Revista Tesis 11 (nº 122)
(América Latina/Brasil)
Martín Granovsky*
La condena de Moro contra Lula se produce justo al día siguiente de que el Senado dio la media sanción que faltaba a una ley de reforma laboral que liquida el poder de negociación de los sindicatos, destruye los convenios colectivos, inventa una figura de empleo intermitente y, a contramano del mundo, sube la cantidad de horas de trabajo.
El juez Sergio Moro no solo condenó a Lula. Dejó al político más popular de la historia brasileña cerca de la inhabilitación política a 15 meses de las elecciones presidenciales. Ahora todas las miradas se posan en los camaristas de Porto Alegre. Si mantienen la condena, Lula no podrá ser candidato en octubre de 2018 y Brasil tal vez continúe en manos de otro gobierno que represente la constelación de poder: los bancos transnacionales, los grandes grupos nacionales de la industria y las finanzas, los oligopolios mediáticos, una parte decisiva del Poder Judicial y las aristocracias políticas estaduales con representación parlamentaria.
Con su sentencia contra Luiz Inácio Lula da Silva, Moro contestó el dilema que se planteaban los dirigentes del Partido de los Trabajadores en los últimos meses. Unos decían: “Si Lula sigue creciendo en popularidad será cada vez más difícil que un juez lo condene, más todavía sin pruebas contra él”. Otros pensaban lo contrario: “Incluso sin otras pruebas que simples palabras Moro lo condenará, y eso es justamente porque Lula viene creciendo en las encuestas. Si el juez no falla contra él, ¿qué sentido habrá tenido el golpe contra Dilma Rousseff dado por el establishment brasileño?”. El segundo planteo demostró ser el más aproximado a la realidad.
Tras un año de impopularidad, la figura de Lula recuperó buena parte de su imagen positiva. La última encuesta fue difundida el 26 de junio por Datafolha, que pertenece a un grupo empresario antipetista con cabeza en el diario Folha de Sao Paulo. Si las elecciones fuesen ahora Lula ganaría la primera vuelta con el 30 por ciento frente al 16 por ciento del ultraderechista Jair Bolsonaro y el 15 por ciento de Marina Silva, la carta para Brasil de Jaime Durán Barba para Brasil, el estratega del presidente argentino Mauricio Macri. Si Lula no fuera candidato, Marina vencería a Bolsonaro.
Según el mismo sondeo, Lula le ganaría en segunda vuelta a Geraldo Alckmin, del conservador Partido de la Socialdemocracia Brasileña, a Joao Doria del mismo partido (el millonario que hoy está al frente de la intendencia de San Pablo), y a Bolsonaro. En cambio empataría con Marina Silva en un 40 por ciento.
El sistema de ballottage en Brasil es el clásico. Hay segunda vuelta salvo que en el primer turno el candidato obtenga el 50 por ciento de los sufragios más un voto. Lula dos veces y Dilma otras dos ganaron en las dos vueltas en 2002, 2006, 2010 y 2014.
Obviamente la medición de Datafolha no tomó en cuenta la condena de Lula a manos de Moro. Si en los próximos meses Lula conserva la intención de voto, la expectativa del PT sobre los camaristas de Porto Alegre tiene en cuenta tres escenarios.
El peor escenario es que el tribunal confirme la sentencia de Moro antes de octubre de 2018 e invaliden de ese modo los derechos políticos de Lula, que perdería la facultad de ser candidato.
El segundo escenario es que los jueces no se pronuncien antes de las presidenciales y dejen a Lula bajo sospecha pero con derechos políticos.
El mejor escenario es que den vuelta el fallo de primera instancia.
La esperanza del PT tiene un antecedente con nombre y apellido: Joao Vaccari. Se trata del tesorero del partido que fue absuelto por este mismo tribunal federal con sede en Porto Alegre que debe resolver la suerte cívica de Lula. El defensor Luis Flavio Borges en la causa abierta contra Vaccari –fue acusado por supuesta participación en el esquema de coimas de Petrobrás– felicitó a los camaristas porque “la acusación y la sentencia se habían basado solo en la palabra de un delator”. Moro había condenado a Vaccari a 15 años de prisión.
La condena de Moro contra Lula se produce justo al día siguiente de que el Senado dio la media sanción que faltaba a una ley de reforma laboral que liquida el poder de negociación de los sindicatos, destruye los convenios colectivos, inventa una figura de empleo intermitente y, a contramano del mundo, sube la cantidad de horas de trabajo. El presidente de facto Michel Temer impulsó la ley regresiva a pesar de que tiene solo el 7 por ciento de popularidad y está acusado por coimas. Nadie apostaría ni una caipirinha por su continuidad en el cargo. Pero si de todos modos cayera, sería reemplazado por un político designado por los dos tercios del Congreso hasta completar el período, que se cumple el 31 de diciembre de 2018.
Con o sin Temer, el ataque contra la protección laboral y la sentencia contra Lula son parte del mismo golpe: impedir que el PT renazca, ya que hoy solo cuenta con el ex presidente como candidato viable, y consolidar en el tiempo lo que el ex asesor de Lula y Dilma Marco Aurélio García llama “la Contrarreforma”. O sea la vuelta de Brasil a los tiempos de la esclavocracia. Buscan que América Latina entera aprenda la lección y pierda todo sueño de justicia.
* Martín Granovsky, licenciado en historia, periodista.
Fuente: Publicado por Con Nuestra América en 5:54 a. m.