(situación nacional/historia)
Claudio Ponce*
El Terrorismo de Estado cortó un proceso de transformación social y política que intentaba recuperar los derechos democráticos y populares violentamente interrumpidos desde 1955. Con una brutalidad mayor a los golpes de Estado anteriores, el poder concentrado se hacía presente nuevamente a través de las Fuerzas Armadas como las “defensoras y protectoras” de los intereses de la denominada “oligarquía cipaya”. ¿Quiénes integraban esa “oligarquía cipaya”? ¿Quiénes respaldaron semejante atrocidad? ¿Qué intereses defendían aquellos militares “contaminados” por la “doctrina de seguridad nacional” impuesta desde el poder extranjero? ¿Cuál fue el verdadero proyecto que vino a instalar la dictadura que requirió de un genocidio? ¿Qué aprendieron los argentinos de su propio “holocausto”? ¿Por qué cuarenta años después de la tragedia siguen vigentes los sectores asociados al Terrorismo de Estado?
El definitivo retorno al Estado de derecho en 1983 recuperó lentamente el ejercicio de la política, aunque ésta había sido vituperada por quienes habían sostenido que “la democracia era sinónimo de corrupción”. El golpe cívico-militar de 1976 llegó para borrar la memoria histórica de los argentinos e instalar una nueva cultura con el apoyo de las hasta entonces instituciones sociales más respetadas. El clero católico por ejemplo, salvo las excepciones que merecen ser destacadas de los integrantes del movimiento de curas para el Tercer Mundo, avaló la dictadura militar e incluso su propia jerarquía justificó el accionar criminal contra sus fieles y todo el pueblo argentino. El periodismo en general, salvando también las excepciones de aquellos que hacían su trabajo de manera clandestina, contribuyó a legitimar el Terrorismo de Estado siendo sus ejemplos más evidentes los acuerdos entre el empresariado mediático de los diarios Clarín y La Nación con los dictadores. Por último, los miembros de la burocracia sindical, los sectores conservadores del partido justicialista y de la mayoría de los partidos tradicionales que avalaron a cambio de prebendas al proceso militar, también miraron para otro lado mientras torturaban y asesinaban a su pueblo. Los integrantes de la corporación militar que fueron responsables del genocidio no actuaron solos. El consenso de cierto sector de la sociedad sumado al respaldo de las instituciones mencionadas, hizo posible que se implemente a “sangre y fuego” un modelo neoliberal basado en el capitalismo más radicalizado y en una política económica que solo beneficiaba los intereses de la alianza entre la oligarquía local y el imperialismo extranjero. Como si todo aquello hubiese sido poco, la dictadura se retiró a posteriori de una guerra absurda que solo sirvió para confirmar lo anti-nacional de sus fuerzas armadas.
El gobierno de Raúl Alfonsín, que siguió a la larga noche dictatorial, enfrentó la complejidad que mostraba la internalización de un carácter social autoritario que se había instalado luego de siete años de terror. La cultura del miedo, la idea de relacionar la política con lo “feo, sucio y malo”, el “no te metás” reflejado en la instalación del individualismo “borrando del diccionario” el concepto de solidaridad, fueron parte de la herencia de siete años de brutalidad. Si bien la gestión del alfonsinismo intentó revalorizar la democracia e incluso pudo llevar a juicio a las juntas militares, el gobierno fue bestialmente condicionado por actores externos como el FMI primero, y los grupos económicos concentrados nacionales después. La desestabilización apuntada al gobierno alfonsinista, incluso apoyada por propios radicales junto a peronistas conservadores, logró que la gestión de la Franja Morada tuviera que dejar anticipadamente el gobierno. Otra vez las minorías que habían promovido la dictadura lograban quitarse de encima una gestión que intentaba profundizar derechos. Después de las “elecciones anticipadas” en las que el discurso del salariazo y la revolución productiva se impuso debido a la esperanza popular, el gobierno de Carlos Menem traicionó de forma inmediata el voto de los trabajadores y condenó al pueblo Argentino a la continuidad de la política económica del Terrorismo de Estado. Los políticos de la década del noventa se transformaron en ejecutivos que representaban empresas e intereses alejados de la clase trabajadora. Nuevamente los multimedios, aliados con intereses externos, intentaban instalar que ningún otro camino era posible y que Argentina estaría mejor a largo plazo. El capitalismo neoliberal impuesto en la dictadura se perfeccionó en los gobiernos pseudo-peronistas de los años noventa y se llegó a índices de pobreza y desocupación nunca vistos en el país. El “menemato” atacó los dos pilares del desarrollo humano, la educación y la salud, política implementada desde Videla por la fuerza, y consolidada con el apoyo de los medios de comunicación por Menem y De la Rúa. El endeudamiento externo fue enorme y la dependencia extranjera hizo de Argentina un país sumido en la debilidad absoluta. Cumplido el mandato de los dos períodos de Menem, el gobierno nacido de la Alianza entre el FREPASO y la UCR, una suerte de bolsa de gatos que jugaba a mostrarse progresista, fue una versión de “cine continuado” respecto de las políticas menemistas. La crisis de 2001 fue la “crónica de una muerte anunciada”, la torpeza de una administración que, como en los noventa, solo se mantenía por el sostén del crédito internacional, se hundió de cabeza cuando los organismos extranjeros le cortaron el flujo de capitales provocando la caída del país en default. Una cierta anarquía se expandió en la sociedad y los políticos se llenaron de temor frente al pueblo en la calle. La situación se agudizó a punto tal, que el presidente renunció en medio de una salvaje represión cuyo resultado dejó treinta y nueve muertes de ciudadanos argentinos que salieron a defender sus derechos. Otra vez la represión, otra vez la muerte.
El gobierno interino que devino luego de varios “presidentes” que renunciaron en el transcurso de siete días por falta de apoyo político, se vio obligado a torcer el rumbo encarado desde 1989. Aún siendo una gestión con dirigentes pegados al menemismo, no tuvieron más remedio que modificar la política económica para salir del averno. La represión en la localidad de Avellaneda que terminó con la vida de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, dos heroicos representantes de las bases populares, puso fecha de salida al presidente Duhalde arruinando los planes de la derecha argentina. La convocatoria a las nuevas elecciones dio como resultado la aparición de un fenómeno social y político que con el tiempo fue conocido como Kirchnerismo. La presidencia de Néstor Kirchner y las dos presidencias de Cristina Fernández de Kirchner recuperaron la política como medio de transformación y gestión logrando enderezar un barco que se hundía de manera irremediable. Se podría aludir una extensa lista de logros y conquistas de nuevos derechos sociales y políticos pero no es el objeto de este artículo. Solo para mencionar lo importante, la política económica del Kirchnerismo, una suerte de neo-keynesianismo, apuntaló la educación y la salud, apoyó la ciencia y la investigación, recuperó más de cinco millones de puestos de trabajo por sus proyectos de industrialización, y estabilizó la economía de la clase trabajadora logrando que ésta tuviera una vida más digna y ordenada. Aplicaron también severas retenciones a las exportaciones de la renta agraria extraordinaria como forma justa de distribución del ingreso, lo que provocó el odio visceral de la oligarquía y de las sociedades rurales. Estas medidas, pedidas a gritos en los discursos del socialismo, sorpresiva y paradójicamente motivaron una suerte de esquizofrénica alianza entre los partidos de la “izquierda radicalizada” con los terratenientes que se creían dueños de la Argentina, para desestabilizar al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Se suma a todo esto que los gobiernos kirchneristas fueron los únicos que hicieron de los Derechos Humanos una política de Estado y a su vez fueron transgresores en materia de derechos democráticos para las minorías, atendiendo así sus demandas y convirtiendo en ley el derecho a la identidad sexual y el derecho al matrimonio igualitario. En fin, todo indicaba que la primavera “K” iba a continuar por mucho tiempo y la transformación cultural que se proponía podría convertirse en un hecho consumado. Pero estos objetivos estratégicos no serían fácilmente alcanzables. El peligro que este proyecto representó para el poder dominante inició la guerra por la hegemonía cultural donde todo el poderío mediático se volcaría en un ataque total contra el gobierno kirchnerista.
Luego de las tres presidencias de este “peronismo simpatizante de las visiones de izquierda”, parecía que los argentinos habían aprendido algo de su pasado, pero en realidad fue un error de apreciación y una cierta subestimación del enemigo. La derecha argentina podía ser de todo menos débil, y jugó todo su poder en los medios para desacreditar a este nuevo “populismo” que atentaba contra sus intereses. Su reacción fue tal que, a pesar de las experiencias traumáticas vividas del Terrorismo de Estado y los experimentos neoliberales posteriores, la revisión realizada durante el Kirchnerismo no alcanzó para consolidar una mayor conciencia nacional y disipar las tinieblas de la ignorancia política difundida como verdad. Evidentemente fue una lucha desigual.
Más allá de la responsabilidad de los medios de comunicación del poder concentrado que manipularon la voluntad colectiva y lo hacen aun, da la impresión que los argentinos no tienen una buena relación con el pasado. No desean conocer su propia historia, no se llevan bien con ella. Al parecer, la Argentina muestra una sociedad con el padecimiento de una suerte de “sado-masoquismo social y político” que impulsa a amplios sectores a repetir la elección de su propia destrucción. Porque el “pasado” nunca se queda allí, vuelve y se nos hace presente en todo tiempo. Está en el ser humano hacer de ese pasado un mejor presente, hacer factible que “la tragedia no se repita como tragedia”. Quizás esta patología fue una de las múltiples causas que hicieron viable un gobierno como el de Macri en la actualidad. Después de casi cuatro años de indiferencia y miseria los argentinos deben votar nuevamente y está en ellos si renuevan o no la continuidad del sufrimiento. Si los colectivos populares intentaran recomponer su relación con la Historia, pueda ser entonces que se despierte la conciencia constructiva para iniciar el camino de la liberación.
*Claudio Esteban Ponce. Licenciado en Historia. Miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11
Excelente síntesis de la historia reciente de nuestro país. Comparto las ideas. No conocer nuestro pasado ni aprender nuestra historia hace que se cometan reiteradamente los mismos errores. Ojalá se haya tomado conciencia más rápidamente, después del dolor padecido en estos últimos años y este 2019 se recupere el camino a la liberación.