Revista Tesis 11 Nº 135 (09/2020)
Edición dedicada a América Latina
(américa latina/chile)
Claudio Ponce*
La actualidad social y política de la República de Chile muestra un estado de crisis y confrontación permanente. La lucha que se manifestó desde el año pasado al presente tuvo su origen en la rebelión espontánea de ciertos sectores sociales que reaccionaron frente a una serie de medidas políticas y económicas injustas. Ahora bien, éstas prácticas que solo expresaban la mala costumbre de la elite tradicional de sobrecargar el esfuerzo en la clase trabajadora para evitar la pérdida de ganancias de los sectores dominantes, no fue el resultado de ajustes recientes, sino que formó parte de un estilo histórico de opresión que se profundizó con el capitalismo neoliberal impuesto por el Terrorismo de Estado pinochetista. De esta expresión de hartazgo se trató la rebelión del 18 de octubre del año pasado, y de esto se trata la lucha que aún perdura…
Los hechos protagonizados en Chile desde octubre de 2019 hasta la actualidad, fueron acciones de protesta social de una magnitud nunca vista en la historia de este país. El “poder tradicional” de la República Trasandina fue jaqueado por un colectivo de jóvenes estudiantes y de mujeres organizadas, quienes iniciaron una sublevación a la que prontamente su fue sumando la clase trabajadora organizada, los Pueblos Originarios, las organizaciones de defensa de Derechos Humanos y algunos sectores de la oposición política. Aún en la actualidad, a pesar de los efectos de la pandemia y la persistencia de una represión brutal, los hermanos chilenos continuaron su lucha en las calles de los principales centros urbanos del país. Una lucha que al parecer, no tiene intenciones de cesar hasta poner fin a las políticas neoliberales impuestas desde la dictadura de Pinochet. ¿Se dará la posibilidad de encauzar esta lucha en una alternativa política que origine un nuevo movimiento nacional y popular? ¿Será el final del ciclo para el autoritarismo de la oligarquía chilena? ¿Se podrá lograr encaminar al pueblo de Chile por el sendero de la liberación del yugo que lo oprimió desde los tiempos de su independencia?
La Historia de Chile no registró luchas revolucionarias de relevancia salvo algunos intentos en los años sesenta y setenta donde grupos de acción directa y organizaciones políticas de izquierda hicieron posible la llegada de Salvador Allende al gobierno nacional. Lamentablemente para la democracia chilena, estas experiencias fueron sepultadas por el poder de una minoría tradicional, autoritaria y antidemocrática enquistada en las instituciones políticas desde el siglo XIX con la consolidación del “Estado Portaliano”. La “tradición militarista” que perduró en los gobiernos posteriores, signó el devenir histórico chileno y promovió el desarrollo de un “carácter social autoritario” que impidió el acompañamiento popular a cualquier proyecto transformador. Esto a su vez, generó una suerte de “letargo social” señalado ya por el propio Diego Portales para indicar, según su criterio, lo que realmente podía gobernar a Chile. Para este viejo líder conservador “…el peso de la noche…”[i] era lo que hacía posible la continuidad del poder dominante, ya que esa frase indicaba la pereza de los sectores subalternos de la sociedad ante la naturalización de la injusticia sin temer ninguna reacción popular. Esta concepción de la política trasandina se fue normalizando en el tiempo, fue una práctica de la oligarquía dominante que se extendió como una pésima costumbre a lo largo de la historia chilena. Esta idea paternalista que buscó siempre legitimar la lógica del “amo y el esclavo”, fue la que facilitó al “imperio” hacer de Chile el país donde por vez primera se puso en práctica el experimento neoliberal. De 1973 en adelante, desde “…la vida segada en la Moneda…”[ii] como bien señala la sabia canción, los chilenos fueron sometidos a la opresión y la exclusión del capitalismo neoliberal por obra del imperio estadounidense.
El desarrollo de los acontecimientos de Pinochet en adelante fue una muestra publicitaria del supuesto éxito del neoliberalismo en América Latina. Mientras tanto, la realidad expresaba la lucha entre los movimientos populares y las dictaduras que tuvieron que apelar a la eliminación sistemática de personas para poder imponer modelos económicos dependientes de los capitales concentrados extranjeros. El imperialismo pareció triunfar en toda América durante el último cuarto del siglo XX aunque no se pudo consolidar ya que la crisis finisecular reavivó el fuego de la lucha, y un sano populismo recuperó gobiernos en muchos países latinoamericanos en los albores del siglo XXI. La única nación que no pudo salir del sometimiento y la injusticia fue Chile. Un pueblo sojuzgado que se mostraba al mundo exterior con la careta de sus instituciones funcionando, cuando en realidad no era más que una continuidad de prácticas represivas escondidas tras una máscara democrática que no hacía otra cosa que ocultar la permanencia del autoritarismo pinochetista. De esta forma, el ciclo del capitalismo neoliberal parecía estar garantizado en este país “acostumbrado” a la violencia institucional. Los vaivenes entre supuestas alianzas de “izquierda” y alianzas de la derecha tradicional que se disputaban el gobierno chileno, no fueron más que discursos progresistas por un lado, y palabras en defensa de la propiedad, el orden y la libertad de mercado por el otro. Salvo excepciones entre las que se puede mencionar a Camila Vallejos como dirigente estudiantil y luego diputada, o a las conductoras del movimiento de mujeres, los gritos del pueblo clamaban en el desierto para una elite muy alejada de la existencia del común de los mortales, y más aún del verdadero país harto de padecer la marginación como si fuera producto del derecho natural difundido como la verdad de los poderosos.
El 18 de octubre del 2019 fueron “los chicos y las mujeres” quienes dijeron “basta” a la naturalización de la injusticia. Gritaron muy fuerte y salieron a romper todo lo que hace al “orden establecido” de una falsa democracia que nunca los protegió. La reacción de Sebastián Piñera, fiel a sus convicciones y a quienes representaba, fue lógica en el marco de una concepción política que avaló siempre la supremacía de clase, la respuesta del gobierno no fue otra que la represión salvaje al disidente que ponía en peligro sus privilegios. Este presidente declaró que un “enemigo interno” ponía en peligro la democracia en el país, para lo cual se dispuso a dar batalla contra la sedición por los únicos medios por él conocidos, la reprimenda brutal contra el pueblo como se venía haciendo desde el disciplinamiento de la sociedad iniciado a partir del golpe cívico-militar de 1973. Pero esta vez, la violencia institucional no pudo frenar la rebelión popular, por el contrario, la misma incrementó la participación de las clases subalternas convencidas de terminar en forma definitiva con la inequidad y la conculcación de derechos. La pandemia durante el presente año tuvo dos efectos concretos en medio del conflicto, el mal manejo de las autoridades chilenas de la política sanitaria referidas a la prevención y la protección de las personas afectadas, y en segundo lugar, evidenció las carencias de un sistema de salud casi totalmente privatizado que no estuvo a la altura de las necesidades en una situación de emergencia nacional. Ante semejante situación límite, la preocupación de la gestión Piñera no fue atender la salud sino aprovechar políticamente la epidemia para terminar con las movilizaciones que exigían su renuncia y la urgente reforma de la Constitución. Para contener los reclamos declaró el Estado de sitio y el “toque de queda” con el objetivo castigar las protestas profundizando la violencia por parte del Estado. Aún así, las manifestaciones no retrocedieron si no que se incrementaron, la lucha pareciera no tener fin. El dilema chileno se debate entre el accionar de la derecha para mantenerse en el poder a cualquier costo, o la victoria de los sectores populares que buscan la renuncia del presidente y con ello la convocatoria a elecciones anticipadas. En este marco de tensión nadie quiere ceder, Piñera cuenta con el apoyo del imperio estadounidense y dice tener la “fuerza” necesaria para enfrentar el “accionar subversivo” de quienes solo buscan justicia. En el frente contrario al presidente, la insurrección sigue sumando adeptos que luchan en las calles contra la alianza gobernante. A su vez, ambos sectores enfrentados tienen sus dificultades, Piñera está perdiendo aliados en el parlamento y solo le queda apostar a la violencia que lo desgasta cada día más, pero a su vez el frente popular no encontró aún el camino que los aglutine como un movimiento nacional único que incluya estudiantes, mujeres, pueblos originarios y sindicatos con el objeto de encontrar una alternativa política que supere las contradicciones y libere al pueblo chileno de sus históricos padecimientos. El desafío está en construir el sujeto político para modelar un proyecto nacional que garantice la emancipación inconclusa desde el siglo XIX. Quizás sea apresurado afirmar que esta situación marque un final del ciclo neoliberal, quizás aún falte tiempo para unir voluntades con una clara conciencia de liberación nacional, pero si algo quedó en evidencia en estos diez meses de lucha, es que un fenómeno social y político nuevo está naciendo en Chile. La incertidumbre de saber cómo se canalizará semejante esfuerzo popular, impide tener la certeza de una segura victoria, pero aún así, lo que mantiene viva la esperanza es que la lucha continua…
*Claudio Esteban Ponce. Licenciado en Historia. Miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11
[i] Jocelyn-Holt Letelier. El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica. Ariel, 1997.
[ii] Pablo Milanés. Yo pisaré las calles nuevamente. Canción, letra y música de su autoría.