Revista Nº 125 (04/2018)
(internacional/China)
Guido Fernández Parmo*
China desafía las categorías occidentales que utilizamos para pensar la realidad. Lo que resulta desconcertante para el observador extranjero es, en primer lugar, esa aparente contradicción entre comunismo y capitalismo que parece existir en el país. ¿Comunismo o capitalismo? Para simplificar las cosas, vamos a problematizar dos rasgos del socialismo chino: la Planificación y el capitalismo:
- Partido-Estado y Planificación
Desde Lenin, el comunismo se ha identificado con la presencia de un Estado como principio de organización, tanto de la vida económica como de la social y cultural. Desde Lenin, el Estado estuvo identificado con el Partido, en la medida en que la política revolucionaria entiende que el Partido es quien debe conducir las transformaciones políticas hacia una sociedad más justa e igualitaria.
Esta identificación entre Partido y Estado ha sido vista como una de las principales diferencias con la concepción liberal de la política que se da en los países capitalistas-occidentales. En el capitalismo, se piensa que la libertad de mercado (“elegir” entre una empresa y otra, elegir las condiciones de producción, precio, salario, etc.) se corresponde con la libertad de partido y voto (“elegir” entre un partido y otro).
Así se habla de democracia multipartidaria vs. Partido-Estado. Pero esta oposición es, desde la perspectiva comunista, sólo aparente.
El razonamiento es que en las democracias liberales existen muchos partidos entre los que elegimos, pero todos ellos representan (de distinta manera, es cierto), la misma concepción liberal de la política y la economía. En términos generales, los partidos coinciden con ciertos valores y proyectos comunes a toda economía capitalista; esto es, propiedad privada de los recursos naturales, trabajo asalariado, el individuo como principio y fin de toda actividad (egoísmo), el consumo como único modo de satisfacción del deseo (condenado a la frustración e insatisfacción, paradójicamente) y la ganancia como principio regulador de la vida en general. Muchos partidos, la misma concepción de la vida.
Por el contrario, en las experiencias comunistas, el único Partido identificado con el Estado concentra todas las concepciones socialistas de la economía y la política que pueden existir en una época. Así, podemos imaginar al Partido-Estado comunista como el sinceramiento de lo que ocurre en realidad en todo el mundo. Un único partido para una concepción distinta de Humanidad que piensa, en términos generales también, que los recursos naturales deben estar a disposición del pueblo, que la comunidad debe ser el principio y el fin de la actividad humana (solidaridad), que el sentido de la vida es el desarrollo de las capacidades y potencias que los individuos tienen, y que el trabajo es el medio para alcanzarlas.
Muchos partidos que representan a una única posición liberal. Un único partido que representa una posición socialista.
Otra falsa oposición es la que piensa que en el mundo capitalista hay Democracia y en el comunista Dictadura. El intelectual chino Wang Hui, representante de lo que se llama la Nueva Izquierda china, recuerda una vieja idea de Mao cuando dice que el Estado comunista es una Dictadura para la Burguesía pero una Democracia para el Proletariado. Y, en cambio, en el capitalismo existe una Dictadura burguesa para los Proletarios y una Democracia (Libertad) para la Burguesía.
El Partido-Estado entonces es quien regula la economía. Como el principio y el fin de la vida económica no es el individuo, las empresas, los negocios, las fábricas, no están definidos exclusivamente desde una perspectiva individual, sino colectiva. En lo colectivo entra el Estado planificando la actividad económica.
Alguno podría pensar que un Estado que controla la economía es algo así como un Estado Benefactor, pero eso sería desconocer la división que presentamos al principio entre la concepción liberal y la comunista. El Estado Benefactor sigue dentro de la órbita de la economía capitalista. El Estado Benefactor distribuye, el Estado Comunista planifica. En la distribución, la vida económica sigue determinada por los intereses privados y el Estado retiene un parte de la ganancia para distribuirla entre los sectores más débiles de una sociedad. En la planificación, el Estado define a la vida económica según los criterios de beneficio colectivo, determinando las condiciones de producción, precios, salarios, derechos, etc.
China planifica. Planifica cuando, por ejemplo, proyecta duplicar la red ferroviaria de alta velocidad que ya es la más extensa del mundo. Planifica cuando, por ejemplo, en el año 2012, construyó 6 millones de viviendas para sectores medios trabajadores. Planifica cuando, en los últimos 30 años, sacó a millones de chinos de la pobreza.
Y en el medio de esa planificación, empresas privadas, millonarios, burgueses, hacen su negocio, extraen sus ganancias desproporcionadas, pero bajo un proyecto que estuvo regulado, definido y controlado por el Estado-Partido.
Esta planificación suele presentarse en los Planes Quinquenales cada 5 años. En el actual período (2016-2020) China ya se convirtió en la segunda economía del mundo, en el mayor exportador, tiene en su poder la mayor cantidad de reservas de divisas y se espera que se convierta en el mayor inversor del mundo en el 2020. Entre los proyectos más importantes de este Plan se encuentra el One Belt One Road, Un Cinturón Un camino, una reedición de la vieja Ruta de la Seda que le permitiría a China gestionar el 55% del PIB mundial.
El Estado-Partido es el principio que define en última instancia la vida general del pueblo, y en eso el capitalismo en China tiene rasgos chinos, el capitalismo se ha arrodillado ante el Estado. Estado que, como dijimos, coincide con el Partido Comunista Chino. En esta puja de fuerzas se define el comunismo o capitalismo chinos: si el mercado y los intereses privados definen las políticas del Estado o si el Estado define los negocios privados. La Planificación, por ahora, mantiene a china dentro de la esfera comunista. Comunismo con rasgos chinos.
- Capitalismo
Desde los primeros días de la Revolución existieron líneas internas en el Partido sobre cómo debía ser conducida la economía del país. Sobre todo, desde los años 1950, luego del fracaso del Gran Salto Adelante impulsado por Mao, en el Partido empezó a tomar importancia la figura de Deng Xiaoping. Este líder político, adversario de Mao y blanco de la Revolución Cultural, terminó tomando las riendas de la política-económica de China en el año 1978. Por simplificar las cosas, podemos decir que con el triunfo de Deng Xiaoping había ganado la “derecha” del Partido.
La historia de la China comunista puede ser entendida en tres tiempos. Wang Shaoguang, intelectual de la Nueva Izquierda China, habla de Socialismo chino 1.0, el de la Revolución de Mao que tuvo un crecimiento del 6.5 del PBI de 1953 a 1978, y un socialismo chino 2.0, el de Deng Xiaoping, que le apostó al crecimiento por medio de la desigualdad.
Deng Xiaoping fue el que impulsó las reformas económicas de los 1980 y la apertura de China a la economía de mercado. Sin entrar en demasiados detalles, se pueden pensar dos momentos de estas reformas: la década del 1980 y la de 1990.
El capitalismo chino es tan ambiguo como el socialismo chino. El número de chinos que vivía con menos de un dólar pasó de 490 millones en 1980 a 88 millones en el año 2003. Pero también, el índice Gini, que mide la desigualdad, pasó de 0,33 en 1980 a 0,454 en el 2003, esto es, por encima de la mayoría de los países capitalistas ricos.
Básicamente, el Estado chino empezó a desentenderse de ciertos servicios sociales, deteriorando la salud y la educación de su población y, en consecuencia, su calidad de vida. En el año 2004 se consideraba que sobraban 25 millones de personas en el sector industrial y 300 millones en el agrícola. En las ciudades empezó a aparecer una nueva clase, la de los desposeídos y desempleados, que al final de los 1990 alcanzaba el número aproximado de 100 millones de personas.
Y para aquellos que todavía conservaban sus empleos, la situación tampoco mejoró demasiado. El empleo estatal disminuyó un tercio de 1998 a 2002. Los nuevos empleos privados precarizaron el trabajo, la cobertura social, los derechos y la sindicalización. Mientras que en 1998 el sector privado producía el 10% del PBI, en el 2003 había aumentado al 50%.
En cuando a la educación, por ejemplo, ocurrió un fenómeno que permite entender bien la dinámica en las sociedades capitalistas. Mientras que la tasa de escolarización pasó del 73% en 1998 al 91,22% en el 2002, al mismo tiempo la deserción escolar en las regiones más pobres empezó a crecer.
La desigualdad se disparó.
Y el crecimiento de China empezó a privilegiar la eficiencia al bienestar y puso la política en busca del crecimiento. ¿Cómo se explica esto? Como recuerda bien Wang Shaoguang, la antigua política económica no conducía a la competencia y a la eficiencia máxima, pero sí al bienestar y a la igualdad. No hay que darle muchas vueltas: la falta de rendimiento, por ejemplo, de las Comunas Populares o de la Industria, no era una limitación involuntaria de la economía comunista. La máxima eficiencia, sencillamente, no era algo que se buscara. Lo que se buscaba era extraer una plusvalía que no era económica: el bienestar del pueblo.
A partir de la apertura, China batió todos los records de crecimiento. Entre 1980 y 2017, EEUU multiplicó su PBI casi por 7, China por 76. Dicho de otra manera, mientras que, en 1980, el PBI de EEUU era 10 veces el chino, hoy, el chino es 20% mayor que el norteamericano.
Pero, así como crecía la economía, crecía la desigualdad.
Los números no deben confundirnos nunca: en el capitalismo el crecimiento siempre es desigual. Cuando se habla de mejorar la economía, de estabilizarla o normalizarla, esto siempre acontece a costa de una mayoría que ya no disfrutará de los beneficios de ese crecimiento. La ecuación liberal, sostenida por ejemplo por Zhang Weiying, economista de la Nueva Derecha china, que dice que libertad y mercado son dos caras de la misma moneda y que a mayor libertad mayor riqueza, se refuta con las consecuencias de la apertura.
Económicamente no hay cómo justificar la desigualdad. Habrá que empezar con la farsa ideológica liberal.
La apertura es pensada también políticamente. Hablando de un país comunista esto quiere decir apertura democrática. Pero, como dice Lin Chun en su libro La transformación del socialismo chino, “cualquier democracia es incompleta sin una gestión democrática del centro de trabajo, seguida por la justicia en la repartición de las ganancias y la distribución de los ingresos”. No deberíamos olvidar que el trabajo ha sido, y lo sigue siendo, la vida misma de cualquier humano. El trabajo debería ser el primer criterio para evaluar a una sociedad, antes incluso que el tipo de gobierno o régimen. Cómo trabajamos, cómo organizamos nuestra vida en la producción de todas esas cosas que la componen. A pesar de las desigualdades, se sigue insistiendo entre la ecuación libertad política (democracia) = libertad de mercado (capitalismo).
La apertura liberal no debería olvidar lo que el propio Deng Xiaoping había dicho del capitalismo: “Nosotros utilizamos esos métodos para desarrollar las fuerzas productivas bajo el socialismo. Siempre y cuando aprender del capitalismo sea considerado como una vía y no como un fin, no cambiará la estructura socialista o devolverá a China al capitalismo”.
El socialismo chino del futuro, el socialismo 3.0, deberá invertir más en el bien público y trabajar para reducir la desigualdad. Y esto será así porque, como dice Wang Shaoguang, “el pueblo chino no cree en el fin de la Historia”.
Guido Fernández Parmo*, profesor de filosofía, secretario de cultura de la UTPBA (Unión de Trabajadores de prensa de Buenos Aires).
Lin Chun. La transformación del socialismo chino. Editorial El Viejo Topo
Leonard, M. (ed.) China 3.0. European Council on Foreign Relations
Wang Hui. El nuevo orden de China. Sociedad, política y economía en transición. Editorial Bellaterra