Construcción de nuevos paradigmas

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Revista Tesis 11 Nº 134 (06/2020)

(internacional/argentina/teoría)

Gerardo Codina*

La crisis sistémica que se afronta es de tal magnitud que disuelve todas las certezas que sostenían nuestras prácticas sociales. Desde diferentes espacios surgen manifiestos con propuestas programáticas, a escala local, regional o internacional. Entre nosotros también se multiplican. Todos procurando soluciones sectoriales o abarcativas del conjunto nacional. Es que nuestro país atraviesa su propio dilema existencial.

Como catalizador de profundas tendencias sociales y económicas en cada país y en el mundo, el coronavirus no sólo ha generado una crisis sanitaria de enorme alcance, sino que precipitó un quebranto económico que no tiene precedentes modernos. Como reconoce el propio Fondo Monetario Internacional  (FMI) se trata de “un bloqueo global como ningún otro”[1], cuyas implicancias de mediano y largo plazo aún no se pueden aventurar.

Sin embargo, no se trata sólo de la crisis provocada por este nuevo virus, que no es menor, sino de la puesta en cuestión del paradigma neoliberal que ha hegemonizado el mundo de las ideas en gran parte del planeta en los últimos 40 años, como correlato de financiarización de la economía global bajo la égida de enormes conglomerados multinacionales, principalmente norteamericanos, la creciente y abrumadora concentración de la riqueza mundial en un vértice cada vez más reducido y la consiguiente hegemonía unilateral estadounidense.

Un sistema mundo el neoliberal que se disuelve no exclusivamente por la emergencia de nuevos centros de poder, sino por su creciente imposibilidad de responder a los desafíos que se le presentan a la humanidad. El mayor de todos, su propia supervivencia, amenazada por el cambio climático precipitado por la acción humana. 

No es la primera vez que la humanidad se enfrenta a la posibilidad de autodestruirse. La otra también fue hija del siglo XX. La amenaza de los arsenales nucleares todavía existe y se incrementa mientras se acelera la fricción entre las grandes naciones del mundo en disputa por la hegemonía. Una fricción que se expresa en una renovada carrera armamentística que dilapida cuantiosos recursos que serían invalorables para mejorar las condiciones de existencia de gran parte de la humanidad.

El cambio climático no es novedad. Hace cinco años motivaba la segunda encíclica del Papa Francisco, Laudato Si’, que se subtitulaba “Sobre el cuidado de la casa común”. Es que la contaminación generada por la humanidad desde la primera revolución industrial hasta ahora ha impactado de tal manera en el planeta que, de no mediar un cambio drástico en el rumbo de nuestra interacción con la naturaleza, habremos destruido las condiciones de posibilidad de la propia existencia humana. El calentamiento global es sólo una manifestación de esa amenaza sistemática. Muchos ven en la actual pandemia que padecemos, otra expresión del mismo fenómeno global.

Ello motivó uno de los manifiestos de alcance global. Publicado el 16 de mayo simultáneamente en 43 diarios de 36 países y firmado hasta entonces por más cinco mil profesores de más de 700 universidades de todo el mundo, el llamamiento Trabajo: Democratizar, Desmercantilizar, Descontaminar partía de una certeza: “Hay que permitir a los y las trabajadoras participar en las decisiones, es decir, hay que democratizar la empresa. Y hay también que desmercantilizar el trabajo, es decir, asegurar que la colectividad garantice un empleo útil a todas y todos. En este momento crucial, en el que nos enfrentamos al mismo tiempo a un riesgo de pandemia y a uno de colapso climático, estas dos transformaciones estratégicas nos permitirían no solo garantizar la dignidad de cada persona, sino también actuar colectivamente para descontaminar y salvar el planeta.”[2]

Es que el crecimiento de la población mundial y la progresiva extensión de la urbanización, la duplicación de la expectativa promedio de vida al nacer y los patrones de creciente consumo de bienes y energía, son factores todos que, junto a la multiplicación geométrica del número de viajeros por el mundo[3], generan condiciones de fácil propagación de nuevas enfermedades como el Covid-19.

Estas situaciones se dan simultáneamente a una acentuación del proceso de concentración de la riqueza a nivel mundial, paralelo a una creciente degradación de las condiciones trabajo de las grandes mayorías y a la paradójica falta de trabajo para millones, en un mundo en el que hay mucho para hacer si se quiere revertir el daño ambiental y propiciar justicia social para todos.

Los niveles de injusticia social que soportan el grueso de los pueblos pone en riesgo la cohesión social de muchas naciones, a medida que más personas se dan cuenta que son las condiciones sociales de existencia las que las condenan a vivir en los márgenes de una sociedad opulenta que los desprecia. El racismo es sólo la manifestación más abyecta del odio de clase a los trabajadores, los pobres y los marginados, que exhiben con impudicia los sectores dominantes. 

Capitalismo y crisis ambiental

La cuestión ambiental no se reduce sólo a que se agoten los recursos naturales que actualmente utilizamos, como muchos opinan en base a un pensamiento lineal. Los recursos que existen son los que somos capaces de usar y esto depende de nuestro conocimiento. Algo se convierte en un recurso en la medida que nos resulta útil para algo. El aluminio era un metal precioso, confinado a su uso en joyería, cuando no se conocían métodos para refinarlo de los minerales en los que se presentaba y no existía disponibilidad suficiente de electricidad para hacerlo. Superados esos obstáculos, es un metal que no escasea y su uso se ha difundido.

El hidrógeno es el elemento más abundante que existe y un combustible limpio en relación con otros. Pero hasta ahora los procedimientos para obtenerlo puro insumen mucha energía. De resolverse ese costo elevado podría reemplazar al petróleo en muchos de sus usos. No sucede todavía. Del mismo modo, la producción de alimentos no tiene otro límite que nuestras capacidades técnicas actuales. Y ellas se desarrollan a medida que progresan nuestros conocimientos científicos. Esto es así, pero también debemos aprender que del mismo modo que para cada problema se puede encontrar una solución, cada solución también trae consigo un problema que suele ser difícil de anticipar.

Los recursos se agotan cuando nuestra relación con ellos es meramente extractivista, depredadora. Y, como dice el Manifiesto Liminar de Comuna Argentina, otro de los documentos provocados por la necesidad urgente de pensar otros paradigmas, el problema consiste en que “el capitalismo es una máquina de guerra que funciona a través de la explotación, la desposesión y la concentración de la riqueza en pocas manos, sustrayendo tierras, bienes, conocimientos, vidas y cuerpos, al mismo tiempo que produce otros cuerpos abyectos, vidas y formas de vida desechables[4].

Esta condición destructiva, que es original del capitalismo, ha sido geométricamente agravada por el neoliberalismo, que únicamente atiende al ritmo del incremento de las utilidades del capital financiero híper concentrado, en desmedro de todo lo demás. Incluido el futuro del planeta.

¿Qué puede ponerle límites? En la crisis sanitaria y económica actual se evidenció el lugar central de los estados nacionales para responder a las urgencias, pero por el otro, también el fallo de los mecanismos de coordinación internacional debido a la incapacidad de las grandes potencias de cooperar solidariamente. Paradigmáticamente, el gobierno de Trump sólo sabe culpabilizar a otros de sus propios fracasos (como entre nosotros Macri), pero tampoco las naciones más ricas de Europa son capaces de actuar con sentido estratégico para sostener el proyecto de la Comunidad Europea, sin contar las deudas que tienen impagas con la porción del planeta que explotaron colonialmente.

Aunque muchas fuerzas en el mundo perciben la necesidad imperiosa de un cambio, la falta de una coordinación adecuada entre ellas y de un espacio de intervención eficaz, diluye su potencial transformador. Por caso, el llamado a “democratizar y desmercantilizar el trabajo y descontaminar el planeta” queda limitado a una excelente expresión de deseos si sus promotores no son capaces de articular acciones propositivas y concientizadoras con el movimiento sindical internacional, el de mujeres y otros movimientos sociales y los jóvenes movilizados contra el cambio climático, entre otros. Cierto que quizás fuese más legítimo esperar de otros actores sociales globales el liderazgo requerido para acometer la tarea de la transformación necesaria. 

Este aspecto es crucial para no limitarnos a rol testimonial. Máxime cuando, como anota lúcidamente Jorge Alemán “las derechas se han desinhibido” y “…saben ahora que los proyectos transformadores no pueden ni deben ganar. Es un pacto Internacional que está por encima de los organismos internacionales, los que a su vez son tratados por las derechas mundiales con absoluto desdén.”[5]

Entre tanto, sin otra mella que atravesar sus propias crisis sistémicas, persiste la misma lógica destructiva de acumulación de capital. La de este capitalismo que solo sabe generar desechos y beneficios, y que se desentiende de las consecuencias de su intervención sobre el mundo natural, del que también los humanos somos parte. Sin reparar en que toda intervención humana deja huella. Ningún acto es inocuo y toda acción repercute en el conjunto. ¿Qué huella dejamos? Es la pregunta que debemos aprender a responder como humanidad, siempre que interactuamos con la naturaleza.

El tema ambiental ha sido abordado más centralmente por otra iniciativa de carácter regional y que, entre nosotros, también han firmado dirigentes políticos y organizaciones ambientalistas, algunos insospechados de revolucionarios. Se trata de otra Carta Abierta, que incluye unas “Bases para un renacimiento sostenible desde América Latina”. En su introducción afirman “Esta pandemia es parte de una crisis sistémica más amplia que, junto a la crisis climática y la pérdida de la biodiversidad, resulta de la forma en que la especie humana ha interactuado con la naturaleza.” A continuación agregan: “Estamos ante una emergencia planetaria que trasciende fronteras nacionales y expone nuestra vulnerabilidad e interdependencia como parte de una misma comunidad global. Por ello, la respuesta exige tanto a nivel internacional como nacional una profunda revisión del contrato social con base en la cooperación, el fortalecimiento de los principios democráticos y el respeto a los límites de la naturaleza.

¿Volverán los pueblos latinoamericanos a iluminar un camino diferente para la humanidad, basados en un “buen vivir” que se nutra de la sabia armonía con la naturaleza de nuestros pueblos originarios y del profundo reclamo de justicia social que recorre sus luchas actuales y pasadas?

La agenda argentina

Aunque en el Manifiesto Liminar de Comuna Argentina se incluye la problemática ambiental para desnudar el carácter depredatorio del capitalismo y su tensión irresoluble con la democracia, su centro es la agenda política inmediata de nuestro futuro como pueblo. “Creemos necesario y urgente abrir entonces un espacio de discusión democrática sobre los grandes dramas que atraviesan la Argentina: la cuestión de la deuda; la precarización laboral, el futuro del trabajo y de los y las trabajadoras; los modos de producción y consumo dominante; la necesidad de constitución de un sistema de bienes comunes; la educación pública, las ciencias y las artes; las desigualdades de clase, raza, etnia, género, geográficas, entre otras.”, afirman sus autores, intelectuales de renombre y compromiso popular.

En este sentido señalan que “Necesitamos una nueva imaginación democrática, que será teoría y movimiento. Sostenemos los valores de la democracia en tanto poder del pueblo. Por eso decimos que democracia y neoliberalismo son incompatibles. Porque son, precisamente, los valores, culturas, instituciones y prácticas democráticas las que están siendo destruidas por la neoliberalización del mundo que convierte todos los ámbitos de la vida en mercancía.

No son los únicos que reclaman un debate en profundidad. Un abanico de 103 movimientos sociales y sindicales condensó en el Manifiesto nacional por la soberanía, el trabajo y la producción un conjunto de propuestas programáticas con eje en la nueva economía que debería alumbrarse y en particular, en la plena democratización del acceso al mercado asegurando “un piso de ingresos de alcance universal equivalente al valor de una canasta de bienes y servicios, que permita reconocer como trabajo, tareas que hasta el momento no han sido mundialmente reconocidas (como los trabajos del sistema de cuidado, por nombrar un ejemplo) y que permiten a un hogar superar la situación de pobreza.”

La CTA Autónoma, la UTEP y la Corriente Federal de Trabajadores, entre otros, articulan en torno de las nociones de soberanía alimentaria, monetaria y financiera, fiscal, productiva, energética y marítima, todo un conjunto de acciones posibles para transformar radicalmente nuestra realidad, asentadas en dos principios centrales de justicia social: un piso de ingresos garantizado para todos y el acceso universal a la vivienda digna. Un programa de transformaciones audaces que requiere de actores políticos de envergadura, organizados y movilizados.

Son conscientes de la magnitud de las tareas que proponen. Pero también de las capacidades que existen para hacerlas posibles. “Nuestra realidad muestra que las crisis potencian la lucha solidaria del pueblo argentino por la justicia social. Con el único fin de una patria grande y soberana convocamos a las fuerzas del trabajo y la producción con plena conciencia de la crisis, pero también, con profunda confianza en la capacidad transformadora de la realidad que tiene el campo nacional cuando está unido detrás de un destino común.”, culminan su documento, hecho público el pasado 1º de Mayo.

El diálogo entre estas iniciativas y otras, también en el plano internacional, parece el camino posible para conformar un accionar colectivo capaz de afrontar la lucha por nuestro destino común. Porque no se trata sólo de debates de ideas, sino también de la confrontación con poderosos intereses que expresan el sistema mundo neoliberal hoy en crisis y que están a la ofensiva en todos los planos.

*Gerardo Codina. Psicólogo. Instituto del Mundo del Trabajo Julio Godio – UNTref.  Ex Secretario General de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA). Miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.


[1] https://content.govdelivery.com/accounts/USIMF/bulletins/2915bb6

[2] Las negritas son nuestras. Ver un trabajo anterior “Debates actualizados por la pandemia. Democratizar y desmercantilizar el trabajo”. Gerardo Codina. Instituto del Mundo del Trabajo Julio Godio – Universidad Nacional de Tres de Febrero.

https://drive.google.com/file/d/1LYa7RCQRXUi5d1_uIIP4tv6JClXkvZ6R/view?fbclid=IwAR1_0m3anomtYMB6_pVgTNTWLJWRAxqCCZeBWoIwiRrTAC4V35bkiM56kPc

[3] Fueron unos 4.233 millones de pasajeros en 2018. El equivalente al 55% de la población mundial. https://datos.bancomundial.org/indicador/IS.AIR.PSGR

[4] Aquí también las negritas son nuestras. La metáfora resalta el carácter destructivo que asume en su agonía el capitalismo.

[5] Alemán, Jorge. Nota de opinión en Página/12, 22 de junio de 2020. La artillería ideológica de las derechas mundiales. https://www.pagina12.com.ar/273702-la-artilleria-ideologica-de-las-derechas-mundiales

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