Cuestionamiento del uso del concepto de mercado

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Revista Tesis 11 (nº 115)

(Análisis/Economía Política)

Laura Fuxman*

Desde hace tiempo, cuestiono la utilización del concepto “mercado” y la declamación del imperativo del “libre mercado”, como paradigmas de la interrelación “ideal” entre compradores y vendedores, a fin de realizar el intercambio de bienes y servicios, como conductores inexorables al máximo nivel de bienestar de una comunidad, siendo evidente que este régimen no plasma el logro de tal objetivo en la realidad, o tal vez sea falaz suponer que objetivamente existe la libertad económica en términos concretos y universales para todos los individuos y sectores que conforman una comunidad.

En tal sentido, no discuto que se denomine mercado al sitio o situación en el que se manifiesta el intercambio, sino que objeto que se considere tal concepto como el acuñado por el considerado “el padre de la Economía Política”, Adam Smith, quien teorizó fundacionalmente el liberalismo económico. No es mi intención hacer una defensa de este autor, sino plantear si su obra, tal cual es interpretada y difundida, hasta la actualidad, describe la realidad del desenvolvimiento de la economía capitalista o “debiéramos agradecer a la Economía Clásica y Neoclásica” por dotarnos de un lenguaje, confrontarla con el aporte de la Economía Heterodoxa, Keynesiana, Del Desequilibrio y Estructuralista y tomar una posición científica, social y política al respecto.

Respecto a Adam Smith, más allá de las críticas que han recibido sus postulados económicos, resulta indiscutible la gran influencia de su obra en la ciencia económica moderna. Siendo su obra  “Acerca de la Naturaleza y Causa de la Riqueza de las Naciones”, considerada “la Biblia” de la Economía Política, constituyéndose en el sustento teórico del sistema capitalista -en el orden económico y estructural-,  y del liberalismo en lo ideológico y súper estructural.

Smith sostenía que los bienes deben distribuirse a través del intercambio en el mercado, habida cuenta de que los individuos, que los han producido los ceden a otros no por caridad, sino por esperar un beneficio del intercambio. Por su parte, quienes demandan esos bienes, y están dispuestos a pagar un precio para obtenerlo, esperan maximizar la satisfacción de su deseo o necesidad. Así, tal razonamiento institucionaliza al individuo maximizador que sería hasta hoy modelizado por la mayoría de los teóricos de neoliberalismo. Según Smith, en la medida que cada uno trata de obtener para sí el máximo beneficio del intercambio y, dado que todos los miembros de la comunidad actúan de igual forma, sin que nadie lo decida centralmente, a partir de un sinnúmero de decisiones individuales, se obtiene un máximo u óptimo social, gracias a “la mano invisible del mercado”. Esa idea subyacente de la inexistencia de una decisión centralizada que amalgame las infinitas decisiones individuales, resulta de creer en la existencia y capacidad de la “mano invisible” para lograr sin conflictos ni costos temporales ni económicos la maximización del bienestar general de la comunidad. Y es, justamente, esta “creencia” la que no se verifica en la cotidianeidad, básicamente porque requiere de una distribución perfecta de los recursos económicos entre todos los agentes, de modo que ninguno tenga mayor poder que el resto para afectar el libre funcionamiento del mercado.

Así es que se ha considerado a Smith como el mentor de la no intervención estatal en la economía. Sin embargo, él aceptaba plenamente un papel necesario y útil del Estado, al tiempo que expresaba dudas alarmantes respecto a instituciones capitalistas que estaban cobrando fuerza ya en su época y hoy dominan la economía, a las cuales se oponía fervientemente, pues sostenía que en un país “civilizado” el Estado tiene una gran cantidad de gastos necesarios, que no lo son en un país “bárbaro”, admitiendo que para sustentar al aparato estatal y su accionar era admisible y razonable la idea de un impuesto proporcional sobre la riqueza. Smith se opondría a muchas propuestas hechas por quienes declaman en contra de la intervención del Estado citándolo a él.

Desde fines del siglo XVIII los economistas han intentado responder a una pregunta importante y determinante: ¿son los mecanismos del libre mercado la mejor forma de organizar la actividad económica?, el debate continúa, y tiene implicancias no sólo económicas sino fundamentalmente ideológicas, políticas y sociales. El concepto de “mercado se interpreta como la institución u organización social a través de la cual los oferentes (productores y vendedores) y demandantes (consumidores o compradores) de  determinado bien o servicio, se relacionan comercialmente a fin de realizar transacciones y bajo esas condiciones establecer el precio del mismo y las cantidades transadas, para una calidad determinada. El concepto clásico de mercado de libre competencia define un tipo de mercado ideal, en el cual es tal la cantidad de agentes económicos, tanto compradores como vendedores, que ninguno es capaz de modificar el precio, la calidad, ni la cantidad producida y comercializada del bien o servicio en cuestión. Atendiendo al número de personas que compiten en los mercados, se los clasifica en: Mercados de competencia perfecta, de competencia imperfecta, Oligopolio y Monopolio. Ahora bien, si la mayoría de los mercados o todos, no son de competencia perfecta, hasta qué punto es válido argumentar en favor de la libertad de mercado cuando no se cumplen los requisitos indispensables para su existencia?

La competencia perfecta es una representación idealizada de los mercados de bienes y servicios en los que la interacción recíproca de la oferta y demanda determina el precio y la cantidad de bienes y servicios producidos y comercializados. Para ello deben cumplirse estrictamente los postulados que definen a la competencia perfecta: Existencia de un elevado número de oferentes y demandantes.

La decisión individual ejercerá escasa o nula influencia sobre el mercado global. Homogeneidad del producto. Transparencia del mercado (todos los participantes tienen pleno conocimiento de las condiciones generales en que opera el mercado). Libertad de entrada y salida de empresas. Libre acceso a la información. Libre acceso a recursos. Beneficio igual a cero en el largo plazo.

La esencia de la competencia perfecta refiere particularmente a la dispersión de la capacidad de control de los agentes económicos para afectar al mercado. Cuando no se cumple alguno de los requisitos de competencia perfecta se produce una “falla del mercado”, ante la cual, hasta la ortodoxia más pura de la teoría económica ha admitido la necesidad de arbitraje de un ente regulador o corrector de la misma, el Estado. La diferencia entre los mercados de competencia perfecta y los de competencia imperfecta, oligopolios y monopolios, reside en la capacidad que tienen las empresas oferentes de controlar los precios y cantidades producidas y comercializadas.

En los mercados imperfectos, el precio no es un dato resultante del libre juego de la  oferta y demanda, sino que los oferentes intervienen activamente en su determinación. En la práctica el mercado real es imperfecto, siendo la competencia perfecta un óptimo teórico, imposible de alcanzar. Si ello es así en la realidad, si no existe la competencia perfecta, entonces no hay negociaciones limpias, legítimas entre oferentes y demandantes, sino imposiciones de precio, cantidad y calidad por parte de los oferentes y sólo resta la posibilidad de aceptación o insatisfacción por parte de los demandantes. Si no hay negociación posible, si hay imposición por una de las partes que se interrelacionan en el mercado, resulta contradictorio e inconsistente hablar de “libertad económica de mercado”. Por el contrario, se evidencia una defensa de intereses de los sectores poderosos para perpetuar y ahondar su hegemonía, sin que el Estado los regule, y así se va reproduciendo el sistema y agudizando la diferencia de poder económico entre los individuos, alejándose sistemáticamente del ideal smithiano de competencia perfecta como conductor indiscutible hacia la maximización del bienestar colectivo.

Si hasta el liberalismo más puro sostenía que el Estado debía involucrarse en la economía ante las fallas del mercado para garantizar la ausencia de monopolios, ¿cuál es el argumento que legitima al neoliberalismo para defender un concepto de libre mercado para propugnarlo como el mejor modelo de desenvolvimiento de la economía en pos de alcanzar el máximo bienestar social? Por estas razones entre muchas otras, parece prudente, preguntarnos si tal vez, la metamorfosis del capitalismo deviene del artilugio de seguir llamando mercado a las diversas formas de competencia imperfecta, oligopolios y monopolios que desde hace tiempo, o siempre, son la forma real de intercambio de bienes y servicios, y del funcionamiento de las economías capitalistas, donde es clara la diferencia de poder económico que deviene de la desigual distribución del ingreso y la riqueza.

La respuesta es más ideológica, y, por lo tanto, de defensa de intereses sectoriales o de clase que teórica. Se trata de una apropiación de una terminología ilegítimamente interpretada y difundida, con el beneficio de su simplicidad argumental que le permite lograr una amplia aceptación del público, pues sus modelos “cierran perfectamente” o “llevan automáticamente y sin costos económicos, ni temporales ni sociales al equilibrio perfecto”. Sin embargo, la realidad no es simple, no “cierra”, sino conflictiva, y el equilibrio perfecto es sólo un punto espacial o temporal, por el cual el mercado pasa sólo casual y esporádicamente, dado que la realidad se manifiesta a través del constante desequilibrio,  no llegando jamás a un punto de equilibrio de estado estacionario. Consecuentemente, la lamentable noticia para quienes siguen sosteniendo el liberalismo o neoliberalismo o quienes lo aceptan y defienden es que LA MANO INVISIBLE NO EXISTE, no conduce al bienestar social, sino individual y/o sectorial, es visible, se manifiesta en pocas manos, ninguna de origen divino, tiene nombre y apellido, tiene marcas y deja “MARCAS”.

*Laura Fuxman, Licenciada en Economía.

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