Claudio Esteban Ponce*
La actualidad chilena muestra una mayor confrontación social y hasta un conflicto dentro de la derecha gobernante, por otra parte, frente a las próximas elecciones el socialismo cuenta con muchas posibilidades de triunfar y obtener una nueva oportunidad de transformar y profundizar los cambios pendientes en el país trasandino. El contexto que potencialmente se daría con una victoria socialista sería muy diferente al de años anteriores, la izquierda en el poder contará con actores que paulatinamente vuelven a incorporarse a la praxis política, los estudiantes y el movimiento obrero irrumpieron en el debate interno de la sociedad chilena. El ser humano es una constante posibilidad… y los cambios siguen pendientes.
El 11 de setiembre del presente año se cumplen 40 años del sangriento golpe cívico-militar contra el gobierno democrático de Salvador Allende en la hermana República de Chile. El régimen represor y autoritario encabezado por el Gral. Augusto Pinochet asoló al pueblo chileno desde 1973 hasta 1990. ¿Qué antecedentes derivaron en tantos años de autoritarismo? ¿Qué consecuencias se observaron en el Estado chileno luego de esa extensa dictadura? ¿Dejó huellas en el campo socio-cultural el Terrorismo de Estado en Chile? ¿Existe una luz de esperanza para Chile en los albores del siglo XXI?
Si nos remontamos a la historia de los procesos independentistas de América Latina, la antigua Capitanía General de Chile fue una de las primeras regiones liberadas que consiguió la organización y centralización de su “Estado soberano”. Como se intentó demostrar en estudios precedentes, un ejemplo de ello fue el trabajo de Jocelyn Holt Letellier, (El peso de la noche), la rápida organización política de Chile no fue tal, sino que en realidad solo se dio una continuidad del viejo sistema colonial bajo la careta “soberana” de un gobierno conservador. El surgimiento de un nuevo Estado hipotéticamente independiente, no fue el fruto de un debate político interno ni de conflictos característicos de sectores que confrontaban por la construcción de un modelo de país, a diferencia de otros países latinoamericanos en Chile hubo una escasa lucha interna y la clase dominante impuso rápidamente su modelo político sin la participación popular. Este proyecto impuesto por la oligarquía chilena fue avalado por las potencias imperialistas de la época en el marco de la “División Internacional del Trabajo”. Desde este modelo, los gobiernos del Chile independiente siempre promovieron políticas expansionistas y agresivas en el marco de sus relaciones exteriores. Esta forma de relacionarse con los vecinos del continente contó con el apoyo de los imperialismos del occidente capitalista ya que de esa manera, la belicosidad expresada por la política chilena favorecía a la desunión latinoamericana. Esta forma de relacionarse con el mundo alejó a Chile de América Latina. Encandilados por Inglaterra primero y por EEUU después, los grupos integrantes de la clase dominante chilena creyeron en el “mito” de una potencia en América del Sur. Un mito que funcionó análogamente en otras oligarquías latinoamericanas como idea de “progreso infinito” que intentaba “hacer creer y creerse” que si a ellos les iba bien le iría bien a la patria ya que “ellos y sus propiedades eran la patria”. Esta forma de concentración de poder político entre quienes detentaban el poder económico, impuso so dominio y control sobre los sectores subalternos de la sociedad chilena. El sueño de una construcción democrática siempre estuvo interrumpido por los intereses de quienes creyeron que un “Chile independiente era un Chile de su propiedad”.
En el devenir histórico chileno pareciera que se destacó siempre el carácter autoritario de su sociedad. En realidad también hay que resaltar ciertas reacciones contrarias al modelo tradicional, ya sea el intento de la efímera Republica Socialista de Chile de los primeros años de la década del ’30, como el primer gobierno socialista de América Latina elegido por el voto popular. Ahora bien, en el marco de estas paradojas y en este país tan peculiar, primó siempre la consolidación de una tradición militarista y conservadora.
El Terrorismo de Estado chileno impuesto a sangre y fuego en 1973 dejó huellas culturales fuertes y claras que se expresaron en la conducta social del último cuarto del siglo XX. El silencio y cierto olvido del pasado a partir del retorno a la democracia mostraron esas huellas de la cultura del miedo. Desde la aceptación de la Senaduría vitalicia del genocida Pinochet hasta la falta de revisión de los crímenes de lesa humanidad durante los tiempos de la represión dictatorial, evidenciaron esa conducta. Las instituciones tradicionales del país y los sectores sociales en general, poco cuestionaron el avance y accionar de la derecha reaccionaria y colaboracionista del Terrorismo de Estado durante la continuidad democrática. La posibilidad de curar heridas del pasado a través de la justicia no fue una de las principales consignas de los tiempos de democracia.
Por otra parte, en lo que refiere a políticas económicas y sociales, el retorno a la posibilidad de votar no cambió el viejo modo chileno de distribución del ingreso, la concentración de la riqueza en pocas manos y las antiguas alianzas a los intereses extranjeros siguió siendo su particularidad. La construcción de una sociedad más igualitaria es una deuda pendiente en la República de Chile.
Como en la mayoría de los países de América Latina, los años ’60 y ’70 fueron convulsionados por una generación que intentó cambios profundos. Su derrota a partir de la irrupción militar de 1973 y su posterior persecución y exterminio dejó el último intento revolucionario del pueblo chileno en el olvido. La sociedad quedó nuevamente aletargada, la vieja estructura autoritaria que caracterizó al pasado trasandino parecía aflorar reiteradamente.
El presente de Chile muestra sus conflictos, sus confrontaciones y contradicciones. La vida fluye otra vez, la paz de los cementerios pareciera quedar atrás. A pesar del tiempo, a pesar de la colonización semiológica de los medios de comunicación que responden al poder concentrado, a pasar de un sector militar que se compadece de quienes fueron sus colegas represores del régimen pinochetista, a pesar aun de cierta debilidad democrática, los cambios parece asomar en el horizonte. Los estudiantes y la lucha por sus derechos a una educación pública y gratuita, la conducción de este movimiento por la joven y bella Camila Vallejos que con su preparación y su discurso cuestiona duramente a la clase política chilena, y la clase trabajadora que sumada a los estudiantes sale otra vez a la calle, señalan un camino de esperanza. La C.U.T. (Central Única de Trabajadores), salió a protestar contra las leyes laborales vigentes de la dictadura, no solo buscan solo un aumento de salario sino que parecen proyectar un cambio político. Los estudiantes no solo pretenden cursar gratuitamente sus carreras sino que buscan una profunda transformación en las relaciones entre el Estado y la sociedad. La aparición de estos actores removió el establishment tradicional y conservador y devolvió los ideales al socialismo chileno.
Hoy, la República de Chile expone otra vez las diferencias entre la derecha y el socialismo. La derecha está en crisis, el socialismo está en deuda. Tienen algunos aspectos en común, en ambas alianzas sus candidatas son mujeres, Michelle Bachelet por el socialismo y Evelyn Matthei por la alianza de derecha. Las dos son hijas de militares, pero existe una radical diferencia que viene del pasado, mientras el Gral. Bachelet se opuso a la dictadura y murió asesinado por las torturas que le infligieron en su detención, el Gral. Matthei era funcionario del régimen pinochetista en el centro de detención donde mataron a su compañero de armas y padre de la candidata socialista. Piñera, Evelyn Matthei y otros tristes personajes herederos de la dictadura integraron la “patrulla juvenil” del conservadurismo chileno, ese rejunte de “fascistas posmodernos” son quienes hoy todavía gobiernan en Chile. Tal vez se haya llegado al límite, tal vez un nuevo gobierno de Bachelet, un gobierno socialista, puedan llevar adelante sin temor los cambios internos reclamados en la actualidad. Si estas políticas fueran realidad, tal vez nuestra hermana República de Chile pueda acompañar un proyecto con sus hermanos países del continente que ponga freno a las intenciones divisionistas de los imperialismos de turno. El sueño de un Chile igualitario y con justicia, espera su paso a la praxis de parte de las presentes generaciones.
*Claudio Esteban Ponce, historiador, miembro del Consejo de Redacción de la revista Tesis 11