real que se subleva contra el antiguo disciplinamiento que EEUU y sus aliados ejercieron sobre el Tercer Mundo en general y la Argentina en particular. Ese imperialismo informal no es más que lo que viene sucediendo desde el S.XIX en el capitalismo mundial.
El escenario actual es muy otro y complejo. La crisis de los países centrales vuelve a promover políticas que reivindicaron el racismo, la destrucción sistemática y la guerra. El temor de los capitalistas vuelve a volcar la política hacia el autoritarismo extremo. El “Tea Party” en EEUU y los neonazis en Europa son un muestra clara de esta vieja política. Frente a esta realidad, el BRICS y su encuentro con la UNASUR fue una expresión de esperanza. ¿Para quién? No precisamente para los imperialistas de siempre pero si para los Estados de América Latina. Argentina, en el núcleo del conflicto contra los representantes del poder capitalista, fue apoyada por Rusia, China, el BRICS, la CELAC y hasta incluso la ONU.
El peligro sigue latente, la extrema derecha de la “Periferia” y de los países de occidente capitalista están aliados en sus intereses. Se puede pensar que no dudarían en apelar a la violencia extrema bajo cualquier pretexto para doblegar la voluntad política de toda nación que pretenda ser independiente. Solo el fortalecimiento de la participación colectiva y de la conciencia nacional y popular podrá resistir el embate neo-conservador. La responsabilidad radica también en los colectivos votantes que refuercen el poder de los movimientos soberanos y defensores de los derechos humanos.
El futuro sigue abierto, el desafío es enorme y los riesgos muy elevados, pero ningún proceso independentista fue fácil. El contexto histórico invita a pensar y reflexionar sobre nuestra responsabilidad ciudadana y sobre nuestra participación política. La Historia siempre está por construirse…
*Claudio Esteban Ponce, licenciado en historia, miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11.