Juan Carlos Suarez*
En este dossier se enhebran, con el hilo de la acción cultural comunitara y la relación entre arte y transformación social, desde un paneo sobre al teatro comunitario y callejero hasta una empresa recuperada entrando, literalmente por la ventana, en la obra de un artista profundamente ligado a lo popular.
Lo que se cifra en el nombre
La palabra cultura brota de la tierra –cultus: cultivar la tierra– y con ella se amalgaman las relaciones comunitarias, los ritos y las fiestas. Pero también tiene raíz en collo, collere: habitar dentro de un mundo. El espacio natural apropiado material y simbólicamente y transformado en espacio cultural; “dando cuenta, además, de un hecho social total que transcurre en la vida cotidiana y que incluye la participación social.”1
Su significado terrenal, ligado al mundo doméstico, deriva a través del tiempo en otros cultivos: la conciencia racional (científica y tecnológica) y el desarrollo de las “bellas” artes, la música “culta” y la “gran” literatura, en exclusión o detrimento de los saberes y costumbres de las clases subalternas.
Durante la reacción romántica contra la Ilustración comienza a conceptualizarse nación como categoría histórica que valoriza la diversidad de culturas y al decir de Víctor Vinch “no debería existir más La Cultura como categoría absoluta y universal, sino solo las culturas, vale decir, múltiples formas de aprehender y construir el mundo social.” 2 Mas tarde, en el siglo XIX, el surgimiento de la ciencia Antropológica recupera el sentido de transmisión social (enculturación) como clave de lo cultural.
Empero la visión restringida, patrimonial y museal, que comenzó a institucionalizarse durante el Renacimiento, se mantiene lozana en las políticas culturales oficiales y privadas, en los planes de estudio y permanece en el sustrato del “sentido común”.
De cualquier modo se trata de preguntarse sobre qué grupo o sector social decide y sobre qué elementos culturales (materiales, organizativos, cognitivo-creativos, simbólicos, emocionales, etc) decide. Bonfíl Batalla, desde una mirada en el epígono de la cultura hegemónica, acuña un modelo heurístico3 para develar la dialéctica del campo cultural. Cultura Propia implica el control sobre los elementos culturales Autónomos y Apropiados; Cultura Ajena cuando los elementos culturales se encuentran Impuestos y el control sobre los Propios se halla Enajenado.
¿Qué clase de cultura es la cultura popular?
“Si todos los miembros de una sociedad dada tuvieran la misma cultura, no sería necesario utilizar el término cultura popular.”4 señala Burke. Néstor García Canclini5 intenta identificar los rasgos que caracterizan lo popular desde el parámetro de lo relacional y no aprioristico: a) la apropiación por parte de la subalternidad de ciertos espacios culturales en una sociedad determinada; b) la propia reelaboración presente en las prácticas de los sujetos en el doble ámbito capitalista y subalterno; c) el consiguiente enfrentamiento con el sector hegemónico. Pero debe tomarse nota del complejo imbrincamiento entre lo popular y lo masivo, esto último como fenómeno surgido durante el siglo XIX, al compás de la consolidación de las industrias culturales y el desarrollo de los medios de comunicación masivos. Con todas sus capacidades de manipulación ideológica al servicio de los sectores hegemónicos. En este sentido Barbero6 reconoce una primera etapa, hasta los años cincuenta, donde los medios agencian factores identitarios que contribuyen a la consolidación de lo nac&pop; en la segunda, marcada por las migraciones a la ciudad de los años sesenta donde radio, cine y televisión mediante, se incita el consumo y se confina lo nacional a iconografías hueras.
¿Y por casa….?
La crisis de la sociedad argentina manifiesta rasgos integrales: expresa el agotamiento de todo un sistema político, económico y social con sus consecuencias en los valores y cultura de nuestro pueblo. La “extraña dictadura” que se ejerce desde los templos neoliberales del Dios Mercado en estos tiempos en que “mientras (el neoliberalismo) exhibe evidentes síntomas de agotamiento, el modelo de reemplazo todavía no aparece en el horizonte de las sociedades contemporáneas.”7
No se trata que tal o cual estructura ideológica o política “tome el poder” y desde allí realice las transformaciones perentorias; sin dar la espalda a esa posibilidad, pareciera que necesitamos un profundo cambio en lo social, ligado a los principios vitales cotidianos de una comunidad, sus creencias, costumbres y proyecciones. Nos dicen que (salvo correcciones) este mundo es todo lo libre que puede ser pero Zygmunt Bauman se pregunta: “Si la libertad ya ha sido conquistada, ¿cómo es posible que la capacidad humana de imaginar un mundo mejor y hacer algo para mejorarlo no haya formado parte de esa victoria? ¿Y qué clase de libertad hemos conquistado si tan solo sirve para desalentar la imaginación y para tolerar la impotencia de las personas libres en cuanto a temas que atañen a todas ellas?.”8 Demandado por tales interrogantes, Bauman cae en la cuenta de que no existen, o son muy débiles, los puentes que traduzcan las preocupaciones privadas en temas públicos y, por contrario sensu, el discernimiento en las preocupaciones privadas de temas de preocupación pública. Esta crisis de sociabilidad –la fragmentación de nuestra sociedad– encontraría su condición de posibilidad superadora en el agora, un espacio publico y privado a la vez. Un lugar no de catarsis narcisista, sino dónde cobren forma ideas tales como el bien público, la sociedad justa o los valores comunes.
Alejandro Grimson señala el impacto que ha tenido, en el modo de pensar la Argentina, los sucesos de diciembre de 2001. Y aporta a la “suelta de preguntas”: ¿que tienen de común los argentinos?. Equidistante tanto de la concepción esencialista que proclama la objetividad de los rasgos culturales de una nación, como del constructivismo que afirma que la comunidad es básicamente imaginada, enfatiza una dimensión descuidada: la experiencia compartida; constitutiva de modos de imaginación, cognición y acción. Aparta su mirada del asado o el tango esencial como de la eficiencia del Estado en construir esa idea de comunidad a través de diversos dispositivos institucionales (educación, servicio militar, medios de comunicación, etc.). Sustenta que “los argentinos comparten experiencias históricas configurativas que han sedimentado traduciéndose en que la diversidad y desigualdad se articulen en modos de imaginación, cognición y acción que presentan elementos comunes”9. ¿Cuáles experiencias comunes podemos vislumbras en los tiempos recientes? Tal vez dos entre otras: el genocidio durante el PRN –disgregación política de la sociedad mediante el Terrorismo de Estado– y la hiperinflación –disgregación económica de la sociedad mediante el terrorismo económico– ; ambos constituyen núcleos duros de nuestra memoria colectiva. Dos fantasmas que recorren la experiencia argentina. El primero “produjo quietismo durante los años ´90, no sólo por los temores de los vivos, sino por las ausencias muy reales de los muertos, una generación de dirigentes sociales y políticos.”10
En la segunda “generó las condiciones para que la mayoría de los argentinos apoyara (…) el sistema de convertibilidad.”11
Sin embargo, la resistencia al neoliberalismo, la nausea sartreana a la convivencia con la corrupción institucionalizada y el empobrecimiento general permiten vislumbrar el creciente agotamiento de ese conjunto de reflejos y decisiones conscientes que proyectan en otro de mayor “poder” (políticos, industria del entretenimiento, instituciones sociales y religiosas, medios masivos) la posibilidad de mejorar nuestras vidas: la CULTURA DE LA DELEGACION. Y subiéndonos a un banquito, siguiendo el consejo del inefable profesor de “La sociedad de los poetas muertos”, tal vez alcancemos a ver la resilencia de una incipiente CULTURA DE LA PARTICIPACIÓN. Si recorremos nuestros barrios encontraremos cada una o dos cuadras, grupos de personas que desde los social, lo cultural, lo comunitario, intentan obstinadamente de construir otros modos de ver la política, lo social, los público y lo estatal y trasuntarlo en el terreno de lo estético, los artístico y lo cultural en el sentido más amplio; “la solidaridad tiene que ser construida a partir de piezas pequeñas, más que encontrarse ya hecha esperando, en la forma de una lengua primordial que todos reconocemos al oírla.” 12
Existe la creencia de que las transformaciones en el campo de la cultura son “posteriores” en el tiempo a las generadas por la economía y el sistema de producción. Remitidas, entonces, al papel de acompañar o resistir procesos económico-sociales. Si esto tiene parcial validez, también es real que las acciones culturales y comunitarias pueden prefigurar modos nuevos de relacionamiento político y creación simbólica. Y esto tiene valor estratégico en la construcción de una nueva sociedad.
Tal vez, nada más ni nada menos que tal vez, desde esos retazos de incitación cotidiana de lo social podamos construir un sentido revalorizado de lo político. Como cosían nuestras abuelas, con pedazos de telas, esas mantas multicolores que nos abrigaban a todos. Tal vez, nada mas y nada menos que tal vez, debamos decidir si nuestra energía militante debe descender a la caverna, donde los hombres pelean con las sombras que simulan lo real-real, a riesgo de perdernos en la obscuridad, o recluirnos en las iluminadas abadías, a riesgo de quedarnos ciegos de tanta luz.
1 Olmos, Héctor Ariel y Santillan Güemes, Ricardo; Educar en Cultura. Ediciones Ciccus, 2000.
2 Vich, Víctor; Sobre cultura, heterogeneidad, diferencia. Tram(p)as N° 24, 2004.
3 Bonfil Batalla, Guillermo; Una aproximación al problema del control cultural. Premia Editora, México, 1982.
4 Burke, Peter; La cultura popular en la Europa moderna. Alianza, Madrid, 1991.
5 García Canclini, Nestor; Ideología, cultura y poder. UBA. 1997
6 Martín-Barbero, Jesús; De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía. Fotocopia sin identificación de editorial Bogotá, 1998
7 Borón, Atilio Alberto; Democracia y Estado en tiempos de crisis. Encrucijadas-UBA N° 6, 2001.
8 Bauman, Zygmunt; En busca de la política. Fondo de Cultura Económica, 2001.
9 Grimson, Alejandro; La experiencia argentina y sus fantasmas. En La cultura en las crisis latinoamericanas. CLACSO Libros, 2004
10 Ibidem.
11 Ibidem
12 Rorty, Richar; citado por Homi K. Bhabha en El lugar de la cultura. Manantial, 1994.
*Juan Carlos Suarez, diseñador gráfico, miembro del Consejo de Redacción de Tesis 11.