¿De la pandemia al cambio?

Compartir:

En los desastres sociales los pueblos pasan por silencios obligados hasta que se abren nuevamente los espacios de lucha por vivir plenamente. Manuel Galichii escribió Del Pánico al Ataque donde narra los momentos en los que la sociedad guatemalteca rompió con el miedo a la dictadura de catorce años de Jorge Ubico (1931-1944, -un verdadero desastre social-) y se unió para construir una democracia hasta ahora irrepetible, que entonces fue interrumpida por la intervención norteamericana (1954). Estos acontecimientos se dieron cuando en Centroamérica ocurrían hitos similares.

La alegoría a la obra de Galich no pretende marcar el símil hacia la irrupción revolucionaria, sino por una parte, destacar la inmovilidad que el contagio ha impuesto, ya sea por las medidas desde los gobiernos y/o por convicción de los gobernados y, por otra parte, las luchas que ya se vislumbran por generar procesos de transformación, para romper con el abandono de los derechos vitales de las grandes mayorías, que bajo el signo capitalista y neoliberal ha provocado con su curso depredador los desequilibrios ambientales del planeta.

Hace un siglo ya había ocurrido una catástrofe devastadora. La gripe española, surgida desde 1917 en el cuartel Camp Green de Carolina del Norte en Estados Unidos, aunque fue reportada en Fort Riley, Kansas en marzo de 1918. (Santiago Mata, 2017). Aquella pandemia condujo, junto a la primera guerra mundial y la recesión del 29, a la emergencia del fascismo.

El post COVID-19, brinda la oportunidad, como en la salida a la segunda conflagración mundial, para una suerte de convergencias pro humanitarias que renueven todo el instrumental del derecho internacional, de los derechos humanos universales y de la integración regional, multilateral, una globalización democrática de los pueblos.

El impacto y las medidas de contención del contagio han provocado la paralización de las funciones normales institucionales y productivas, así como anuncios de previsibles consecuencias de una recesión económica mundial, un panorama que sin los efectos de la pandemia ya se había anunciado.

Las proyecciones de la crisis post COVID-19 son desde la dimensión sanitaria, económica y social, devastadoras y prolongadas. Aunque las entidades financieras internacionales que han contribuido con sus recetas a reducir el papel del Estado argumenten que el bache de 2020 tendrá una recuperación de crecimiento económico para 2021. No pueden esconder, sin embargo, que las economías de los países del Sur alcanzarán depresiones mayores, África Subsahariana, Oriente Medio y Asia Central, América Latina y Centro América.

Entre las consecuencias previstas se estima que las remesas podrían sufrir este año una declinación considerable con sus graves consecuencias para la economía de las familias beneficiarias que atenúan su situación de pobreza y generan la capacidad para nivelar su consumo en alimentos y vestuario, en salud y educación, en vivienda, ahorro y pequeños emprendimientos. En 2019 las remesas fueron el equivalente al 16% del PIB en El Salvador, 12% en Guatemala, y el 20% en Honduras.

Las consecuencias de la pandemia en medio de este modelo extractivista y depredador, repercute y agrava las condiciones en las poblaciones de los países de más bajo desarrollo de África, Asia y América Latina, donde se registran los más altos indicadores de pobreza y hambre. Para el caso, De acuerdo con CEPAL, el gasto en salud de los gobiernos centrales de El Salvador (2,4% del PIB), Guatemala (1,1% del PIB), Honduras (2,4% del PIB), Panamá (1,7% del PIB) o la República Dominicana (1,7% del PIB) es menor que los pagos de intereses de la deuda.

La desnutrición crónica en niños menores de cinco años persiste, especialmente en países como Guatemala, sexto lugar en el mundo con 46.5% de los niños de 0 a 5 años en 2017, solo por debajo de países del África Subsahariana, es decir que de cada dos niños uno padece desnutrición crónica. En El Salvador es de 13.6% y en Honduras de 22.7% (a 2012).

Actualmente los trabajadores no tienen opciones más allá de la informalidad en labores temporales agrícolas o de manufactura, en desempeños del trabajo familiar de subsistencia y por cuenta propia, sin ningún apoyo en créditos, capacitación, ni asistencia técnica. La única fuente de “oportunidad” se encuentra en los desplazamientos o en la migración transnacional.

La pandemia está generando una disminución considerable en el flujo de migrantes centroamericanos con destino a Estados Unidos, por las dificultades de movilización y por los controles fronterizos pero también porque las comunidades consideran un riesgo que personas ajenas a sus localidades pasen y puedan dejarles el contagio.

El COVID-19 está alterando estas perspectivas, pues detrás de la reducción de los flujos migratorios y de la reducción del envío de remesas se desencadena el deterioro de las economías familiares. Los inmigrantes encerrados para evitar el riesgo del contagio han considerado la decisión de migrar de regreso a su país.

La crisis humanitaria se extrema en los casos de quienes habiendo hecho la tortuosa trayectoria fueron detenidos en la propia línea fronteriza y tras su captura son conducidos a los centros de detención donde la pandemia ha cundido y en condiciones de hacinamiento esperan su turno para, enfermos retornar al lugar que les expulsó, en peores condiciones de las que se fueron.

La pandemia es un problema de salud, su desatención ha evidenciado el desinterés del mercado y la necesidad de un Estado que atienda a la población en todas las esferas que la sociedad demanda. Los signos del equilibrio, de la equidad, del buen vivir, se imponen y en el horizonte las perspectivas tras la pandemia son también de oportunidad.

Marcel Arévalo – Magister en Ciencias Políticas, guatemalteco, especialista en temas migratorios


(ii) Escritor, dramaturgo, político. Fue funcionario de los gobiernos revolucionarios del período 1944-1954. Nació en Guatemala en 1913 y murió en La Habana el 31 de agosto de 1984.

Deja una respuesta