Por Adrián Berardi*
La última década, en la Argentina, ha planteado cierto número de discusiones y debates que aun hoy continúan abiertos y en plena efervescencia, los sectores opuestos al actual modelo político han diversificados sus acciones opositoras y los sectores del oficialismo siguen un camino de profundización y ampliación del modelo. Mientras esto pasa, al interior del kirchnerismo surgen diferencias en torno al marco teórico – ideológico que sustenta el gobierno nacional, en este artículo tomaremos dos posturas contrarias, pero confluentes, para sumarnos a esa discusión y contribuir a pensar el mundo político en la Argentina actual.
En el número 102 de la Revista Tesis 11, tomé la iniciativa de discutir el significado de la democracia, de comprender su esencia e intentar reconfigurar el valor último del término y sus funciones. Sin embargo, pensaba que ese intento de (re) significación de la democracia quedaría vedado a las realidades cotidianas que lo superan y a las estructuras económicas capitalistas que suelen conservar el control no solo de las ideas políticas, sino -y por sobre todo- de los valores político – morales. Sin embargo, en las últimas semanas, José Nun, prestigioso académico y ex secretario de Cultura de la Nación, inició la discusión en torno no solo a la democracia, sino también a la significación del populismo[1] cuyo referente y defensor más sobresaliente es el prestigioso teórico político Ernesto Laclau[2] y a la revalorización de la institucionalidad. Ahora bien, mientras dos grandes intelectuales como Laclau y Nun se pelean por la significación ideológica del gobierno y la significación de los valores democráticos y populares, otros creemos que la diferencia y la complementariedad de ideas es lo único que puede conllevar a una construcción política superadora, por eso podemos observar que, desde el punto de vista que intento posicionarme, tanto José Nun como Ernesto Laclau evitan considerar que mas allá del mundo de las ideas, en lo concreto y en lo cotidiano la discusión debe darse en torno al Actor Político.
¿Por qué plantear la importancia del actor político? Pues bien, una de las grandes características de los Estados Benefactores, con tintes populistas y líderes carismáticos –por demás existentes en la historia latinoamericana- se constituyen por medio de la existencia de un sujeto político que acompaña, apoya, sostiene y defiende el régimen; en el caso del gobierno peronista de 1946 a 1955, ese sujeto o actor político estaba muy bien identificado en el movimiento obrero que no solo fue favorecido y fortalecido por las políticas estatales del General Juan Domingo Perón, sino que también consolidó el brazo movilizador y sostén electoral de dicho gobierno.
Ahora bien, en el caso de los dos primeros gobiernos peronistas, podemos encontrar que es la propia institucionalidad del Estado, por medio de leyes, normas y organismos, la que logra que la alianza entre los trabajadores y los políticos se sostenga en el tiempo, sumado a una alianza alterna con la incipiente burguesía nacional y la confrontación directa con los sectores oligárquicos y conservadores del país, siendo estas tres variables las que determinaron la significación popular de ese gobierno. Ante esto encontramos un elemento más, el voto femenino, que termina de consolidar un régimen electoral democrático y un carácter nacional y popular de la gestión.
Por todo esto, el inicio de un ideal nacional y popular sostenido por los principios de soberanía política, independencia económica y justicia social, necesitaba no solo una base electoral sino un sostén político antes, durante y después de cualquier proceso electoral democrático, que fue promovido y sostenido por medio de un sin número de acciones institucionales por parte del Gobierno Nacional.
En este sentido, el significado de la democracia estaba ligado al rol institucional de la política pero también en la conformación de una masa electoral capaz de sostener esa institucionalidad; es decir rol del Estado, democracia y populismo caminaban juntos sin poder existir el uno sin el otro.
Desde 1955 en adelante esta relación fue alterada en todo concepto, el agente político comenzó a abandonar su accionar electoralista y ante las proscripciones, los gobiernos dictatoriales y la limitadas libertades políticas, fueron variando hasta conformarse en actores políticos capaces de trasformar el régimen gubernamental vulnerable mas allá de la lógica electoralista; mientras que la institucionalidad Estatal crítica, el giro hacia la nueva izquierda en la década del ´60 y la caída de la instrumentación del Estado benefactor desde el golpe cívico militar iniciado en 1976, fueron ejes de acción que desarticularon a los partidos políticos y fragmentaron a la masa electoralista. Así en este breve resumen llegamos a la década del ´90 donde todos los indicios fueron confirmados llevando a la desarticulación del movimiento obrero organizado, la limitación de la masa electoral, en tanto no se encontraban sectores consolidados hacia una homogeneidad política, y la crisis institucional de las organizaciones sindicales, políticas, y del Estado en su conjunto. De esta forma, el actor político se fue trasformando, ahora la discusión no solo se podía dar en el espacio electoral o político institucional, sino en la amplitud del terreno de acción política, y hacia otros espacios no estructurados. Los años noventa fueron la bisagra de reconfiguración del sujeto político, que a su vez no logró re-articular sus bases anteriores a 1976, lo que lo llevó a fragmentarse anulando cualquier idea de masa electora o actor político monolítico.
Es decir, para principios del siglo XXI, la institucionalidad del Estado no lograba garantizar la conformación de un agente político determinado, los partidos políticos al mismo tiempo corrieron su eje a un ámbito únicamente electoralista y las condiciones de existencia que determinaba el modelo neoliberal llevaron a conformar nuevos actores políticos que ya no tenían el acompañamiento en la arena institucional de los partidos políticos o sindicatos, sino que conformaban su constitución desde las bases sociales, los barrios y los espacios de acción comunitaria.
Quiere decir que para este siglo, resulta inconveniente usar los criterios constitutivos que determinan en primera medida al gobierno kirchnerista como populista (a secas) y al mismo tiempo configura que la democracia como fue conocida en la Argentina, como una acción institucionalizada electoral y constitutiva de agentes político – sociales, también quedaría sin efecto.
En primer momento, pensar la política actual como populista sugiere que repensemos las acciones gubernamentales, en tanto las políticas institucionales de los gobiernos kirchneristas no consolidan a un único sector beneficiario de esas políticas o si se quiere no constituyen un agente unificador; un ejemplo claro de esto es la sanción de la ley de ART o la ruptura al interior de las centrales obreras[3]; por otro lado, tampoco podemos encontrar un sujeto político que logre reunir en forma global las demandas sociales; en tanto la consecuencias de las políticas neoliberales hicieron que el agente político se fragmentase y que se conformen distintos estereotipos de actores políticos que no logran constituirse como actores globales, y que a su vez proponen un sin número de demandas que en muchos casos son contradictorias entre sí. Y por último, es un tanto complejo encontrar en el período actual un enemigo al régimen kirchnerista, no porque no exista sino porque su conformación tampoco logra ser global y solo se observan diferentes focos de oposiciones en gobiernos regionales que no consiguen construir un entramado político capaz de confrontar en la política nacional, y si bien el grupo Clarín conformaría un frente de acción opositora, lo cierto es que dicho grupo necesita de una base socio – política que permita dar origen a un sujeto político capacitado para accionar sobre las políticas estatales, y esta situación aun no se puede anunciar, al menos por el momento.
Por último, la conformación de una lógica populista no puede separarse de la constitución de una masa electoral que permita la reproducción sostenida de la democracia representativa, y en este sentido y ante la fragmentación socio política que venimos considerando, es posible deducir que la masa electoral que sostiene al Gobierno no es una masa homogénea y mucho menos capaz de ser sostenida en el tiempo.
Pero también es cierto que la democracia ha alterado su rol, constituida como una fundamentación electoralista y representativa durante gran parte de la historia argentina, hoy el término democracia – como he sostenido en otro artículo[4]– reconfigura las necesidades políticas y sociales desde otros ámbitos, no solo los políticos institucionales; esta situación nos lleva a observar que la militancia social y política en los barrios, las políticas sociales que tienden a garantizar la igualdad, la redefinición de un Estado presente y regulador, y la ampliación de derechos sociales o políticos, obliga a pensar en una democracia que no empieza en un proceso electoral y no termina en su accionar representativo, sino que abre un abanico de variables hacia la reconfiguración de una nueva tendencia democrática, que en principio accedería a poner como máximo valor la igualdad de posibilidades, fuertemente ligada a la valoración de la libertad y no solo la igualdad en el marco electoral.
En este sentido, para poder comprender la realidad política en la Argentina actual, no nos alcanza con considerar un tipo político ideológico, como sería el populismo, o discutir en torno a la democracia reconocida; desde el punto de valoración que intenté desarrollar en este ensayo, sino que es pertinente remarcar que tanto la formación ideológica del gobierno nacional, la democracia y la valorización de la institucionalidad estatal, conforman una trilogía que debe complementarse con la reconfiguración del actor político, su variabilidad, heterogeneidad y visión en torno a los valores democráticos; en tanto solo es posible comprender las construcciones políticas actuales tomando en consideración las diferencias instrumentales y las alianzas temporales que se tornan pertinentes y necesarias.
Para concluir, no podemos decir que las perspectivas que plantean José Nun o Ernesto Laclau sean verdaderas o falsas, sino que el factor elemental que ambos evitan introducir es la reconfiguración de los actores políticos, que crisis político-institucional mediante – como consecuencia de las políticas neoliberales y la caída del gobierno de Fernando de la Rúa-, no lograron confluir en sujetos políticos capaces de reproducir, en forma constante, el sostén del gobierno, pero por otro lado tampoco existe un sector contrario al gobierno nacional que logre confluir en un oposición capaz de dar una disputa hegemónica, de ahí que los medios de comunicación, y el manejo de la información, surjan como un actor fundamental en la construcción simbólica de los espacios políticos, como es el caso del grupo Clarín.
Pero al mismo tiempo, tanto Nun como Laclau, obvian considerar que el modelo neoliberal ha socavado los lazos y bases sociales conocidos en décadas anteriores, llevando a la configuración de la diversidad y la diferencia como elementos sustantivos en la conformación de actores políticos, de ahí que la acción institucional no solo de los partidos políticos, los sindicatos y las organizaciones sociales sean necesarias, sino también que el rol institucional del Estado como garante de las libertades individuales y los derechos políticos debe ir en aumento, situación imposible de sostener bajo regímenes que no expandan las lógicas democráticas.
En este ensayo he propuesto agregar ciertos elementos que nos permitan ampliar las discusiones dadas en torno al populismo y a la democracia, sin por eso crear o querer generar verdades absolutas, sino por el contrario he intentado demostrar que los tipos ideales o las definiciones de escritorio solo sirven como elementos para comenzar a interpretar a realidad, para el resto es preciso discutir dentro del contexto histórico temporal.
*Adrián Berardi, sociólogo, miembro del Consejo de Redacción de la Revista Tesis 11
[1] José Nun sostiene que “El concepto de Democracia se ha vuelto vago […] ha perdido todo anclaje” sobre todo porque “hay dos formas contradictorias de definir la democracia: “Una es la democracia como procedimiento para llegar al poder, como modo pacífico de la renovación de autoridades”, y “otra es la democracia como modo de gobierno”. ” Al mismo tiempo sostiene una fuerte crítica a la idea de lo populista en tanto “el individualismo extremo por parte de ciertos sectores genera la desindividualización de amplios sectores de la población, postergados, vulnerables, precarizados”, y remarcó que “estos ´no individuos´ son la carne de cañón del populismo”. “Entonces los individualistas no pueden quejarse del populismo porque ellos mismos lo provocan; estos individuos, se vuelven una masa disponible para el líder populista, porque no tienen voz, hablan a través de del líder”; “En la medida que avanza el populismo se deterioran las instituciones, porque éstas limitan la voz del pueblo y la voz del pueblo la habla el líder” (Disertación en el 48º coloquio de IDEA)
[2] Ernesto Laclau sostiene que el pueblo cristaliza por medio de un líder las condiciones que permitirían la modificación del statu quo y por ende abriría un proceso enmacipatorio, considerando la correlación de fuerzas de un determinando espacio social, afirmando que un populismo puede ser tanto de derecha como de izquierda. Es decir que en el pensamiento del profesor Laclau la figura del líder pasa a ser una figura trascendente en cualquier proceso de cambio, poniendo en duda las instituciones políticas vigentes, obligando a un cambio de orden institucional. (Idea extraída del Libro de Ernesto Laclau “La Razón Populista”)
[3] Digo centrales en tanto hago referencia a la Confederación General del Trabajo (CGT) y la Central de Trabajadores Argentinos (CTA)
[4] Berardi Adrián (2012) “La (re) significación de la democracia”, Revista Tesis 11 Nª 102, Buenos Aires