Revista Tesis 11 (nº 115)
(América Latina)
Carlos Mendoza*
Se les ha dado el nombre de “revoluciones de colores”, “golpes suaves” o “golpes blandos”, a acciones realizadas en diversos países, en general por sectores de la población civil, con el objetivo de desestabilizar y, si es posible, destituir gobiernos, progresistas o no, pero que en general tienen por característica común la de no ser agradables para los EE.UU. y sus socios de la OTAN.
La denominación de “revoluciones de colores” dada por la prensa internacional a este tipo de acciones, se debe a que en algunas de ellas quienes las realizaron utilizaron una flor o un color específico para identificarse. Por ejemplo la “revolución naranja” en Ucrania o la “revolución de las rosas” en Georgia.
La metodología consiste siempre en conseguir que sectores políticos opositores, ONGs y medios de comunicación vinculados a corporaciones oligopólicas, acusen a los gobiernos a los que se ataca de cosas tales como “corrupción”, “totalitarismo”, “autoritarismo”, “personalismo”, “populismo”, “violación de los principios democráticos”, “fraude electoral” y otras por el estilo. Para ello se montan en problemas reales que distorsionan y exageran, o en su defecto simplemente los inventan.
Detrás de estas acciones suele estar el apoyo ideológico, financiero y mediático suministrado por organizaciones de los EE.UU. tales como la CIA, la United States Agency for International Development (USAID), el National Endowment for Democracy (END), la Fundación Soros, la Fundación Paul Singer (dueño del fondo buitre NML que pleitea con Argentina por la parte de deuda externa que poseen) y otras.
De acuerdo a la opinión del analista norteamericano de asuntos de seguridad nacional Anthony H. Cordesman, perteneciente al Center for Strategic and International Studies (1), los líderes militares rusos consideran las “revoluciones de colores” como un medio económico de los países de la OTAN para desestabilizar gobiernos, siguiendo sus propios intereses geopolíticos.
Se considera que el principal ideólogo de este tipo de accionar desestabilizante es el estadounidense Gene Sharp, filósofo, político y escritor anticomunista, fundador de la Albert Einstein Institution dedicada a producir ideología sobre como promover acciones para “democratizar al mundo”. Es autor de un conocido libro titulado “La política de la acción no violenta”, especie de manual de acciones para desestabilizar gobiernos considerados “no democráticos”, es decir no convenientes para los EE.UU. y la OTAN. En Argentina tenemos como emulador a Durán Barba, consejero privilegiado del PRO.
Estas acciones se han intentado sobre todo en países que pertenecían al denominado mundo del “socialismo real” y más particularmente a la ex-Unión Soviética. En algunos de ellos han tenido éxito, como en Serbia en el 2000, Georgia en el 2003, Ucrania en el 2004 y Kirguistán en el 2005.
Por extensión, la prensa ha aplicado la expresión “revoluciones de colores” a algunos de los sucesos acontecidos en algunos países árabes, como ser el retiro de las fuerzas militares sirias del Líbano en el 2005, denominada “revolución del cedro”, o la salida del gobierno de Ben Alí en Túnez en el 2010, denominada “revolución de los jazmines”. Aunque en estos casos las circunstancias fueran de otro carácter y muy marcadas por cuestiones internas.
Sin embargo, en los países árabes donde los aliados de la OTAN han intervenido, lo han hecho a veces a la manera de los “golpes suaves”, caso Egipto, en otras militarmente, como en Irak, o con una mezcla de ambas, como en Libia y Siria. El hecho es que los gobiernos reemplazados, generalmente laicos, nacionalistas y de origen militar, lograban mantener unidas a poblaciones de diferentes tribus, etnias y religiones y cuando fueron derrocados se desató el pandemonio que vemos ahora, ante el cual las fuerzas políticas, diplomáticas y militares de la OTAN se muestran impotentes y que ha causado el grave problema humanitario de las emigraciones masivas de esa región hacia otros países.
Una característica común de las “revoluciones de colores” es que los gobiernos que sucedieron a los desplazados siguieron políticas neoliberales, de alineamiento con los EE.UU. y la OTAN y de distanciamiento con relación a Rusia y China.
Estas acciones se inscriben en el escenario geopolítico mundial, donde los EE.UU. y sus aliados de la OTAN juegan sus intereses, como ser hidrocarburíferos en Irak, o militares en Siria donde la Armada Rusa tiene una base en Tartus, y/o tratan, entre otras cosas, de contrarrestar la creciente influencia de países como China y Rusia y de asociaciones como el BRICS.
En América Latina, la metodología de los “golpes suaves” se viene intentando sistemáticamente contra todos los gobiernos progresistas de la región, pero se han encontrado con la realidad de la activa oposición de las organizaciones sociales, culturales, sindicales y políticas que integran los denominados “movimientos sociopolíticos” que apoyan a dichos gobiernos, por lo que en general no han tenido éxitos destituyentes.
No obstante, ha habido lamentables excepciones como las destituciones de los gobiernos legítimos de Manuel Zelaya en Honduras en 2009 y de Fernando Lugo en Paraguay en 2012 mediante sendos “golpes parlamentarios”. Es importante señalar que en esos casos el campo popular no se encontraba aun en un nivel de organización como el que hay en otros países de la región, como Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador , El Salvador, Nicaragua, Venezuela o Uruguay, que cuentan con importantes movimientos sociopolíticos.
Sin embargo, en todos los países de la región las acciones desestabilizantes han erosionado a los gobiernos progresistas y comprometido seriamente los procesos populares que se desarrollan en nuestros países.
En Argentina, basta observar la utilización que han hecho los sectores opositores de derecha y la corporación mediática, objetivamente personeros de las grandes corporaciones y de los intereses de los EE.UU. y sus aliados, con asuntos tales como la infundada denuncia del fiscal Nisman y su posterior lamentable muerte; y más recientemente con la pretensión de deslegitimar las elecciones provinciales en Tucumán, basándose en irregularidades de las que la oposición fue tan partícipe como el oficialismo, pero que no constituyen un hecho tan grave y generalizado como el fraude que esos sectores denunciaron con tanto oportunismo como mala fe y, sobre todo, con claras intenciones desestabilizantes. A esto se sumó el diligente aporte de la Cámara en lo Contencioso Administrativo de Tucumán con su insólito fallo de anular las elecciones, en una acción de carácter sedicioso.
Por eso es tan importante identificar correctamente la vinculación de este tipo de sucesos con los intereses geopolíticos e injerencia de los países centrales del capitalismo y que los sectores populares defendamos a los gobiernos progresistas de la región y los procesos democráticos en curso. Retroceder en esto costaría muy caro a los sectores populares de América Latina.
*Carlos Mendoza, ingeniero, especializado en temas de economía política, miembro del Consejo Editorial de Tesis11.
(1) El Center for Strategic and International Studies (CSIS) es un importante centro de estudios y análisis de estrategia, ubicado en Washington, D.C.
como sucede últimamente, coincido en todo lo dicho por el ingeniero político con todas las letras.